Título original: The Snakehead
Año de publicación: 2009
Traducción: Eduardo Iriarte
Valoración: bastante recomendable
Otra obra de Radden Keefe que se recupera oportunamente y se traduce, vista la repercusión de algunas de ellas (especialmente No digas nada, que ha contado con el inestimable apoyo de un trasvase a la pantalla) y he de reconocer que la cronología se me hace un poco liosa en este proceso, aunque no sé si eso es un detalle crucial, dado el apego del autor a su estilo, pero este, en realidad, sería su segundo libro, anterior por tanto, a sus obras de más repercusión, pero obvio eslabón de una cadena en la que Radden Keefe, un poco al estilo del tan cacareado true crime audiovisual, parece estar definiendo un género propio, nada en contra, aunque siempre saldrá algún purista que le recrimine el no estar creando algo nuevo o, llegado cierto extremo, que sus libros puedan ser sustituibles por búsquedas exhaustivas en aplicaciones de AI que lleguen a compilar y resumir todo lo habido y por haber sobre un tema concreto y le apliquen un cierto criterio literario y una dosificación del suspense. Que sepáis, por cierto, que estamos muy cerca de todo eso.
Cabeza de serpiente es una lectura perfecta para ese determinado momento en que, por ejemplo, un lector de ficción necesita una cierta desconexión de tramas, de argumentos que hay que seguir y cuyos momentos clave hay que retener. No digo que sea la clásica lectura ligera, la de las plácidas hamacas de la playa. Pero todos los libros de Radden Keefe podrían encajar en ese perfil. Como sentarse ante una pantalla a ver reportajes bien pertrechados, no siempre de cuestiones que responden a una rabiosa actualidad o a un tema que levante pasiones, pero que al final acaban despertando tu interés, e incluso podríamos aludir a una cierta coartada social, por cuanto las víctimas de los criminales suelen ser gente normal: las víctimas pueden ser pacientes que buscan que su dolor se mitigue o pueden ser ciudadanos de Fujian a quienes se les promete un futuro mejor.
Aquí nos vamos atrás en el tiempo y el acontecimiento central es el fallecimiento de ciudadanos chinos por el hundimiento de un buque carguero, en 1993, en el que viajaban ilegalmente desde China a EEUU. Cómo ese hecho permite seguir y comprobar cómo actuaban las tramas mafiosas (ya tardaba en salir la palabra) ocultas detrás de humildes comercios, cómo, aunque no se trate de casos de violencia extrema - apenas algunos ajustes de cuentas en operaciones calculadas, lo justo para no llamar la atención más de lo necesario -, cómo operan las organizaciones. En este caso, la liderada por la Hermana Ping, que desde la apariencia de comercios modestos y anónimos ubicados en Chinatown, construyó, ganándose además el respeto de su comunidad que la veía como la persona de referencia cuando se necesitaba ayuda, una trama criminal (y por tanto, muy lucrativa, aquí el binomio mayor riesgo= mayor rentabilidad funciona a pleno rendimiento) que expandió sus tentáculos y se arraigó en la comunidad china del barrio neoyorquino, tejida de forma minuciosa e inteligente - testaferros, empleo de abogados de suculentas minutas para generar la maraña legal que impedía actuar de forma eficaz a los desorganizados organismos oficiales encargados de controlar tanto flujos migratorios como criminalidad. Criminales de un perfil más marcado por su discreta astucia que por su crueldad, vistos con benevolencia por su comunidad y, por lo tanto, casi impenetrables en su organigrama, en su jerarquía, en sus modus operandi.
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