Año de publicación: 1956
Valoración: muy recomendable
El pasado día 24 de julio se cumplió el centenario del nacimiento del insigne escritor vasco Ignacio Aldecoa e Isasi (la vena literaria le venía por parte de madre, presumo). Como en este blog somos rebeldes, independientes y hasta iconoclastas decidimos celebrarlo no cuando tocaba, sino unos cuantos días más tarde (bueno, vale, que se nos pasó... Es decir, que se me pasó a mí). Así pues, aquí va, en su honor, la reseña de una novela de Ignacio Aldecoa... Al que increíblemente, aún no habíamos dedicado una entrada en el blog. Nunca es tarde para hacer lo correcto, empero.
Con el viento solano es una de las pocas pero intensas novelas que escribió, la crónica de una huida, una road-novel que se desarrolla en los años 50, por los campos toledanos, las ferias de los pueblos, el laberinto urbano que es Madrid... Sebastián es un gitano de Talavera que, a resultas de una trifulca de borrachos, se escapa de la Guardia Civil, con trágico resultado. Busca ayuda en los amigos y la familia, pero la recibe, sobre todo, de los extraños que va encontrando por el camino, un camino que precede al de Kerouac y que va transformando al protagonista, en principio un holgazán y pendenciero, en un personaje trágico, casi existencialista, un extranjero en el mundo que le rodea, como un personaje de Camus. Las historia, no obstante, tiene sobre todo trazas de novela negra un tanto inusual, de noir ibérico que transcurre por los bordes de una sociedad que apenas salía de la miseria, de una época triste y cutre, por más que ahora se empeñen en glorificar algunos que no la vivieron. La España de los bares de mala muerte y las prostitutas, de los pueblos medio derruido, anclados en el tiempo y de los trotamundos que los recorren tratando de malabares la vida. De los perdedores, marginales y desesperados. O resignados... Novela, por cierto, que es, más que la segunda parte, el reverso, incluso, en su estructura, en cierto modo, de la anterior de este escritor, El fulgor y la sangre, en la que las esposas de unos guardias civiles reciben la noticia de la muerte de uno de sus maridos).
El autor echa mano para ello de un léxico que hoy nos puede parecer periclitado o incluso exótico de tan caduco, pero que hace setenta años (y menos) sin duda aún seguía en uso: el lenguaje cervantino del campo castellano, el propio de oficios ya desaparecido, las formas de cortesía o, simplemente, las mañas para medirse entre hombres en una época sin redes sociales, con menos prisa y más sociabilidad aunque también desconfianza ante el forastero. Un léxico que, sobre todo el referente a los animales, a los campos, puede no sonar tan natural en Aldecoa (hijo de una familia burguesa de Vitoria, después de todo) como en Delibes, por ejemplo, pero tampoco resulta extemporáneo, pues, como ya digo, aún continuaba siendo el lenguaje de su tiempo; esta novela no es ni un pastiche ni una reconstrucción filológica. No es Intemperie, para entendernos (dicho con todo el respeto por mi parte). parecido ocurre3 con los diálogos en los que se hace más presente el argot callejero y noctámbulo, casi agermanado (aunque sospecho que esto lo conocía Aldecoa más de primera mano); ha cambiado tanto que hoy nos resulta casi ininteligible a los que hablamos el castellano de España (no digamos de otras latitudes), pero, sin duda, corresponde a ese momento y a esa realidad concreta. Curiosamente, el léxico que se entiende mejor, en ocasiones, es el de los términos procedentes del caló y que ya han permeado hacia el acervo común del idioma... En todo caso, aparte del recurso a una terminología específica, ya sea rural o maleva, destaca en la novela la precisión con la que está escrita, sobre todo en lo referente a las descripciones, donde cada palabra está en el lugar que le corresponde y no podría cambiarse por otra, en las que el autor hace gala, además de una cierta audacia narrativa, aquí y allá, que contrasta con el estilo general, mucho más seco, aun sin llegar a lo austero, que encontramos a lo largo de toda la novela.
Una novela que, de haber sido escrita en inglés, por ejemplo, y ambientada en el profundo Sur o en el Medio Oeste norteamericano, sería sin duda un clásico del género negro, ambientada en la España mesetaria de los 50, no deja de ser una curiosidad con tintes de novela social de un autor interesado por los ambientes singulares que se daban en la sociedad de su época -el boxeo, los toros, la pesca- y, más que nada, en las gentes que se movían a ellos -también, por cierto, resulta insólito para la época que pusiera como protagonista a un hombre de etnia gitana y que incluso le dote de un aura de antihéroe trágico, más allá de crimen que haya cometido-; una novela, en todo caso, de una intensidad, una casta y un respeto hacia el desamparo, hacia quien ya no le queda nada, que merece la pena descubrir y reivindicar. Hay que leer a Aldecoa, hacedme caso, aunque hasta ahora no nos hayamos acordado de él en el blog... Pero os prometo que volverá.
Nota final: esa misma semana de julio (que, curiosamente, es la misma en la que se desarrolla la trama de Con el viento solano) también se cumplió el 150 aniversario del nacimiento de Antonio Machado. Como a este poeta, sin duda uno de los mejores en lengua castellana, si que le hemos dedicado más de una reseña, no hace falta insistir en ello, pero, al menos, que seude constancia aquí.
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