Idioma original: inglés
Título original: Veronica
Año de publicación: 2005
Traducción: Javier Calvo
Valoración: bastante recomendable
Quizás un día haya que abrir un debate sobre algo así como los plazos de caducidad de cierta narrativa, debate que, conforme nos acercamos a los tiempos presentes absolutamente (sí, en cierta parte del planeta) condicionados por al avasallador avance de la tecnología y su irreversible penetración en tiempo real en las vidas de la gente, se hace más y más perentorio. Y no me refiero a aberraciones como hacer una novela basada en diálogos de Whatsapp o los hasta ahora fallidos intentos de integrar fe literaria, creatividad y presencia masiva en redes sociales. Quizás es algo más sutil e incluso comporte cierta contradicción respecto a la vieja esencia literaria: la de transportarnos a otras situaciones, otras épocas, otros lugares. Podría aludir a algunas experiencias personales: leer las primeras novelas (por ejemplo, Less than zero) de Easton Ellis hoy me hace sentir algo extraño. Los excesos lisérgicos de las novelas de los 70 (que atraviesan desde Burroughs a Kerouac o Pynchon) hoy nos parecen de la Edad de Piedra.
Veronica es una novela notable, pero sus dos faros de referencia son por una parte el negocio de la moda y las modelos y por otra el terrible impacto del SIDA a finales del siglo pasado. No exactamente dos asuntos que hayan quedado atrás pero a los que la realidad ha aportado marcados matices, e igual que ya no estamos en los noventa en que las modelos de la época (las Crawford, Campbell, Christensen, Evangelista) se habían convertido en íconos pop en un mundo sobrecalentado de consumo, lujo y excesos, los avances de la medicina han aportado esperanza a los portadores del VIH. Dos décadas han obrado esos cambios y la perspectiva del momento de la novela ha cambiado de tal manera que cuesta asociarla incluso a algo posible. Alison nos narra su historia, la de una joven que asiste a su decadencia física, que se ha resignado a que su atractivo físico se ha desvanecido y, enmedio de un desordenado acceso a sus recuerdos, evoca su amistad con Veronica, evocación llena de confusión y ambigüedad y sin posibilidad de contraste, pues Veronica falleció por el SIDA y la propia Alison se encuentra gravemente enferma como consecuencia de las adicciones que mantuvo en su carrera como modelo. Es curioso que esa figura, el convaleciente o incluso agonizante que accede a un confuso flash-back de su trayectoria vital me recuerde tanto a una lectura reciente (Los abandonos) como al difícil Nocturno de Chile de Bolaño.
Gaitskill reviste a Alison de una personalidad propia de esa época, haciéndola oscilar desde la extraña indiferenciaa de quienes se encuentran el mundo en la palma de la mano apenas en la veintena y el desencanto lógico tras una vida de excesos y vacuidad. Veronica, la amiga mayor y de extraña relación se convierte en una especie de reflejo desenfocado. Hasta cierto punto, una puesta en largo de cualquiera de los protagonistas de sus relatos casi marginales de Mal comportamiento, una especie de precuela de esta novela que desprende una tenue pero persistente desazón.
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