Año de publicación: 2023
Valoración: Decepcionante
Ahora mismo es posible que un porcentaje de ciudadanos mayor del habitual sea capaz de situar Yemen en el mapa, gracias a que desde allí se han lanzado algunos ataques a buques que navegan por el estrecho de Bab el-Mandeb y se disparan misiles que viajan dos mil kilómetros al norte. Porque por lo demás es un país prácticamente desconocido fuera del mundo árabe, un territorio en el que apenas se adentran un puñado muy pequeño de viajeros alérgicos al turismo convencional. Por lo que cuenta este libro, los romanos lo llamaban Arabia felix, y esa lírica (y quién sabe si descriptiva) denominación es la que sirve de título.
Javier Puga Llopis es un diplomático que con treinta años es destinado a la embajada española en aquel país, y ofrece un relato de la experiencia: interesante, un joven más o menos inexperto enviado a un lugar exótico, además en los tiempos turbulentos de las Primaveras árabes. Sobre la convulsión política de aquel periodo (recordemos, Túnez, Libia, Egipto, después Siria) se extiende bastante el autor, así como sobre cuestiones colaterales y de carácter más personal, de manera que el libro no tiene un desarrollo cronológico claro ni parece pretender un análisis muy definido o sistemático del país, sus gentes, sus paisajes, su realidad social. Digamos que es un híbrido que coge pie en la situación y a partir de ahí vuela libre. Bien, si eso fuese todo estaríamos hablando de un libro discreto, que sin suscitar entusiasmo no deja de tener un cierto interés. Pero hay otros problemas.
Por lo visto nadie le ha dicho a Javier Puga que en un libro los adornos, del tipo que sean, tienen que ser muy medidos y, en caso de duda, es mejor prescindir de ellos que sobrecargar el texto con cultismos, ironías sutiles, citas, metáforas y, sobre todo, extranjerismos. Que ya suponemos que los funcionarios del Servicio Exterior del Estado manejarán con soltura unos cuantos idiomas, pero tampoco es necesario colocar en cada página varias palabras en francés (ya, el idioma de la diplomacia), inglés y, dado el contexto, por supuesto árabe. Y por qué no, unos cuantos latinajos aquí y allá que aportan mucha aura. Ni tampoco es aconsejable, me parece a mí, abusar de lirismo o buscar a cada palabra su sinónimo elegante y a cada frase su versión ingeniosa (rebuscada) para deslumbrar no se sabe a quién.
Si todo esto se presenta en un libro que no es de ficción, la cosa empeora aún más, y esa prosa sobresaturada de tropos y exhibiciones de erudición se convierte en algo pretencioso y pedante que no necesita de muchas páginas para empachar al lector. Lamentablemente es lo que ocurre con Arabia feliz porque, aun admitiendo que sea un libro que quiere desbordar los corsés de género literario (ensayo-libro de viajes-autobiografía), la licencia que entiendo se le puede conceder al autor para manejar los recursos no puede ser ilimitada, y en este caso desborda por completo lo admisible, incluso lo soportable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario