martes, 1 de octubre de 2024

Giorgio de Maria: Los veinte días de Turín

Idioma original: Italiano
Título original: Le venti giornate di Torino: Inchiesta di fine secolo 
Traducción: Óscar Mariscal
Año de publicación: 1977
Valoración: Recomendable (con matices)

Los veinte días de Turín estaba destinada a gustarme. En primer lugar, porque contiene muchos de los ingredientes que me atraen de una ficción: toques fantásticos y terroríficos, sucesos extraños, una atmósfera misteriosa y un tono angustioso, entre otros. También porque su factura, deliberadamente etérea, recuerda a la de algunos de mis autores predilectos: Robert Aickman, Algernon Blackwood o Walter de la Mare, por ejemplo.

Narra la investigación emprendida por un protagonista anónimo para esclarecer qué fue lo que sucedió diez años atrás en Turín. Y es que del 2 al 22 de julio, los conocidos como «veinte días», hubo una epidemia de insomnio que impulsaba a la gente a deambular abstraídamente por calles y plazas, ocurrieron sangrientas matanzas, se escucharon ruidos escalofriantes, el aire olía a vinagre, etc...

El protagonista pronto comprende que su empresa será harto difícil. Al parecer, los testigos de los «veinte días» no quieren hablar del tema, o no retuvieron gran cosa; las autoridades, por su parte, están empeñadas en ocultar información y enterrar lo sucedido; y unos sombríos antagonistas acosan y amenazan a quienes persiguen la verdad.

Así pues, en Los veinte días de Turín hay fuerzas oscuras de magnitudes desconocidas, conspiraciones y mucha paranoia (tanto individual como colectiva). También hay interesantísimos aromas kafkianos (los guardias del sótano, el clímax) y borgianos (la biblioteca que recopilaba diarios con confesiones íntimas de turineses).

Recomiendo la novela por la sutil aproximación al horror que esgrime (emparentada con la de Los sauces del anteriormente mencionado Blackwood o la de El Gran Miedo en la montaña de Charles-Ferdinand Ramuz), el desasosiego que provoca, su aterrador clímax (que me recordó vagamente al de El proceso de Franz Kafka) y la plasticidad de su imaginería siniestra.

Admito, eso sí, que no todos sus enigmas presentan el mismo nivel de sofisticación. Algunos, además, se antojan forzadamente interconectados o tramposos en su planteamiento. Sea como sea, balancea correctamente el dar explicaciones al lector sin pecar de obvio o sacrificar parte del misterio. La prueba es el críptico diálogo que mantienen el narrador y el abogado Segre hacia el final de la historia.
 
Resumiendo: Los veinte días de Turín es una joyita tan breve como intensa. Aunque inferior a propuestas similares, seguro que os seduce si, como yo, gustáis de la literatura de terror condimentada con misterios inexplicables, elementos extraños y mucha sutileza. 

La edición de Hermida es la primera que se hace de la obra en español. Tiene una ilustración de cubierta (creo que la misma que la publicación en italiano del 1977) extremadamente pertinente, no sólo por lo ominosa y perturbadora que resulta. 

Ah, la traducción de Oscar Mariscal hace justicia al texto original, aunque para mi gusto abusa demasiado de la palabra «verbigracia», la cual se me antoja forzada incluso para el registro culto y solemne por el que opta la novela.