Año de publicación: 1970
Valoración: Bastante recomendable
Paso la última de las 499 páginas (incluyendo ciento y pico con una de las exhaustivas y terribles introducciones de Cátedra, de la que luego hablaré) con la sensación de haber leído un muy buen libro, al que habrá que ponerle algunos matices. Diría más, un gran libro, un trabajo admirable lo mires por donde lo mires, serio, concienzudo, técnicamente quizá perfecto. Empezando por el hermosísimo título tomado del Libro de Esther, con ese plural algo disonante que transmite una especie de ligera inquietud. Siguiendo por el tema, algo bastante insólito en la literatura castellana, las vicisitudes de una comunidad protestante asentada en un pequeño pueblo de León.
Centrémonos ahí, de momento. Los evangélicos –protestantes, así, grosso modo- forman en España un colectivo minúsculo promovido sobre todo por algunos ingleses llegados por distintos motivos. La mayoría se ubican en las grandes ciudades pero en zonas rurales hay pequeños grupúsculos que funcionan de forma independiente, a veces una sola familia o algún individuo aislado que mantiene sus creencias contra viento y marea. Los que describe Fernández Santos se encuentran desde finales del siglo XIX en algún lugar de León, un pequeño pueblo en el que se puede uno imaginar que la cosa no pinta fácil. La omnipresente Iglesia católica (´los romanos’) impregna la vida social de arriba abajo, y los vecinos observan a los Hermanos con recelo y hasta cierto miedo (Delibes escribió El hereje muchos años más tarde, con un enfoque bastante distinto). De manera que la sensación más patente y, con el tiempo, más angustiosa, es la del aislamiento de ese puñado de fieles, que es como una isla dentro del pueblo, en una doble dirección: porque nadie les quiere cerca, y porque ellos tampoco quieren contacto con ‘los del mundo’. Gente cuya vida transcurre entre la oración, las reuniones y severas costumbres donde domina el conservadurismo más estricto.
Aunque no de forma lineal, el ámbito temporal del relato abarca desde la creación de esa comunidad hasta la misma fecha de publicación del libro, es decir, casi un siglo, durante el cual el grupo tiene ciertos momentos de alivio (la entrevista con Cánovas para levantar la capilla, la República), aunque lo normal será vivir bajo todo tipo de cortapisas legales y sociales, especialmente durante el franquismo. Una ligera apertura llega con la Ley de Asociaciones, creo que de 1964, aunque la tendencia a la atomización, las desavenencias entre diversas ramas (sobre todo, con los Testigos) y el rechazo a verse ‘laicizados’ impiden prácticamente cualquier progreso real. La comunidad continúa aislada, enroscada sobre sí misma, también afectada por la creciente indiferencia que el entorno muestra hacia cualquier tipo de religión. La sociedad cambia, camina hacia la secularización, y los Hermanos parecen cada vez más encerrados en su círculo.
Esa sensación de asfixia, muy bien transmitida a través de los personajes, la atmósfera oscura, el agotamiento de una fe que parece consumirse en sí misma, genera grietas dolorosas entre los miembros de la comunidad, que apenas asoman al exterior se ven tentados por ese mundo cada vez más libre de las ataduras de normas estrictas y perímetros insuperables. Por ahí, entre dudas existenciales y la tragedia de abandonar lo aprendido y vivido, se va fraguando el hundimiento de aquellas ilusiones iniciales y el camino inexorable hacia su extinción.
El libro podría caber sin problema en el hoy denostado concepto de novela histórica, pero creo que va un paso más allá. Es más bien una recreación, basada con mucho rigor en personajes y localizaciones reales (lo explica con detalle la introducción), pero por la profundidad que alcanza en el análisis yo diría que es más bien un ensayo novelado, un auténtico tratado sobre la evolución y circunstancias de estos grupos evangélicos en la España de finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX. Solo el último tramo del relato adquiere un tono decididamente narrativo y la ficción termina prevaleciendo.
Decía al principio que me parece un muy buen libro. Desde el punto de vista literario, se ve un relato muy trabajado, con un subtexto cuajado de metáforas (siempre el páramo, la tapia, los muros, el aislamiento desde dentro y desde fuera, el invierno que debilita la fe), pluralidad de puntos de vista (monólogos de distintos personajes, el relato de un reportero, cartas y documentos) y una sucesión de secuencias, con saltos temporales y de localización muy medidos, de aspecto claramente cinematográfico. En definitiva, una estructura a la que se pueden poner muy pocas pegas como no sea una prosa a veces algo abrupta que contrasta con una indudable capacidad descriptiva.
Y los matices. Pues con todo esto, reconozco que el libro se me ha hecho bastante largo. Puede que sea el ritmo algo moroso, quizá algo anticuado, donde pesa demasiado la voluntad de tocar todos los temas y entrar en todos los detalles. Tal vez uno se ha acostumbrado a un tipo de relato más dinámico, que haga sentir el avance de la narración, y el Libro de las memorias…, salvo en su parte final, no termina de coger el paso, y eso a pesar de la naturalidad con que la acción se mueve de una secuencia a otra, con cambios de perspectiva, de voz y de época. Todo parece insuficiente para transmitir vigor a la lectura, de manera que, aunque esa atmósfera pesada y aplastante puede acompañar muy adecuadamente al cuerpo de la narración (la soledad, la endogamia, el sometimiento a normas posiblemente castrantes), el libro se puede indigestar a un lector poco habituado a (o poco amigo de) páginas que pasan muy lentamente.
ATENCIÓN: Si se decide usted por esta edición de Cátedra debe tener muy en cuenta algunas cosas. La introducción, como apunté al principio, reúne todas las características propias de estas ediciones: más de cien páginas con todo tipo de datos sobre el objeto del relato, historia de estas colectividades protestantes, paralelismo con los personajes reales, análisis pormenorizado de cada detalle del libro. Es interesante leerlo para ponerse en situación. Pero, como también es marca de la casa, el relato cuenta con numerosas notas a pie de página. En general me parecen prescindibles, pero sobre todo, deje usted de leerlas cuando falten unas cien páginas para el final. HAY VARIOS ESPOILERS INTOLERABLES (y además repetidos) que echan por tierra lo más llamativo del desenlace. No entiendo qué editor puede pasar por semejante disparate.
También de Jesús Fernández Santos en ULAD: Extramuros
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