viernes, 12 de marzo de 2021

Henry Miller: Una pesadilla con aire acondicionado

 Idioma original: inglés

Título original: The Air-conditioned Nightmare

Traducción: José Luis Piquero

Año de publicación: 1945

Valoración: Entre recomendable y Está bien


Henry Miller se había ido a Europa, a Paris concretamente, a lo mismo que cientos de artistas de todos los géneros, a vivir en el cogollo del arte, donde todo se gestaba, donde las vanguardias eran siempre bienvenidas, la creatividad se respiraba en cada café, en cada pensión de mala muerte. Pero los tiempos dejaron de ser propicios y la guerra llamaba a las puertas, así que decidió volver a los Estados Unidos para materializar una idea que le llevaba tiempo rondando: un largo viaje por su país natal para explorar su realidad y trasladarla a un libro. Lo hace allá por 1941, todavía antes de Pearl Harbour, y el libro es el resultado del periplo.

Parece indudable que Miller ya inicia la aventura con prejuicios muy sólidos. El hombre llega seguramente tan fascinado por el viejo continente que acaba de dejar,  tan predispuesto a encontrarse algo abominable, que lo larga en el primer y más descriptivo capítulo titulado ¡Buenas noticias! ¡Dios es amor! Son horribles las ciudades (en particular, Nueva York, donde nació) pero también las localidades más pequeñas, es un mundo impersonal, cegado por la ambición y el consumismo, un lugar íntegramente dominado por la vulgaridad: 

“Tenemos un gusto arquitectónico que se acerca al punto de la inexistencia tanto como es posible. En las diez mil millas que he recorrido hasta ahora, he conocido dos ciudades que poseen barrios merecedores de echarles un segundo vistazo: me refiero a Charleston y a Nueva Orleans. El resto de ciudades, pueblos y villas por los que he pasado espero no volver a verlos en toda mi vida"

No solo en el aspecto externo. El puritanismo y la obsesión por las comodidades y las posesiones materiales ha degradado hasta tal punto al norteamericano que todo ha dejado de importar: la educación, el arte, la pobreza, la democracia misma. Es una sociedad enferma que inevitablemente compara con la Europa que acaba de dejar, cargada de historia, de joyas arquitectónicas, de ideales, de explosiva creatividad. 

Sin embargo, este potente arranque del libro, que a veces se coloca como extracto significativo, no agota la narración, porque el viaje continúa y Miller, que parece haberse desahogado suficientemente, recorre el sur del país en un viejo Buick destartalado. El formato hace inevitable el recuerdo de Kerouac, aunque En el camino se escribió unos cuantos años más tarde, y las similitudes no van mucho más allá del carácter itinerante y el entorno geográfico. Olvidándose un tanto de las ciudades y sus aberraciones, Miller se va deteniendo a conocer a diversos personajes, siempre relacionados con las artes o el pensamiento, tipos más o menos extravagantes que suscitan su entusiasmo, como un tal Weeks Hall (que recuerda vagamente al Canterel de Raymond Roussel), el cirujano-pintor Souchon, o el músico Edgar Varèse. Individuos aislados que parecen conservar el espíritu que Miller echa de menos en el alma del país, que de alguna manera trascienden ese mundo materialista del que reniega y conectan con el equipaje mental que trae del viejo mundo. Siempre en el sur, donde el autor parece encontrar restos de las antiguas esencias perdidas desde la victoria del Norte en la guerra, el poso de formas aristocráticas, la vida a un ritmo pausado deleitándose en el detalle, el buen gusto ligeramente decadente, las plantaciones de tabaco y algodón. 

Los encuentros con estos personajes hacen florecer cierto impulso filosófico que muestra a un Miller vital, a veces atronador, siempre sincero y también reflexivo, sensible ante la injusticia (la desigualdad y la pobreza, la segregación de negros e indios, el menosprecio hacia el artista) y con un espíritu irreductible: 

“A los dieciocho años era tan filósofo como lo seré siempre. Un anarquista de corazón, un espíritu no gregario, un independiente y un filibustero. Amistades sólidas, odios sólidos, desprecio de todo lo tibio, de toda componenda.”

Pero también con un profundo sentido de la estética que se expresa con generosidad al contemplar el Gran Cañón del Colorado, al que dedica bellísimas descripciones, aunque no por ello deja pasar la oportunidad de remachar ‘Por qué será que en América las grandes obras de arte son todas obra de la Naturaleza?’ 

Como el libro es sobre todo un híbrido en el que cabe todo, tiene momentos para cosas muy diversas como la narración, con tintes surrealistas, de un sueño a propósito de la ciudad de Mobile (solamente a partir de su toponimia), los desternillantes relatos de sus penalidades en la carretera o de una cena de alto copete en Hollywood, o la versión dramatizada de una hipotética charla entre el interesante acuarelista John Marin y su mentor Alfred Stieglitz. De manera que el Miller cronista deja amplio espacio al escritor deseoso de expresarse libremente en distintas direcciones.

Queda la sensación de que aquel comienzo incendiario del libro pudiera no ser totalmente representativo de las convicciones del autor. Quizá era solo producto del shock por haber dejado la Europa ilustrada en la que creció como escritor y tal vez enfrentarse a algunos de sus fantasmas personales. Porque aunque de entrada nos topemos con algo parecido al dolor por una patria decepcionante (a este lado del charco resonarían ecos de la generación del 98), da la sensación de que poco a poco Miller se va sintiendo menos incómodo y empieza a encontrar argumentos para detestar en menor medida o con menos vehemencia el país al que regresa.

Otras obras de Henry Miller en ULADTrópico de Cáncer


3 comentarios:

1984 dijo...

Henry Miller, el de los trópicos: es casi un tópico. Y los dos trópicos están verdaderamente muy bien, con su celebración torrencial y orgiástica del sexo como manantial de belleza, fuerza y optimismo. El sexo para Miller es la fuerza más positiva que existe porque implica vida (hay que tener en cuenta que muchos americanos de la generación de Henry Miller se criaron en ambientes intensamente represivos y puritanos). De ahí quizás su hostilidad manifiesta contra las civilizaciones excesivamente formalistas que él consideraba como represivas, artificiales y deshumanizadoras. A Henry Miller no le gustaba nada, aunque quizá fuera también su pose de artista, el mundo norteamericano utilitarista, conformista y burgués. Es esta una postura romántica o neorromántica, que busca en la naturaleza, o en una versión ingenua e idealizada del pasado, los paraísos perdidos. Es revelador que Miller prefiera la parte de los EEUU que tiene "más" historia, que se asemeja más a la vieja Europa, con sus costumbres más libres, alejadas de ese hosco y sombrío puritanismo que está en el corazón de los EEUU. El romanticismo tardío con su búsqueda de una vida más auténtica (y por lo tanto más real, aunque, paradójicamente, esta búsqueda de la veracidad está impregnada de idealismo), conecta a Henry Miller con los beatniks, los hippies y como muy bien se indica hasta con la mismísima generación del 98.

Creo que complementario de esta pesadilla con aire acondicionado es "El coloso de Marusi." La pesadilla de Henry Miller está simbolizada en Nueva York, la metrópoli opresivay ciega de cemento, hierro y cristal: el infierno moderno; lo contrario sería el mundo griego, representado por el coloso, luminoso, ancestral y puro, con sus arroyos cristalinos en donde chapotean ninfas y acecha el sátiro burlón (=sexo), islas homéricas cargadas de historia, olivos plateados de polvo de siglos y aldeas tan blancas que hieren la vista con un fondo azul de mar o cielo. Vamos: el paraíso.

Saludos cordiales.

Encanto dijo...

Hola, muy buena reseña. Gracias por recordarme ciertos aspectos de la obra que había olvidado.

Carlos Andia dijo...

Gracias a ti, Encanto, por visitarnos.

Un saludo.