sábado, 3 de mayo de 2014
Miguel Delibes: La mortaja
Año de publicación: 1970
Valoración: Recomendable
Pues sí, me ha dado por leer literatura española de mediados de siglo XX, qué pasa: Cela, Goytisolo y ahora Delibes. Una visita a casa de mis padres, robo (perdón, "cojo prestados") cuatro o cinco libros, y el resultado es este. La verdad es que hay poco que se pueda añadir sobre Delibes a estas alturas: hemos reseñado ya bastantes de sus libros (pero no, incomprensiblemente, Los santos inocentes) y es un autor de sobra conocido por todos. Yo mismo tuve, en mis tiempos mozos, una altura en la que devoraba sus libros, y los de Cela, y los de Buero Vallejo...
Si todavía queda alguien en este planeta que no conozca a Delibes, puede empezar a conocerle con este libro, La mortaja, una recopilación de cuentos escritos entre 1948 y 1963. En estos relatos, está todo Delibes: el más crudamente realista en "La mortaja", el humorístico en "El amor propio de Juanito Osuna" o el más tierno (sí, a veces Delibes puede ser tierno) de "El patio de vecindad". La técnica de "El amor propio..." recuerda, como recuerda en el prólogo Miguel Ángel Pastor, al largo monólogo de Cinco horas con Mario, mientras que algunos personajes, como el cazador de "La perra", muestran rasgos que se repetirán en Los Santos Inocentes.
El Delibes más conocido (aunque no es el único) es el del primer relato, que es también el más extenso y el que da título al volumen: "La mortaja". En él un niño (los niños son a menudo protagonistas en las ficciones de Delibes) debe enfrentarse a la repentina muerte de su padre, lo que implica enfrentarse a sus propios miedos y reconocer, por primera vez, cómo funciona de verdad el mundo. Es sin duda el relato de mayor calado, y también el más redondo del volumen: otros se quedan en simples esbozos de personajes, siempre creados con mano maestra, pero con menos hondura que en el caso del primer texto.
No sé si ya lo he dicho en alguna otra reseña de Delibes, o de otro autor: a veces me cuesta juzgar a estos escritores como si fueran desconocidos para mí. Los tengo tan metidos en la memoria personal, y han sido tan glorificados por la crítica española, que me cuesta leerlos con cierta distancia y crearme una opinión propia. Como lector, he disfrutado de algunos relatos de "La mortaja"; pero no sé si es un libro que recomendaría así, en seco, si no fuera porque sé que su autor es Delibes.
Esto no me pasa, por ejemplo, con Los santos inocentes, que me parece un novelón; por eso no me explico que todavía no lo hayamos reseñado...
También de Miguel Delibes: El disputado voto del señor Cayo, La hoja roja, Diario de un jubilado, La sombra del ciprés es alargada, Cinco horas con Mario, El príncipe destronado, entrada in memoriam tras su fallecimiento
sábado, 17 de octubre de 2020
Miguel Delibes: El camino
Idioma original: Español
Año de publicación: 1950
Valoración: Muy recomendable alto
Publicada en 1950, cuando Delibes contaba únicamente con 30 años, "El camino" es una novela dotada de una belleza sencilla, emparentada en cierta forma con el neorrealismo italiano y con la novela existencialista, en la que un suceso tan "nimio" como la partida de Daniel, el Mochuelo, de su valle natal a la ciudad con el fin de "progresar" es el punto de partida para una historia en la que se alternan dos tiempos y varias posibles lecturas.
Los tiempos serían el presente constituido por la noche previa a la partida y el pasado formado por los recuerdos, imágenes y sensaciones que las historias de los vecinos de la aldea dejan en Daniel. Así, pasado y presente aparecen unidos en lo que puede y debe ser leído como novela de formación ("los grandes raramente se percatan del dolor acerbo y sutil de los pequeños", "el poder de decisión le llega a un hombre cuando ya no le hace falta para nada"...), pero también como retrato costumbrista de la España rural de la posguerra, como novela social "en ciernes" o anunciadora de las posteriores "Las ratas" o "Los santos inocentes", como novela picaresca, etc.
Más allá de estas posibles lecturas, varios son los aspectos que destacaría de la novela:
- La elección de narrador omnisciente. No es infrecuente el uso de la primera persona en este tipo de narraciones protagonizadas por niños, pese a que el riesgo de caer en "impostura" es grande. Aquí Delibes opta por la tercera persona para la reconstrucción, desde la óptica de Daniel, de la historia del valle y de la vida del propio Daniel. Con esto consigue, al mismo tiempo, transmitir veracidad y cercanía.
- El final de la inocencia, magníficamente dibujados a través de los sucesivos descubrimientos que, voluntariamente o no, realiza Daniel.
- Los personajes. "El camino" es, por encima de todo, una novela de personajes (como tantas otras de Delibes, por otro lado). Y no solo Daniel, el Mochuelo, con su desasosiego cósmico, o Roque, el Moñigo, o Germán, el Tiñoso, sino que los secundarios también contribuyen a la creación de ese pequeño mundo a escala que es el valle.
- La representación del mundo rural. El riesgo de caer en la idealización de la infancia y de su mundo es evidente, pero Delibes lo esquiva presentando un mundo rural lleno de claroscuros. Pese a que las descripciones de paisajes sí que transmiten la sensación de "Arcadia feliz", los personajes y situaciones reflejan la variedad de sentimientos, virtudes y defectos que podemos ver en cualquier persona, lugar y tiempo, lo que hace de "El camino" una novela atemporal.
- Novela sensorial. Por todos es conocido el amor de Delibes por la naturaleza, lo que se traduce en que "El camino" sea una novela con olor a heno, a hierba recién cortada, a moñiga, etc.
- Last but no least, el humor y la ironía. Creo que este es uno de los aspectos más sorprendentes de la novela. Y es que el comienzo de la novela no parece presagiar nada similar, pero muchos de los personajes y situaciones tienen un punto entre lo trágico, lo cómico y pícaro. Sirven de ejemplo las travesuras de los capítulos XIV y XV o las andanzas de las Guindillas, de Quino, el Manco y demás.
martes, 3 de junio de 2025
Miguel Delibes: Las guerras de nuestros antepasados
Año de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable
Miguel Delibes tiene unas cuantas reseñas en este blog, con algunas valoraciones muy positivas y otras no tanto, un poco de todo. En el comentario a una de esas entradas dije algo así como que no era uno de mis autores favoritos, y es cierto, quizá porque en la pequeña parte de su obra que conozco pesaba, en mi opinión en exceso, el elemento rural. Que es cierto que Delibes describe como pocos el paisaje castellano, y tiene una capacidad inigualable para entender a personajes muy pegados a la tierra, gentes sencillas del campo cuyo lenguaje, y diríamos cuya alma, traslada a las páginas de sus libros, siempre desde la ternura y una pizca de humor. Pero, aun admitiendo sus virtudes, personalmente el apego a ese mundo me resultaba más bien poco atractivo.
Pues he aquí que Las guerras de nuestros antepasados nos sitúa de nuevo, en plan inmersión total, en ese entorno, con sus peleas entre aldeas vecinas, y los trabajos en frutales y colmenas. Pero no solo estamos en el mundo rural sino también en una atmósfera fuertemente arcaica en la que el protagonismo lo tienen los varones que personifican las tres generaciones de una misma familia. El bisabuelo, el abuelo y el padre, todos cortados por el mismo patrón, cuya referencia fundamental son las guerras que tocó vivir a cada uno: la Carlista, la de África y la Guerra civil. Se supone que todo hombre, antes o después, tiene (o debe tener) su guerra, en la que debe mostrar su valor a base clavar la bayoneta o, en su defecto, derribando enemigos a tiros. El problema es que la saga continúa por el lado masculino en un joven muy metafóricamente llamado Pacífico. Este chico no solo ha absorbido las enseñanzas de su tío Paco (observar la naturaleza, detectar el diferente lenguaje de los ríos, desentenderse de las pugnas aldeanas), sino que desde pequeño muestra una sensibilidad fuera de lo común: siente dolor en los dedos cuando se poda un árbol, o en la garganta cuando se pesca una trucha.
Delibes ya nos ha presentado el cuadro básico del relato, el contraste entre la barbarie primitiva y algo que, más que con la modernidad, tiene que ver con la humanidad, una forma diferente de ver el mundo y moverse por él. Otros personajes intervendrán en esa dicotomía, aunque no todo va a ser tan lineal como podría pensarse, y con la misma habilidad con que se ha presentado el conflicto Delibes conduce la narración por caminos no exentos de contradicciones, porque en el mismo personaje en que brota esa sensibilidad exacerbada surge de improviso una frialdad insospechada en momentos clave. Quizá porque en el fondo la sangre familiar termina imponiendo su sello.
El formato utilizado es también un elemento fundamental: al exponerse la historia a través de una especie de entrevista a la que un psiquiatra penitenciario somete a Pacífico, el autor consigue varios objetivos. El primero, liberar al personaje principal para que pueda expresarse sin cortapisas en su lenguaje coloquial, de pueblo, con todos los registros que Delibes domina a la perfección, un efecto que difícilmente se conseguiría con un narrador omniscente, y que resultaría poco creíble en una confesión o en unas memorias, donde seguro perdería la frescura y la espontaneidad. Pero además permite otros logros interesantes, como jugar con el contraste con el lenguaje más culto y urbano del médico entrevistador, o abrir hueco a pequeños cortocircuitos en la comunicación y brotes de humor que dan a la relato vivacidad y subrayan la distancia entre los dos mundos que representan los interlocutores.
Episodios sorprendentes como el manzano que da frutos en invierno, el suicidio de un jabalí, la lluvia de ostias (sagradas) alrededor de la abuela mística, o el fusilamiento ritual de un perro bordean en ocasiones el realismo mágico, como la disparatada fuga de un penal parece parodiar, sin perder dramatismo, cierta literatura carcelaria. Muchos elementos, reunidos y mezclados con suma destreza, que dan lugar a un libro realmente sobresaliente que, al menos a mí, me ha llevado a valorar a Delibes unos cuantos escalones por encima de mis posiciones iniciales.
Otras obras de Miguel Delibes reseñadas en ULAD: aquí
lunes, 24 de octubre de 2011
Miguel Delibes: El disputado voto del señor Cayo

Año de publicación: 1978
Valoración: se deja leer
Antes siquiera de empezar a leer esta novela, ya tenía en mi cabeza un boceto de la reseña que iba a escribir: "Miguel Delibes, crítica a la política, humor y sarcasmo, ataque a la voracidad de los políticos, plena actualidad, maestro, genial, espléndido". Pero por una vez, y creo que es la única por ahora, el bueno de Delibes me ha decepcionado, y no puedo escribir esa reseña que tenía pensado escribir.
Porque el problema es que aquí a Delibes se le ve demasiado el plumero: que ha escrito una "novela de tesis" con todas las de la ley. Y la tesis, que uno de los personajes llega a formular explícitamente, sería: "la gente de campo es verdaderamente sabia; la gente de ciudad (sobre todo los jóvenes) no saben nada, o lo que saben no es verdaderamente importante". Y para defender esta tesis, Delibes crea los personajes que le hacen falta, puros estereotipos esquemáticos y descarnados: Rafa, el joven pagado de sí mismo, insensible a la belleza de lo natural; Víctor, algo mayor, un auténtico gentleman capaz de derramar lágrimas de placer ante una ermita prerrománica o un paisaje bien puesto; y Laly, la femme feminista, también sensible pero sobre todo independiente. Su contraste con el señor Cayo, paciente, estoico y casi místico, se refleja incluso en el lenguaje: variado y rico en matices léxicos el del campesino; repetitivo y vulgar el de los jóvenes de ciudad.
Por lo tanto la crítica fundamental no se dirige, como yo pensaba, contra los políticos que se preocupan más por obtener el "disputado voto del señor Cayo", sino en general contra los "intelectuales" urbanitas que han perdido toda conexión con la naturaleza. Sí, algo de crítica hay, especialmente contra los nostálgicos del franquismo en el contexto de aquellas primeras elecciones democráticas de 1977, caricaturizados como matones de tres al cuarto; o contra los aparatos del partido, representados por Dani, obsesionados con la imagen y con la victoria. Pero son críticas de poca hondura, y sobre todo se nota que no es lo que a Delibes le preocupa.
No quiero decir que no me haya gustado la novela porque no esté de acuerdo con su tesis (aunque no estoy de acuerdo con su tesis); sino que me parece que, a las alturas en las que la escribió, un Miguel Delibes ya maduro debería haber sabido plasmarla narrativamente de una manera menos maniquea, menos burda. En fin, una decepción.
Otras obras de Miguel Delibes en ULAD: Aquí, entrada in memoriam tras su fallecimiento
martes, 3 de septiembre de 2019
Miguel Delibes: El príncipe destronado

Año de publicación: 1973
Valoración: Está bien
Estamos frente a una historia de corte realista, centrada tanto en la psicología de los personajes como en la descripción de las costumbres, los roles familiares y la sociedad de la época. En estas páginas, Delibes retrata la España de los sesenta; una España dividida, desigual e hipócrita.
El príncipe destronado es una novela con un formato colindante al de un texto dramático. La acción se desarrolla casi en su totalidad en un único escenario (la casa de una familia adinerada) y en una cronología lineal (cada capítulo es una hora). Hay muchos diálogos y la mayoría de las situaciones son ilustrativas, en vez de evocadoras.
- Se lee en un santiamén, debido a su brevedad y a la amenidad de su prosa.
- Sus ramalazos de humor son absolutamente hilarantes. Pienso especialmente en todos los equívocos que provoca la ingenuidad del protagonista.
- Delibes consigue imprimir verosimilitud a la voz de Quico. No todos los escritores logran hacer creíble a un personaje de esta edad. Además, el autor se mantiene fiel en todo momento al punto de vista elegido. Para ello emplea recursos estilísticos de diversa índole, como la elipsis o la enumeración, que enriquecen la narración.
- Delibes se mueve con soltura en varios registros, incluso en aquellos próximos al lenguaje coloquial o hasta vulgar.
- Algunos de los temas que Delibes aborda tangencialmente en este libro (los claroscuros de la infancia, la superstición, la guerra civil española, la infelicidad conyugal, la infidelidad o el machismo) son presentados desde una perspectiva muy interesante, aunque no se exploren en profundidad.
- Su planteamiento es interesante en un inicio, pero no tarda en desinflarse. A fin de cuentas, detallar los pormenores de un día entero implica que habrá momentos redundantes o poco sustanciosos en lo que se está relatando.
- Delibes nos grita a la cara el porqué del título. Lo podría haber sugerido, en vez de evidenciado. Y, puestos a decirnóslo, con una vez era suficiente. Menos mal que en el manejo de temas no se ha mostrado igual de "sutil".
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Miguel Delibes: Diario de un jubilado

Fecha de publicación: 1995
Valoración: Recomendable
Este 2010 nos han dejado varios escritores fundamentales (Saramago, Salinger, Sillitoe...), pero quizás el más señalado de todos, al menos en el ámbito de las letras hispánicas, haya sido Miguel Delibes, candidato casi perpetuo al Premio Nobel, y que quizás nunca lo ganó porque lo había ganado Camilo José Cela (un escritor de una época parecida, aunque de un estilo y de un talante muy diferentes). En fin, que no está mal terminar (casi) el año recordando una vez más a uno de los grandes narradores españoles del siglo XX, aunque sea con una de sus obras menores.
Cuando estaba leyendo Diario de un jubilado (que por cierto, me entero gracias a la contraportada, es continuación de Diario de un cazador y Diario de un emigrante), se me ocurrió pensar que es, en muchos sentidos, una novela humilde. Es decir, una novela que no aspira a ser una obra maestra, sino a cumplir con eficiencia su misión. Me explico: Miguel Delibes en esta obra no se recrea en el estilo (casi nunca lo hace) sino que deja hablar al protagonista a través de un diario áspero, lleno de expresiones coloquiales o vulgares ("me giba", "toma del frasco", "la parienta", "le canta el alerón" y similares); tampoco el personaje principal es especialmente atractivo, ni especialmente original: un jubilado algo amargado, malhablado y libidinoso, aburrido de la vida y de sí mismo, aunque más abierto de mente que su "parienta".
Pero precisamente lo que hace que esta sea una buena novela (quizás no una gran novela, pero una muy buena, sin duda) es que todo encaja, todo tiene sentido y es verosímil -no diría que realista-: si un pensionista de provincias se pusiera a escribir un diario sobre su vida con su mujer, sus amigos de la partida de cartas, y sobre ese poeta grandilocuente y egocéntrico al que le sirve de lazarillo, probablemente sonaría como algo muy parecido a lo que Delibes nos ofrece, hablaría de las cartas que envía al Un, dos, tres y a El precio justo, de la relación de su hija con un señor con pendientes, o de lo espabilado que ha salido su sobrino, en contra de lo esperado.
Por otra parte, y teniendo en cuenta que esta novela Delibes la escribió ya en la tercera edad, resulta entretenido preguntarse cuánto de él puede haber en Lorenzo, o en el poeta (también de cierta edad) que se lamenta por no haber vivido en el mundillo literario de la capital -Delibes renunció siempre a Madrid por Valladolid-; o si quizás en esta obra se está riendo de sí mismo (escindido en los dos personajes) y de su propia existencia como escritor y como persona.
Otras obras de Miguel Delibes en ULAD: Aquí
lunes, 21 de octubre de 2024
Miguel Delibes: Los Santos Inocentes
fascinación del abismo, una suerte de atracción enervada por el pánico, de tal manera que al detenerse en plena moheda, oía claramente los rudos golpes de su corazón"), y con la riqueza léxica habitual de Delibes, sobre todo en lo que se refiere al mundo natural del campo castellano, situándose así, perdonadme si exagero, en el nivel de un García Márquez en cuanto a maestría estilística.
sábado, 10 de abril de 2010
Miguel Delibes: Cinco horas con Mario
Año de publicación: 1966

Valoración: imprescindible
A Delibes no le hizo falta irse para que críticos, editores y lectores le hicieran justicia: afortunadamente, llevaba años ostentando esa bien merecida posición entre nuestras letras. Yo no lo descubrí ni lo redescubrí a su marcha, ni tampoco he necesitado releer Cinco horas con Mario durante este último mes porque hacía muy poco que lo había leído. Sin embargo, sí me ha influido este fenómeno "post-mortem" en un sentido: sin saber bien por qué -tal vez movida por un sentimiento de "si todos seguimos leyendo a Delibes evitaremos que se haya marchado del todo"-, ahora me he animado a regalar esta obra literaria con mayúsculas.
Excepto por un prólogo y un epílogo, la novela está escrita en clave de monólogo interior (técnica narrativa que, sin ser una novedad en 1966, Delibes demuestra conocer y manejar con habilidad y efectividad pasmosas). Cinco horas con Mario se desarrolla, precisamente, durante las cinco horas que pasa una mujer de mediana edad velando el cadáver de Mario, su marido. Cinco horas que se pasa hablando consigo misma y con su esposo muerto, durante las cuales va desgranando los detalles de su vida juntos.
La verborrea de esta mujer -cotilla, autoritaria y un poco mezquina- es irritante y adictiva al mismo tiempo. Aunque queremos meternos de un salto entre las páginas para espabilarla de una bofetada, no podemos evitar seguir leyendo: en cada capítulo, entre repeticiones y reiterados "si ya te lo decía yo", se nos va ofreciendo nueva información, como con cuentagotas. Cuando la novela termina -sorpresa final, relacionada con nuestra parlanchina protagonista, incluida-, nos damos cuenta de que el triste de Mario ha muerto siendo un completo desconocido para su mujer. Éste es el mayor logro de la novela: cómo el lector llega a comprender a un personaje que sólo está de cuerpo presente precisamente a través de las palabras de quien jamás logró hacerlo.
Creo que Cinco horas con Mario es, para muchos de nosotros, el típico clásico que acumula polvo en lo más hondo de la estantería y que no leemos porque "ya la leeremos algún día". Por favor, quien lo esté haciendo que no lo siga posponiendo: habrá a quien no le guste, pero no creo que deje indiferente a nadie.
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miércoles, 13 de enero de 2010
Miguel Delibes: La sombra del ciprés es alargada
Año de publicación: 1948
Valoración: Recomendable
Comienzo:
Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer.Final:
Me sonreía el contorno de Ávila allá, a lo lejos. Del otro lado de la muralla permanecían Martina, doña Gregoria y el señor Lesmes. Y por encima aún me quedaba Dios.Entremedio se nos va desgranando la vida de Pedro, el protagonista, y sus luchas internas. Huérfano y educado en casa del maestro Lesmes en Ávila, se verá influenciado durante toda su vida no sólo por el aura mística de la ciudad sino por cierta temprana y trágica pérdida y por la filosofía del "desasimiento" predicada por su mentor como modelo de vida ("mejor no tener que llegar a perder").
En su primera novela Delibes hace suyo el principio filosófico de Ortega y Gasset: es la circunstancia la que esculpe el carácter del ser humano. Y el de Pedro está herido por la sombra afilada y hostil del ciprés: herido, en fin, por la sombra terrible de la posguerra.
Es una pena que este determinismo inevitable vuelva la acción predecible en algunos momentos. Sin embargo, la magnífica construcción de los personajes, y la cadencia narrativa y el cuidadísimo lenguaje de un Delibes primerizo salva con creces este -para mí- punto flaco de una novela ganadora del Premio Nadal.
Anécdota con respecto al galardón:
Cuando [Delibes] ganó el Nadal, Pío Baroja elogió esta novela en una entrevista que le hizo Antonio Covaleda para el diario Pueblo. Posteriormente, Vergés y Delibes fueron a visitar al anciano escritor. «Entonces le dije que se habían vendido 5.000 ejemplares en tres meses. Se echó a reír. “Joven, yo sé lo que puede vender la primera edición de un libro”, dijo. Entonces, José Vergés, mi editor, que me acompañaba, le dijo el viejo maestro: “Don Pío, es que en España han comenzado a leer las mujeres”. “Ah —Baroja cambió de tono—, si han empezado a leer ésas no digo nada.” No dijo mujeres sino ésas, pero entre Vergés y él acababan de poner el dedo en la llaga. La mujer empezaba a incorporarse a la cultura en España, a sentir una inquietud espiritual, y esa actitud no ha cesado de crecer desde entonces. Hoy podemos asegurar que las mujeres leen más que los hombres». (Entrevistado por César Alonso de los Ríos, El Semanal, 2 de abril de 2000, s.p.).
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viernes, 12 de marzo de 2010
Miguel Delibes in memoriam

Esta madrugada ha muerto, a los 89 años, Miguel Delibes, sin duda una de las figuras imprescindibles de la narrativa española del siglo XX. Periodista y escritor profesional en el sentido más pleno del término, Delibes publicó una obra extensísima que tanteó géneros y técnicas muy diversas: el realismo casi tremendista en El camino o Las ratas; el monólogo interior en la que se considera su obra maestra, Cinco horas con Mario; la experimentación técnica en Los Santos Inocentes (que también figura entre sus mejores novelas) e incluso la novela simbólica en Parábola del náufrago o la histórica en su última gran obra, El hereje.
Miguel Delibes siempre se describió a sí mismo como "un hombre sencillo": un vallisoletano por nacimiento, pero también por vocación (rechazó en varias ocasiones trasladarse a Madrid; un cazador experto -varios de sus libros tratan, directa o indirectamente, sobre la caza-; un defensor de los valores y la dignidad humana frente a la opresión del poder y del dinero, pero también frente a un progreso irracional e inhumano. Sus últimos años estuvieron plagados de merecidos reconocimientos: el Premio Príncipe de Asturias en 1982; el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1991; el premio Cervantes en 1993, y varias nominaciones al Premio Nobel, que quizás no logró nunca por tener un perfil y una carrera paralelas a las de Camilo José Cela, que sí lo ganó varios años antes.
Se ha ido Miguel Delibes, pero nos queda una obra amplia, densa y magníficamente trabajada; y nos quedan también las adaptaciones cinematográficas de algunas de sus películas, varias de ellas excelentes, como Los Santos Inocentes, con Alfredo Landa y Paco Rabal en los papeles protagonistas.
Fuente de la imagen: Miguel Delibes
jueves, 15 de marzo de 2018
Miguel Delibes: El hereje
Año de publicación: 1998
Valoración: Está bien
miércoles, 9 de marzo de 2011
Miguel Delibes: La hoja roja

Año de publicación: 1959
Valoración: recomendable
Cuando al viejo Eloy le aparece la hoja roja en el librillo de fumar, el recién jubilado se lo toma como un aviso: se le está acabando el tiempo lo mismo que el papel de fumar.
La metáfora de la hoja roja vertebra esta pequeña gran historia escrita por el recientemente fallecido Miguel Delibes. ¿Por qué digo pequeña? Porque Delibes tiene la maravillosa capacidad de retratar minuciosamente personajes sencillos, de esos que uno conoce en su día a día y que precisamente por eso no catalogaría como "material literario". ¿Por qué digo grande? Porque uno apenas tiene que pasarle un algodón a esta fina capa de anodina cotidianidad para profundizar en los grandes temas planteados por el escritor vallisoletano: la soledad, la vejez, el vértigo ante la cercanía de la propia muerte, la ilusión de vivir...
Al personaje del viejo Eloy -no es cosa mía: el narrador siempre se refiere al protagonista como "el viejo Eloy"- se le opone el personaje de la Desi, su joven criada. En base a los personajes, se distinguen tres partes en la narración: por un lado, encontramos la vida y los recuerdos enmarañados del viejo; por otro, las ilusiones y pensamientos de la chica; por último, la especial relación que se va forjando entre ellos y que terminará estrechándose debido a ciertos acontecimientos -no por intuidos menos dramáticos- que devienen al final de la novela.
Si bien la narración puede resultar repetitiva, esto no es ninguna torpeza por parte del autor sino todo lo contrario: el viejo Eloy vuelve continuamente a las mismas vivencias, recupera junto con su amigo Isaías los mismos recuerdos y se olvida sistemáticamente de los mismos detalles del día a día; además intenta, infructuosamente, comunicarse con los que le rodean a través de la neblina que le empaña las ideas. El lector se enternece ante el retrato de los miedos y las obsesiones de un hombre al que le ha salido la hoja roja en el librillo de fumar y que sabe que también él tiene las hojas contadas.
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lunes, 3 de marzo de 2014
Biografías lectoras: La vida en libros

Tuve luego fases monotemáticas: durante una época solo leía a Buero Vallejo, a Cela, a Delibes; durante otra, a Borges, Cortázar, García Márquez (que me impactaron más que Buero Vallejo, Cela o Delibes, todo hay que decirlo). Cuando llegué a los dieciocho años, pensé que sabía algo de literatura; luego un día me vi en medio de una comida con escritores que hablaban de otros escritores, y descubrí que no sabía nada de nada.
Si Monterroso y Chejov me abrieron un mundo, Faulkner me mostró que ese mundo puede contarse de otra forma. Leer ¡Absalón, Absalón! (el primer libro suyo que encontré por casualidad en casa) fue un shock. Nunca había leído nada como aquello. Pocas veces he leído un libro que me haya impresionado tanto.
Aprendí mucho durante los años de la carrera, no siempre de los profesores. El aprendizaje con mis compañeros de clase y del Taller Literario de la universidad era más próximo, más vivo, más significativo (como ahora se suele decir). Así, en aquellos años descubrí a los simbolistas franceses, a Galeano, a Brecht, a Kundera. Benedetti y Neruda eran nuestro pan de cada día: organizábamos recitales de poesía amorosa o social con música de Silvio Rodríguez y cada vez menos público.
Fueron también años de leer a los clásicos, desde Homero hasta los novelones realistas del XIX: años de intentar ser enciclopédico, de intentar leer lo que hay que leer. También mi trabajo me obligaba a leer (o releer) ciertos textos: así me enamoré del Lazarillo, el Quijote o el primer acto de la Celestina (de los actos siguientes ya no tanto)
El lector que soy ahora es (en parte gracias a, por culpa de, Un libro al día) algo diferente: intenta leer más literatura contemporánea (amor eterno a Philip Roth, Auster, Coetzee), más literatura española actual (Cercas y Vila-Matas bien; Marías mal), más literatura vasca (Saizarbitoria, más que Atxaga). Tengo mis filias (la novela policiaca, en especial Camilleri) y mis fobias (¡Murakami!), pero no digo que no, a priori, a casi ningún libro.
Eso sí, confieso que al lector que ahora soy a veces le gustaría poder volver a leer como cuando tenía diez años, trece años, dieciocho años, con esa inocencia y esa pasión absoluta. Y no siempre lo consigue.
viernes, 31 de mayo de 2024
Michele Mari: Verdigrís
Traducción: Carlos Gumpert
Año de publicación: 2007
Valoración: Bastante recomendable
jueves, 3 de julio de 2025
Bekim Sejranović:De ningún lugar a ninguna parte
Traducción: Patricia Pizarroso y Marc Casals
Año de publicación: 2008
Valoración: Recomendable
Un funeral según el rito islámico, un montón de hombres acuclillados y un solo hombre que permanece en pie, sobresaliendo por encima de los demás y sin saber dónde poner los brazos. La viva imagen de la desubicación, de estar fuera de lugar o de no saber cómo hacer para "pertenecer" a ese sitio.
Esa es la imagen con la que se abre De ningún lugar a ninguna parte, novela en la que se (re)construye un pasado en forma de mosaico, en la que se entrelazan biografía personal y álbum familiar y en la que el desarraigo y voluntad de pertenencia protagonizan un texto con un aparentemente alto contenido autobiográfico, si bien esto haya que cogerlo con pinzas ya que según confiesa el narrador "no confío en el recuerdo y la verdad no la puedo soportar"
(Re)construir un pasado en forma de mosaico. That is the question! Y de ahí se derivan las infinitas idas y venidas espaciotemporales (desde la época de la Segunda Guerra Mundial hasta el siglo XXI, desde el pueblo bosnio de la infancia hasta la isla de Svalbard) Siempre en fuga, siempre huyendo a cualquier rincón del mundo que nos de una nueva oportunidad.
Pero también de ahí los diferentes estilos y tonos que encontramos en el texto. Porque Sejranović puede ser una especie de Delibes deslenguado cuando habla del Brcko de su infancia o un Unamuno del vacío y la soledad balcánica o un Knausgard o un Saeterbakken pasado de rosca en esa parte final del libro en la que destroza la idílica imagen de los países escandinavos. Porque, ¿qué opción es la menos mala: emborracharse o dejar que los recuerdos te devoren como termitas?
En cualquier caso, una buena y amarga crónica del desarraigo a través del tiempo y el espacio (Alija, Lars, Marko, el propio narrador), a la que acuden a dar oxígeno ciertas dosis de humor negro, una historia de perdedores, de búsquedas y huidas, muchas veces grotescas y absurdas, de intentos de felicidad que se van diluyendo con el transcurso de las páginas; un texto que crece a medida que avanzamos en él y se aleja de aparentes arquetipos y/o estereotipos, un texto jodido pero altamente recomendable.
lunes, 22 de marzo de 2021
Jesús Fernández Santos: Libro de las memorias de las cosas
Año de publicación: 1970
Valoración: Bastante recomendable
Paso la última de las 499 páginas (incluyendo ciento y pico con una de las exhaustivas y terribles introducciones de Cátedra, de la que luego hablaré) con la sensación de haber leído un muy buen libro, al que habrá que ponerle algunos matices. Diría más, un gran libro, un trabajo admirable lo mires por donde lo mires, serio, concienzudo, técnicamente quizá perfecto. Empezando por el hermosísimo título tomado del Libro de Esther, con ese plural algo disonante que transmite una especie de ligera inquietud. Siguiendo por el tema, algo bastante insólito en la literatura castellana, las vicisitudes de una comunidad protestante asentada en un pequeño pueblo de León.
Centrémonos ahí, de momento. Los evangélicos –protestantes, así, grosso modo- forman en España un colectivo minúsculo promovido sobre todo por algunos ingleses llegados por distintos motivos. La mayoría se ubican en las grandes ciudades pero en zonas rurales hay pequeños grupúsculos que funcionan de forma independiente, a veces una sola familia o algún individuo aislado que mantiene sus creencias contra viento y marea. Los que describe Fernández Santos se encuentran desde finales del siglo XIX en algún lugar de León, un pequeño pueblo en el que se puede uno imaginar que la cosa no pinta fácil. La omnipresente Iglesia católica (´los romanos’) impregna la vida social de arriba abajo, y los vecinos observan a los Hermanos con recelo y hasta cierto miedo (Delibes escribió El hereje muchos años más tarde, con un enfoque bastante distinto). De manera que la sensación más patente y, con el tiempo, más angustiosa, es la del aislamiento de ese puñado de fieles, que es como una isla dentro del pueblo, en una doble dirección: porque nadie les quiere cerca, y porque ellos tampoco quieren contacto con ‘los del mundo’. Gente cuya vida transcurre entre la oración, las reuniones y severas costumbres donde domina el conservadurismo más estricto.
Aunque no de forma lineal, el ámbito temporal del relato abarca desde la creación de esa comunidad hasta la misma fecha de publicación del libro, es decir, casi un siglo, durante el cual el grupo tiene ciertos momentos de alivio (la entrevista con Cánovas para levantar la capilla, la República), aunque lo normal será vivir bajo todo tipo de cortapisas legales y sociales, especialmente durante el franquismo. Una ligera apertura llega con la Ley de Asociaciones, creo que de 1964, aunque la tendencia a la atomización, las desavenencias entre diversas ramas (sobre todo, con los Testigos) y el rechazo a verse ‘laicizados’ impiden prácticamente cualquier progreso real. La comunidad continúa aislada, enroscada sobre sí misma, también afectada por la creciente indiferencia que el entorno muestra hacia cualquier tipo de religión. La sociedad cambia, camina hacia la secularización, y los Hermanos parecen cada vez más encerrados en su círculo.
Esa sensación de asfixia, muy bien transmitida a través de los personajes, la atmósfera oscura, el agotamiento de una fe que parece consumirse en sí misma, genera grietas dolorosas entre los miembros de la comunidad, que apenas asoman al exterior se ven tentados por ese mundo cada vez más libre de las ataduras de normas estrictas y perímetros insuperables. Por ahí, entre dudas existenciales y la tragedia de abandonar lo aprendido y vivido, se va fraguando el hundimiento de aquellas ilusiones iniciales y el camino inexorable hacia su extinción.
El libro podría caber sin problema en el hoy denostado concepto de novela histórica, pero creo que va un paso más allá. Es más bien una recreación, basada con mucho rigor en personajes y localizaciones reales (lo explica con detalle la introducción), pero por la profundidad que alcanza en el análisis yo diría que es más bien un ensayo novelado, un auténtico tratado sobre la evolución y circunstancias de estos grupos evangélicos en la España de finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX. Solo el último tramo del relato adquiere un tono decididamente narrativo y la ficción termina prevaleciendo.
Decía al principio que me parece un muy buen libro. Desde el punto de vista literario, se ve un relato muy trabajado, con un subtexto cuajado de metáforas (siempre el páramo, la tapia, los muros, el aislamiento desde dentro y desde fuera, el invierno que debilita la fe), pluralidad de puntos de vista (monólogos de distintos personajes, el relato de un reportero, cartas y documentos) y una sucesión de secuencias, con saltos temporales y de localización muy medidos, de aspecto claramente cinematográfico. En definitiva, una estructura a la que se pueden poner muy pocas pegas como no sea una prosa a veces algo abrupta que contrasta con una indudable capacidad descriptiva.
Y los matices. Pues con todo esto, reconozco que el libro se me ha hecho bastante largo. Puede que sea el ritmo algo moroso, quizá algo anticuado, donde pesa demasiado la voluntad de tocar todos los temas y entrar en todos los detalles. Tal vez uno se ha acostumbrado a un tipo de relato más dinámico, que haga sentir el avance de la narración, y el Libro de las memorias…, salvo en su parte final, no termina de coger el paso, y eso a pesar de la naturalidad con que la acción se mueve de una secuencia a otra, con cambios de perspectiva, de voz y de época. Todo parece insuficiente para transmitir vigor a la lectura, de manera que, aunque esa atmósfera pesada y aplastante puede acompañar muy adecuadamente al cuerpo de la narración (la soledad, la endogamia, el sometimiento a normas posiblemente castrantes), el libro se puede indigestar a un lector poco habituado a (o poco amigo de) páginas que pasan muy lentamente.
ATENCIÓN: Si se decide usted por esta edición de Cátedra debe tener muy en cuenta algunas cosas. La introducción, como apunté al principio, reúne todas las características propias de estas ediciones: más de cien páginas con todo tipo de datos sobre el objeto del relato, historia de estas colectividades protestantes, paralelismo con los personajes reales, análisis pormenorizado de cada detalle del libro. Es interesante leerlo para ponerse en situación. Pero, como también es marca de la casa, el relato cuenta con numerosas notas a pie de página. En general me parecen prescindibles, pero sobre todo, deje usted de leerlas cuando falten unas cien páginas para el final. HAY VARIOS ESPOILERS INTOLERABLES (y además repetidos) que echan por tierra lo más llamativo del desenlace. No entiendo qué editor puede pasar por semejante disparate.
También de Jesús Fernández Santos en ULAD: Extramuros
lunes, 16 de diciembre de 2024
ULAD 2024 - Olvidad cualquier otra lista
Poesía: Llibre de meravelles de Vicent Andrés Estellés (cierto que no he leído ningún otro, pero lo merece igualmente).
Decepción: Mi esposa y yo compramos un rancho de Matt y Harrison Query. Esta es la chafada más gorda, pero también ha sido un poquito decepcionante Lo que más me gusta son los monstruos - Libro Dos de Emil Ferris. Y aún tengo el culo torcío con Chamanes eléctricos en la fiesta del sol de Mónica Ojeda...
NO decepción del año: Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enriquez.
Sorpresa (se entiende que agradable) del año: Los secretos de Heap House de Edward Carey,
Bizarrada del año (y por muchos más, sospecho): El amor edípico contra la lujuria sadomasona de Oriol Vigil.
Carlos:
Resumen del año: esto es una novedad introducida por sorpresa, así que me ha dejado un poco descolocado. Aun así diré que el año ha sido regular, con más decepciones de las habituales, y un nivel medio en el que apenas sobresalen un puñadico de cosas, algunas como estas:
Novela: en castellano Extraña forma de vida, de Enrique Vila-Matas; en otros idiomas, El otro nombre (Septología I), de Jon Fosse
Novela corta: Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño, y Noches blancas, de Fiódor Dostoyevski
Ensayos y similares:
- Humanidades: Los hombres no son islas, de Nuccio Ordine
- Música: Aquellos años accidentales, de Laura Piñero
- Arte: El eco pintado, de Óscar Martínez
Historia: Ocho días de mayo, de Volker Ullrich
Libros de viajes: Campos de Níjar, de Juan Goytisolo
Biografía novelada: Lawrence de Arabia. La corona de arena, de Jose María Álvarez
Relectura: Artificios, de Jorge Luis Borges
Humor: El puente de los perros suicidas, de Abel Amutxategi
Clásico: La guerra carlista, de Ramón del Valle-Inclán (reseña en unas semanas)
Rarezas y descubrimientos: Madame Edwarda, de Georges Bataille, y Nebiros, de Juan Eduardo Cirlot
- Ensayo atemporal: Aldous Huxley y Barbara Cassin (aún no reseñado)
- Ensayo del momento: Eva Illouz y Mark Coeckelbergh, más que nada para que se lean antes de que sus premisas caduquen (o estallen por los aires) y los veamos más antiguos que el periódico de ayer (¿qué es un periódico?)
- Libro del año: De entre los recientes, Visceral, de María Fernanda Ampuero, que me sorprendió muchísimo; de entre los menos recientes, Los santos inocentes de Delibes, que no puedo creer que todavía no estuviera publicado en el blog.
- Mejores novelas: Un amor de Sara Mesa (con permiso de Juan G.B.) entre las recientes y Tristana de Galdós entre los clásicos. Mención especial para dos novelas hispanoamericanas impresionantes: Huasipungo de Jorge Icaza y Balún Canán de Rosario Castellanos.
- Mejores novelas cortas: Un detalle menor de Adania Shibli y Mireia de Purificació Mascarell.
- Mejores libros de cuentos: Conejo maldito de Bora Chung y El peor escenario posible de Alejandro Morellón.
- Mejor ensayo / autobiografía / autoficción / whatever: Yeguas exhaustas de Bibiana Collado Cabrera
- Libros sobre paternidad (que aún no he reseñado): "pulgar hacia arriba" para Literatura infantil de Alejandro Zambra; "pulgar hacia abajo" para Irene y el aire de Alberto Olmos
- Lectura más loca e inclasificable del año: El amor edípico contra la lujuria sadomasona de Oriol Vigil Hervás.
- Decepciones (sin ser libros horribles ninguno de los dos): Soy fan de Sheena Patel y Otaberra de Elisa Victoria.