Año de publicación: 2000
Valoración: Muy recomendable
La larga noche, insomne y febril, del cura Sebastián Urrutia es también una reivindicación y una penitencia. La vigilia del sacerdote, en lo que no está claro si pueden ser sus últimos estertores, es un denso repaso de episodios esenciales de su vida adulta. El enfermo, debilitado pero clarividente, va engarzando recuerdos desde que conoció al famoso Farewell, crítico literario como él mismo, una fiesta en la hacienda con presencia de Neruda, el itinerario por Europa para aprender técnicas de conservación de las iglesias, anécdotas, o viejas historias del pintor guatemalteco que se dejó morir de inanición en París, o del zapatero que proveía al emperador de Austria-Hungría.
Los relatos ajenos, algunos de cierto tono borgiano, se cruzan con experiencias propias, siempre salpicados de elementos desconcertantes, muy puntuales pero bien visibles. El narrador no llega a interpretar esos momentos, simplemente los expone, porque su posición es siempre pasiva, es alguien que asiste a las situaciones desde una especie de inocencia primordial, se sorprende pero parece no entender, es una especie de alma pura que solo ve y cuenta. Quizá es la fiebre. Queda descolocado ante los campesinos que parecen emerger de un mundo desconocido para encontrarle en su paseo, no atribuye significado a las prácticas de cetrería para ahuyentar a las palomas, ni comprende el porqué del monumento en el que el zapatero invierte su fortuna ni el motivo por el que queda abandonado y destruido. Bolaño espera que todo esto lo vaya registrando el lector y sacando consecuencias, porque el padrecito parece al margen de todo. Lo ve, lo conoce pero no deduce nada de ello, tampoco lo busca.
Lo mismo pasará cuando el golpe de Estado acabe con la democracia. Urrutia es de derechas, sí, del Opus Dei que colaboró activamente con los sublevados, pero por encima de todo sigue sintiéndose crítico literario y un poco poeta, no tiene inconveniente en ensalzar a escritores desafectos a los golpistas, pero tampoco se muestra especialmente intimidado, ni entusiasmado, cuando sus contactos con la dictadura son ya directos e incuestionables. Parece vagar por una frecuencia diferente y ni siquiera cuando conoce hechos reales parece conmoverse demasiado.
Es quizá el retrato perfecto de ese tipo de individuo incapaz de sentir la culpabilidad, enfrascado en su propia realidad, a veces sorprendido por lo que le llega del exterior, pero que se considera un objeto, alguien que asiste a un fenómeno meteorológico que no es responsabilidad de nadie, que simplemente ocurre.
Es muy convincente la narración de Bolaño, no necesita de trucos narrativos para levantar un relato sólido que no da respiro, con un ritmo constante y una prosa tan limpia como contundente. Cuenta, sugiere, deja asomar pistas, explica a veces, todo con una fluidez que brota con toda naturalidad, como algo que no necesita ser repensado ni corregido. Es un dibujo crudo de un episodio difícil de la historia chilena, pero también una reflexión de país y, sobre todo, al menos así lo veo yo, de cierta actitud ante la vida, llena de matices, que ni inculpa ni exculpa, el punto de vista de quien se sitúa en la orilla y asiste al discurrir de las cosas sin plantearse siquiera si él mismo tiene algo que ver con ellas. Una figura que se reivindica en su dudosa inocencia y que encuentra su penitencia al verse absorbida y centrifugada por la Historia.
Casi todas las obras de Roberto Bolaño reseñadas en ULAD: aquí
1 comentario:
Fue mi primer Bolaño y pese a que no es el más representativo a nivel estilístico (por ese flujo de palabras sin cuartel), es él en todo su esplendor. De hecho, seguí leyéndolo y sigo haciéndolo, hasta completar toda su obra porque se fue demasiado pronto y debemos mantenerlo vivo.
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