Abriré la sub-sección de prensa rosa de este blog aportando cierta información: Lydia Davis fue la primera esposa del fallecido Paul Auster, y madre del también fallecido hijo común, Daniel Auster. No sé si (como la médica) la profesión literaria es dada cierta tendencia a la endogamia. Sé que cierto comentario recibido por Twitter llegó a contraponer el talento de Davis frente al de Siri Hustvedt, en todo caso fue suficiente para generar cierta curiosidad que este Ni puedo ni quiero ha saciado solo parcialmente. Ya ha pasado una década y Davis no ha publicado nada más, de hecho podría considerársela una especialista en el género corto ya que solo ha publicado una novela y dos ensayos, y percibo cierta unanimidad en las alabanzas a su obra en este formato.
Ni puedo ni quiero es una colección que abarca una centena de piezas que no pueden ser más variadas. De hecho, aunque el libro está dividido en cuatro partes, yo distingo cuatro partes que la estructuran en otro plano. Por una parte, relatos cortos, casi siempre de una sola página, que la autora señala como sueños y que parecen corresponder realmente con esta descripción, tanto en su estilo, llano y descriptivo, como en su contenido, casi siempre rozando lo absurdo o surrealista, sin una estructura de trama definida más allá, quiero suponer, que la mera exposición de una situación que puede resultar esquemática y lógicamente incoherente. El segundo bloque (insisto, en una estructura diferente a la secuencia establecida por la autora) lo conforma una serie de relatos que se etiquetan como relatos de Flaubert y que nos situan en una Francia decimonónica, con carruajes y plazas con guillotina, relatos con personajes y situaciones recurrentes aunque, en una segunda lectura secuencial, no he podido descubrir una trama al margen. Un tercer bloque lo conformarían algunos relatos largos, los pocos que superan las cinco páginas, que me han resultado el grupo más irregular, confirmando cierta percepción de que la autora se maneja mejor en el resultado corto, por cuanto los más largos (en especial Las vacas) se me han atragantado, aunque me ha gustado mucho la tonalidad ligeramente agridulce y crepuscular de Carta a la fundación. La cuarta parte la podríamos definir como miscelánea y contiene desde puros juegos de palabras hasta curiosas relaciones que muestran a Lydia Davis como una interesante experimentadora verbal, quizás esa condición remporal de última obra pueda manifestar intención resuelta y desinhibida, pero me da que en ese grupo está la esencia de la escritora: en relatos que son apenas un par de frases hasta relaciones, de obituarios, de filias y fobias, incluyendo alguna curiosa carta.
Más allá del interés que pueda suscitar por otras obras de Davis (quizás las que forman parte de la fase intermedia de su carrera) quizás mi opinión sobre Ni puedo ni quiero sea ambivalente. Agradezco y recrimino a la vez que su dispersión la muestre más como un catálogo de habilidades que como una obra sólida.
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