Idioma original: catalán / castellano
Título original: El temps de la promesa / El tiempo de la promesa
Año de publicación: 2023
Valoración: muy recomendable
Título original: El temps de la promesa / El tiempo de la promesa
Año de publicación: 2023
Valoración: muy recomendable
Debo confesar, que a mí la filosofía siempre me ha parecido una disciplina muy interesante y necesaria para no únicamente intentar entender el mundo, sino también como campo de crecimiento personal y de autoconocimiento a través de la realidad que nos envuelve. Y si a las ganas que ya tenía por conocer la obra de Marina Garcés tras haberla leído y escuchado en entrevistas a lo largo de los años, le añades que comienza el libro con una cita de Mouawad, entonces la decisión respecto a esta lectura se convierte en una apuesta muy segura.
Empieza la autora con un mensaje que traslada cierto descontento hacia la sociedad actual, afirmando que «las promesas ocupan un espacio poco importante, hoy, en las maneras cómo nos vinculamos con los otros: en el amor, en el trabajo, en la vida social y política» y remarca la importancia de las promesas, pues «prometer es una acción que se hace con la palabra y que, de la nada, hace nacer un vínculo y un compromiso capaces de atravesar el tiempo y reunir, en una sola declaración, pasado, presente y futuro. Pero ¿cómo prometer nada si ponemos el futuro en peligro? Esta es la pregunta del sentido común: sin futuro no hay promesas. Podemos darle la vuelta: ¿de qué futuro podemos disponer, si no nos atrevimos a prometer nada?». Y es que, en la sociedad de hoy en día, anclada en un presente continuo e infinito, este acto se hace arduo porque «sí que sabemos imaginar el futuro. Lo que ocurre es que no se parece en nada a lo que nos habían prometido» y, justamente por ello, el futuro queda lejos en el tiempo, pero aún más en pensamiento; el futuro, por incierto o por desalentador, queda apartado de nuestros proyectos, centrados en el aquí y ahora, en una mala concepción de una especie de mindfulness que desvía la atención desde lo importante a lo inminente.
A partir de esta premisa inicial, la autora se abre a la revisión de las promesas a lo largo de la historia y pone en relieve que «la historia nos dice que una buena parte de la humanidad ha sido excluida de lo espacio de la promesa: quien no dispone libremente de su voluntad no puede prometer nada a nadie». En este sentido, se reafirma afirmando que «el engaño no es ceguera, sino un deseo de creer vivido desde la desigualdad». Así, la autora nos habla de la promesa, el compromiso y la responsabilidad de quién la hace pero también de quién la recibe, pues «la promesa imperativa busca un “te lo prometo como a una declaración de sumisión”», y en este sentido, apuntala su reflexión al indicar que quien promete a menudo es el poderoso (entiendo el poder como político, económico o religioso) y pone como ejemplo la religión, en la que un dios hace promesas a sus fieles mostrando su poder absoluto a la vez que torna las promesas en exigencias y obligaciones. Así, quien promete acaba siendo quien reclama en contrapartida, estableciendo así una alianza entre pueblo y Dios desigual. De igual manera, también el estado hace promesas, aunque en lugar de salvación promete protección siempre y cuando se cumplan una serie de obligaciones de manera que la promesa se convierte en una sumisión a menudo disfrazada de vínculo proteccionista. Y la autora incide en el tercer pilar, el económico, pues se sirve también de promesas lanzadas y difundidas de manera constante y repetitiva, ofreciendo ilusiones ficticias pues «el delirio de todos los que vivimos bajo el capitalismo es que, a pesar de que las cosas nos vayan mal, en algún momento pueden ir bien».
Enlazando su reflexión acerca del capitalismo y sus infinitas ansias de crecimiento, la autora relaciona el concepto de promesa con la predicción, distinguiendo claramente una de otra pues la promesa es un acto de voluntad, mientras que la predicción es el resultado de una serie de cálculos; justamente por ello, nos alerta acerca de la IA y su peligrosidad, pues sus algoritmos «predicen sin pretender explicar, contrarrestar o contraargumentar» y, como sus patrones derivan de los datos con los cuales han sido entrenados, el futuro que proyectan no deja de ser una imagen basada en datos de un pasado actualizado de manera que no queda claro si «hablan del futuro o realmente son una proyección del pasado» (algo que Grafton Tanner ya indicaba también en su ensayo «Las horas han perdido su reloj»). De manera adicional, no únicamente estas predicciones proyectan el pasado, sino que también, ocultas bajo la opacidad de las técnicas predictivas utilizadas, consiguen algo aun más peligroso, la exención de responsabilidades sobre su seguimiento pues «estas técnicas nos comunican los resultados, calman nuestra ansiedad y nos permiten delegar la decisión. Ponernos en manos de los dioses o del algoritmo, ética y políticamente, no es tan diferente. Pero cuando un general declara la guerra después de haber escuchado el oráculo, quien ha declarado la guerra, ¿él o el oráculo?». Con ello, la toma de decisiones se externaliza y por tanto la responsabilidad se difiere, oculta en algoritmos, datos y procesos que nadie entiende y que, justamente por ello, sirve como perfecto escudo de la toma de decisiones más éticamente injustificables. Ese es el paraguas que los protege de la lluvia de críticas, y de remordimientos.
Dice Marina Garcés que «las promesas hablan del futuro, pero se hacen desde un presente y nos hacen presentes. Hablan del futuro, pero invoca un comienzo y una memoria compartida (…) hacer una promesa es interrumpir el destino» porque «prometer una cosa es introducir una verdad que inventa un lugar propio en la trama de lo real: es una expectativa compartida que es cierta a pesar de no haber sucedido». Incidiendo en ello, afirma que «todo compromiso es un vínculo, de la misma manera que toda promesa refuerza el vínculo porque lo sostiene a través del tiempo. Es nuestro pasado común, porque nos proyecta a un futuro en que nos jugamos algo juntos». Esta quizá es la gran responsabilidad de quienes hacen promesas: crear un pacto que no se hace únicamente aquí y ahora, sino que se mantiene a la largo del tiempo y se renueva a cada minuto que pasa hasta su cumplimiento. En un momento en que solo existe el ahora y en el que no sabemos dónde estaremos ni quienes seremos dentro de un tiempo, hacer una promesa puede sonar como algo muy aventurado y osado, pero sin duda también se podría considerar una demostración de que nuestros valores y principios perviven a pesar de todo, y de todos.
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