viernes, 26 de septiembre de 2025

Colaboración: 2x1 Contra Paraíso y Tranvía a la Malvarrosa, de Manuel Vicent

Idioma original: español

Año de publicación: 1993 / 1994

Valoración: está muy bien / entretenido


'Mi primera obligación es respirar, llamar a cada cosa por su nombre sin juzgar nada y ser feliz'.

Esta frase que pronuncia Manuel bien entrada la acción resume su plan de vida. Es Manuel Vicent, autor de libros y artículos de prensa que lleva la friolera de sesenta años acompañando a los lectores españoles. Dos tercios de su vida, vaya.

Entre el medio centenar de volúmenes que ha firmado hay algunos que recogen sus memorias. Contra Paraíso y Tranvía a la Malvarrosa son los dos primeros. Se pueden leer seguidos. En ellos el escritor cuenta su niñez y primera adolescencia.

La posguerra sobrevuela la memoria personal. El silencio, republicanos en mesa aparte del bar, pueblos aislados donde llegaban diarios pasados de fecha que hablaban de la guerra mundial, la aparición fantasmagórica de un maqui, gasógenos, visitas de gobernadores.

Pero también las vivencias de niño, el miedo a las máscaras, la primera novia, saltar unas hogueras de San Juan y casi inmolarse. Todo cubierto por el tapiz característico de Manuel Vicent. La huerta valenciana, el recetario tradicional, el mar por encima de todas las religiones.

Y en medio un humor levantino casi berlanguiano. Hay una revuelta en un tren por una fiambrera de carne con tomate. Llega al pueblo el cine y lo tachan de invento del diablo. Un famélico roba un pan de dos kilos y lo ingiere a cien kilómetros por hora en tres minutos. La multitud lo ovaciona en el balcón del ayuntamiento.

Hay peculiares justicieros por cuenta propia. Un maestro amaga con castigar al alumno por no saber qué es la patria y el otro le amenaza con cortarle el suministro de huevos de gallina. Un cura clama contra el afán de portar pistolas y pide el destierro de las armas.

La evasión viene de mano de películas como Vidas cruzadas, A las nueve lección de química o Argel. El cine de repente cierra por desastrosas heladas. Hay que agarrarse a soñar con Castellón de la Plana o acercarse a los apeaderos desiertos del tren de Valencia.

Un día un alguacil anuncia que ha terminado la guerra mundial y a continuación proclama a viva voz las tiendas del pueblo donde se pueden encontrar las mejores sardinas y los melones más tiernos.

Contra Paraíso culmina con un gentío que espera una aparición mariana. Unos miran hacia arriba extasiados y otros aseguran que el resplandor es efecto de las bombillas de 100W que ha puesto el alguacil.

Los dos libros reseñados tienen rasgos naturalistas y narran la angustia existencial del protagonista adolescente. Ambos en considerable y explícita deuda con Blasco Ibáñez. Pero la prosa de Contra Paraíso es más descriptiva y casi sin diálogo. Tranvía a la Malvarrosa es menos estático y hay más conversación.

Tal vez ese hecho influya en la trayectoria desigual de ambos títulos. Mientras el primero es ya objeto de rigurosos estudios como el de Raquel Macciuci, el segundo se ha reeditado sin ton ni son a lo largo de los años ocupando una dimensión más popular.

Tranvía a la Malvarrosa tiene como figurante estrella a Vicentico Bola, que ya aparece en las últimas páginas de Contra Paraíso. Personaje esperpéntico donde los haya, recorre los bajos fondos de todos los capítulos. Viaja en una Vespa ataviado con gorro ruso de astracán y el abrigo forrado de periódicos.

El tranvía del título es el que toman el enamorado y su amada sin lograr coincidir. Entre que se encuentran y no, adquiere forma esa atmósfera mediterránea un poco entre grisácea y solar.

Vicent habla de la misma Malvarrosa y la horchata de Alboraya con que muchos soñamos desde niños. En este libro está Valencia con ese sol particular, los olores y sabores procedentes del mercado, la lonja, el barrio chino o los pueblos de la huerta y la mezcla de ciudad levítica y descaro portuario propia de aquella época.

A su llegada al protagonista lo reciben la humarada y el pintoresquismo que aún se ven al entrar a la ciudad en tren convencional procedente de Játiva o Albacete. La gente habla de contratos de naranjas. Los dependientes de comercio adiestran loros hinchas del Levante Unión Deportiva.

Al joven Manuel le tienden trampas para que ingrese en una secta pero siempre se salva. Alguien dice de visitar a Joan Fuster o aparece una chica con la que escapar en bicicleta. Pase lo que pase "siempre está en mi corazón el hechizo de tu amor", como dice la canción fetiche del protagonista.

—...Yo sabía que un día volverías a estar conmigo. Manuel, vámonos a la pensión. ¿No quieres?

—¿A la pensión?

—Vivo al lado del teatro Ruzafa, aquí mismo, encima del bar la Nueva Torera...


Firmado: César Muñoz

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