Idioma original: inglés
Título original: Leonard & Hungry Paul
Traducción: Clara Ministral, para Alpha Decay
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Título original: Leonard & Hungry Paul
Traducción: Clara Ministral, para Alpha Decay
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Hay novelas que parece que estén destinadas a ser leídas en un determinado periodo vital concreto en el que encajan a la perfección, que se ajustan a lo que el cuerpo y la mente piden; algo parecido a hallar un remanso de paz en tiempos turbulentos donde parece que el mundo está estropeado, que la sociedad está tensa e irascible. Y ahí, precisamente ahí, es donde este libro cobra su mayor valor, el de transmitir algo tan (aparentemente) sencillo como la paz.
El autor introduce de buenas a primeras a sus personajes principales, Leonard y Hungry Paul. Dos amigos de edad madura con una conexión especial, una amistad inquebrantable y forjada a lo largo del tiempo. Dos personas con un carácter singular y de mirada generosa, pues «a Leonard le crio su madre sola (…) enseñó a su hijo a ver la vida como una serie de pequeños acontecimientos encadenados (…) una persona para quien la bondad era lo más natural del mundo», alguien que se dedica a escribir enciclopedias infantiles y otros libros de no ficción para niños. Por otra parte, tenemos a Hungry Paul, de un carácter igualmente bondadoso y a quien «le había caído en suerte una calma mental que con los años se había convertido en su estado natural (…) no tenía el interés, o la capacidad, para estar manteniendo una charla consigo mismo dentro de su cabeza. No tenía un narrador interno» y eso era algo que le transmite serenidad y le aleja los posibles ruidos internos que causan frecuentemente los diálogos con uno mismo. Así, entre ambos, se construye una amistad duradera, alimentada por el cariño que se profesan y que se demuestra con «el entusiasmo con el que compartían las buenas noticias, siempre con la seguridad de que el otro se iba a alegrar». También, de manera análoga a ese tono afectuoso, la familia es otro eje narrativo sobre el que el autor lanza interesantes reflexiones sobre la relación entre hermanos y la paternidad, en la que acertadamente sostiene que «la vida de los hijos les pertenece a ellos. Lo que hace uno desde el primer día es ir devolviéndosela poco a poco hasta que caminen solos».
Estilísticamente, bastan pocas paginas para ver el estilo cercano, amable y cariñoso del autor. La mirada hacia los protagonistas y su entorno es de una calidez evidente y uno no puede evitar sentir cariño hacia sus personajes pues su bondad es remarcable (e incluso deseable). Asimismo, y acorde con ese espíritu, el ritmo del libro es pausado, calmado aunque fluye sin pausas, pues el desarrollo de la(s) historia(s) es constante, aunque sin excesivos momentos álgidos o trepidantes. Este ritmo sosegado permite que vayamos empatizando con los personajes, consiguiendo contagiar al lector de esa calma, esa tranquilidad, disfrutando de una lectura donde las cosas fluyen sin sobresaltos ni angustias, pero no por ello haciendo de la lectura algo aburrido o monótono sino justo al contrario: es en esta lenta transición a base de pequeños actos en los que se avanza en la historia y se va entrando en ella y, a pesar de que puede que en su parte central haya cierto decaimiento narrativo, el libro retoma el interés en su último tercio que se lee de una sentada mientras se va descubriendo el desarrollo de cada una de las hilvanadas historias para, en su fase final recoger los frutos de las semillas que ha ido plantando de manera que todo queda recogido y envuelto en una bonita historia de personas individuales que avanzan juntas por la vida, dándose espacio y estrechándolo cuando se requiera.
Es cierto es que alguien podría tachar al libro como ingenuo o naif, por la candidez de sus protagonistas y el aire que desprende de bondad, pero en tiempos en los que cada vez más el egocentrismo y el egoísmo campan a sus (nuestras) anchas, ¿quién no apreciaría ni aunque sea durante unos días un mundo más sencillo y humilde? ¿A quién no le gustaría vivir en una sociedad donde las cosas suceden porque tengan que suceder y donde no hay malas intenciones ni intereses ocultos? Porque esto es justamente lo que el libro ofrece, una mirada bondadosa hacia un mundo, que (quizá) aún exista. Tan solo queda encontrar a los posibles Leonards y Hungry Pauls de nuestro alrededor e incorporarlos a nuestras vidas para que nos contagien un poco de su mirada amable y generosa. Creo que no nos vendría nada mal.
Por todo ello, este libro es recomendable por saber destacar, con gran estilo, la búsqueda de la belleza de las cosas simples y hacerlos sin edulcorarlo ni excederse en ello. Así, se trata de un canto a la vida y a la búsqueda de la felicidad a través de los caminos que cada uno esboza con las herramientas o habilidades que tiene y que encuentra en su interior, algo nada fácil tal y como asevera una de las protagonistas de la historia, al confesar que «me di cuenta de lo difícil que es encontrar eso en el mundo, encontrar esa dulzura». Pero que la dificultad no suponga un obstáculo en nuestro empeño, a fin de cuentas habrá valido la pena si lo logramos.
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