Año de publicación como libro: 1992
Valoración: Está bien
Mezcla de
novela negra, sátira y relato
fantástico, esta novela tenía todas las papeletas para encontrarla más que
disfrutable. Pero no ha sido así y, buscando una explicación, me entero de que
se publicó en el diario El País, por
entregas, con el título Domingo negro, antes
de editarse en forma de libro. Es de suponer que fue escribiéndose a medida que
se publicaba perdiendo, quizá, por el camino la posibilidad de reelaborar sobre
la marcha, rectificando, enriqueciendo o limando lo que fuese menester. Ese
sería el motivo de que haya quedado algo deslavazada, de que contenga los
elementos necesarios para seducir a un gran número de lectores y no llegue a
conseguirlo del todo. Con esto no estoy insinuando que la técnica del folletín
suponga un lastre en todos los casos, ni mucho menos, todos conocemos ejemplos
ilustres, pero creo que, para este en concreto, se trata de una explicación
razonable.
Vicent nos
conduce por calles, edificios y cloacas de Madrid, con gran habilidad
descriptiva y un ritmo en apariencia trepidante, de la mano de personajes tan
marginales, alocados y proteicos como podamos imaginar: tahúres, coristas,
tenderos, aristócratas venidos a menos, profesores con doble vida, bingueras,
mendigos, o empleados de tanatorio. Toda una nómina siniestra que evoluciona a
su aire, entrando y saliendo del mundo de los vivos con una libertad que llega a convertirse
en rutinaria. Sin que el hecho de estar vivos o muertos tenga la menor
importancia, este peculiar grupo busca tesoros, pone en marcha negocios,
triunfa en los escenarios, seduce, conquista o perdona traiciones amorosas o se
venga de ellas en fiel paralelismo con el mundo real.
Pero, por
una parte, el simbolismo no acaba de quedar claro del todo, por otra, a un
artefacto tan recargado como este, tan potente en potencia –valga la expresión
–, con tal abundancia de significantes y que sin embargo se queda corto de
significado, lo podríamos llamar rocambolesco.
Y es que
hasta lo más sorprendente puede parecernos monótono si llega a convertirse en
costumbre. Sobre todo en ausencia de elementos –emotividad, intriga,
información novedosa, crítica o lo que sea– que conecten con la sensibilidad
del lector. Porque, a pesar de los mil y un sucesos disparatados, ocurrencias
varias y continuas vueltas de tuerca –o precisamente por ellos– lo encuentro un
relato plano, con algunos (no muchos) destellos que se elevan (poco) por encima
del resto.
La perspectiva
que ofrece es muy negra, muy ácida y desencantada y se intenta compensar con un
humor que a mí me parece fallido. Sus mayores logros residen, creo yo, en la
capacidad fabuladora, la habilidad para construir recargadas escenografías que
podríamos denominar fellinianas y un escepticismo que lo abarca todo.
Pero hasta
el absurdo más completo ha de tener algo parecido a la coherencia, conducir a
alguna parte aunque el lector solo intuya dónde, pues si se pierde por completo
dejará de interesarle lo que ocurra a continuación y eso significa, o bien
cerrar el libro, o bien como en mi caso, acabarlo a la fuerza.
El autor ha explicado
en alguna entrevista que “esa novela parte
de un hecho real, de un tipo que murió a mi lado. Y prácticamente todo el resto
de cosas que suceden son elaboraciones de hechos reales.” Lo considera, por
tanto, producto de la imaginación y no de la fantasía, que según él consiste en
un juego cerebral carente de lógica, mucho más sencillo y que no le interesa para
nada.
2 comentarios:
Ya está bien de libros que 'están bien'. Tenemos sed de Imprescincibles!! Muahahah
Para eso nos tiene que encantar el libro, Anónimo, y eso no siempre ocurre. Pero te aseguro que se intenta.
Gracias por leernos.
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