jueves, 21 de octubre de 2021

Hiroko Oyamada: Agujero

Idioma original: japonés

Título original: Ana (穴)

Traducción: Tana Oshima

Año de publicación: 2021

Valoración: Recomendable alto


Hiroko Oyamada es una escritora japonesa relativamente joven con tres o cuatro obras ya publicadas. Creo que Agujero es la única o última editada en castellano, y reúne tres (en realidad, dos) relatos de extensión media bajo el título del más significativo y amplio de ellos.

Los textos tienen un tono similar, presentando un momento algo especial en una vida cotidiana, como puede ser una mudanza (Agujero) o el reencuentro con un amigo (Sin comadrejas). En especial en el primer relato hay algo muy peculiar y que resultará familiar a quienes estén habituados a los animes de Miyazaki: en un entorno de absoluta normalidad, situaciones y personajes en apariencia corrientes lucen con una extraña aura de misterio. El narrador, que será uno de esos personajes, va dejando apuntado, como de pasada, algún detalle minúsculo: alguien que lleva la misma ropa del día anterior, la aparición de un número de niños o ancianos que parece desproporcionado a la situación, un animal al que no se acaba de identificar, un episodio que se supone debía ser conocido o que sorprende por algún motivo. Solo ese detalle es suficiente para sembrar la inquietud, la sospecha de que hay algo que se sale de lo normal, que en algún momento encontraremos el motivo y no será del todo pacífico. 

Oyamada domina de maravilla esta forma de narrar, y se diría que esos pequeños puntos oscuros, insignificantes por sí mismos pero perturbadores por el solo hecho de contarlos, surgen con naturalidad, como si en realidad, si observásemos las cosas con suficiente atención y objetividad, detectarlos no fuese nada excepcional. La sensación se acentúa si consideramos que los personajes que protagonizan estas situaciones son absolutamente corrientes (recién casados, familiares, amigos cercanos), de quienes nunca se esperaría nada extraño. Igualmente contribuye a esas dudas el entorno rural en que se sitúa la acción que, de forma más o menos explícita, parece mostrarse como un escenario extraño a sus protagonistas y acentuar una vaga sensación de aislamiento (Dicho sea entre paréntesis, es curiosa cierta querencia de autores japoneses a colocar sus relatos lejos de las enormes aglomeraciones urbanas con que en Occidente identificamos a aquel peculiar país)

La narración tiene un marcado matiz sensual, insistiendo en los colores, los sonidos (el atronador de las cigarras, voces lejanas difíciles de identificar, el llanto de un bebé), la meteorología extrema (calor abrasador, nieve, lluvia incesante) o cenas en las que los alimentos (y también el alcohol) desfilan en abundancia. Son percepciones que calan en el narrador y enmarcan la escena en un ambiente potente, no excepcional pero sí quizá con un punto hostil, tal vez por excesivo. Un elemento más con el que incomodar al lector sugiriéndole que algo no funciona como sería esperable, que discurre bordeando o desbordando los márgenes de lo cotidiano.

Toda esta sutileza está al servicio de relatos de apariencia muy simple, que ya va siendo hora de presentar: en Agujero unos recién casados se mudan a una casa familiar en el campo y, mientras el marido está ausente haciendo horas extras (otra cosa muy japonesa, aunque no solo), la mujer explora el entorno descubriendo a un pariente olvidado y a un anciano que se dedica a regar permanentemente el jardín, entre otros elementos algo insólitos. Otra pareja contacta con antiguos amigos cuya casa se ve invadida por las comadrejas, y posteriormente (Una noche en la nieve, con los mismos protagonistas) comparten una velada en la que se entrecruzan las renovadas relaciones con instintos maternales soterrados solo a medias. Contado todo ello con la precisión y la sensibilidad siempre contenida que muestra la autora, el resultado es una lectura para disfrutar con calma, dejándonos envolver por ese tenue misterio que quizá contienen las cosas habituales, o es al menos lo que parece transmitir Hiroko.

Le buscaríamos, claro está, las esquinas a estos relatos, porque uno no puede sustraerse a la tentación. Para no desvelar nada que no se deba, me conformaré con decir que la autora parece complacida con emular esa moda, que por estos lares apareció hace unos años, del relato abierto, sin un final preciso, algo que, pensándolo bien, también observamos en algunos otros textos del lejano Oriente. El efecto resulta más patente en unos relatos que en otros y personalmente, experimentos aparte, es algo que no me acaba de seducir del todo. Bien están las sensaciones, los indicios y las atmósferas, pero la obra, quizá más un relato no muy extenso, luciría más contundente (al menos para el lector europeo y un poco convencional) conduciendo todo ese material a algún tipo de desenlace.

Lo anterior no desmerece sin embargo el conjunto del libro, que apunta muy buenas maneras en una autora a la que es obligado seguir la pista.

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