Año de publicación: 2021
Valoración: Está muy bien
En
literatura, lo testimonial, comprometido, reivindicativo o todo a la vez suele
ser un arma de doble filo. Establecer un equilibrio entre lo estrictamente
literario y la necesidad de concienciar sobre determinados asuntos exige cierta
renuncia además de dedicación y experiencia y aún así no es fácil salir airoso
del intento. Najat El Hachmi no nació en Cataluña como la protagonista de su
novela pero llegó a Vich con ocho años y, naturalmente, se siente catalana tal
como indica el primer título que publicó, allá por 2004. Aunque, tal como se
muestra en esta larga carta dirigida a su gran amiga, casi hermana, existe un
desdoblamiento en las personas –sobre todo en las mujeres –que han nacido en
una cultura pero han sido educadas por sus padres en otra muy diferente. Si son
capaces de superar el miedo (a gritos, golpes, amenazas, habladurías) escogerán
la mentalidad y forma de vida existentes en la sociedad que ha servido de caldo
de cultivo para convertirse en lo que son. Porque la familia, incluso la más
pacífica y tolerante, nunca va a abandonar los esquemas importados del país de
origen, y esto da lugar a un chantaje emocional que, en el mejor de los casos,
se daría de forma implícita pero cuya presencia constante es un hecho.
Otra
vez a vuelta con las identidades. Los dilemas aquí son varios: entre lo
religioso y lo laico, el hogar, reducto de las mujeres –sí, todavía, aquí y
ahora– y los requerimientos de una sociedad con las exigencias que tan obvias
nos parecen vistas desde fuera, entre la libertad y las normas, entre el
pensamiento y la doctrina. El Hachmi no ha escrito una novela autobiográfica
pero abunda en elementos de ese tipo. Al lector no le cabe duda de que es su
propia experiencia la que se relata aquí, aunque la protagonista tenga otra
personalidad y distinta trayectoria, aunque esa amistad indestructible entre
dos chicas con parecida problemática no haya existido o lo haya hecho de otra
manera. Esta relación invade el argumento y constituye el gran núcleo temático
del texto, o uno de ellos, el otro, y quizá más fundamental, pues ese
argumento no podría sobrevivir sin su existencia, es la culpa. Culpa por todo:
por pensar de otra forma, por añorar otra vida, culpa por transgredir los
mandatos y también por no tener la valentía de transgredirlos, culpa por haber
nacido, o casi, culpa por ser mujer, por no ser delgada, por tener deseos y sentimientos,
por carecer de referencias al pertenecer a la primera generación nacida en
España, por no haber conseguido integrarse en el ambiente estudiantil, por no
haber llegado a conocer Marruecos, por no ser demasiado religiosa ni lo
suficientemente laica, por llevar pañuelo y por no llevarlo, por elegir mal la
pareja, por haber sido estafada tras matarse a trabajar durante meses. Y por otra
infinidad de motivos.
Desde
esa óptica testimonial, el objetivo se ha cumplido con creces. ¡Cómo no
ponernos en su lugar, comprender las paradojas a qué se ve sometida una mujer
joven que empieza a sufrir cortapisas cada vez mayores y cuya única salida es
encontrar un buen chico y casarse lo antes posible para liberar a la familia de
su obligación de vigilarla y, de paso, obtener la ansiada libertad! Por
supuesto, el elegido debe proceder de su país de origen, pero, en esas
circunstancias, no es concebible que un chico de su generación mantenga la
mentalidad de los mayores. El matrimonio les abrirá todas las puertas, o eso
piensan unas chicas a las que se ha impedido conocer a fondo el terreno que
pisaban, que no saben nada de la vida de aquí ni de la de allá ni de la de ese
islote que, para lo que conviene es muy moderno y, en lo relativo a las mujeres
no se ha movido ni un palmo. Me refiero a esos maridos medio adolescentes que
empiezan a reproducir esquemas aprendidos en cuanto se sienten seguros en su
estatus.
He
leído historias sobre inmigración y desarraigo pero, si mal no recuerdo, esta
es la más cercana a mí espacialmente hablando, porque habla del Estrecho, de
lugares y costumbres que reconozco y comparto, y esa cercanía ha sido un plus
–totalmente subjetivo– que ha compensado en parte todo lo que he echado en
falta. A saber, profundidad, detalles, ampliación del plano a algo más que los
dos personajes femeninos. Elementos había de sobra, pero este tipo de
literatura tan cercano a la experiencia del escritor tiende a simplificar, a
hurtarnos el contexto, a contarnos lo que ocurre en lugar de dejar que lo
veamos directamente. Sí, los hechos pueden transcurrir ante los ojos del lector
igual que ante el espectador de una película, aunque se utilicen diferentes
materiales.
A pesar de haber ganado el premio Nadal de este año, eso es lo que reprocho a El lunes nos querrán- Un título que alude a esa doble identidad que les obliga a comportarse correctamente pero solo cuando pueden verlas, el resto del tiempo quizá puedan ser unas chicas normales y corrientes, hacer lo que hacen las demás, nada extraño en realidad, nada que perjudique a nadie. Pero cargan con un bagaje muy reducido y tienen que actuar a tientas, sin pautas aprendidas, sin padres a quien acudir ni otros mentores que puedan ayudarles. Concretando, respecto al contenido no tengo nada que objetar pero formalmente esperaba más. Y con razón, pues me consta que El Hachmi tiene un enfoque propio sobre cuestiones diversas y una envidiable capacidad para desprenderse de prejuicios y trampas. Escuchando sus conferencias y leyendo sus artículos se adivina una mujer inteligente y con una personalidad muy bien consolidada. En cuanto a sus habilidades literarias, tendré que seguir leyendo sus libros.
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