Título original: Stranger in the land
Año de publicación: 1949
Traducción: Carlos Sanrune
Valoración: Recomendable
Extraño en la tierra se publicó originalmente en 1949 en Estados Unidos; apareció también al año siguiente en Inglaterra. Desde entonces había caído en el olvido. La editorial Amistades Particulares, haciendo gala de su labor de arqueóloga de la literatura LGTB más marginal, la ha recuperado, traduciéndola por primera vez al español.
La novela de Ward Thomas (pseudónimo de Edward Thomas McNamara) es tremendamente adictiva. Yo leí sus trescientas y pico páginas de letra chiquitita en apenas tres días.
Narra la vida de Raymond, un joven profesor homosexual que ama «contra las reglas de la naturaleza, contra el beneplácito social y a pesar de la resistencia de su propio espíritu» (pg. 111). El objeto de su devoción es Terry, un hermoso muchacho de la calle que se niega a trabajar, alcohólico precoz vinculado con los bajos fondos. Terry aprovechará una caza de homosexuales ejercida por las autoridades locales para chantajear a Raymond.
¿Qué decir de esta obra? Me ha enganchado con su trama y me ha seducido con su cuidada prosa, su minuciosa ambientación, sus sugerentes temas, la evolución psicológica de su protagonista o la complejidad de sus personajes, dinámicas y conflictos.
Detengámonos un momento en los mentados personajes. Raymond, por ejemplo; es muy fácil empatizar con él, porque además de sensible, inteligente y tranquilo, es repelente, contradictorio y autodestructivo. ¿Cómo no sentir cariño ante sus defectos: su pedantería, su dogmatismo intelectual, su condescendencia, su desidia laboral, su miopía interesada a la hora de tratar con Terry o su completamente gratuita misoginia? ¿Cómo no conmovernos ante sus pequeños arcos de redención, o lamentar su degradación en determinados aspectos?
Ahora recalemos en los temas barajados por Ward. Uno de ellos sería que la sexualidad es intrínsecamente despreciable. Otro: que la sociedad es hipócrita a la hora de juzgar la sexualidad de ciertos individuos, pero aun así resulta conveniente plegarse a los designios de la multitud. Adjunto a continuación varios pasajes que indagan en torno a estas ideas, para que comprendáis la riqueza de las mismas:
- «Ningún hombre podía esperar escapar al castigo derivado sus placeres, y cuando las preferencias peculiares de un individuo eran calificadas arbitrariamente de "vicios" por la mayoría de sus conciudadanos, el castigo era siempre muy desproporcionado con respecto al placer. Nunca valía la pena (...) saltarse los prejuicios del rebaño y desafiar la venganza de la moral de la masa» (pg. 104).
- «Iba a matarse no por lo que él creía, sino por lo que otros hombres creían, no porque la vida le pareciera intolerable por su monstruosidad sexual, sino porque ellos se la harían intolerable. Ellos creían que la muerte era el único destino apropiado para criaturas como él, y él iba a complacer el sentido del decoro que ellos imponían. No importaba (...) que siempre hubiera tolerado las aberraciones eróticas del grupo; ellos no toleraban su especial aberración, y toda la libertad que él mantenía ante los pecados de ellos no contaba para nada. El grupo no pedía tolerancia al individuo: exigía conformidad» (pg. 201-202).
- «La felicidad no era para aquellos que vivían en oposición a los patrones aprobados de la socidad» (pg. 206).
A mi juicio, el punto flaco de Extraño en la tierra es su extensión, ya que la novela podría podarse significativamente. Contiene párrafos sobre el subtexto, la introspección del protagonista o la descripción del entorno excesivamente dilatados o directamente redundantes; todos ellos aportan, claro, pero oblicuamente. Contiene, también, diálogos abultados, reflexiones tangenciales y escenas omitibles.
Otros defectillos lastran, aunque en menor medida, la obra de Ward: un último tercio que se hace algo cuesta arriba y un desenlace que se antoja anticlimático.
No os llevéis una impresión errónea; pese a su margen de mejora, recomiendo esta joyita. Sus virtudes compensan con creces sus limitadas carencias. Y si bien es cierto que su extensión amedrenta a la hora de abordarla de nuevo, al menos en un periodo de tiempo breve, es innegable que no me arrepiento de haberla encontrado.
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