domingo, 8 de enero de 2023

Ivan Turguenev: Padres e hijos

Idioma original: ruso

Título original: Отцы и дети / Ottsý i deti

Traducción: Rafael Cañete Fuillerat

Año de publicación: 1862

Valoración: Está bien


Dicen los que saben de estas cosas que Ivan Turguénev fue uno de los máximos exponentes de la literatura rusa en ese Siglo de Oro que fue por aquellas tierras el XIX. Con mis muy limitados conocimientos, imagino que se le puede colocar algo por detrás de Tolstói o Dostoyevski, quizá en un grupo donde cabrían Pushkin, Chéjov, Gorki o gente de ese estilo. Resulta que además de enterarme de esto, veo que en nuestro ilustre blog tiene algunas reseñas con buenas valoraciones y, aunque leyéndolas después parecen menos entusiastas de lo previsto, me decido a estrenarme con Padres e hijos, por lo visto una de las obras más importantes de este autor.

La vida en el campo, y en concreto en las grandes haciendas, puebla generosamente la literatura rusa de la época, con la visión desoladora de tierras improductivas, las miserables condiciones de vida de los mujiks y las diferentes posturas que respecto a ellos mantienen los terratenientes, algunos aferrados a mantener el statu quo, otros impregnados por convicciones más humanistas, que vieron claro que el sistema no podía mantenerse mucho tiempo más y comenzaron a aflojar la presión. Algo de esto hay en Padres e hijos, aunque en mi opinión muy en segundo plano (entre paréntesis diré que el prologuista del libro, que no recuerdo quién es, pone el foco en esa disyuntiva sobre la realidad agraria, lo que me hace pensar que a veces algunos escriben los prólogos sin haberse leído el libro, o bien yo sigo siendo suficientemente obtuso para no percibir lo que parece tan evidente. Seguramente será esto último lo que haya ocurrido). En segundo plano, digo, porque el nudo del libro está en lo que sigue.

Dos jóvenes, Kirsánov y Bazárov, regresan a casa tras un periodo de estudios en Petersburgo. Llegan con ideas nuevas y bastante rompedoras, imbuidos de nihilismo, descreídos e iconoclastas, con la arrogancia de quien ha descubierto cosas nuevas y desprecia los valores asumidos por sus mayores, la autoridad, el amor, la tradición. Bazárov, que parece algo mayor, ejerce de líder con su ironía amarga, es más bien despótico y muestra el desapego y la altanería de quien se cree superior. En un viaje con diversas paradas van planteándose distintas situaciones en las que la ideología urbana de los jóvenes va poniéndose de manifiesto: en casa de los Kirsánov enfrentan la bonhomía del padre, el hacendado que ha decidido liberar a sus mujiks en un gesto que a los invitados les parece insuficiente; en su visita a los Bazárov a duras penas se plegarán ante los sencillos y bienintencionados padres con actitud condescendiente; y en las jornadas compartidas con la viuda Odíntsova se pondrá a prueba el radicalismo de su desdén hacia el amor romántico.

Todo se traduce en largas conversaciones de los jóvenes con los sucesivos personajes, dando al relato un aire más bien teatral. Y descubrimos subtramas, unas con más desarrollo que otras, que sin embargo no terminan cristalizando en casi nada, al margen de ilustrar discretamente el perfil de unos y otros. Porque hay personajes que apuntan a cosas interesantes (la propia Odíntsova, con su belleza y su tenue misterio; el estirado tío que encarna el clasismo y la tradición; la doncella que ha tenido un hijo de su señor), pero quedan en poca cosa, como incapaces de salir del corsé de contención en que los tiene metidos Turguénev. Diálogos por aquí y allá, impulsos que amagan con brotar pero terminan ahogados o metabolizados por personajes que, salvo el tío al que citaba, no se permiten ni media salida del tiesto, todo tan medido que termina por dejarnos un tanto aplanados. No sé si será el europeísmo, o anglofilia, no sé bien, de este autor, quizá demasiado preocupado por mantener a su elenco dentro de una corrección no muy bien entendida o a su narrativa en un tono aceptablemente burgués, pero qué diferente de otros maestros rusos que no vacilan a la hora de meterse en el fango y mostrar con toda crudeza las aristas del ser humano.

El libro está bien escrito, sí, resulta diríamos elegante y moderadamente entretenido, plantea (más bien sugiere) algunos temas interesantes (la situación en el campo, el amor, nuevas ideas frente al inmovilismo), pero le falta claramente profundidad, peso, la fuerza que lo convierta en algo poderoso y difícil de olvidar. Por algo en ese prólogo que me he permitido criticar quizá un poco a la ligera se cuenta que Tolstói, amigo de Turguénev, venía a decir que el libro estaba escrito sin alma, y por eso no le había llegado al corazón. Y es que, o bien esa amistad había conocido tiempos mejores, o el viejo Lev puso la objetividad por encima de cualquier otra consideración. O, en definitiva, que teniendo amigos así para qué se necesitan enemigos. Pero sea como fuese, la verdad es que tenía bastante razón. 


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4 comentarios:

Anónimo dijo...

La novela me supongo que pueda tener diferentes registros y enfoques, personalmente creo que capta el enfoque de la época. Esa falta de armonía entre generaciones, ese conflicto generacional. Sin extenderme mucho más, creo que es un " Imprescindible" como un templo de Turguenev. Pero bueno, todo es muy subjetivo.

Carlos Andia dijo...

El conflicto generacional me parece más relevante en el relato que el choque entre quienes querían mantener el sistema de servidumbre y quienes pretendían removerlo, es lo que intentaba indicar en la reseña. Incluso más importante que conflicto generacional me parece la irrupción de ideas nuevas y urbanas frente al conservadurismo del mundo rural.

La valoración general del libro ya depende más del criterio de cada cual. A mi me ha resultado bastante menos digno de entusiasmo, pero efectivamente todo es opinable.

Muchas gracias por tu comentario.

Yai dijo...

Hola! Mi comentario no es en realidad sobre la reseña ni sobre la novela: hace demasiado tiempo que leí este libro y no tengo gran recuerdo de él. Mi comentario es sobre la nota de que a Turgenev "imagino que se le puede colocar algo por detrás de Tolstói o Dostoyevski, quizá en un grupo donde cabrían Pushkin, Chéjov, Gorki o gente de ese estilo". Vayamos por partes. Primero, esta nota parece sugerir que Pushkin, Chejov etc son menores que Tolstoi o Dostoyevski, ay! Hay que tener en cuenta que estos autores escriben géneros distintos: Pushkin escribe en verso, Chejov cuentos, los otros dos novelones. Y, cada uno en lo suyo, los cuatro son considerados como los grandes grandísimos de la literatura rusa - el primer puesto lo ocuparía Pushkin, si le preguntamos a los rusos.
Segundo, la obra de Gorki es s.XX, aunque naciera en el XIX. Y en cualquier caso, tercero, meterlo en el mismo saco que a Chejov o a Pushkin me parece un despropósito, porfavarrrrr.

Carlos Andia dijo...

Admito que esa 'clasificación' rápida no es desde luego nada académica, sino una especie de pálpito personal sobre el que no me he parado a reflexionar. Seguramente son solo impresiones generales de un simple lector, así que es muy probable que tengas toda la razón. Solo pretendía situar un poco a Turguénev en ese listado de grandísimos autores rusos. Y también seguro que aciertas al decir que el género puede determinar mucho la valoración que se tenga de los autores, porque es fácil que nos impresionen más las largas novelas que la poesía, el teatro o el relato que han cultivado otros autores.

Así que nada, tomo nota de tu crítica y gracias por comentar.