Título original: I Remember Nothing
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Año de publicación: 2010 (en castellano, 2022)
Valoración: Está bien
Nora Ephron escribió No me acuerdo de nada en 2010 y, por lo que me cuentan, esta edición española de 2022 ha alcanzado un cierto éxito. A veces ocurre, efectivamente, que libros que pasan inicialmente desapercibidos conquistan a los lectores tiempo más tarde, quizá por una buena promoción, por sintonía con un periodo concreto o simplemente por casualidad. El caso es que la autora escribió el libro con cerca de setenta años, poco antes de su fallecimiento, y este es un dato importante para considerar algunos aspectos.
Ya lo dice el título, la pérdida de memoria (o su alteración mediante un extraño carácter selectivo) es un signo de senilidad, y Ephron lo describe con la agudeza y el humor que presiden todo el texto. El relato de sus olvidos y despistes derrocha sinceridad y buen rollo, se lee con una sonrisa, aunque nada va a evitar que en el lector se deposite un cierto fondo de tristeza ante el anciano que describe su decadencia. La autora desde luego lo sabe, conoce muy bien al público, y deja que ocurra, lo que invita a pensar que en esas reflexiones hay también algún grado de autocompasión, algo por otra parte bien comprensible.
Aunque el tema de la vejez y sus carencias asociadas asoma en el libro de vez en cuando pero de forma bastante destacada, no es ni mucho menos lo único que trata. En realidad, el texto es algo que podríamos definir como miscelánea, una fórmula que gusta mucho allá en los Estados Unidos, consistente en una colección de reflexiones sueltas sobre asuntos diversos donde se mezclan los más íntimos (como el que acabamos de comentar), los profesionales, familiares, o simples anécdotas de una vida más o menos prolongada. El interés dependerá por una parte de los temas que se tocan y la destreza con que se cuenten, pero también de la posición del lector, receptivo o no tanto a según qué informaciones.
Como Nora Ephron se dedicó al mundo del periodismo y el cine, sobre todo el cine, por ahí van la mayoría de las pequeñas historias que se nos cuentan. Anécdotas sobre sus primeros trabajos (ella es una mujer joven intentando abrirse paso allá por los 60), encuentros y desencuentros con actores y otros profesionales del gremio, situaciones simpáticas en fiestas, o la relación, a veces no muy pacífica, con internet o los correos electrónicos. Poniéndonos un poco cursis diríamos que son retazos de una vida, siempre enfocados con ligereza e ironía y que, además de las reflexiones sobre la edad, alcanzan por momentos un mayor peso, quizá cuando adquieren un tono más autobiográfico, como en La leyenda (para mí, uno de los mejores pasajes), un relato familiar lleno de franqueza e impecablemente narrado, o cuando se detiene a analizar los fracasos huyendo de los lugares comunes de la superación o el crecimiento para poner el foco en algo tan evidente como la frustración por fallar o la inseguridad del que tropieza.
Sobre todo, queda siempre una sensación de sinceridad, que se deja ver detrás de esa cortina humorística que impregna todo el texto. Hay desde luego momentos irrelevantes de alguien que se permite jugar con lo serio y lo frívolo, pero también otros que suscitan la pausa y la reflexión, con un registro que a veces parece la voz en off de Mujeres desesperadas o, mejor aún, los diálogos chispeantes, amables con su puntito picante, de algunas comedias románticas de éxito, como Sleepless in Seattle, Cuando Harry encontró a Sally, o Tienes un email (sí, siempre la adorable Meg Ryan). Cuyos guiones, ya es hora de decirlo, tenían precisamente la firma de Nora Ephron.
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