sábado, 22 de octubre de 2022

Martine Desjardins: La cámara verde

Idioma original:
francés
Título original: La Chambre verte
Traducción: Luisa Lucuix Venegas
Año de publicación: 2016
Valoración: está bien
 
Esta fue una compra impulsiva, de la que culpo al algoritmo (¿A cuál? Da igual, a uno): estaba yo tan tranquilo haciendo unas compras online en la página de la librería La Puerta de Tannhäuser, cuando, entre
las sugerencias de "libros que te pueden interesar" apareció este. Y leí la descripción de la propia editorial:
Una obra maestra del gótico canadiense, deudora del mejor Robertson Davies, y que bien podrían haber firmado Shirley Jackson o Margaret Atwood. Una de las más divertidas y mordaces sagas familiares de los últimos años, galardonada con el premio Jacques-Brossard.
Dejando de lado el name dropping, al que son tan aficionadas muchas editoriales, había varios elementos que hacían pensar que el algoritmo había acertado: novela gótica, divertida y mordaz, saga familiar... Así que me dejé llevar, y me la compré. Y desgraciadamente, solo ha cumplido con todo lo que prometía a medias, como se puede ver por la valoración.

Porque a ver, es verdad que es una novela gótica (aunque no exactamente de terror), especialmente por estar ligada con una casa (no exactamente maldita), hasta el punto de que la casa es la narradora de la historia (!!!). La familia Delorme, los protagonistas, habitan esta casa que es al mismo el tiempo el templo de su única religión: el dinero. La "cámara verde" que da título a la novela es, de hecho, una mezcla de cripta, capilla y caja fuerte en la que los miembros de la familia realizan sus rituales. Pero su rígido y (hasta entonces) exitoso método de acumulación de riqueza se verá alterado cuando entre en sus vidas Penny Sterling, una joven "con posibles" a la que esperan poder casar con su hijo para que continúe la estirpe.

Así en términos generales, la cosa suena bien, y sin duda hay que reconocerle a la autora originalidad y maestría técnica, al hacer que la historia nos la cuente la propia casa, como decía, y también por la forma como alterna el pasado y el presente para ir reconstruyendo el puzzle de la vida de la familia y de los personajes protagonistas.

Pero hay dos aspectos en los que la novela me ha perdido y por eso no le puedo dar una nota más alta. Primero (y esto es lo fundamental), porque no he conseguido conectar con el humor del texto: los personajes y las situaciones son hiperbólicos, caricaturescos, irreales, las situaciones están llevadas hasta el extremo, y si bien algunas escenas concretas me han hecho reír, en la mayor parte del texto me he visto sosteniendo esa sonrisa incómoda que se te pone cuando alguien está contando algo supuestamente divertido a lo que tú no ves el punto. Sé que a otros lectores les ha encantado, y ole por ellos, pero a mí no ha conseguido divertirme como esperaba.

Y por otra parte, aunque sea una cuestión algo menor, la trama de la novela parece estar construida para llegar a una revelación (casi) final, el típico momento chan-chan-cháaaaan en el que el lector se queda con la boca y los ojos abiertos. Solo que, si la intención era esa, lo cierto es que esa revelación se telegrafía desde muchísimas páginas antes, y de forma creo que bastante transparente, hasta el punto de que me queda la duda de si de hecho es algo que se pretendía mantener secreto para el lector o no (pero si no es secreto, ¿por qué no decirlo abiertamente desde el principio, por qué incluir ese telenovelesco momento chan-chan-cháaaaan
 
Como decía al principio, la culpa fue del algoritmo; y ojo, que en cierto modo el algoritmo hizo bien su trabajo, porque esta novela de hecho encaja perfectamente con el tipo de novelas que me puede gustar leer. Solo que esta en concreto no ha acabado de satisfacerme. 

Coda polémica: Esta novela, como todas las que publica Impedimenta, tiene una cubierta y una sobrecubierta, ambas preciosas (adjunto foto más abajo); y sin embargo, empiezo a tener con las sobrecubiertas la misma relación de amor-odio (pero sin amor) que con las fajas: mientras leo, la sobrecubierta se separa, se desencuaderna, se dobla, y al final acaba siendo algo engorrosa. Solo que, a diferencia de las fajas, no puedo simplemente quitarla y tirarla, porque la cubierta interior no tiene ni el título ni el nombre del autor, solo la ilustración (que, insisto, es preciosa). 
 
Dejo por lo tanto abierto el debate: ¿deben las sobrecubiertas ir al mismo círculo del infierno que las fajas, o podemos ser más benévolos en este caso, en vista del efecto estético que se puede conseguir con ellas - y de la protección, también, que pueden ofrecer a los libros?



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como bien dices en tu reseña para mí es un libro que deja leer.
A mí me atrapó el que la pusieran a la altura de Robertson Davies y no, para nada.
En cuanto a las sobrecubiertas yo las retiro para leer el libro y luego la pongo

Anónimo dijo...

Yo también, estoy de acuerdo.

Zamboy dijo...

Bienvenidas las cubiertas! Muerte a las fajas!