domingo, 2 de octubre de 2022

Elizabeth Hardwick: Historias de Nueva York

Idioma original: inglés
Título original: The New York Stories
Traducción: .Rebeca García Nieto para Navona
Año de publicación: 2010, 2022
Valoración: está bien


Hay ocasiones en los que un autor te sorprende y te impacta ya en la primera lectura de una de sus obras. Y ansías la publicación de más títulos esperando encontrar aquel mismo estilo, aquel mismo impacto, aquella misma sensación de territorio conocido y satisfactorio. Pero hay ocasiones en las que no sucede, en los que uno abre un libro del mismo autor esperando encontrar esa misma sensación y esta no aparece. Esto último es lo que me ha ocurrido con este libro de Elizabeth Hardwick (cuyo «Noches insomnes» me encantó), pues su lectura me ha dejado tirando a frío. Veamos.

En este recopilatorio de textos o relatos cortos, la autora nos relata historias protagonizadas por distintos personajes con la ciudad de Nueva York como telón de fondo, aunque a veces este hecho es meramente circunstancial y no un protagonista más de la propia historia (es decir, nada que ver con «La mujer singular y la ciudad» de Vivian Gornick donde la ciudad sí era un protagonista principal). En este caso, a nivel general y con alguna excepción, los protagonistas de las diferentes historias son ellos mismos, y las historias contadas bien podrían estar pasando en Nueva York como en alguna otra gran ciudad estadounidense. 

Este conjunto de trece relatos, de extensión variable entre siete y treinta y cuatro páginas, tiene como característica común que sus protagonistas acostumbran a tener un vínculo con Nueva York y ser personajes del mundo del arte (o relacionados con él); así nos encontramos con profesores en teología, actrices, profesores de historia americana, escritores, libreros, críticos, etc. Con ello, la autora esgrime un mosaico coral en el que utilizando personajes de diversa índole y procedencia, hace un retrato de sus vidas en través de las que nos sumerge a la sociedad estadounidense de mediados de siglo XX. Escritos a lo largo de la vida de la autora, pues fueron publicados entre 1946 y 1993,  los relatos se podrían agrupar en dos grandes bloques: el primero de ellos, entre 1946-1959, comprende ocho relatos mientras que el segundo bloque, entre 1980 y 1983, incluye cinco relatos. Y, curiosamente, también el nivel de calidad es muy diferente entre ambos, pues el primer bloque incluye la mayoría de los relatos que destacaría mientras que en el segundo bloque apenas destacaría alguno. Y eso es algo que me sorprende, pues «Noches insomnes» me entusiasmó y fue publicado en 1979 lo cual es como si después de su publicación la autora hubiera cambiado su estilo y perdido fuelle. No deja de ser algo anecdótico, pero sí una extraña coincidencia. 

A nivel general, y de ahí mi valoración del libro, es que pocos de los relatos incluidos consiguen que nos metamos en la piel de sus protagonistas. El estilo de la autora ocasiona una distancia entre historia y lector que, teniendo en cuenta además la corta extensión de las historias, no consigue que el lector (o este reseñista al menos) entre en la historia y la haga suya, ni tan siquiera únicamente como testigo voluntario. Parece como si la autora no nos invitara a entrar en sus historias, como si únicamente nos ofreciera una ventana desde la cual observar su interior pero sin llegar a poder oler ni notar la presencia de sus protagonistas. La consecuencia de todo ello es que la autora no consigue generar interés en la su mayoría, a excepción de alguna de ellas y que destaco a continuación como lo mejor del libro.

Así, entre los relatos que destacaría estarían «Tardes en casa», en el que narra un reencuentro de la protagonista con alguien que conoció en su juventud, intentando recordar qué ocurrió con esa amistad en parte problemática. Alguien que le despertó emociones encontradas, pues le hizo tener «esa bonita, y seductora, sensación de aquellos años en los que uno cree haber sido elegido de entre todas las personas sobre la faz de la tierra para la felicidad», pero que, a su vez, también fue problemática, pues le dejó una mala sensación al confesar, tras su encuentro, que «no quería que la noche pasara, porque le parecía que una vez que llegara la mañana todo el mundo en la ciudad recordaría de qué clase de hombre me había enamorado por primera vez». También el relato «Sí y no» es interesante, en el que narra una relación desigual con alguien que «cuando nuestros ojos se encontraban, imaginaba que tenía lugar un sutil intercambio que de alguna forma me restaba y él se llevaba la diferencia (…) nunca estaba tan cansada como cuando estaba con Edgar y él nunca estaba más vivo y feliz que en mi presencia». Asimismo, es destacable el relato «El roble y el hacha» protagonizado por una editora de publicaciones gastronómicas que, después de que su anterior marido la dejara, se casó de nuevo con Henry, alguien de apariencia triunfante pero solo en apariencia; alguien de quien la sorprendía «el hecho de que careciera de ambición y a la vez tuviera sus escasos logros en tan altísima estima», alguien para quien «sus logros no estaban a la altura de la vehemencia de sus opiniones». Igualmente, destacaría «La sociedad sin clases», protagonizado por Willard Nesbit, profesor historia americana universidad Chicago y que escribe libros y artículos en Times. Alguien que la autora describe que «le resultaba muy difícil que le gustara algo con toda el alma»; alguien con «cierta petulancia intelectual»; alguien exigente y con cierto espíritu de superioridad para quien «“insistir en su propia opinión” era, a su entender, “decir la verdad”». El relato gira en torno a una cena en la que invitan a amigos y familiares y en los que los inspirados diálogos giran en torno a la política y la riqueza. Finalmente, destaco de manera clara por encima del resto «La compra», protagonizado por dos parejas en las que sus miembros masculinos son pintores y la relación que se abre entre ellos a raíz de uno de sus cuadros. Así, el relato trata sobre la relación entre un artista de edad ya avanzada y un joven artista, y la necesidad u obligación de comprarle a este un cuadro para darle empuje o valorar su iniciática carrera. Dos pintores dispares, pues «solo tenían en común cierta astucia, la sagacidad que necesitan los pobres para dedicarse a sus carreras como artistas independientes». Una compra difícil, pues tal y como se relata acertadamente en la siguiente afirmación: «No puedo hacer ninguna oferta», dijo Palmer, en tono resignado. «En un sentido, un cuadro merece, en cuanto a dinero, todo —el mundo entero—, y a la vez no vale nada».

Por todo ello, la lectura de esta recopilación de relatos me ha dejado un poco frío, pues a diferencia de «Noches insomnes», la autora no nutre y enriquece el libro de frases magistrales para enmarcar; da la sensación que lo escribió de manera automática, a velocidad de crucero sin profundizar en ello. Esto causa que no haya apenas conexión con los protagonistas y, pasados los primeros relatos, supone un lastre pues, cuando escribes pequeñas historias, si estas no son suficientemente cautivadoras argumentalmente, la manera de narrar tiene que sobresalir porque de lo contrario la lectura no te atrapa. En cualquier caso, los relatos destacados en esta reseña sí valen su lectura, por lo que se trata de un libro que, en pequeñas y seleccionadas dosis, nos pueden proporcionar agradables, sin excesos, momentos de placer lector.

También de Elizabeth Hardwick en ULAD: Noches insomnes

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