jueves, 9 de diciembre de 2021

Mary Cholmondeley: Un guiso de lentejas

Idioma original: inglés

Título original: Red Pottage

Año de publicación: 1899

Valoración: Muy recomendable



Mea culpa! Hasta ahora no conocía a esta autora singular que, al menos por esta novela y me temo que por el resto de su obra, merecería más reconocimiento. ¿Dónde estabas Mary Chomondeley (1859-1925), o dónde estaba yo que me he perdido durante tanto tiempo el placer de leerte? Para que me entiendan, y ciñéndome solo a las autoras aunque pertenezcan a otro siglo, pregunto: nuestra protagonista de hoy ¿es comparable a Jane Austen? Comparable en calidad desde luego y en dardos afilados la supera con creces. Yo me lo he pasado mejor que leyendo a su predecesora y, por difícil que parezca, me han quedado más claros los mecanismos sociales de ese tiempo y lugar, porque esta señora deposita mucho veneno en sus páginas, lo administra de maravilla y sabe perfectamente cómo dirigirlo y adónde. Principalmente hacia el machismo, la iglesia –aunque se cura en salud salvando a algunos personajes– y las convenciones de su entorno, pero hay leña para todos.

Ser mujer y saber manejar tan bien la sátira no parece muy aconsejable, menos aún hace más de un siglo, y si una de las críticas más aceradas es abiertamente feminista lo que resulta extraño es que publicasen en vida a su autora. Sin embargo, y aunque durante los primeros años no utilizó su auténtico nombre, han quedado decena y media de títulos suyos contando solo los más relevantes. Esta novela en concreto figuró entre las más vendidas de entonces en los países de habla inglesa.

Autora celebrada por Henry James y Virginia Woolf, en Un guiso de lentejas explora el terreno que mejor conoce, ya que tiene mucho de autobiográfica y gran parte de la acción ocurre en una rectoría de provincias muy similar, supongo, a la que regentaba su padre. Por eso –y gracias a su talento– ambiente, costumbres y mentalidad están descritos con una fidelidad exquisita. Pero tampoco evita retratar la vida londinense ni a clases sociales más altas; es más, el contraste entre unas y otras, las envidias, prejuicios, mezquindades, frustraciones e intentos de escalada fulminante es uno de sus principales asuntos.

No existe una protagonista absoluta, los papeles principales están a cargo de una pareja, una pareja de amigas quiero decir, Rachel y Hester. Aunque al principio se nos lleva por terrenos resbaladizos –pues si la homosexualidad femenina aún no ha dejado de ser tabú, imagínense a finales del s. XIX– que luego se dejan de lado para aparecer con más fuerza en el último momento. Aclaro que hay una clara asimetría entre ellas, que sus planes de vida siempre fueron muy distintos y que, a pesar de ese sanador paseo turístico, no parece que haya reciprocidad por parte de Rachel aunque se haya quedado compuesta y sin novio. Pero, aunque se quede en insinuación y en el posfacio se mencione un improbable futuro matrimonio de esta (que ella ha rechazado con ahínco a lo largo de la novela) –mención quizá sugerida por un religioso para evitar el escándalo tal como ocurre en uno de los episodios– la alusión quería hacerse y se hizo.  

El resto de los personajes componen un animado cuadro de la época y colaboran activamente, unos más que otros, para frustrar los proyectos de ambas. Cada uno de ellos interviene en un puñado de tramas que se entrecruzan y tropiezan entre sí provocando una sonrisa en el lector. Y entre ellos y nosotros, siempre presente, la autora, mostrando sus opiniones y un sentido del humor ácido, irónico o tierno según convenga. Desde luego, detrás del argumento y de esas intervenciones suyas, tan sarcásticas, se adivina una mente muy libre capaz de ir más allá de lo esperado, pero siempre hasta cierto punto ya que, como deja meridianamente claro, la iglesia siempre está ojo avizor. Posiblemente, esa sea la causa de que lo personajes sufran un castigo terrible cada vez que se apartan del camino correcto: conductas inadmisibles –tanto como cometer adulterio o escribir una novela de crítica social siendo mujer– que merecen anular a una artista (o pretenderlo), separar a dos enamorados y, en último extremo, la muerte.

Una novela tan divertida como absorbente a la que se le pueden poner pocas pegas. Quizá eliminaría las intervenciones que carecen de contenido crítico, como si el lector necesitase explicaciones, y el exceso de dramatismo de algunas escenas. Pero cada autor tiene su contexto y ambos rasgos reflejan los gustos de entonces.

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