Título original: Energy Flash. A Journey through Rave Music and Dance Culture
Año de publicación: 1998, 2008, 2013 (ediciones sucesivamente ampliadas)
Traducción: Begoña Martínez, Gabriel Cereceda, Silvia Guiu
Valoración: muy recomendable
El papelón que me han dejado mis ilustres compañeros reseñando grandes libros de enormes autores en esta TochoWeek para ir yo y presentarme con lo que, el 99% de nuestro fiel público calificaría de forma contundente como "libro sobre música" pero yo, ojo con la etiqueta, llamo "ensayo" o incluso "crónica" y hasta el final de esta reseña defenderé tal calificativo.
Es obvio que esto es un "tocho" (casi 700 páginas en esta revisión del autor que incluye artículos adicionales e incluso una interesante entrevista) y es obvio que Simon Reynolds ha publicado, reseñé varios de sus libros hace unos meses, libros que podrían apelarse de estudios sobre movimientos musicales (el glam rock, el post punk) donde se enfatizaba por doquier sobre evolución sonora, escenas delimitadas geográficamente, aspectos técnicos que captan al interesado de forma inmediata, pero que pueden ser algo refractarios hacia el perfil lector no iniciado.
Pero Energy Flash, y no negaré porque su extensión lo permite, es un caso muy diferente. Aquí Reynolds, sin duda alguna uno de los mejores periodistas sobre cultura contemporánea que uno puede leer, no se limita a abrumar con el goteo de nombres propio de su conocimiento exhaustivo. Se extiende en varios ámbitos que salen mucho de ese círculo. Escribe mucho sobre la sociedad que presencia la explosión del fenómeno rave y cómo los diversos estratos sociales asimilan ese hecho, desde la pose nihilista heredera del espíritu punk hasta cierta actitud estajanovista, cuando el trabajo duro a lo largo de la semana es retribuido con una dedicación igualmente entregada a la diversión. Escribe sobre el entorno político en que se desarrolla, en la absurda lucha de los gobernantes por contener, limitar, legislar y, tirada la toalla, prohibir los eventos cuando se asustan de su enorme repercusión y de su éxito abrumador. Pero para la multitud de jóvenes (y no tanto) que desfilaban por las carreteras inglesas (más tarde, por las de todo el mundo) en búsqueda de los eventos, con la única e incontestable reivindicación de la diversión por bandera, esa prohibición representó un estímulo, un acicate.
Esa cultura rave Reynolds la reporta desde la tercera y la primera persona. Presencia y testifica e incluso traspasa esa barrera a lo gonzo. Muchas páginas de este libro hablan de las llamadas drogas recreativas y hablan desde la experiencia propia sin hacer proselitismo. Creo que es importante aseverarlo: Reynolds no juega a ser Escohotado (RIP), ni de sus páginas y la descripción de sus experiencias, lector alguno va a tomar la decisión de salir a la calle a buscar un camello y vivir nada en carne propia. Pero tampoco se va a poner en plan moralizante, y ese equilibrio es fascinante. Explica cómo esas sustancias (algunas de ellas clasificadas apenas unos años antes como medicamentos de diversa índole) permiten interactuar con la música y cómo cada una de las muchas corrientes que parten de la música electrónica encuentra un ajuste con uno u otro estupefaciente. Lo hace desde la constatación de que los jóvenes lo han incorporado como un elemento clave en la diversión. Millones de ellos. No se trata de apelar a la abrumadora mayoría para asentir como un borrego. Reynolds actúa como periodista y cronista y explica el resultado de aplicar su curiosidad. Se muestra crítico y se muestra observador. Toma postura en lo referente al adocenamiento del movimiento cuando se convierte en un negocio de cifras escandalosas. Conjuga saber canónico, el saber de quien ha escuchado y analizado todo aquello de que escribe, con postura escéptica respecto a la capacidad del capitalismo salvaje de envolverlo y etiquetarlo todo, y tanto o más con la pretenciosidad de quien se arremolina en torno a una pureza vanguardista que parece rechazar cualquier cosa que no sea lo minoritario.
Tres décadas más tarde, con la generación que convivió con ese movimiento (cualquiera que tuviera entre 14 y 30 años allá por 1988) asentada en el poder, en las direcciones de las empresas, Reynolds concluye que, a pesar de su obvia decadencia producto del agotamiento general, esa forma de disfrutar de la música, de dinamitar el fin de semana, de forzar el organismo, arraigó de tal manera que su influencia sigue presente. Y 700 páginas pueden parecer muchas, pero su desarrollo ameno, coherente y exhaustivo, lo convierten en toda una experiencia.
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