domingo, 13 de noviembre de 2022

Marta D. Riezu: Agua y jabón

Idioma original: castellano
Año de publicación: 2022
Valoración: está bien


Reconozco que albergaba ciertas dudas acerca de la lectura de este libro, pues su evidente, desordenada y reconocida fragmentación me apartaban de su camino, pero aun así su temática me interesaba. En tiempos donde las prisas pueden a los gestos delicados y donde el tiempo nos hace cruzar deprisa nuestra propia vida, apetecía una mirada tranquila y sosegada que permitiera disponer del tiempo necesario para reencontrar la belleza de lo cotidiano. Y esta lectura, aunque solo en parte, lo ha conseguido.

La autora abre con un prólogo donde indica qué significa para ella la elegancia y lo ejemplifica indicando que «la asocio a la persona que aporta y apacigua, a la alegría discreta, al gesto generoso. Ensancha y afina nuestro mundo». Este inicio del libro, además de trazar la línea que la autora pretenderá seguir a lo largo del libro, es sumamente interesante a la vez que prometedor. Así mismo, el título de «Agua y jabón», a pesar de que comercialmente no parece muy atrayente, es en honor a Beaton, alguien que «desde niño pensó que el mayor crimen es ser un aburrimiento para los otros», alguien que «logró la mejor existencia posible: aquella en la que se logra una correlación entre los sueños y las capacidades».

A partir de este prólogo, la autora estructura el libro en tres grandes áreas («Temperamentos», «Objetos» y «Lugares»), aunque la propia composición del libro y su desorden lo lleva a menudo a interrelacionarlas e incluso mezclarlas. Así, y de manera muy frecuente, la autora rememora su pasado para llevarnos de viaje a los rincones de su memoria que recuerda con más placer o más cariño, empezando por una niñez poblada de frecuentes visitas a la biblioteca en las que conoció a Rodari, Munari y Mari, así como también a Snoopy y los Peanuts. Esas páginas iniciales son cálidas y te arropan mientras te llevan a su vez a tu propio pasado. Y ese vehículo de propósito reminiscente utilizado por la autora hace que consiga, de manera hábil, mezclar recuerdos con reflexiones acerca de la vida en su extensa definición y alcance porque es indudable que el libro rebosa nostalgia al recordar también esos lugares que nos marcaron en el pasado y los seguiremos teniendo presentes en el futuro como cuando afirma que «veranear siempre en el mismo lugar es un eco extraño (…) la aventura viajera tiene muy buena fama, pero un paisaje inmutable acompaña a un niño toda la vida».

Lamentablemente, a medida que avanza el libro, la autora deja cada vez más paso a los episodios vitales que a las reflexiones y nutre el relato en exceso de anécdotas que evocan a su propio pasado. Un pasado que, si bien puede ser contemporáneo al nuestro, no tiene por qué coincidir en paisajes ni costumbres. Así, al lector que haya vivido una vida diferente, en un sitio diferente o en un entorno diferente se le puede antojar muy distante e impenetrable. De igual modo, la autora, evidenciando su amplia cultura (música, libros, exposiciones…) y experiencia vital (viajes, gastronomía…), avasalla al lector en un exceso de name dropping que recarga el texto en exceso de manera totalmente innecesaria, pues el bagaje en un autor que escribe un ensayo con sus propias reflexiones esta cualidad ya se le presupone y es algo que, por lo que ella misma expone, va en contra de lo que parece predicar cuando defiende que «el minimalismo no habla de rodearse de pocas cosas, sino de apartar todo lo que distrae y se interpone en el camino de lo necesario». Así, la autora nutre el relato de lugares, de objetos (habría que ver si los objetos no son también lugares, sitios en los que uno reposa la mirada y cobija en ellos sus recuerdos) convirtiendo a menudo el texto en un diorama ecléctico de paisajes conocidos que le sirve para sustentar una visión de la vida definida por firmes pilares alzados en la juventud   por las manos siempre vigorosas de la familia y las amistades a los que a menudo incorpora en el libro como elementos a los que anclarse para no desviarse de su camino.

El relato contiene múltiples y amplias reflexiones que compensan en parte sus defectos porque uno no puede sino darle la razón cuando indica que «solo es posible aprender a comprar mejor con un interés genuino por las personas y la historia que hay detrás de cada objeto. No hay atajos ni trucos. Cuando uno empieza a ganar un sueldo puede sentirse tentado a comprar cada vez más caro, en una imaginada escalera de estatus. Pero la buena compra no funciona por peldaños, sino por puertas que uno va abriendo hasta que encuentra aquellas en las que se siente como en casa». Una búsqueda vital que no cesa en su empeño de conseguir conectar con uno mismo, pero también con el entorno cuando afirma, de manera muy acertada que, «la cultura y el amor vienen son garantías. Nadie asegura que si amamos nos amarán, ni que leyendo libros nos volveremos más sabios. Pero no intentarlo es de locos». Por ello es innegable que el libro mejora mucho cuando se centra más en la reflexión que en el recuerdo, más en una propuesta filosofía de vida que en el pasado de la autora y se evidencia cuando mira hacia adelante en lugar de hacia atrás, aún sabiendo que solo revisando el pasado podemos construir un mejor futuro. A pesar de ello, es algo triste constatar que la autora parece encontrar únicamente la elegancia en los gestos y costumbres pasadas lo que, sin obviar que aunque es cierto que la sociedad actual se mueve tan rápido que incluso podría pasar de largo ante cualquier muestra de instantánea belleza, idealizar el pasado nos ancla a una sociedad que nunca volverá y que en ciertos aspectos ya es bueno que así sea.

Por todo ello, aunque es indudable que la autora tiene un gran bagaje cultural y vivencial que la lleva a desplegar sus conocimientos sobre arte, música, viajes etc., en ocasiones tanta exposición abruma y cansa pues aparece repetitiva. Por ello, el libro es mucho más interesante cuando la autora realiza reflexiones sobre la elegancia y la cortesía que cuando lanza una ristra de recuerdos o elabora una reflexión poblada de name dropping y recuerdos de su propio pasado. Quizá sea un libro adecuado para tenerlo en la mesilla de noche y leer unos pocos fragmentos (cortos, cómo todos los del libro) cada día antes de acostarse para recordar que el mundo aún puede ser un lugar interesante en el que encontrar cierto sosiego a poco que intentemos encontrarlo. Algo que, sin duda, debería ser uno de nuestros más firmes propósitos.

2 comentarios:

Juan Manuel Chica dijo...

He tenido la oportunidad de leer no hace mucho el libro que se ha reseñado y coincido de pleno con todo lo que se afirma del libro y su lectura.

Juanma Chica dijo...

He tenido la oportunidad de leer no hace mucho el libro aquí reseñado y coincido absolutamente con todo lo que se dice de él y su lectura.