miércoles, 9 de noviembre de 2022

Georges Perec: Lo infraordinario

Idioma original: francés

Título original: L´infra-ordinaire

Traducción: Mercedes Cebrián

Año de publicación: 1989 (artículos sueltos de 1973 a 1981)

Valoración: Muy recomendable para interesados, al menos Curioso para el resto


Georges Perec es un escritor extraño. En absoluto difícil de leer pero sí quizá de entender por qué escribe lo que escribe. Si se entiende, o mejor, si se acepta lo que hace, resulta un autor estimulante, atrevido, rompedor. Si pretendemos leerle en base a parámetros normales puede resultar incomprensible, aburrido, hasta insoportable. Es como la música dodecafónica o ciertos tipos de pintura, no nos podemos aproximar a estas obras con los códigos de belleza o significado con que valoramos a Velázquez o a Verdi, hay que cambiar el chip, y no siempre podemos o queremos hacerlo. Así que, sin ponernos tampoco grandilocuentes, digamos que nuestro amigo Perec nos exige leer de otra forma. 

En lo que podemos apreciar en muy pequeñas dosis por ejemplo en este volumen (luego lo comento), Perec escribe muy bien, demuestra que sabe escribir cosas que podríamos llamar normales con la solvencia de otros muchos. La cuestión es que no quiere hacerlo así, prefiere proponer otras fórmulas, explorar los límites de la expresión escrita para contar, sugerir, evocar ideas que el lector debe luego procesar, si quiere. A veces se trata de sutilísimos juegos, como el de El secuestro, o de experimentos metaliterarios sobre los que ya se habló en aquel post dedicado al grupo OuLiPo del que formó parte. Pero siempre empuñando el arma del ingenio, la observación y la ausencia de prejuicios. La literatura consiste en narrar con mayor o menor destreza o acierto, pero a lo mejor se pueden hacer también otras cosas.

Lo infraordinario es una pequeña colección de textos breves que fueron publicados en distintos medios a lo largo de los años setenta del siglo pasado. El primero de ellos ¿Acercamiento a qué? parece funcionar como una especie de prólogo, aunque realmente no lo sea, porque es una especie de declaración de principios en torno a la realidad. Parece claro que la Historia y nuestra propia vida se van escribiendo en base a grandes acontecimientos que determinan su rumbo, pero ¿qué hay de las pequeñas acciones, nuestros ritmos, los objetos cotidianos que nos acompañan y que hacen posible que las cosas sean como sean? Perec propone fijarnos en este otro ámbito, como cambiar la óptica y aplicar la lupa a lo que se nos ocurra, lo que tengamos a la vista aun pasando casi siempre desapercibido . 

Este poderoso inicio enlaza directamente con Me acuerdo, donde Perec subrayaba precisamente la imagen fugaz, el nombre desconocido o el evento irrelevante que habían quedado en su memoria, en la suya y en la de casi nadie más (Hasta me atrevería a decir, pidiendo perdón a los puristas, que la idea de lo infraordinario tiene un lejano eco, en otra escala, del concepto unamuniano de intrahistoria). En esa línea se sitúan algunos de los textos que siguen, atentos: Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos son otros tantos flashes de dos o tres líneas en las que alguien escribe telegráficamente las típicas banalidades sobre sus viajes de vacaciones. Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro es justamente eso, una larga y detallada relación de lo que este buen señor consumió en ese año y que, con toda seguridad, había ido anotando en una libreta (o más bien varias). Evidentemente, la lectura de estos textos, en especial el primero que es más largo, se hace insufrible si pretendemos de ella otra cosa que lo que es: un listado a pelo de esos elementos tan presentes, tan cotidianos y repetitivos que no somos capaces de apreciar, pero que constituyen, quizá a nuestro pesar, parte fundamental de nuestro ser.

En un terreno parecido, aunque menos árido para el lector, se sitúa La rue Vilin, una secuencia de seis retratos de la calle donde vivió Perec, con descripciones de una objetividad radical, tomados en diferentes periodos, más o menos una al año. Con escrupulosa frialdad, vemos la evolución de esa vieja calle, sus edificios y establecimientos, en definitiva la historia de las cosas insignificantes que se proponía desde un principio. 

Apuntaba antes que Perec sabe también escribir sujetándose al canon. De ello dan testimonio otros tres textos, seguramente escritos por encargo (los publicaron Vogue Hommes y Air France). Dos de ellos son una especie de breve guía turística, sobria pero no carente de alma, uno sobre el barrio parisino de Beaubourg-Les Halles, el otro sobre Londres. Magníficas, sobre todo la segunda. El tercero, pieza aparentemente típica de las revistas sobre el lujo, es un agudo acercamiento a la imagen que trasmite cada posible tipo de decoración de un despacho. 

En todos los casos resulta apabullante la doble capacidad de Perec para observar y describir lo visto. Sin necesidad de adjetivos ni valoraciones, el mero dibujo de un edificio, una mesa o una puerta son suficientes para llevar al lector a contemplar lo que el autor ve y cómo lo ve. Porque los objetos, sean importantes construcciones o las cosas triviales encontradas una estancia, dejan una huella precisa en quien los contempla y, aunque no lleguemos a detectarlo, conforman la historia del lugar y de sus habitantes.

Un poco de todo ello se encuentra en el último texto, Still life/Style leaf (otro juego de palabras), para mí el más brillante, donde vuelve a una simple pero exhaustiva descripción de objetos, incorporando un pequeño juego metaliterario, quizá no muy innovador pero casi emocionante por la sutileza y la sencillez con que lo resuelve. 

A lo mejor es conveniente liberarse de prejuicios y dedicar un rato a conocer cosas diferentes. No nos entretendrá mucho, no nos va a emocionar ni a transportarnos a situaciones interesantes, tampoco nos dará testimonio de nada importante (o tal vez sí). Simplemente nos va a pinchar un poquito para inducirnos a pensar en torno al arte de escribir, pero también el de observar, de narrar, de jugar con las palabras y mirar desde otra perspectiva.

2 comentarios:

Traveler dijo...

Comentando la reseña de Me acuerdo sugerí así un poco a lo loco una para Lo infraordinario: gracias por ello.
A mí me gusta Perec, y esta obra en concreto. Tras las enumeraciones, las descripciones y demás hay algo que me despierta melancolía y curiosidad a partes iguales. Puede que sea la conexión del escritor con su infancia, tan llena de ternura. Sin duda, la rue Vilin es mi parte favorita.

Carlos Andia dijo...

Ya ves, Traveler, vuestros comentarios enriquecen el blog, a veces nos dan ideas y en ocasiones muy interesantes, como ahora.

A mí estas cosas me atraen mucho siempre que estén bien hechas, como es el caso, pero hay que avisar que no es para todos los gustos. Eso que a tí te inspira a otros (muchos) les puede parecer un peñazo. Pero es un experimento, un juego, hecho con maestría, pero que hay que leer con un código muy diferente a lo convencional.

Muchas gracias por visitarnos y participar.