martes, 24 de agosto de 2021

Siri Hustvedt: La mujer temblorosa o la historia de mis nervios

Idioma original: inglés
Título original: The Shaking Woman or A History of My Nerves
Traducción: Cecilia Ceriani
Año de publicación: 2009
Valoración: recomendable para interesados

Los que conocen la figura de Siri Hustvedt sabrán que siempre se ha caracterizado por tener una curiosidad inmensa y una interminable propensión a querer conocer a fondo los temas que le interesan o le preocupan. Así lo ha demostrado hablando de arte en sus libros de cariz más ensayístico («Los misterios del rectángulo» o «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres»), pero también dando conferencias universitarias en campos más científicos como la neurociencia, ámbito al que se aproximó a raíz de sus problemas nerviosos recurrentes a lo largo de su vida. Este último aspecto es el que aborda en este ensayo, y lo hace a fondo, como no puede ser de otra manera viniendo de esta autora.

El origen y germen de este libro se encuentra en un episodio nervioso que la autora sufrió durante un discurso que dio en homenaje a su fallecido padre en el que, de pronto y sin previo aviso, empezó a temblar desde el cuello a los pies y, a pesar de que pudo acabar el discurso, sólo cuando terminó le pasó el efecto. Este incidente la sorprendió y asustó a partes iguales, por la rareza del mismo pero también por desconocer lo sucedido, así como también la intrigó el porqué y el cómo ocurrió, en un efecto en el que parecía que su cuerpo se desdoblara y quién estaba sufriendo las convulsiones realmente era otra persona y no ella. A raíz de ello, se dedicó a estudiar con profundidad a qué podría ser debido, cual podría ser la causa y su posterior solución, en caso de que existiera.

A pesar de que su interés por la neurociencia y el psicoanálisis ya le venía de joven, incluso antes de estar internada en un hospital a causa de sus graves migrañas, este episodio incrementó aún más su afán por conocer cómo funciona el cuerpo con relación a la mente. Siri Hustvedt, fiel a su rigor y auto exigencia en conocer a fondo los temas que le interesan, se involucró para ello en un grupo de estudio con neurólogos, psiquiatras, investigadores, dio clases en talleres literarios para enfermos internados en hospitales psiquiátricos e incluso, ya antes de este ensayo, escribió una novela («Elegía para un americano») donde uno de sus personajes era psiquiatra y psicoanalista. Y es que todo en la obra de Hustvedt está relacionado, todo está interconectado, obra y vida, talento y dedicación, porque, más allá de la propia búsqueda de la causa de su enfermedad, el libro se adentra también en el análisis y exploración de quiénes somos y qué sabemos de nosotros, qué recordamos y el porqué, pues en palabras de la propia autora, «seguir la pista de mi patología se ha convertido en una aventura dentro de la historia de la experiencia y la percepción».

Los episodios más accesibles de este ensayo (y más interesantes bajo mi punto de vista) se centran en la memoria y la percepción, en los mecanismos que posee nuestra mente para recordar y reconstruir y, con relación a ello, Hustvedt afirma, sosteniendo la tesis de Freud, que «el presente colorea el pasado» y que «la memoria es, a la vez, cambiante y creativa». Hustvedt ya habló de ello en «Recuerdos del futuro» y es una teoría que yo comparto y que la autora documenta de manera científica, pues hace referencia a «un estudio realizado sobre personas con lesiones bilaterales en el hipocampo concluyó que los daños afectaban a la memoria de los pacientes y también a su imaginación». Por ello «la facultad de la memoria no puede separarse de la imaginación. Van de la mano. En mayor o menos medida, todos inventamos nuestro pasado. Y para la mayoría de nosotros ese pasado está construido de recuerdos coloreados emocionalmente». Así, por tanto, las lesiones que afectan a la memoria también lo hacen a la imaginación, puesto que imaginar el futuro no es otra manera que recordar hacia adelante. 

En este ensayo, Hustvedt no duda en ponerse en primera línea como ejemplo o como propia protagonista del libro, pues expone sus motivaciones pero también sus debilidades. Así, nos habla de su la hipersensibilidad que padece y que la propia autora reconoce al afirmar que «mi empatía es extrema y, para ser franca, hay veces que mis sentimientos alcanzan tal intensidad que necesito protegerme de una exposición excesiva a ciertos estímulos, sino acabo completamente tensa y con dolores en todo el cuerpo», pero también sobre su «fuerte respuesta frente a los colores y la luz» que hizo que «durante un viaje a Islandia (…) pasamos junto a un lago que tenía un color inusual. El agua era verde azulada pero de una palidez glacial. El color me provocó una violenta impresión, como si me golpearan. El escalofrío me recorrió el cuerpo entero y de pronto me vi resistiéndome a aquel color, cerrando los ojos y agitando las manos en un intento de quitarme de encima aquella tonalidad intolerable».

En su intento de comprenderse mejor a sí misma y a lo que le ocurre en la relación entre su cuerpo y su mente, Hustvedt nos habla también de la sinestesia de tacto-espejo y el transitivismo, término acuñado por el Carl Wernicke en 1900 y que lo definió como «una proyección de nuestros síntomas a un doble con el fin de salvaguardarnos de ellos. El doppelgänger se hace cargo del sufrimiento por nosotros», algo que «en psiquiatría todavía se sigue utilizando para describir un estado en que los pacientes se confunden a sí mismos con otras personas. El umbral entre el yo y el se desdibuja o desaparece por completo», algo muy común en los niños pequeños en el que cuando uno se cae y se pone a llorar, otros que lo han visto también lo hacen en una «confusión de fronteras propia del transitivismo» y que en los niños toma la forma de «objetos de transición» que utilizan como «un sujeto alternativo en el cuál proyectar su fragilidad y sentirse protegidos al mismo tiempo», como disociación de uno mismo en el sujeto presente y uno en apariencia externo sobre el cual proyectar acciones o emociones como si los sufrieran ellos y no el sujeto en cuestión. 

Asimismo, fiel a su entendimiento holístico sobre el conocimiento humano, la autora conjuga arte y ciencia como elementos coincidentes e integrados pero sin eludir las fronteras existentes entre ellos, pues «todos hacemos extrapolaciones de nuestra existencia para entender el mundo. En el arte esto se considera una ventaja, pero en la ciencia se considera una contaminación» y podemos creer en «la existencia de neuronas y quarks (…) sin tener pleno conocimiento de ellos», pero nos cuesta más entender que los sentimientos que cada uno albergamos existen de manera personal y única en cada individuo. Esta relación entre ciencia, razón, mente, cuerpo y emociones tratada en este ensayo, y que aborda al final del libro al hablar de cerebro y mente, de neuronas y pensamientos y la relación entre biología, neurología y psicología, es algo que la autora expone y amplía en su más reciente libro «Los espejismos de la certeza» y que, en parte, van relacionados en el sentido que tratan el conocimiento, el pensamiento y las emociones como algo intrínseca y orgánicamente unido.

Cabe decir que el libro puede hacerse muy cuesta arriba para los no interesados en la neurología y la psiquiatría puesto que expone múltiples casos médicos, tratados y teorías científicas expuestas a lo largo de la historia. Así el libro se hace denso y, a menos que uno esté especialmente interesado en la relación entre cuerpo y mente o en las distintas enfermedades que parecen enlazar uno con otro, el libro puede no interesar demasiado y la lectura hacerse algo intrincada y ardua. Aun así, es interesante para aquellos que quieran ampliar sus conocimientos o su visión sobre un tema tan complejo como el de la relación entre las distintas partes de nuestro cuerpo, más ligadas entre ellas de lo que podría parecer a simple vista y a las que, en el fondo, cada uno de nosotros nos debemos.

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