sábado, 7 de agosto de 2021

Sergio Pitol: El viaje

Idioma original: español

Año de publicación: 2000

Valoración: Recomendable para aficionados a la aventura literaria 


Me apunté a unas jornadas que impartía Sergio Pitol en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hace ya unos cuantos años. Por entonces solía asistir a ese tipo de encuentros con autores españoles o latinoamericanos, organizados por instituciones culturales de prestigio. Tenían lugar en salas pequeñas, con público reducido –siendo, como eran, de pago y de contenido poco ameno– y acababan convirtiéndose en un diálogo cercano, casi fraternal, del personaje con su público. Esta vez, en cambio, me sorprendió tanta afluencia, no así su carácter extrovertido y su largo repertorio de anécdotas. Lástima tener que escucharlo de pie, en una sala abarrotada, con mil espaldas delante de mí como en cualquier evento de entrada libre. Era fácil perderse entre tanta erudición, pero eso no impedía disfrutar de cada palabra suya, de su facilidad para pasar de un asunto a otro enlazándolos con total naturalidad. Y eso mismo encontramos en estas memorias, aunque escritas en tiempo presente, que relatan las incidencias de un viaje realizado en plena perestroika como invitado de las autoridades georgianas primero, y a continuación por una Rusia que se resistía a perder protagonismo.

“¿Te habrás vuelto una momia, un fiambre, sin siquiera haberte dado cuenta?” Dice en una de las primeras frases del libro: tenía miedo de repetirse, de ser demasiado previsible, de caer en la inercia. Imposible que ocurra algo así, contesto yo, ni siquiera después de perderle se ha convertido en nada de eso. Junto a él nos movemos por las rutas de la creatividad, de la memoria y también ¡cómo no! de la geografía. Aprendemos que la ficción es más perfecta cuanto mejor pinta lo imperfecto, conocemos sus filias literarias, barruntamos los motivos (políticos) que le mantuvieron varios días en una incertidumbre incómoda, conocemos su simpatía por la cultura georgiana, comprendemos su optimismo ante la inesperada apertura del bloque socialista, su esperanza ante la figura de un Gorbachov que se intuía duradero y que protagonizaba el fin de una larga represión, toda la suma de sensaciones que podía experimentar quien llegase de la otra punta del mundo precisamente en esa etapa de su historia. La libertad en el ambiente de los locales, en ropa, conversaciones, películas, en festividades como el Carnaval reprimido durante tres cuartos de siglo, el alivio de la gente al abandonar el gregarismo y hasta poder convertirse en excéntrica. Aún así, Pitol no desaprovecha la ocasión para recordar a quien quiera oirle que la literatura rusa va a la zaga, que otras artes y otros países les llevan la delantera, sabe que esto no despierta simpatías pero tampoco le importa mucho.

Un escritor que observa cuanto ocurre, que encadena un pensamiento con otro, que paralelamente va hilvanando una futura novela –se llamaría Domar a la divina garza, publicada en 1988– puede resultar muy aburrido, pero también, según se mire, de lo más apasionante. Solo hay que dejarse llevar, sin esperar nada, y encontraremos montones de anécdotas, una gran pasión por la vida, ironía, sentido crítico, cierto gusto por lo absurdo, incluso por lo escatológico, y hasta alguna idea para próximas lecturas ya que el desfile de autores ilustres no es pequeño, solo hay que pararse y apuntar. A algunos solo los cita, en otros se detiene para explicar su vida y milagros en un flujo de conciencia al que da forma de diario, y que lo es por su contenido tan personal aunque se gestase de forma retrospectiva. Le vemos asombrarse por la miseria del local que albergó a Kafka y su grupo, incluso del barrio donde se ubica; y puede tratarse de lugares venidos (muy) a menos, pero recordemos que prestigio intelectual y estabilidad económica casi nunca van de la mano. Y, desde luego, no entonces. Comprendemos su frustración por el aplazamiento de la visita a Georgia y nos unimos a su felicidad cuando, por fin, llega y disfruta de la tierra y sus gentes.

En la imaginería popular rusa juegan un papel fundamental esos marginados a quienes, en ocasiones, se atribuyen poderes excepcionales: mendigos, vagabundos o dementes. Una admiración que cae en el fanatismo a veces y muestra una faceta bastante folklórica del alma rusa desde muy antiguo, y que ha sido materia de estudio e inspiración para eruditos y escritores. (“Mientras el ataúd era conducido de la habitación a la capilla y de la capilla a la iglesia y más tarde al cementerio, muchas mujeres, niñas, señoritas en crinolinas, caían de rodillas o se arrojaban al suelo bajo el féretro…”) Y es que la riqueza de pensamientos, tradiciones y costumbres es enorme. Bajo la capa de uniformidad del régimen soviético se estaba gestando una nueva sociedad, de ahí que los cambios se estuvieran produciendo tan rápidamente. Pitol vuelve a Moscú y encuentra más movimiento, se empieza a publicar a autores proscritos hasta hace poco. Y es que la inquietud estaba ahí, pero se expresaba más con silencio que con palabras, más con ausencias que con presencias. Sin embargo, en cuanto se abre la mano puede apreciarse el interés por esos libros, películas y obras teatrales, a veces de forma casi clandestina, otras más abiertamente, pues más que permitidos estaban tolerados, pero así son los comienzos. Lo mismo ocurría con los conciertos, que la población contemplaba con una especie de éxtasis (“Entrar allí era sentirse como un cristiano sumido en las catacumbas en tiempos de persecución.”) Y entre toda esa complejidad, ese caldo de cultivo que alimentaba grandes esperanzas, su reencuentro con los estudiantes moscovitas de la época en que vivió allí, su cariño, efusividad, alegría y entusiasmo. Porque el futuro aún no había llegado y todo estaba por hacer.

Más obras de Sergio Pitol: Vals de Mefisto, El oscuro hermano gemelo y otros relatos,

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