jueves, 18 de diciembre de 2025

Philippe Claudel: Bajo el árbol de los Toraya

                                                  

Idioma original: francés

Título original: L´arbre du pays Toraja

Traducción; José Antonio Soriano Marco

Año de publicación: 2017

Valoración: Está bien


Hace ya unos años que los libros del escritor francés Philippe Claudel se publican con regularidad en nuestro país. No llega a tener el seguimiento entre los lectores de un Auster, un Murakami o un Cartarescu, pero resulta relativamente fácil encontrar sus libros bien situados entre las estanterías de novedades literarias.

Habitualmente, las novelas de Claudel suelen tener un fuerte matiz "sociológico". A menudo, nos coloca en el centro de una determinada colectividad para a partir de ahí realizar un análisis inmisericorde de los entresijos a menudo egoistas y malintencionados que rigen las vidas de sus protagonistas.

En esta ocasión, sin embargo, el escritor francés rompe esa tendencia y construye una novela intimista y reflexiva en la que el tema central pasa a ser la inevitabilidad de la muerte.

Un cineasta francés, posible alter ego del autor, vuelve de un viaje a las islas Célebes donde ha quedado impresionado por los ritos funerarios que celebran los habitantes de estas islas. De ahí el título del libro. Cuando llega a París, recibe la noticia de que su amigo, y productor de sus películas, Eugene, sufre cáncer y está internado en un hospital. A partir de ahí, nuestro protagonista reflexiona sobre la amistad, sobre el paso del tiempo y la pérdida de los seres queridos y toma conciencia de su propia madurez y su lugar en el mundo: "continuar con la propia existencia cuando los rostros y las presencias se borran a nuestro alrededor supone redefinir constantemente un orden que el caos de la muerte desbarata en cada parte del juego. Vivir consiste, en cierto modo, en saber sobrevivir y recomponer".

Como contrapartida a la oscuridad que le transmite la enfermedad de su amigo, el cineasta, que está preparando una película con un trasfondo futurista,  conoce a una mujer joven, Elena, con la que comienza una relación marcada por la apreciable diferencia de edad entre ambos. El problema es que esa relación surge en un momento en que nuestro protagonista ha perdido la seguridad en si mismo y cuestiona la perdurabilidad de sus sentimientos y de su propia existencia: "Cuando le pregunto qué ha visto en un viejo como yo, Elena me responde que no sea ridículo. Dice que deje de hacerme preguntas y que viva el momento. Es una expresión de mujer joven, que acaba de cumplir treinta años. Que gasta el tiempo tirándolo por la ventana. Perder el tiempo. Desaprovecharlo. Malgastarlo. Dilapidarlo. Fórmulas genéricas para quien posee la inmensa fortuna de tener toda la vida por delante".

Finalmente, entre tanta melancolía,  la noticia de un nacimiento vendrá a arrojar luz sobre la existencia de nuestro protagonista y cierra una historia en la que la vida y la muerte se nos presentan como contrapuntos opuestos, pero inexorables.

Como es habitual, la prosa de Claudel es precisa, minuciosa y atenta al detalle. Sus reflexiones  son conmovedoras y nos invitan a valorar el sentido de nuestra propia existencia. Sin embargo,  precisamente ese tono casi ensayístico que observamos en muchas partes del libro se ve contrarrestado  con determinadas situaciones y personajes  que aportan poco al desarrollo  de la novela o se ven un poco forzados, especialmente su relación con Elena y, finalmente, mitigan esa profundidad casi filosófica de la que hemos disfrutado en muchas partes de la misma. 

Hay que reconocerle al autor su voluntad de romper con el guión de sus anteriores novelas pero, sinceramente, retrata mejor las interioridades de los colectivos humanos que las de la vida en pareja. Dicho esto, si tienen ganas de profundizar en el universo narrativo de Claudel, cuestión muy recomendable, yo comenzaría por Almas grises o El informe de Brodeck y dejaría esta novela para más adelante. No está a su altura.




miércoles, 17 de diciembre de 2025

Richard Yates: Mentirosos enamorados

Idioma original: Inglés
Título original: Liars in love
Año de publicación: 1981
Traducción: Andrés Barba
Valoración: Muy (pero que muy) recomendable

He de confesar que la primera versión de esta reseña se centraba más en los relatos individuales que en el conjunto. Al releerla, vi que había una serie de puntos en común, de características que se repetían. Tocaba, por tanto, volver a escribirla y poner en foco en el todo. Porque, aunque en un libro de relatos la unidad sea EL relato, el conjunto ha de tener una coherencia interna, ya sea en temas y/o estilo. ¡Y vaya si la tiene!

Firmemente arraigados en la tradición cuentística estadounidense, los relatos (más casi nouvelles, por extensión y construcción de personajes) de Mentirosos enamorados presentan historias aparentemente anodinas de seres que buscan asideros de lo más inestables para paliar la soledad, el fracaso o la tristeza, de vidas plagadas de esperanzas truncadas e ilusiones fracasadas. 

Lo puedo imaginar en el lento y largo viaje en tren de regreso a Nueva York aquella tarde. Debió sentarse con la mirada fija hacia delante o hacia la ventanilla sucia, sin ver nada, con los ojos abiertos y en la cara un suave gesto herido.

No busquéis, por tanto, finales impactantes, giros inesperados o sorpresas deslumbrantes en los relatos de Yates. En ellos pasa, simple y llanamente, la vida. Lo que sí hay en ellos es una doble corriente: la más visible, la de unos hechos aparentemente inconexos que se van sucediendo de forma más o menos "apacible", y la más subterránea, de la que el autor va dejando pistas en descripciones y adjetivaciones y que finalmente irrumpe en el relato, aunque lo haga más en forma de mancha de humedad en la pared que en forma de geiser. ¿Me explico?.

En cuanto a su estructura, los relatos de Yates tienden a comenzar con un primer párrafo que sirve para presentar personaje principal y situación. La habilidad del autor en este sentido en digna de mención y apenas unas frases sirven para ponernos en materia. En este sentido, destacaría las primeras líneas de La prueba y del fitzgeraldiano Adiós a Sally. A estos comienzos suele seguir un flashback (analepsis, según los modernos) que explica, al menos en parte, qué nos ha llevado a esa situación inicial. A partir de ahí, la corriente subterránea se va acercando a la superficie hasta llegar a un desenlace que no ha de ser similar en todos los casos, aunque lo pueda parecer leyendo la reseña.

Otros aspecto que me llama la atención de los textos de Yates es que se ambientan en diferentes épocas (los años de la Gran Depresión, la posguerra, los años 60...),  que son protagonizados por personajes de diferentes edades y sexos y que están ambientados en escenarios diferentes (un suburbio de NY, Beverly Hills, Paris (¿otra vez Fitzgerald por aquí, aunque también Hemingway)), pero sin romper esa sensación de unidad de la que hablaba al principio. 

Por último, quisiera hablar de la voz narradora. Si bien el volumen se abre con el estupendo José, estoy tan cansada, narrado en primera persona, los otros 6 textos son narrados en tercera persona. Pero en todos ellos se trata de un narrador distante, aunque tierno y sensible, un narrador que no juzga a sus personajes y que se conmueve con ellos.

En resumen, primer libro que leo de Richard Yates y deslumbramiento absoluto por unos relatos magníficos con personajes bien construidos, buenos diálogos, una voz acorde a los personajes, etc. Un libro estupendo, de verdad.

También de Richard Yates en ULAD: Reseña y Contrarreseña de Las hermanas Grimes

martes, 16 de diciembre de 2025

Francisco Serrano: El corazón revolucionario del mundo

Idioma: español

Año de publicación: 2025

Valoración: muy recomendable


Valeria Letelier, jovencísima camarera de un hotel de Biarritz, a comienzos de los años setenta, conoce en él a Joel Takahashi-Williams, teórico y miembro -quizás el único- del Frente de Acción Revolucionaria, que se convierte en su amante, la capta para la causa y se dispone a adiestrarla para la lucha, aunque no queda muy explícita cuál es... Después de una temporada en Londres, donde sólo reciben la visita del enigmático Carlos Reseda, se trasladan de nuevo a Francia, a la región de Averoigne (los lectores de Clarke Ashton Smith sabrán dónde se encuentra... y ésta, aviso, no es la única referencia literaria y de otro tipo que podemos encontrar en la novela) donde aguardan en una granja hasta que aparecen los miembros de otro grupo del estilo, la Facción Roja Revolucionaria. La misión que han de llevar a cabo conjuntamente ya puede comenzar... con imprevistos resultados.

En la reseña de la estupenda Se acabó el recreo ya comenté la circunstancia, probablemente aleatoria y mediatizada por mi percepción subjetiva, de que este año se habían publicado en español varias novelas y ensayos que tratan el tema de los grupos armados revolucionarios típicos de los "años de plomo", los setenta y ochenta del siglo XX. Cuando le dieron el premio Tusquets de este año a la novela de Francisco Serrano, no pude por menos que plantearme leerla también... con las debida prevención, por descontado, puesto que en España el ganar un premio concedido por una editorial (más aún si se trata de un gran grupo, como es el caso) no es garantía de su calidad e incluso cabe sospechar lo contrario. Nada más lejos de la realidad, debo reconocer, porque El corazón... no sólo es una excelente novela, sino que dudo que se haya presentado a ese premio ninguna otra mejor (igual de buena, puede ser, no hay forma de saberlo, pero que la supere en algo, ya os digo yo que no).

Estamos ante una novela no sólo estupendamente escrita, sino, sobre todo, que logra el milagro de mantenerse en equilibrio entre una historia de acción, un relato intimista, con un tono lírico, sin perder en ningún momento el pulso, la eficacia necesaria para llevar a un buen fin una narración, y, aún así, conseguir dotarla de un aire onírico que vuelve a la novela todavía más atractiva. Es cierto que se trata de una historia sobre el ardor revolucionario que afectó a toda una generación -aunque también podríamos estar protagonizada por grupúsculos fascistas o por una secta de herejes religiosos o esotéricos... cosa que, en cierto modo, puede que suceda-, pero también una historia de amor y desamor, de dominio y liberación. Sobre todo, una novela de descubrimiento y crecimiento por parte de la protagonista -incluso de empoderamiento, como se dice ahora-, lo que no significa que lo que descubre de sí misma sea necesariamente agradable. Es también una narración un tanto hermética, que hunde sus raíces en la naturaleza intemporal del mundo, en lo que permanece oculto pero podemos intuir tras su apariencia. Y es una demostración de la belleza y la expectación que se pueden conseguir con las palabras y el talento, sin más.

Vamos, que me ha gustado mucho, por si no ha quedado claro...


lunes, 15 de diciembre de 2025

Yasunari Kawabata: Shinyu

Idioma original: Japonés

Título original: Shinyu (親友)

Año de publicación: 1954

Valoración: Está bien

Este libro aún no está traducido al español, y dudo que alguien lo haga. Es una de esas rarezas dentro de la obra de un autor consagrado. Así que, más que una recomendación, esto es la presentación de una curiosidad. 

En una entrada anterior, que pueden ver aquí, les conté cómo la academia suele dividir la literatura japonesa en dos grandes grupos según el estilo y las ambiciones del autor. Por un lado, la literatura “pura” (junbungaku), con pretensiones estilísticas que van más allá del argumento y centrada en la introspección, la psicología de los personajes y los dilemas existenciales (sí, literatura para mamadores). Por otro, la taishūbungaku, la literatura “para las masas”, cuyo objetivo principal es entretener (y vender).

Lo curioso del caso: el máximo exponente de la “literatura pura”, el Nobel Yasunari Kawabata, escribió una novelita para niñas. Por las ilustraciones puede intuirse el tono, muy de revista juvenil, tal como se publicó originalmente, en entregas mensuales (lo que no entiendo es la estética de esas imágenes: se supone que la historia transcurre en Tokio). 

La trama va así, a grandes rasgos: dos alumnas de un colegio femenino en Tokio (mejores amigas, de esas que se prometen no separarse nunca) ven tambalear su relación por una cadena de pequeños malentendidos: un comentario dicho a destiempo, una confidencia mal guardada, la presión de la familia y del colegio, un objeto extraviado que sirve de excusa y, sobre todo, ese orgullo adolescente que impide pedir perdón a tiempo. Entre cartas, encuentros en pasillos, excursiones escolares y visitas a casas donde el té siempre está listo, la narración acompaña la herida y su lenta cicatrización: celos, vergüenza, reconciliación. Todo muy “revista para niñas”, con capítulos que cierran casi siempre en un mini-cliffhanger moral.

¿En qué se parece a la obra “seria” de Kawabata? En la delicadeza para observar lo mínimo: un gesto de manos, una luz que entra por la ventana, el peso que adquiere un objeto cualquiera cuando lo mira alguien enamorado o dolido. También en el pudor: nadie declara nada en voz alta y, sin embargo, todo queda dicho. El tiempo, con sus leves cambios, manda más que la acción. ¿En qué difiere radicalmente? En que aquí hay un trazo didáctico y lineal, sin zonas ambiguas ni silencios peligrosos: no hay eros, no hay abismo, no hay ese vacío que en País de nieveMil grullas o Lo bello y lo triste deja al lector un poco desamparado. El lenguaje es más llano (incluso está escrito principalmente en hiragana, haciendo la lectura más fácil para los niños), la psicología menos quebrada, y el final funciona como un restablecimiento del orden con moraleja incluida. Incluso las ilustraciones abonan esa limpieza: moños, uniformes impecables, interiores casi ideales que no siempre casan con la Tokio real de posguerra que uno imagina.

Conclusión. Shinyu es una rareza simpática: un Kawabata “para todas las edades” que, sin deshonrar su firma, tampoco añade mucho a su territorio literario mayor. Interesa como cápsula de época (el mundo shōjo de los cincuenta, serializado y con ilustración de acompañamiento) y como recordatorio de que incluso los autores más “puros” escribían por encargo, probaban tonos, jugaban con formatos. ¿Es una lectura recomendada si lo tradujeran? Sí, por curiosidad; ¿lo perseguiría como objeto imprescindible? No. Está bien: se deja leer, se olvida sin dolor y, de paso, ayuda a entender mejor por contraste la potencia de la otra cara de Kawabata.

Otras obras de Yasunari Kawabata en ULAD: Una grulla en la taza de téLa bailarina de IzuLo bello y lo tristeLa casa de las bellas durmientes

domingo, 14 de diciembre de 2025

Élisabeth Filhol: Doggerland


Idioma original:
francés

Traducción: Rubén Martín Giráldez

Año de publicación: 2020

Valoración: está bien

Por supuesto que cualquier reivindicación es válida para armar una novela a su alrededor. Doggerland toma su nombre de la franja de terreno, hoy sepultada bajo las aguas del Atlántico, que hace miles de años unía el archipiélago británico con el continente europeo. Simplemente el hecho de titular a la novela ya viene a tener un cierto efecto ligeramente de denuncia. Las aguas de los glaciares, conforme estos se deshicieron, subieron de nivel y lo que fue un terreno habitable, parece incluso que fértil y próspero, ahora es el lecho marino. Y se convierte en un protagonista secundario, inerte, de la novela, un punto de apoyo que actua como palanca de la coartada ecologista, que parece erigirse en la trama argumental de la novela. Estamos en el Norte de Europa y una borrasca, Xaver, se acerca amenazadora ante el interés de los meteorólogos, colectivo profesional que saliva con fenómenos que a tantos dan miedo. Filhol empieza a situar piezas en el tablero, y aquí ciertas cuestiones se abordan. Cómo ingenieros, geólogos, arqueólogos, se ven obligados muchas veces a elegir entre algunos de los principios por los que empezaron sus estudios y las suculentas nóminas que empresas de prospección y explotación (hablamos del petróleo del Mar del Norte, de las plataformas que proliferan) ponen a su disposición.

La trama, entonces, se sitúa en la relación entre Margaret, avisada por su hermano Ted de los riesgos de desplazarse por el continente conforme la borrasca se acerca, y Marc, ingeniero de la industria petrolífera, antigua pareja. La autora nos procura diversos rasgos de sus distintas personalidades, de sus carreras profesionales, de eso tan socorrido llamado momento vital  en que se encuentran y que los hace coincidir en lo que parece ir a ser un escenario dantesco, quizás trágico, una conferencia en Dinamarca sobre ese Doggerland de la introducción. Y surge la contradicción intrínseca del libro. Que, como lector, he encontrado más excitantes e interesantes esos pasajes de conocimiento, esas descripciones de los procesos que llevaron a la configuración geológica de la zona, esa especie de ensayo documental escrito con rigor y cierto sesgo de denuncia (sí, esta es una novela que podríamos ya adjetivar como ecologista) que esa trama de reencuentro, que esa tensión emocional ya algo trasnochada consistente en demostrar cuánto pueden alejarnos las decisiones que tomamos en nuestra existencia, todo ello entiendo que insertados como tramas complementarias, como aspectos que tienen que avanzar cada uno por su lado pero que, insisto, lo hacen de una manera desigual, con lo que novela se escora y desequilibra hacia su, reitero, loable y respetable sesgo de denuncia. 



sábado, 13 de diciembre de 2025

Philip Roth: Sale el espectro

Idioma original: inglés
Título original: Exit Ghost
Traducción: Jordi Fibla en castellano para Random House
Año de publicación: 2007
Valoración: entre recomendable y muy recomendable

En la vorágine de publicaciones editoriales, donde cada día aparecen nuevos, uno puede caer en el error de centrarse solo en el presente y olvidar que hay grandes autores de nuestro pasado más reciente que todavía tienen obras no reseñadas en ULAD, como es el caso que nos ocupa. Y a ese defecto hay que hacerle enmienda porque Philip Roth es uno de los grandes escritores de la narrativa norteamericana y eso se percibe claramente en este libro por su un estilo firme, sobrio y sin fisuras.

En el libro que nos ocupa, Roth vuelve a recurrir a su alter ego Nathan Zuckerman para escribir un relato que nos habla de la vejez, de la atracción, de la nostalgia y de la lucha por defender el honor de las personas que admiramos. Con ese propósito, el autor empieza el relato situando a su protagonista en Nueva York, ciudad que abandonó once años atrás para ir a vivir a una casita junto a la carretera, alejado de las personas y de la tecnología, dedicándose a escribir la mayor parte del día. Así, su retorno a la gran manzana es promovido por la necesidad que tiene de una intervención prostática, pues su avanzada edad pasada la setentena le está empezando a hacer mella en su salud. Una visita que es tan temporal como pensaba, pues la partida de su bucólico hogar para trasladarse a la gran ciudad le revitaliza y le estimula, porque tal y como afirma, «cuando llegue a Nueva York, en cuestión de horas la ciudad hizo conmigo lo que hace con la gente: despertar las posibilidades. La esperanza resurge». Una esperanza que se magnifica cuando topa por casualidad con un anuncio en el que una pareja de escritores quiere hacer un intercambio de casa con alguien que viva alejado de la ciudad; así que Nathan se presta a ello a la vez que, sin desearlo ni tan siquiera darse cuenta en aquel momento, queda prendado de la propietaria de treinta años del piso que va a intercambiar. Una primera impresión que impacta profundamente a Nathan, pues tal y como confiesa, «ejercía sobre mí una enorme atracción, una enorme atracción gravitacional sobre el fantasma de mi deseo».

A partir de aquí, vamos viendo los motivos por los que abandonó Nueva York a la vez que nos va introduciendo en una trama de indagaciones periodísticas que remueven su pasado. De esta manera, la novela avanza en diferentes frentes, todos ellos entrelazados y sumamente interesantes pues Roth es muy bueno tejiendo historias, pero también construyendo personajes; este aspecto se pone también de relieve en esta novela pues consigue atrapar al lector desde un inicio, con una trama multicapa de fácil acceso en la que el lector se sumerge de manera irremediable contagiándose del devenir de la vida de Nathan. Roth sabe cuándo frenar y cuando acelerar, donde dejar esos puntos de enganche que tiran del lector hasta llevarlo a donde él pretende, y la trama gira en torno a Zuckerman en forma de una espiral a la que uno es arrastrado llenándose y empatizando con la historia narrada. Porque aquí Roth nos habla de misterios, de deseo, de política, de la Nueva York post 11-S que sobrevuela de manera constante a lo largo de la novela («después del 11-S, cerré la caja de las contradicciones»); nos habla también del paso del tiempo en uno mismo que lo acerca a la vejez, de la salud, pero también de la vigorosidad, de la sociedad y su tendencia a admirar la novedad. 

Con todo ello, Roth escribe un relato que conforma una suerte de triángulo entre una joven, un periodista osado y un escritor ya fallecido. Y la verdad es que se desenvuelve realmente bien desplegando en el relato su habilidad para tejer personajes con claroscuros, historias en apariencia simples pero narradas con toda la meticulosidad que demandan y un estilo que lo envuelve de cierto aire clásico que lo reafirma como uno de los grandes escritores norteamericanos.

Otros libros de Philip Roth en ULAD: aquí

viernes, 12 de diciembre de 2025

REFLEXEÑA 2x1: Renaissance, la caída de los hombres, y Renaissance, la ira de los vencidos, de J.J. Lucas

Idioma original: español
Año de publicación: 2010 en Atlantis, 2014 en Dolmen
Valoración: por muchas circunstancias azarosas, pésimo pero enternecedor

Cuando los ínclitos miembros de ULAD me propusieron entrar a su secta comunidad para alivianarles el sufrimiento, seguramente pensaban: "bueno, ha comentado a un Nobel australiano que no lo conoce ni su mamá, ha comentado a Sabato, que es más o menos de culto y gusta mucho en el blog, ha comentado a Cercas y encima dándole con un palo, cosa que también nos es favorable, seguro que si lo invitamos no nos va a venir con algo random o merecedor de ser quemado..., ¿verdad?" Y acá los decepciono, porque efectivamente traigo un mejunje complicado de analizar, tanto en mi valoración (completamente subjetiva) como en el inexistente filtro de calidad y edición de este primer libro (¡porque son dos!).

La cosa es que este libro me llegó por mi compañero de la librería donde trabajo, por lo que ya juega un componente afectivo en contra. Su recomendación fue más o menos así: "yo sé que sos muy puritano con la prosa y todo lo demás, y te juro que este libro me costó leerlo, pero quedate con la idea". Como ya me había recomendado Hacedor de estrellas (reseña en breve) pensé que le debía una, y me dispuse a leer su ejemplar. Para qué...

En el año 2023 (no le erró por mucho), el virus Verónica, originado en Nueva York (por alguna razón siempre es ahí), infecta y convierte a casi todos sus habitantes en whiteyes (el autor pone mucho empeño en que no son zombis), unos seres con fuerza, velocidad y resistencia sobrehumana y una insaciable tenacidad para destruir a la humanidad (le podés disparar tres veces a la cabeza a uno que seguirá persiguiéndote). Ahora bien, una de las particularidades de este virus es que, al matar a uno, la bacteria persiste en el aire con más fuerza y contagia a todos alrededor en un área no tan chica, por lo que se añade el problema de eliminarlos sin expandir el virus. La única ventaja, más o menos, con el que cuenta el reducido grupo de supervivientes al que vamos siguiendo a lo largo de la novela, es que sus fotorreceptores son tan sensibles (de ahí el nombre whiteye) que no soportan la luz del sol y solo cazan a la noche. La gran desventaja es que estos bichos evolucionan, condensando milenios de aprendizaje de una especie en pocos días, aprendiendo a cazar en conjunto y tejiendo planes en común que no sean solo comer descerebradamente.

Como esta reseña se va a hacer larga, diré solamente que los bichos son una mezcla de todo, zombis, vampiros y algún otro adefesio que ronde por las páginas de la literatura y las imágenes por segundo del cine. Pero a favor de la novela, y una vez que se superan otras cuestiones que ya comentaré, señalo que generan una verdadera tensión en algunos puntos de la trama, que siempre está la duda de cuándo aparecerán, incluso a plena luz de sol, y reconozco que hubo momentos donde sentí disparada mi alarma ante la breve descripción de unos ojos blancos en la oscuridad. Bien por J.J. Lucas, ¿no?

Pero esto no sería un pésimo si no hubiera con qué justificarlo. Primero, el grupo de supervivientes. Es un grupo militar, como es evidente, sacado de los peores guiones del Call of Duty (y un poco de Gears of War con peor resultado). Es un tropel de clichés, literalmente: el líder del grupo, el coronel Lawrence Newseth, que todo lo puede y que a pesar de bordear los cincuenta años sobrevive a caídas mortales y otras menudencias; la doctora Phoebe Rubbyn, la esperanza de la humanidad, muy linda y con un acercamiento romántico (aunque se agradece que al autor le parezca una nimiedad en el contexto de la obra); un sobreviviente solitario que se las arregla por su cuenta gracias a su ingenio y suerte; el resto del grupo, cada uno más estereotipado que el otro: el colombiano explosivo, el afro-estadounidense bromista, la chica ruda, el ruso serio y musculoso, en fin, ninguno se salva de marcar casilla en la peor literatura. Si hasta sus nombres son calcados en lo genérico: Escobar, Sulassky, Ridewolf (!). Segundo, el otro personaje que aparece cerca del final de la novela. Tiene la llave para explicarlo todo y, por supuesto, es un científico genio y loco (no diré más porque forma parte de la trama, pero seguro se imaginan por dónde va la cosa).

Y tercero, pero no menos importante, la estructura de la novela. Se nota que el autor quiso poner todo lo que sabía de su universo en esta novela, y es evidente que se lanzó a escribirla sin ningún tipo de plan, porque la forma de seguir la historia es un desastre. Comienza con un prólogo donde nos sitúa en la confusión del virus, sigue con el grupo de supervivientes en el campo Renaissance, último reducto de la humanidad, salta al sobreviviente solitario, de repente arroja flashbacks mal insertados sobre el origen del virus, incluso dentro del mismo capítulo, luego una escena de más de cincuenta páginas que avanza repentinamente la trama, de nuevo otro flashback de varios personajes que no nos importan, y así todo el tiempo. Recién se estabiliza luego de habernos explicado mil veces lo que bastaba con unas páginas, esto es decir, después de la primera mitad (y son 500 páginas en una edición de hojas y tapa rígida, de párrafos como monolitos sin un punto aparte que ni el mismísimo Foster Wallace te hace, frases kilométricas donde, de cinco oraciones, cuatro son para re-explicar la primera, de descripciones imposibles de imaginarse y de sucesos impactantes junto a historias anodinas). Para mí fue un esfuerzo seguir la historia, no por ella misma, que es simple y canónica en su género, sino por los continuos saltos temporales sin ninguna razón. De hecho, llegué a abandonar la novela, pero por insistencia de mi compañero continué. Al final, con muchas ganas, uno se acostumbra a la forma de narrar (o el cerebro se hace auto-lobotomía) y la trama se acelera y deja momentazos a partir de la segunda mitad.

Ahora bien, debo reconocer que el esfuerzo invertido hizo que le agarrara cariño a la historia. Pienso en la frase de Borges, que hasta los más mediocres escriben páginas brillantes; mucho es aseverarlo en este caso, pero con empeño y cierta desconexión cerebral uno disfruta mucho más esta obra que otras más serías (releería esta antes que Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río). La discusión de siempre. Pero eso me lleva a la siguiente obra y a los efectos que causa en la mente el continuar una historia luego de cierto tiempo invertido.


Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: mejor y peor que el otro

Nuestro amigo J.J. Lucas aprendió que para contar una historia necesitaba ordenarla y fue a un taller de escritura. ¡Festejemos! O no. Porque lo que tiene un taller es que te brinda recursos para mejorar y ordenar tu narrativa y te limita al mismo tiempo por el miedo a no ser correcto según los patrones de quién dé el taller. Todas suposiciones mías.

Como al final las últimas doscientas páginas del anterior las devoré y las comenté con mi compañero con alegría, como hacía rato no me pasaba (y alguna vez se debería hablar de cómo los libros mejoran casi siempre por el hecho de analizarlos con otra persona), le prometí leer la secuela. Y henos aquí, después de mil páginas de clichés, batallas épicas y resistencias desesperadas.

Luego del final apoteósico aunque algo bizarro (sobre todo para un argentino), el grupo cada vez más mermado del coronel se ve en la disyuntiva de los pasos a seguir: si esconderse como lo venían haciendo y perder cada vez más gente o luchar con todos sus recursos y decidir el destino de la humanidad. Como buenos personajes de este género, eligen lo último. Debo aclarar que, para estas alturas, los whiteyes tienen su propio líder y un objetivo que se aclara a medida que avanza el libro (aunque se huele venir a lo lejos por la característica manía del autor de explicarte todo), por lo que la amenaza es aún más tensa y los momentos en que aparecen son más seguidos. Como no puedo contar mucho, diré que se incide en la clasificación de ellos en distintos roles, como un enjambre, liderados por su propio líder (y aunque los roles se parecen a un videojuego, rescato la ambigüedad con la que identifica al mismo).

La estructura es muchísimo más limpia en esta novela. Si antes pasábamos de A a Z, de H a B, ahora es lineal y no hay forma de perderse. Ya no hay párrafos kilométricos ni escenas inútiles. Hay tres líneas argumentales que J.J. Lucas va manejando (con sorprendente soltura para sus antecedentes); la del coronel, la del sobreviviente solitario 2.0 y la del origen del virus, esta vez mucho mejor desarrollado y con escenas que hacen sentido. A la novela le cuesta bastante arrancar, y por momentos asistimos con más interés a los flashbacks que a las escenas del coronel (ni hablar del superviviente; al ser una copia del esquema del anterior, pierde verosimilitud), lo que, en mi caso, me representó una señal de que había logrado involucrarme en la historia. Incluso hay nociones interesantes, como la de que los whiteyes son más beneficiosos para la naturaleza que los humanos (al pararse todo, el mundo es un lugar más limpio), que recubren de una pátina inesperada de crítica social a la novela.

Luego de superar el inicio, la trama carbura y nunca se estanca, a diferencia del anterior, pero, a pesar de que la escritura es más limpia y fácil de leer, de que los momentos de acción son grandiosos, se pierde la tensión de los whiteyes. Como es una guerra permanente, el peligro se centra en la carencia de recursos y en la lotería de quién será el siguiente del grupo en morir, un recurso más bien pobre. Las cartas están sobre la mesa, por lo que el elemento sorpresa ha desaparecido. Lo que se rescata, esta vez, es la aparición de humanos peores que los whiteyes, como variación de la amenaza; si bien no es original, al menos da frescura, aunque resulta irritante que, con años de experiencia, el grupo del coronel se comporte tan ingenuamente como lo hace en algunos casos. Ni siquiera se justifica con la desesperación, porque en otros momentos aún más críticos permanecieron con una lucidez inverosímil.

No la haré más larga. A partir de cierto punto, la trama del pasado se desvanece y las dos del presente convergen, y todo desemboca en varios enfrentamientos finales (sí, varios). Pero como ya explico en mi valoración, si lo mejor venía por el lado de la limpieza narrativa, lo peor viene por el lado de que J.J. Lucas encasilla la novela en marcos muchísimos más genéricos que la anterior, y resulta demasiado previsible cuándo morirá alguien, cuándo tocará la siguiente revelación. Hay genialidades, por supuesto, pero incluso la aparición de ideas cada vez más fantásticas (una suerte de Red Skull con la escopeta del Doom Eternal, un Godzilla whiteye, etc) fuerza el tono de la novela y le resta la fuerza emocional del anterior. 

Mi crítica es esta, entonces: es evidente que, o bien a J.J. Lucas le entró vergüenza por la forma de narrar en la primera novela, o bien un editor le dijo que rebajara sus fantasías en algo más accesible, o bien un taller le hizo aprender y se entusiasmó de más en escribir correcto. Pero solo correcto. La escena final, por ejemplo, quiere ser una cosa monstruosa de epicidad, pero se queda en nada por lo rápido que transcurre, la aparición de conceptos a cuarenta páginas finales y la necesidad de cerrar de forma satisfactoria una situación que, a las claras, era desfavorable para los protagonistas. No es que utilice un deus ex machina, pero se aprovecha de un recurso argumental para estirar la trama por lo menos tres capítulos solo para tenernos en suspenso. No funciona porque: 1) los monólogos épicos de rigor y la batalla final ya se dieron; 2) la trama del líder de los whiteyes se venía resolviendo a los tumbos; 3) los huecos argumentales empezaron a aparecer por todos lados, dejando pistas, por ejemplo, que nunca terminan de resolverse (¿el coronel es inmune o no? Con la cantidad de sangre que traga hace novela y media que debería haberse infectado). Por eso, paradójicamente, le guardo más cariño al primero que al segundo; este, si bien objetivamente no es un suplicio leerlo, en términos de riesgo no aporta nada.

Ahora bien, se preguntarán ustedes: y después de tanto merequetengue con dos libros pésimos, ¿qué onda con la REFLEXEÑA? Me doy cuenta que el tiempo invertido para la reseña supera a la paciencia que debí tenerle a los dos libros, sobre todo al primero, y puedo establecer una vaga relación masoquista entre sufrir y que me termine gustando lo que leo. Y seguramente mi valoración esté empañada por el afecto. Sobre todo reconozco que, en circunstancias normales (es decir, sin alguien que me recomiende cosas y con menos tiempo libre), lo hubiera dejado a las pocas páginas. Mi compañero mismo dijo: "con un GRAN editor podría haber sido un bestseller". No soy tan considerado, pero pienso que a J.J. Lucas, que parece un buen tipo a juzgar por las entrevistas y crítico con las armas y el daño al medio ambiente, le hubiera ayudado alguien que lo aconsejara (un taller, sí, pero también que se preocupara por él) y diera orden a sus ideas, que le dijera que los errores de estructura y narrativa podían convertirse en seña propia y no transfigurarlos en algo genérico. Da la impresión de que en el segundo libro pensó en echar manos de los recursos más fáciles para ir completando la historia. Porque la inventiva la tiene y las ganas de escribir y entretener también. Y eso lo consigue. Haciendo memoria de lo leído de este año, no lo podría incluir en mi top3 de peores libros. Por supuesto que no digo que es el Nobel perdido ni que sea una buena obra, pero la diversión en la literatura es una cosa buena, necesaria, y, dejando de lado las editoriales "serias" (que publican cada bodrio también...), hay otras que editan basura escrita por gente que no le interesa lo que cuenta. Al menos, leyendo estos libros, la sensación es que el autor le tenía un profundo cariño a su historia y que, fuera de una forma u otra, trataría de hacérnoslo llegar.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Malcolm Lowry: Ultramarina

Idioma original: inglés

Título original: Ultramarine

Traducción: Jaime Zulaika

Año de publicación: 1933

Valoración: Se deja leer

 

Es admirable hasta qué punto nos fascinan las aventuras marítimas, no digamos en medios audiovisuales, pero también en el mundo de los libros la literatura oceánica ocupa seguramente miles de volúmenes de todas las épocas y bajo todos los enfoques. Debe ser la vulnerabilidad del navío, un puntito minúsculo perdido en la inmensidad del mar, azotado a veces por tempestades monstruosas, el aislamiento de los viajeros, las distancias que en otras épocas solo podían medirse en meses, la aventura de descubrimientos insólitos.

Pues he aquí que Malcolm Lowry, autor británico más famoso por su novela Bajo el volcán, con notables problemas con el alcohol y tendencias autodestructivas, escribe su primera obra con solo veinticuatro años, justamente sobre su experiencia en un viaje de diez meses en un carguero. El joven burgués Lowry, que ya apuntaba hacia la insatisfacción permanente y las tormentas interiores, se embarca sin más motivo que vivir algo intenso, la intención de  descubrir quizá más cosas de sí mismo que de latitudes exóticas, y probarse en un medio duro, rodeado por gentes curtidas que de inmediato le desprecian porque ha hecho perder su trabajo a otro aprendiz, y su padre le ha llevado a los muelles en un lujoso automóvil.

La principal peculiaridad del libro es que realmente se parece poco a todo lo demás que conocemos de esa literatura marinera: no sabemos cuál es la trayectoria del viaje (apenas que recala en un par de puertos asiáticos), ni tenemos noticia de acontecimientos relevantes (la tormenta, situaciones de peligro o incertidumbre, movidas entre la tripulación), ni parecen interesar demasiado reflexiones en torno a  los paisajes, la soledad, el aburrimiento, el miedo o la excitación derivados de la distancia, la perspectiva del regreso, cuestiones que parecerían oportunas en estas circunstancias.

Lo único que ocupa la mente de Dana Hilliot (protagonista y trasunto del autor) son tres cosas:

  • Su novia Janet, relación de toda la vida, en la que piensa a todas horas. La añora, recuerda su perfume, su voz, escenas vividas, paisajes compartidos. Amor romántico, total, incondicional.
  • Las escalas en los puertos ofrecen sexo a mansalva, el tópico de los sórdidos burdeles para marineros. Hilliot se resiste porque piensa siempre en Janet, aunque la tentación es muy fuerte. La otra opción de desparrame es el alcohol en cantidades sobrehumanas, un problema que el propio Lowry llevaba encima como queda dicho.
  • Ganarse el respeto de la tripulación era la obsesión permanente del joven. A veces se acobarda, y otras se decide a mostrarse temerario o brutal para impresionar a sus compañeros

Del resto del viaje, como decía antes, no nos llegan apenas noticias, porque a Lowry tampoco parece interesarle demasiado. De manera que el relato se resuelve entre largas reflexiones (recuerdos, deseos) en torno a la amada, y un interminable registro de charlas entre marineros, conversaciones medio interrumpidas mientras se juega una partida de algo, maldiciones y proyectos de juergas en el próximo puerto, batallitas de otras épocas y otras naves, todo entremezclado hasta parecer una sola voz, un sonido de fondo emitido por individuos que forman un colectivo indistinguible.

La verdad es que este esquema de monólogos y voz coral con muy poca acción real transmite cierta sensación de sinceridad, Lowry está grabando lo que realmente le importa y uno se siente un poco en su propia piel, entiende la intensidad de sus sentimientos y su zozobra, nunca mejor dicho, al reunir lo que parecen certezas indiscutibles con una especie de ansia abstracta por algo todavía no identificado. Otra cosa es que estas sensaciones sean suficientes para sostener un relato, que es a fin de cuentas de lo que se trata. Aunque la novela no es larga, no dejan de ser demasiadas páginas de obsesiones e introspección algo monótonas que hacen que no sea fácil mantener el interés.


También de Malcolm Lowry reseñado en ULADBajo el volcán

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Theodore Sturgeon: Cuerpodivino

Idioma original: Inglés
Título original: Godbody
Año de publicación: 1986
Traducción (al catalán): Josep Sampere Martí
Valoración: No sé

Cuerpodivino es una novela corta de Theodore Sturgeon en la que el autor, vinculado por lo general a la ciencia ficción, acude al género fantástico para entregar una historia en la que el misticismo religioso va de la mano del sexo.

El argumento de Cuerpodivino es el siguiente: una figura mesiánica que tiene varios paralelismos con Jesucristo llega a una pequeña ciudad de moral conservadora de Nueva Inglaterra. El forastero, un hombre alto, corpulento y pelirojo, va totalmente desnudo, y como varios de los lugareños con los que se tope irán descubriendo, es capaz de obrar milagros, como por ejemplo sanar a las personas. Este ser sobrenatural es sabio, afable, bondadoso y abnegado. Se preocupa por los demás y tanto su presencia como sus enseñanzas ayudan a un cura, su esposa, una artista, una secretaria, un acosador sexual, un banquero y un policía a entender lo divino, el amor y la sexualidad con más naturalidad.

Como podéis apreciar, la premisa de Cuerpodivino resulta bastante curiosa. Asimismo, reconozco que su estructura coral, su prosa y sus personajes, aunque lejos de sobresalir, cumplen holgadamente. Sin embargo, el conjunto no acaba de cuajar, al menos a mi juicio. En primer lugar, porque la novela profundiza poco en el enfoque sexual, si bien admito que éste debió ser rompedor para la época en que fue escrita. También porque su desenlace, pese a intercalar satisfactoriamente a todos los personajes y sus subtramas, se antoja algo apresurado.

Poco más puedo añadir sobre Cuerpodivino. De esta lectura me quedo con su relativa rareza y la belleza puntual de ciertas escenas de sexo, descritas de forma explícita y estética sin caer en lo vulgar o afectado. En la página 63 de la edición de Les Males Herbes de la novela hay un precioso ejemplo de esto último.

martes, 9 de diciembre de 2025

Luis Mario: Calabobos

Idioma original
: Español (o cántabro,quizás) 
Año de publicación: 2025 
Valoración: Muy recomendable 

Una advertencia previa si se animan a leer este libro: resulta aconsejable que lo hagan provistos de chubasquero, porque la lluvia inunda las páginas de esta novela. Como dice uno de sus protagonistas: “Llueve de lao, llueve parriba. Llueve y te cala, te deja empapao. Llueve y no t´enteras de ca llovido hasta que yaa parao”. 
 
Estamos en un pueblo costero de Cantabria y, como nos indica uno de los protagonistas, salvo siete u ocho días al año llueve continuamente. Esa lluvia fina, pero persistente, de ahí lo de calabobos, condiciona las vidas de los aldeanos,  que se toman la lluvia como una especie de maldición bíblica. La otra presencia ineludible es la del mar. Los protagonistas mantienen una intensa relación de amor-odio con el mar. Dependen de él, en algunos casos para subsistir, pero son conscientes de que en cualquier momento les puede arrebatar la vida. 
 
Uno de esos días de lluvia inmisericorde desaparece una adolescente, Mariuca. Rápidamente se moviliza la familia para buscarla, especialmente su hermano, protagonista de la novela, que nos va trasladando en esa búsqueda frenética de una punta a otra del pueblo. En ese itinerario se va cruzando con otros aldeanos y salen a relucir todos los trapos sucios de una convivencia que dista mucho de ser idílica. Hay mucha violencia soterrada, odios no resueltos y envidias ancestrales que condicionan las vidas de unos y otros.
 
Para contar la historia, Luis Mario deja a un lado el lenguaje convencional, y utiliza un lenguaje en que la oralidad pasa a ser protagonista. Efectivamente, el autor trata de trasladarnos la forma de hablar habitual de los aldeanos, y en esa forma de hablar se prescinde de terminaciones, se utilizan apóstrofes, se recortan palabras, se conjugan mal los verbos, etc. Precisamente ese uso del lenguaje es una de las mayores bazas de este libro, pero hay mucho más. Luis Mario introduce muchos elementos de la mitología cántabra y tiene una forma muy poética de retratar el paisaje: el mar, las montañas, los cielos cubiertos son tan protagonistas como los habitantes del pueblo. Impagables son los cuchicheos de los mejillones con los que comienzan algunos capítulos. 
 
Sin contarles el final, sí les diré que está a la altura del resto del libro y, afortunadamente, concluye de una manera tierna y delicada una historia que, previamente, tiene muchos momentos de dolor y crueldad.

Sin duda, una de las mejores novelas de autores españoles de este año.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Coda a la Semana de la poesía: El ritmo de las agujas del reloj de Grand Corps Malade

Idioma original: francés

Título original: Patients

Año de publicación: 2012

Traducción: Joan Riambau

Valoración: está bien (sobre todo, para fans)

No os voy a engañar, porque lo de "Coda a la semana de la Poesía", con un título tan cuqui además como El ritmo de las agujas del reloj puede dar lugar a equívocos, así que os lo diré cuanto antes: éste no es libro de poemas -pese a que sí encontramos alguno que otro-, pero está escrito por un señor que podemos considerar como un poeta (más o menos y entre otras cosas) y que nos cuenta aquí el episodio, no sé si más transcendente, aunque con bastante probabilidad el más decisivo de su vida... El título original, en francés tal vez os dé una pista: Patients, es decir, pacientes... porque sí,  queridos y queridas lectoras del blog, nos encontramos ante un libro de (HORREUR) autosuperación  y, además de la peor clases, de esos que cuentan alguna vivencia traumática para hacerle chantaje emocional al lector y éste no se sienta capaz de reconocer que el libro es una mierda decepción, aunque hasta la última célula de su ser le indique que sí... Quizá yo sea demasiado duro de corazón, pero, así por de pronto, es el tipo de libro que no tocaría ni con un palo con pincho, a no ser... a no ser por quién es su autor, claro.

Porque esto no lo ha escrito cualquier Albert Espinosa que ande por ahí, amigues, sino nada menos que Grand Corps Malade, nom de plume y de lo que no es plume de Fabien Marsaud, muchachote de la banlieue parisina -jugador de basket merced a sus casi dos metros de altura- al que, a los veinte años, una mala caída en la piscina de la colonia de vacaciones donde trabajaba le dejó tetrapléjico -incompleto, por lo que tenía la posibilidad de conseguir cierta recuperación-, de manera que se pasó muchos meses posteriores a su accidente en un centro de rehabilitación, tratando de volver a dominar su cuerpo, empezando por el dedo gordo del pie (sí, yo también me he acordado de Kill Bill al leerlo). Visto lo cual, Fabien, imposible su sueño de ser deportista de élite (o incluso deportista del montón) se volcó en su otra pasión: el rap y la poesía. Más concretamente, en el slam, variedad de competencia poética en la que los participantes tiene tres minutos para interpretar sus poemas  sobre un escenario (a nuestros lectores euskaldunes les sonará esto, sin duda,  pero la diferencia con el bertsolarismo es que aquí los poemas no siempre son improvisados y además, no es obligatorio tener las manos en los bolsillos ni detrás de la espalda). A partir de ahí y convertido en Grand Corps Malade -Corpachón Enfermo, por razones obvias-, nuestro autor de hoy se dedicó a la música (mejor dicho, al recitado con acompañamiento musical, solo o en compañía de cantantes), a doblar personajes en películas de animación, merced a su voz profunda y varonil, a escribir libros y guiones cinematográficos, y, más recientemente, a dirigir películas junto a su amigo Mehdi Idir (la última, un biopic de Charles Aznavour bastante resultón). Como se ve, GCM es un poeta, pero no sólo un poeta o uno bastante peculiar...

Por lo que respecta a este libro, el primero que escribió (y del que después se encargó del guión para adaptarlo al cine), lo que nos cuenta en él son esos meses que pasó en el primer centro de rehabilitación. Como es de suponer, buena parte del libro se centra en la aceptación de su nueva discapacidad y en el proceso de recuperación siquiera parcial de la movilidad. Es decir, autosuperación, etc. Pero eso no es el elemento central del libro y casi se diría que el autor lo trata más que nada porque, dadas las circunstancias, es imposible obviarlo. O mejor dicho: se diría que a GCM le gustaría obviar sus propias circunstancias, -algo a todas luces imposible- y centrar la narración en los demás, en aquellas personas que encontró en aquel centro y a quienes el otorga, en buena medida, el protagonismo de la historia: sus colegas Farid y Toussaint, otros pacientes como Samia, Steeve, Eddie, Fred... al igual que el personal sanitario o auxiliares de enfermería con quienes tenía trato diario y que le ayudaron a superar su situación. Esto no quiere decir que nos encontremos ante una narración edulcorada, todo buenos sentimientos y feel good; cuando alguien no le caía bien o, simplemente no estaban en sintonía, el autor no se corta en decirlo tal y como lo sentía. Por otro lado, el libro está escrito en un tono más bien funcional, casi seco, sin florituras -algo sorprendente para un poeta, quizás, si bien es cierto que la lírica de GCM lo mismo echa mano de las posibilidades más refinadas de la lengua francesa que del argot más descarnado-, lo que impide todo asomo de cursilería o sensiblería al tratar un tema que, por lo demás, puede ser proclive a esto último. El libro, sin recrearse en ello, no obstante, no nos ahorra imágenes de personas que no tiene ya posibilidad de recuperar ni el más mínimo dominio sobre su cuerpo, imágenes de grandes quemados, pacientes que se han intentado suicidar o que caen en la depresión más profunda... No es este un libro complaciente, aunque tampoco deja fuera la esperanza; simplemente, retrata la realidad -esta realidad tan cruda- tal y como es.

Para acabar, y para que vayáis conociendo otras facetas de este poeta, etc. os dejo el videoclip de un tema cantado a dueto con Camille Lellouche (bueno, en verdad la que canta es ella, porque lo de cantar tampoco es lo del amigo Fabien, il faut le dire):








domingo, 7 de diciembre de 2025

Semana de la poesía: Mientras tanto cógeme la mano de Kirmen Uribe

Idioma original: Euskera 
Título original: Selección de poemas de Bitartean heldu eskutik y del libro-disco Zaharregia. txikiegia agian
Año de publicación: 2001
Traducción: Kirmen Uribe, Gerardo Markuleta y Ana Arregi
Valoración: Bastante recomendable

Tengo los dos libros en casa: la edición en euskera de Bitartean heldu eskutik (Susa, 2001) y Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2004), versión bilingüe y parcial, eso sí, ya que no todos los poemas de aquel se trasladan al idioma de Cervantes, y con el añadido de algunos poemas del libro-disco Zaharregia. txikiegia agian. Hay que decidir, por tanto, qué leer y qué reseñar.

Bien, opto por la versión bilingüe, por ser la versión a la que la mayoría de nuestros lectores pueden acceder, pero leyendo los poemas en euskera, por aquello de que tengo la impresión de que buena parte del poema se queda por el camino en la traducción. No me refiero a este poemario en particular, sino a la todo la poesía traducida. Equivocada o no, es mi opinión. Dicho esto, ¡al lío!

Los poemas de Kirmen Uribe son, por lo general, sencillos (que no simples) y accesibles al público en general. El autor huye de lo barroco y de lo críptico y ofrece textos que se mueven a veces en la frontera entre el microrrelato y el poema, que están cerca de la oralidad o de lo popular y en los que se observa una fuerte influencia del entorno físico y emocional. Así, pone el foco en las pequeñas cosas de la vida (un secreto, un error, un gesto), que son trasladadas al poema y puestas en relación con el pasado y con el presente. 

Dice el autor en "Un secreto", texto que sirve de prólogo a la compilación, que Un poema es ritmo, es estructura, pero sobre todo, es sentido. En general, estoy de acuerdo con esta afirmación y, además, creo que los textos aquí agrupados tienen esos tres ingredientes.

El ritmo lo consigue gracias a la repetición de fonemas, series de palabras o estructuras gramaticales, a las rimas, a las enumeraciones y a la propia estructura de los textos. 

Ez dut gauez lorik egiten, esaten zigun arrebak,
beldur diot loak hartzeari, beldur amesgaiztoei.
Orratzek min egiten didate, eta hotz naiz,
hotza zabaltzen dit sueroak zainetan zehar.

En cuanto a la estructura, predominan la forma de "canción" y el poema narrativo. Pero llama la atención que muchos de los poemas comparten, además de esas repeticiones y reiteraciones de las que hablaba, versos (o estrofas) que vendrían a funcionar como estribillo (Zuhaitzen denbora, por ejemplo). 

La conjugación de estos dos elementos dota a los poemas de Kirmen Uribe de una musicalidad especial que no resulta fácil de trasladar a otro idioma.

Respecto al sentido, hemos de buscarlo en la realidad. Se trata de texto anclados en fragmentos de realidad en la que se entrelazan experiencias personales o familiares y un paisaje real o sentimental en el que el/la mar o la naturaleza son motivos recurrentes. Así, los temas podemos agruparlos en cuerpo, aprendizaje / iniciación, amor, identidad, palabra, tiempo y memoria, pero siempre tratados desde lo pequeño, escapando de lo grandilocuente.

En resumen, poesía apta para todos los públicos, poesía de lo pequeño e importante (unas sabanas tendidas, una caricia, una carta, un anillo perdido y encontrado), poesía de los gestos, poesía, como dice en Maiatza, poema que condensa a la perfección el universo de Uribe, para hablar de las cosas de siempre, del valor que tiene ser amable, de la necesidad de arreglárselas con las dudas, de cómo llenar los huecos que tenemos dentro.

También de Kirmen Uribe en ULAD: Lo que mueve el mundoLa hora de despertarnos juntos y Bilbao - New York - Bilbao

sábado, 6 de diciembre de 2025

Semana de la Poesía: Fuego la sed de María Sánchez

Idioma original: 
español
Año de publicación: 2024
Valoración: Muy recomendable
 
El nombre de María Sánchez ya debe ser familiar para cualquier persona que esté atenta a lo que pasa en las letras españolas, y eso pese a tener una producción (al menos en lo que se refiere a libros publicados) relativamente breve: un primer poemario que llamó la atención de la crítica, Cuaderno de campo; un ensayo igualmente bien recibido y comentado, Tierra de mujeres, en que recuperaba la voz y la historia de su familia con perspctiva de género; Almáciga, que como su nombre indica es Un vivero de palabras de nuestro medio rural, y más recientemente, su segundo poemario, Fuego la sed, que comento aquí; además de eso, naturalmente, ha aparecido en antologías, colabora en diferentes medios escritos y radiofónicos... y además de ello, es veterinaria de campo, su ocupación principal. 
 
De hecho, esta ocupación profesional es inseparable de su producción literaria, atravesada por la proximidad de la vida en el campo, del contacto con la naturaleza, con sus ciclos, sus riquezas y sus dificultades, y también con las desigualdades, invisibilizaciones y abandonos que se manifiestan en y hacia el mundo rural, en España como en otros lugares. 
 
En este sentido, Fuego la sed es una continuidad de una línea coherente de reflexión y creación, aunque atravesada, en este caso, por un contexto y un problema muy específico: las alteraciones climáticas, que se manifiestan, en nuestro entorno, a través de fenómenos meteorológicos extremos, y también a través de una progresiva desertificación de la Península. Estos son (entre otros significados posibles, naturalmente), el fuego y la sed nombrados en el título del libro.
 
Fuego la sed está escrito con una voz poética que huye rigurosamente del yo autobiográfico (o autopoético, si se quiere), algo que lo aleja, en cierto modo, de las obras anteriores de su autora, mucho más encarnadas en su historia personal y familiar. Tenemos así una voz colectiva y profética, que como Casandra anuncia el desastre que vendrá (y que ya nos rodea), pero que como Casandra teme que los augurios no sean escuchados y atendidos: 
a cada instante
alguien toca 
suavemente a la puerta
del universo
 
¿prestaréis ahora
atención? 
Ahora que tan de moda está la ficción postapocalíptica, casi podríamos denominar esta obra como poesía preapocalóptica: volviendo la vista (y el oído y el tacto), la voz poética observa los ríos secos, los árboles antiguos, los pájaros sedientos, y se pregunta: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y también: ¿qué vamos a hacer ahora? Puede decirse, así, que es un libro que dispara en dos direcciones: primero, hacia el futuro, un futuro de huesos y fantasmas, de fuego y sed, pero también de una tímida esperanza ("Esta historia también es futuro / en el lecho de los ríos / hallaréis el sortilegio"). Y al mismo tiempo, hacia el pasado, un tiempo antiguo, no necesariamente un momento histórico, sino más bien un modo diferente de vivir la relación entre el ser humano y el planeta:
aquel al que llamabais salvaje
ofrecía disculpas a los seres
que tomaba prestados 
Frente a este "buen salvaje", se presenta el hambre insaciable y poderoso, "aquel que nombra", indiaando un deseo de posesión y subyugación a través del lenguaje, de la dominación, de la explotación del mundo.
QUISISTEIS CAMBIAR EL ROSTRO DE UN PAISAJE
a la fuerza
 
fiebre nueva el deseo
 
el deseo de nombrarlo
absolutamente todo 
Entre ambos extremos (el pasado antiguo, el presente/futuro de desesperanza), la naturaleza -los árboles, los ríos, las piedras- que aunque sufre sigue comunicando y comunicándose, ligando generaciones y culturas, frágil pero poderosa, capaz, a pesar de todo, de existirse y sobrevivir, sobrevivirnos. 
las aves más pequeñas 
se transforman 
cada vez
más deprisa más deprisa
en un mundo 
que se calienta   
Al comienzo de esta semana de la poesía comentaba un libro con un lenguaje muy diferente: transparente, luminoso, tierno. Es evidente que la poética de Fuego la sed es otra, mucho más seca y árida, como impone su tema, comenzando por esa disolución del yo en un "nosotros" (y ocasionalmente, de forma explícita, "nosotras"). Pero es también innegable el mérito de un poemario que consigue encarnar en palabras e imágenes poderosas, recurrentes y reconocibles una tragedia que, para la mayoría de nosotros, constituye una realidad abstracta difícilmente asumible en un plano más concreto: la terrible tragedia de la destrucción de la naturaleza y del planeta a manos de la ambición humana.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Semana de la poesía: Poema en viñetas de Dino Buzzati

Idioma original: italiano

Título original: Poema a fumetti

Año de publicación: 1969

Traducción: Carlos Manzano

Valoración: recomendable

Más que curiosa, esta reelaboración del mito de Orfeo y Eurídice hecha en los años 60 por Dino Buzzati, uno de los más interesantes y, sobre todo, inclasificables escritores italianos del siglo XX; en su obra encontramos desde colecciones de retratos o alguna novela de amor otoñal (Un amor... que no es el de Sara Mesa, por suerte) a otra de Ciencia-ficción (El gran retrato). libros infantiles (La famosa invasión de Sicilia por los osos) o una ya más que clásica novela simbólico-existencialista como es la magnífica El desierto de los tártaros. Amén de otros libros dedicados a la exaltación de la montaña -Bàrnabo y las montañas, Los indómitos de la montaña-, nacido él, después de todo, en los Dolomitas, o al ciclismo -El Giro de Italia, recopilación de crónicas periodísticas, pues éste era su oficio-; cultivador, además, de la creación gráfica, conjugó textos e ilustraciones propias tanto en la ya citada La famosa invasión... como en I miracoli de Van Morel (creo que no ha sido publicado en español) y, sobre todo, en este alucinante Poema en viñetas.

Alucinante propuesta, digo, ya desde su concepción, pues Poema en viñetas se trata, más o menos de eso mismo, una suerte de cómic a base de ilustraciones que ocupan toda la página con textos, también del autor, que oscilan entre lo narrativo, lo poético y lo onírico/surreal. El argumento, no obstante, adapta una historia bien conocida, el mito de Orfeo y Eurídice (ya sabéis, el músico, tal vez semidios,  que descendió a los Infiernos para salvar a su amada), aunque aquí Orfeo es Orfi, cantante de gran éxito, hijo menor de los condes de Baltazano, y Eurídice es su novia Eura, que ha sido arrebatada por la Muerte, claro... Orfi entra una noche en el Hades a través de una puertecita que se encuentra frente al palazzo de su familia, en la vía Saterna de Milán, y es guiada no por el barquero Caronte, sino por una hermosa muchacha llamada Trudi -la aparición de bellas mujeres, con frecuencia semi o totalmente desnudas, es una constante a lo largo de buena parte del libro. Por lo que sea- que le introduce en el Averno, cuyos secretos le son explicados por el Diablo Custodio, que no es otro que... un abrigo vacío.

Si esto os parece un poco raro, esperad, porque aún queda mucho por venir. El resto de este poema a fumetti es un festival surrealista, con imágenes que recuerdan a las de Dalí y a la pintura metafísica de De Chirico, así como de los ilustradores de la contracultura pop de los 60, que se combina, en lo narrativo, con un transfondo existencialista y la inclusión de racconti, historias dentro de la historia como la muy inquietante Historia del hombre que se volvió o La historia de las Melusinas. Incluso con un toque de terror giallo, como en la historia El visitante de la tarde... Sin olvidar que  la sensualidad, el erotismo -centrado en los cuerpos femeninos, bien es cierto- está presente en todo momento; prueba, quizás, de que esta bajada a los Infiernos de Orfi es, en realidad, una exploración por su subconsciente. 

En fin, que este poema en viñetas, cómic lírico, novela gráfica (o poema gráfico, más bien) o como queráis llamarle resulta ser una obra no sólo curiosa e interesante, sino todo un hallazgo literario, artístico y hasta organoléptico (esto, sobre todo, si antes de leerlo os fumáis un cigarro de esos de la risa u os tomáis una determinada variedad de setas... con moderación, por favor... O mejor no lo hagáis. Repito: NO LO HAGÁIS, no sea que nos cierren el chiringuito por incentivar el consumo de sustancias psicotrópicas. Que no es el objetivo de este blog, aunque a veces lo parezca); un libro que merece la pena conocer de un autor que merece aún más la pena el gusto de leer.

También de Dino Buzzati y reseñados en Un Libro Al Día: El desierto de los tártaros, La famosa invasión de los osos en Sicilia

jueves, 4 de diciembre de 2025

Semana de la poesía: Senda hacia tierras hondas de Matsuo Bashō

Idioma original: Japonés

Título original: Oku no Hozomichi (奥の細道)

Traducción: Antonio Cabezas

Año de publicación: 1702

Valoración: Muy recomendable (Imprescindible para interesados)

A más de 300 años de su muerte, Bashō sigue siendo el principal exponente del haiku (incluso considerado por muchos expertos como el creador del haiku moderno). Su figura condensa, casi en un solo cuerpo, la tradición y la ruptura: el poeta que camina, observa, destila el mundo en tres versos y, al mismo tiempo, redefine lo que puede ser un poema breve.

Para los poco enterados, conviene recordar qué entendemos por haiku. Además de la métrica (5-7-5), tradicionalmente el poema debe aludir a una estación del año, o a un elemento de la naturaleza asociado a ella. He aquí un bonito ejemplo del propio Bashō:

桃の木の
その葉散らすな
秋の風

Que las hojas del melocotonero 
no se dispersen,
viento de otoño.

En apenas unas sílabas, el poema condensa una escena mínima (un árbol, unas hojas a punto de caer, una ráfaga de viento) y la carga de una súplica inútil, casi infantil, frente al avance inevitable de la estación. Ese es uno de los grandes hallazgos del haiku clásico: la emoción se sugiere a través de un detalle concreto.

Si bien esta es la regla del haiku tradicional, el haiku moderno tiende más a la sutileza o, directamente, a evitar el tema explícito de las estaciones:

カップ麺
ひとつじゃ足りぬ
長き夜

Una sopa instantánea
no me es suficiente.
Larga la noche.

Aquí no aparece la palabra “invierno”, pero se alude a las noches largas y frías propias de la estación. La escena cotidiana sustituye al tópico estacional. En esa misma línea, otro haiku podría aludir al contraste entre la vida cotidiana y a otro aspecto menos amable de esas noches, donde los incendios son más prevalentes:

わが女 
髪を潰して
火事匂う

Mi esposa 
se plancha el cabello.
Olor a incendio.

Leer los poemas de esta manera puede ser entretenido, pero quizá lo que más me guste de Senda hacia tierras hondas es que, más que una antología de poemas, es en realidad una crónica de viaje. Todos los textos están embebidos en el contexto de las impresiones de Bashō a medida que recorre el territorio de Japón desde Edo (la actual Tokio) hacia el norte profundo. El haiku deja de ser una pieza aislada y pasa a ser una suerte de cristalización súbita dentro de una prosa en movimiento. Anota paisajes, encuentros, posadas, templos, ruinas, personajes más o menos anónimos y, de pronto, una imagen se condensa en haiku. La idea es que el lector asista, casi en directo, al momento en que la experiencia se vuelve forma.

Además del contenido del libro, el contexto de la escritura me parece particularmente interesante. Bashō emprende su recorrido con cierto pesar, más como obligación que con la excitación de un viaje de placer. Parte a sabiendas de la posibilidad de morir en el trayecto, con una mezcla de desapego y fatalismo. Sin embargo, su labor de poeta necesitaba nuevas experiencias e imágenes con las cuales trabajar. Hay algo paradójico en su peregrinación: Bashō viaja para buscar algo que ya ha leído. Intenta replicar las rutas de antiguos poetas itinerantes, visitar los mismos lugares que ellos cantaron siglos antes. Lo que para nosotros es exotismo o turismo literario, para él es una forma de fidelidad: caminar donde caminaron sus maestros, mirar lo que ellos miraron y, al mismo tiempo, aceptar que el paisaje ya es otro, que el tiempo ha pasado también por los lugares.

Para cualquier interesado en la poesía japonesa, este es un libro necesario. Abordar los haikus dentro de su contexto ayuda mucho a entender las imágenes que se nos presentan, los silencios, las alusiones históricas o religiosas que a veces se nos escapan. Y si se tiene la fortuna de haber visto esos paisajes (aunque después de siglos hayan cambiado radicalmente) la lectura adquiere una capa extra de resonancia: el palacio de Nikkō (ese “templo de luz”) bajo la lluvia, el cambio de color de las hojas en otoño en los montes de Yamagata, la costa áspera donde el mar se estrella contra los riscos de Kanazawa...

Aquí algunos de los poemas incluidos en el libro, que dan una buena idea de ese cruce entre viaje, memoria y contemplación:


















Un mar bravío.
Y, tensa sobre Sado,
la Vía Láctea.


















Hierbas de estío:
ruinas son de sueños
de paladines.


















No lo abatieron
ni las lluvias de mayo.
¡Templo de luz!



















La deutzia en flor
me recuerda las canas
de Kanefusa.

Oku no Hosomichi es, al mismo tiempo, diario, poema y mapa emocional. Como crónica de viaje, permite asomarse a un Japón ya desaparecido; como libro de poemas, muestra al haiku en uno de sus momentos más altos, todavía anclado a las estaciones, pero ya cargado de una mirada profundamente personal.

La traducción de Antonio Cabezas hace el texto accesible al lector hispanohablante sin traicionar del todo esa sobriedad original, y eso no es poca cosa (aunque en ciertas partes me inclino más por las traducciones de Octavio Paz).

Senda hacia tierras hondas es imprescindible para quien tenga curiosidad por la poesía japonesa, por el haiku más allá de la cita suelta, o por la literatura de viajes que no busca destinos fotogénicos, sino momentos de atención radical. Un libro para leer despacio y que invita a mirar de otra manera los paisajes que nos rodean.