sábado, 21 de mayo de 2022

Terenci Moix: No digas que fue un sueño

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1986

Valoración: Decepcionante


Seguramente, no estoy del todo seguro, Terenci Moix es hoy en día un autor olvidado, pero tuvo su momento de gloria allá por los 80 del siglo pasado, cuando coincidió una cierta notoriedad en medios de comunicación con la concesión (oh!) del premio Planeta. Como nunca le había leído, y el libro merecedor de tal galardón era uno de los que aparecían por la estantería de casa, me decidí sin más por él a pesar de sus cerca de cuatrocientas páginas.

Moix, que por lo visto era un experto en historia de Egipto y un enamorado de Alejandría (ciudad de aluvión, cruce de numerosas culturas, de vocación plenamente mediterránea y fama de vida tan intensa en lo cultural como en lo digamos carnal), sitúa en ese entorno todo un clásico de las historias de amor, la de Marco Antonio y Cleopatra. Todo fuego y pasión era la relación entre el triunviro romano y la reina egipcia, la típica relación explosiva que parecía hecha a medida de Richard Burton y Elizabeth Taylor, aunque creo que han existido otras versiones cinematográficas (admito entre paréntesis que no he visto ninguna de ellas, como tampoco conozco la dramática del mismísimo Shakespeare).

Los vaivenes de la política romana se entrecruzan con los de la pareja, y se suceden encuentros y rupturas, victorias y derrotas, intrigas para enfrentarse al poderoso Octavio o para encumbrar a Cesarión, hijo de Cleopatra y supuestamente de Julio César, todo un arsenal de asuntos que, bien manejado, da para hacer las delicias de los aficionados a la novela histórica que, todo hay que decirlo, tampoco es mi caso.

Pero don Terenci pone el foco en los amantes, de forma muy especial en Cleopatra, e intenta construir la historia definitiva del amor imposible, la pasión más excelsa que han conocido los tiempos, sometida a tensiones inimaginables, las traiciones, la ambición, los excesos, todas las dificultades posibles contra las que puede enfrentarse y ante las que triunfará (o no, según se mire). Empresa superlativa la que acomete el autor, porque quizá no exista tema más clásico desde que el mundo es mundo, y para crear con ello algo realmente importante, diferente, hace falta picar muy alto.

No lo consigue en absoluto. Está claro que el libro intenta siempre transmitir la intensidad de esa relación desbordante entre la serpiente del Nilo y el atlético militar romano: ella, que se supone de un atractivo irresistible, una diosa con su punto maligno, tan diestra en la cama como en las maniobras políticas, coleccionista de amantes, convencida de su talento infalible para acometer cualquier empresa. Él, con el aura del hermoso bruto de quien no es difícil obtener los placeres más extremos y, ya puestos, a quien se puede manejar para construir un fantástico imperio. Una relación tóxica y muy pasada de vueltas que sin embargo se presenta envuelta en un lenguaje que quiere ser elegante, un poco barroco y con unas gotas de incorrección que le den picante a la lectura, gotas muy medidas, muy floreadas, como para excitar un poquito al lector del Planeta sin llegar a ofenderle. Con tales ropajes, la turbadora historia de los enamorados acaba por convertirse en una novela erótica vulgar, con el toque algo cursi de tantas otras.

Ese estilo amanerado, relamido, gustará a determinado tipo de lector que se cree que está leyendo alta literatura porque encuentra adjetivos por todas partes, porque se muestran escenas escabrosas con una supuesta elegancia, pero en realidad no son más que juegos florales para no meterse en problemas, sugerir sin perder la corrección, amagar con lo escandaloso, solo amagar para no incomodar. No solo eso. Asistimos a parrafadas interminables, todo es una sucesión de discursos (casi todos en el mismo tono) que acaban transformando un relato que debiera ser vivo y dinámico en una especie de obra teatral lenta, pesada, aburrida.

Pero es que si apartamos un poco el foco de la pareja en permanente combustión, se ve que a Moix se le escapan cosas que podrían haber salvado parte de la historia. Hay personajes, como Octavio César o su hermana Octavia, o el sacerdote Totmés, que podrían haber dado bastante más juego, y se quedan ahí, más bien acartonados, a veces relegados a comparsas para no deslucir a los protagonistas, otras armando subtramas más bien absurdas y completamente prescindibles. Y tampoco saca el autor provecho de sus al parecer amplios conocimientos de la historia de Egipto. Las intrigas políticas, la lucha por el poder y el escenario general de la Roma del siglo I a.C. se nos presentan sin vigor, como en un aparte desgajado del argumento, algo que a veces suena como trozos de un ensayo incrustado en la narración en un intento de darle algún realce histórico.

Como se ve, el intento de montar una especie de novela erótica en un escenario más o menos espectacular se salda con un fracaso porque don Terenci parece querer meter en el mismo saco demasiadas cosas y demasiado heterogéneas, y además lo construye sin gracia, muchas veces queriendo explicarlo todo (no vaya a ser que el lector no capte correctamente lo que debe) y casi siempre con una irritante tendencia a colocar la frasecita memorable en cada escena y para cada uno de esos personajes tan estereotipados que parecen extraídos de algún clásico de MGM.

Está claro que hay cierto público que acepta de buen grado este tipo de libros: un fondo histórico que siempre aporta credibilidad, algunas dosis de amor tórrido (un pelín por encima de cierto estándar aceptable, que estamos en los ochenta) y un lenguaje un poquito alambicado que le da mucho tono. Para este tipo de lector, el libro puede ser incluso aceptable. Pero si usted es de los exigen algo más que el nivel planetario, mejor corra a buscar otra cosa.


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