Título original: The Disappearance of Childhood
Traducción: Margarita Cavándoli
Año de publicación: 1982
Valoración: Está bien
Vaya por delante que esto no es exactamente una contrarreseña, o no del todo, sino más bien un complemento o un intento de aportar una perspectiva diferente a un libro que ya ha pasado por ULAD. Como bien explicaba Jaime en su reseña, se trata de un ensayo escrito por un autor que trabaja habitualmente temas sociológicos relacionados con la comunicación, y que en este caso afronta, como deja bien claro el título, la cuestión del trato diferenciado que la sociedad otorga a la población infantil, desde cuándo, por qué, o hasta cuándo. Indica el autor que la niñez (vocablo feo donde los haya, casi tanto como adultez), a diferencia de la infancia, ‘no es una categoría biológica, sino un concepto social’ basado en la idea de que hay un segmento social que necesita, en base a la edad, una diferenciación nítida desde el punto de vista de formación, costumbres, nivel de información, etc.
Es algo que según Postman no existe en la Edad Media, cuando los menores de toda edad son adultos en miniatura que trabajan, trampean, maldicen y participan en todas las actividades de los adultos sin más singularidad que su tamaño. El concepto nace como tal, en su opinión, con la aparición de la imprenta, cuando adquiere importancia la capacidad de leer y escribir, algo que queda reservado a los adultos (vamos, a unos poquitos), quedando los niños al margen del flujo de información que empieza a circular a través de los libros. Con este efecto cada vez más acentuado, llegamos al siglo XX (siempre en el mundo occidental y digamos instruido, claro) con los niños metidos en una supuesta burbuja, ajenos por completo al mundo adulto, quemando sus etapas de aprendizaje escalonado, hasta que aparece la televisión. En este momento, dice Postman, se empieza a doblegar ese proceso hasta revertirlo y poner en peligro o directamente hacer desaparecer la estanqueidad de ese ámbito. Aquí es donde creo que el autor patina un tanto, aunque se entiende: Postman ha dedicado unos cuantos estudios a implicaciones de la tecnología con la comunicación y el lenguaje, y se le ve impresionado por el poder que aquello que se llamaba ‘la caja tonta’ ha adquirido en la sociedad. Porque no olvidemos que el libro está escrito en 1982, cuando ya la televisión había cogido mucho vuelo y… claro, lo que usted está pensando, salvo en círculos minúsculos y casi clandestinos ¡no existía ni la más remota sospecha de que pudiera inventarse algo como internet! Suena raro, pero es así.
Bien, todo esto lo resume Jaime con una capacidad de síntesis desde luego muy superior a la mía. Pero yo sugeriría más cosas para el debate.
En mi opinión, el autor se equivoca en el planteamiento, porque ese proceso de desaparición de la niñez no trae causa de la televisión, sino que seguramente responde a un proceso mucho más complejo (cultural y sociológico) que a lo sumo se refuerza con la irrupción de este medio. El paralelismo que establece entre imprenta-surgimiento del concepto de niñez, y televisión-decadencia del mismo, queda bonito, pero creo que es bastante exagerado, sobre todo en esa segunda fase. El mismo autor lo reconoce un poco veladamente en la última parte del libro, la más interesante, cuando abre un tanto el foco y comienza a referirse a los cambios culturales que se registran en la sociedad (se centra en la estadounidense, pero es extensible a otras) y que contribuyen a borrar los límites entre el mundo infantil y el adulto: el cambio del modelo familiar tradicional, la menor presencia en el hogar de padres y madres y, sobre todo, la intervención de dos corrientes enfrentadas pero de efecto complementario. De un lado, la convicción de que ya no es necesario establecer una línea defensiva alrededor de los niños (o simplemente es más cómodo no hacerlo) y de otro, el proceso de infantilización del mundo adulto.
Esto me parece el punto clave. No es solo que la niñez desaparezca porque, como parece indicar Postman al principio, en las casas se ha metido una máquina que escupe imágenes de forma indiscriminada, sino porque, debido a esos cambios culturales, los niños van siendo cada vez menos niños y los adultos menos adultos. El autor apunta a modo de ejemplo varios aspectos que sin duda nos serán de sobra conocidos: la forma de vestir, la alimentación, el deporte y los juegos en general, la música o, por ponernos más serios, cuestiones digamos más propias del mundo adulto (la violencia, el sexo, la competitividad) que atraviesan esa barrera cada vez más permeable. Lo que quizá Postman no fue capaz de vislumbrar fue que unos años más tarde viviríamos la paradoja de que esos mismos niños convertidos en adultos en miniatura serían al mismo tiempo sobreprotegidos por aquellos adultos trasmutados en jovenzuelos. O tal vez todo se debe a la progresiva sacralización de la juventud, de forma que tanto niños como adultos pugnan por tener siempre veinte años. Bueno, una digresión más, que creo que es lo que el libro pide, más allá de su contenido concreto.
De manera que el texto en sí es indudablemente un producto de su tiempo (principios de los 80) y ahí, visto con perspectiva de varias décadas después, cojea de forma notable, aunque aporta algunas reflexiones interesantes. Como muchas veces ocurre en trabajos de este tipo, aunque la lectura no sea del todo gratificante tiene la virtud de provocar el debate, de ponernos a pensar y, ahora sí, fijar un punto de partida sobre el que darle unas vueltas a nuestras reflexiones de lectores y ciudadanos del siglo XXI. Con internet, las redes sociales, La Voz Kids, el anime y cosas así.
P.S: En lo que hay que reconocer que gana por goleada la reseña original es en la cubierta, con esa niña pintarrajeada que recuerda a los discos de Belle and Sebastian, frente a la terrible estética setentera de la edición en castellano que he tenido entre manos.
Reseña original: aquí
También de Neil Postman en ULAD: Divertirse hasta morir
8 comentarios:
Hace unos años que acabó mi carrera como profesor de secundaria y bachillerato. Durante todo el comienzo de mi profesión daba clase a alumnos a partir de los dieciséis años hasta su entrada en la universidad. Para mí eran adultos en la plena consideración de la palabra. Y los trataba como adultos en todos los sentidos. Sin embargo, ahora veo que a los alumnos de secundaria y bachillerato se los califica en general como "niños". Los niños de bachillerato -se dice- y se los trata con asistencia psicológica adaptada porque necesitan acompañamiento. Yo soy antiguo y no puedo aceptar esto. Esos niños llevan encima miles y miles de horas desde que tenían pocos años, colgados de internet viendo de todo, desde vídeos sobre tonterías a pornografía pura y dura. Son niños distintos a los que había antes. Han perdido su inocencia y son niños de diecisiete años que han visto todo pero son tremendamente inmaduros. Así comienza la adulescencia que dura hasta que se tienen hijos, pero "tener hijos" es algo que no entra dentro en los parámetros de jóvenes hedonistas que no quieren sacrificar su vida de un modo tan atroz. Sin duda, la entrada en la adultez es cuando eres padre o madre, antes se hacía pronto, ahora o no se hace o se pospone hasta casi cuando entras en los cuarenta y, claro, no gusta dejar de ir de vacaciones, balnearios o cenitas. Ciertamente, se ha trastocado el sentido de las edades. Yo fui niño hasta los seis años y medio cuando hice la primera comunión, luego te daban de hostias hasta en el carné de identidad y crecías, ya lo creo que crecías.
Suelo comentar en broma que m hijo es un viejo prematuro y mi esposo un tardío adolescente, al igual que yo. Las fronteras etarias se han difuminado en ciertos grupos sociales.
Precisamente es a ese punto hasta donde yo quería llegar. El libro se queda claramente corto por su fecha de publicación, y por tanto aunque apunta en la dirección del cambio de conceptos sociales, está muy lejos de lo que está ocurriendo en las décadas posteriores. Ya no es que hayan caído las barreras que supuestamente protegían (o marginaban, según) a los niños, sino que se les arrastra, o se les deja ir, hacia una adultez prematura y sin trabajar para nada en su madurez. Madurez que a su vez parecen haber perdido los adultos, mientras pretenden agarrarse a la juventud que quedó atrás. Todo bastante patético, digo yo.
Gracias a los dos por participar.
Bueno. Yo me dediqué varios años a la educación y puedo hablar con un cierto conocimiento de causa. Además, tengo 44 años y no soy joven, excepto en el bello mundo de las ilusiones, pero tampoco, digamos, decrépito. En mi opinión, los niños, niños son. Es cierto que viven en un mundo tecnológico, con acceso a una cantidad de información que ni ellos ni nadie puede digerir. Que nuestro mundo digital, antes la tele y ahora la galaxia internet, esté cambiando la psique humana me parece incierto. Se trata de medios, de instrumentos, para acceder a la información. Es falso que controlen al hombre; el hombre los controla y están a su servicio. Antes se acudía a la enciclopedia y ahora a la wikipedia. Es más: obligan a una cierta reflexión porque debe aprenderse a escoger; y el debate en las redes obliga a pensar, aunque sea con tópicos y frases trilladas. Es una revolución tecnológica que cambia pautas de comportamiento; pero no me parece en absoluto una revolución antropológica. Así que ni la caja tonta terminó con la niñez, ni lo harán las nuevas tecnologías. Basta con mirar por el ojo de la cerradura una clase de primero o segundo de ESO para comprobar lo vivo que está el mundo infantil y lo poco que ha cambiado el comportamiento de los niños: juego, caos, rivalidades, opiniones sorprendentes por su sagacidad mezcladas con ingenuidades encantadoras, inocencia mezclada con malicia, el despertar de la sexualidad etc etc. Y a medida que crecen y se van metiendo en la adolescencia, los niños van perdiendo su cascarón infantil y haciéndose hombres hechos y derechos; de manera casi mágica, el niño ha dejado de serlo. Por lo demás, las diferencias individuales entre los niños son tan grandes (capacidad intelectual, madurez, situación familiar) que resulta arriesgado meterlos a todos en la misma plantilla. En el patio de la escuela o instituto se nota qué poco han cambiado los niños: los más pequeños corren y saltan como rebecos: niños puros, sin mezcla; los adolescentes de los quince años a veces se muestran tristes y meditabundos: qué difícil es esto de crecer; y los de segundo de bachillerato ya no están en el patio sino buscando al profesor para discutir una nota: tienen otras preocupaciones más serias.
Sí es cierto que trabajar con niños infantiliza al adulto. De alguna manera, el grande termina participando desde fuera en el mundo sorprendente de los pequeños. Hay profesores que conocen con detalle los líos entre fulanito, menganito y perenganita con el detalle de una portera chismosa. O que se enfadan como niños hartos de tener que aguantar niños, exigiéndoles un comportamiento adulto que psicológicamente es imposible que tengan. O que tuercen el morro cuando un niño al que dieron clase "ahora me ignora." Los niños son desconcertantes. Y muchas veces saturan porque carecen del autocontrol y del equilibrio psicológico de cualquier adulto normal. Por eso se hacen pesados. Están en proceso de cocción. Se están haciendo. Por eso son niños.
Así que las lamentaciones de "cuando yo era joven la gente era más madura y se hacía hombre antes" es bastante discutible. En general, siempre se idealiza el pasado. Es normal. Al hacerse mayores, las personas nos volvemos más conservadoras e irritables, proyectando nuestra situación presente hacia el pasado, e inventándonos un mundo falso de gente seria, trabajadora y responsable; no como ahora, por supuesto, en donde todos son unos chisgarabís. Y la persona que tiene la suerte de llegar a anciana acabará siendo un niño de 85 o 90 años. Se cierra el ciclo y la tierra está a punto de tragarla.
Saludos cordiales
No estoy de acuerdo con 1984, pero es imposible el diálogo porque hemos vivido segmentos de historia diferentes. 1984 nunca podrá comprender las clases que yo daba en el BUP y en el COU y el tipo de alumnos que eran, pero yo sí que he vivido lo que son los alumnos, ciertamente niños de primero de ESO que junto a su niñez evidente participan en redes sociales en que atacan cruelmente a sus iguales, especialmente las niñas, de puta para arriba. Y en su argumentación, hay algo especialmente ofensivo cuando califica de "lamentaciones" unas reflexiones válidas, es indigna esa consideración acerca de algo que se ha vivido y 1984 no ha vivido. Es como si alguien considerara lamentaciones a las crónicas de guerra en que alguien ha participado. Me parece una ligereza lamentable su apelación a esa supuesta idealización despectiva del pasado. A mí sí que me parece discutible su liviandad argumentativa.
Pues nada Joselu, si usted piensa que es imposible el diálogo y que nunca podré comprenderle solo me queda despedirme amablemente de usted. Sus reflexiones por lo demás me parecen absolutamente interesantes y válidas. Son, sencillamente, otra perspectiva, incluso generacional, distinta de la mía, acerca de la educación. En absoluto pensaba en usted cuando me refería a esa cierta idealización melancólica del pasado, que es universal y de todos los hombres.
Saludos
Hola a todos:
Este mediodía he visto la reseña y he pensado: "esto promete" Efectivamente, el debate se ha iniciado y es super interesante porque la educación es un gran arte, un arte difícil en el que siempre se está midiendo entre poner límites y dar alas para volar.
El libro data de los 80 y estaría muy bien leerlo para ver como han envejecido las conclusiones que aparezcan en el mismo, pero no parece que sea fácil conseguirlo. He visto en los comentarios de la otra reseña que es casi imposible, y, además, las opciones de compra nos muestran unos precios de locura, en libros de segunda mano.
Al lío; la sociedad ha cambiado enormemente y estamos en una época, al menos para mí, de saturación, de exceso. Hay demasiadas opciones, y discursos muy elaborados que nos envuelven con una palabrería llena de neologismos y adornada muchas veces de vacuidad. No hay una forma de ser modelo para cada tramo de edad, ni una única forma correcta de hacer las cosas, con lo que conlleva eso, para bien y para mal.
La tecnología actual, ultrarrápida y que facilita un rápido acceso a todo, ha colaborado para que la sociedad vaya adoleciendo cada vez más de una prisa crónica, de una impaciencia extrema, que empuja a todos y hace que algunos directamente nos queramos ir a vivir al pasado (aunque sea con la mente) Esto ha influido muchísimo en el comportamiento de niños y jóvenes, que se están acostumbrando a tenerlo todo en el momento que quieren, y con el acceso a un ocio casi sin límites. Ahí tenemos que poner el límite los adultos y hacer nuestro papel de adultos: el de recordar que como miembros de una sociedad también tenemos obligaciones: colaborar en casa, ir a visitar a los abuelos, tratar a los demás dignamente, etc.
Me he alegrado mucho con la intervención de 1984, no porque esté o no de acuerdo con él, sino por lanzar una visión más optimista de la infancia actual. Los noticiarios y las informaciones que nos llegan se ceban con lo malo y bloqueados por el pesimismo y el miedo, poco vamos a ayudar a nuestros niños a prepararse para vivir en esta sociedad, que es la de ahora, no la de hace 40 años. También Joselu me ha traído muy buenos recuerdos de aquella época que él refleja, porque los buenos valores que tenía como bandera (perseverancia, esfuerzo, amor por el estudio, respeto, etc) están entre los más importantes para mí.
La sociedad actual es sumamente hedonista, de eso no hay duda, y a los niños se les habla mucho de sus derechos y quieren saber poco de los deberes, igual que ocurre con los adultos. ¿Cuándo se acaba la infancia? Es una buena pregunta que no sé contestar, porque cada persona tiene su propia evolución, pero fijémonos también en las contradicciones actuales: se tiene mucha prisa en que los niños aprendan todo rápido (natación, bici, extraescolares), se les dan maquinitas para que no molesten, se les hipersexualiza preguntándoles a los 5 años si tienen novia/o y cuando van llegando a la adolescencia queremos que paren, que sean niños un poco más.
En fin, un tema de gran importancia, y en el que pienso cada día, ya que no sólo soy madre de dos adolescentes, sino que también llevo la formación para padres del colegio, que se centra en tres aspectos sobre todo: educación afectiva y sexual, relación con la tecnología y educación en el ocio "saludable" (no sé cómo llamarlo) Aprendo mucho: veo tiktok, me leo artículos de jerga juvenil, espío a mi hija en instagram, y cuando me harto de todo, leo el Quijote y durante varios días digo a mi familia que me voy a ir a esa zona de EEUU libre de wifi y que les voy a tirar los móviles por la ventana.
Este siglo XXI es rarísimo y de locura, para bien y para mal, pero si se tiene la mente abierta y miramos a los chavales pensando en cómo fuimos nosotros, tampoco son mucho peores, se adaptan. Para mí es difícil, y soy adulta..
Saludos a todos y feliz lunes
Yo creo, Lupita, que has dado en el clavo en uno de tus últimos párrafos. Seguramente no es internet (ni la televisión, mucho menos) lo que hace difuminarse esos límites de la niñez, sino nosotros los adultos, que pretendemos, como tú dices, que muy pronto hagan cosas que igual no son propias de la edad, porque nos apetece, porque así parecen más listos, porque los demás también lo hacen, o porque así los tenemos entretenidos. Pero si en ese grupo de cosas de adultos se cuelan algunas menos pacíficas (pornografía, violencia, acoso en las redes) entonces nos echamos las manos a la cabeza y culpamos a internet.
Bueno, yo no tengo ninguna experiencia en el ámbito educativo, pero es lo que alcanzo a ver desde fuera. Y desde luego, me parece que el asunto da para muchas perspectivas, y bastante complicadas, la verdad.
Saludos y gracias por los comentarios.
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