miércoles, 5 de septiembre de 2018

El teatro en las manos


(Se encienden las luces. En el escenario, Beatriz Garza y Carlos Andia sentados frente a una mesa rebosante de todo tipo de alimentos).

Beatriz Garza: Si nos ponemos analíticos, lo de leer teatro parece que albergue ciertas connotaciones negativas. Por un lado, estás abordando algo en una fase prematura, antes de que llegue a su estadio final que es el escenario, donde el texto se ha desvanecido en pos de unos personajes de carne y hueso que actúan en tiempo real, y con una puesta en escena previamente estudiada y definida por el director y su equipo. (Si buscamos una metáfora gastronómica, es como comer masa cruda de galleta antes de hornearla). Por otro lado, leer una obra de teatro también es adentrarse en el germen mismo de la historia, ya que de unas cuantas paginitas con diálogos acompañados de escuetas indicaciones acabarán germinando cerca de dos horas de representación con música, vestuario, escenografía, gestos, matices… un montón de elementos que no estaban sobre el papel. (Eso es como degustar un cubito de sopa concentrada sin primero diluirlo en agua caliente). 
Se mire por donde se mire, puede parecer que leer teatro lo lleva indefectiblemente a uno hacia una indigestión antológica. Pero no solo no es así si no que a muchos nos resulta una experiencia verdaderamente gratificante. Efectivamente, somos muchos y estamos muy locos. 

Carlos Andia: El rasgo fundamental del teatro leído es su desnudez: ante el lector aparecen varios personajes y, en principio, sólo tenemos de ellos sus palabras. Se podrá decir que esto no siempre es así, el autor puede describir un escenario con características determinadas, y los hay que son auténticos maestros en introducir la acción en una atmósfera definida y poderosa, como ocurre, como mejor ejemplo, en las maravillosas acotaciones de Valle-Inclán. Pero esto es la excepción. En la mayoría de los casos disponemos de una somera descripción que sirve a lo sumo para situarnos. Por otra parte, cuando la obra se representa tenemos ya a actores que, literalmente, ‘interpretan’; es decir, conducidos por un director y acompañados de más o menos medios técnicos, presentan al espectador su ‘versión’ de lo que escribió el autor. 
Pero cuando uno tiene en la mano el texto original solo tiene frente a sí a esos personajes y sus palabras, a lo sumo algún lenguaje gestual definido por el autor. Estamos en una posición de voyeur, asistiendo a un trozo de su vida, sin que ningún elemento externo incida en lo que estamos percibiendo. Esa inmediatez hace del teatro leído una experiencia diferente, en la que el lector debe integrarse con aquello a lo que está asistiendo, y tiene que valorarlo como se valora a alguien con quien conversamos. En este sentido, leer teatro es quizá la experiencia literaria que más se parece a la vida. 
Por el mismo motivo, entiendo que el trabajo del dramaturgo resulta especialmente complejo y, por lo tanto, su talento aún más admirable cuando con esa limitación de medios consigue transmitir sensaciones poderosas. Y en estos casos, para el lector la intensidad de la gratificación puede ser mayor que en otros géneros. Ya que estamos con metáforas gastronómicas, algo así como comerse unas anchoas de Santoña, crudas con solo un poco de aceite. 

Beatriz Garza: Luego, claro está, aunque el teatro sobre el papel parezca de lo más austero, no significa que no haya lugar para que cada autor pueda impregnarlo de su estilo personal. Incluso en las acotaciones, como decía Carlos en relación a Valle-Inclán, podemos hallar el sello diferencial de un dramaturgo. A mí personalmente me gustan los estilos depurados más alejados de los cánones clásicos de la dramaturgia (Tennessee Williams, por ejemplo) porque resultan más intensos y dan mayor espacio a la interpretación, lo que me parece una gran cualidad (¡esa Poncia de La casa de Bernarda Alba! ¡qué oportunidad para la exploración psicológica!) teniendo en cuenta que ese texto va a manos de un director que puede darle un matiz u otro y lograr que su montaje sea único. También porque me gusta ir al grano: ¡más albóndigas y menos patatas! 

Carlos Andia: Con personajes más abiertos o más acabados, es en todo caso el lector el que valora. Estamos frente a frente con Max Estrella, Calígula, Nora Helmer o el vagabundo Vladimir, les oímos hablar y, leyendo, imaginamos sus gestos o sus movimientos, conocemos lo que hacen y cómo se relacionan con el resto del reparto. Así les juzgamos, sin un envoltorio que distraiga la atención ni una mano que nos dirija. 
Y, oiga, qué experiencia literaria puede ser más estimulante que respirar el mismo aire que esos personajes, acercarnos a ellos lo que nos apetezca o hacer resonar sus palabras tantas veces como queramos. La lectura de una obra dramática es algo inigualable si el texto merece la pena. Y hay tantos extraordinarios que tenemos a nuestra disposición todo un fantástico menú. 

P.D. Seguro que las analogías gastronómicas van a entusiasmar a algunos de los habituales del blog.

9 comentarios:

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Al final la única forma de conocer el teatro clásico (e incluso el teatro moderno) es leerlo, y no verlo representado, ya que por desgracia lo que se representa no es la obra de teatro tal como la concibió su autor, sino una adaptación o recreación efectuada por el director.

De modo que no podemos ver representadas las obras de Lorca o de Chéjov (no digamos ya de Shakespeare o de Sófocles) en su concepción originaria, sino que hemos de verlas transformadas por la “genialidad” del adaptador o director, en una versión que cambia las localizaciones y tiempos.

A mí, la verdad, no me interesa mucho ver a Yerma hablando por el móvil ni a Macbeth montando en moto-Vespa. Lo que quiero es ver esas obras, que forman parte del patrimonio cultural universal, tal como fueron escritas y concebidas por sus verdaderos autores.

Quiero que la puesta en escena sea cuidada (no aspiro a que se representen en un corral de comedias), pero deseo ver la versión genuina del autor, y no la versión (quizá original, pero no originaria) del director o adaptador, que generalmente -más que versión- es perversión de la obra que se anuncia.

Dado que las cosas están así y no puede irse al teatro a ver las obras tal como fueron creadas por sus verdaderos autores, no queda otra que acudir al teatro leído.


Sandra Suárez

Lupita dijo...

Hola:
Muy original la entrada, me ha gustado mucho

Yo disfruto infinitamente más el teatro representado que leído, pues siento (esto es algo personal) que es un género concebido para verse representado sobre un escenario. He leído mucho teatro, pero es que no me acaba de gustar como los otros géneros.

Sandra, no comparto la visión tan negativa que tienes. Por supuesto que una representación teatral nunca va ser como la imaginamos al leerla, pero es que la lectura individual también es interpretativa. Al fin y al cabo, es lo mismo que sucede con las películas que se basan en obras literarias.
Yo he visto obras de Lope o Lorca que estaban muy bien, con un lenguaje muy cuidado, por poner algún ejemplo.
Y las adaptaciones o revisiones de obras también me gustan.

Pero pocas cosas me gustan tanto como la masa cruda de galletas. Muy buena analogía. Para mí, sin el horneado del escenario, la "masa teatral" está buena, pero a medio hacer
Saludos

beatrizrodriguezsoto dijo...

¡Qué majos sois Beatriz, Carlos y todos los reseñistas de ULAD! Agradezco vuestra dedicación a amenizar la página diaria máxime después de un verano un tanto plomizo, pródigo en autoras mediocres ( ¡malas! ) y anodinas, escritores japoneses y coreanos, y tan solo uno o dos que se puedan leer sin lamentarlo demasiado. Vuestra tarea no es fácil porque ya habeis comentado muchos libros y parece que el presente no va a ser el mejor momento de la literatura.
A mi no me gusta nada el teatro representado; no soporto ver el cajetín, el marco de la escena, que no me permite olvidar que se trata de una representación de actores. Como admiro mucho la cultura griega creo que aquellas primeras representaciones tendrían su encanto en su tosquedad, en sus maravillosos teatros al aire libre, en los sonidos rústicos de una flauta o de una lira, y en la activísima y divertida participación de opiniones del multitudinario público. Pero no.
Leer teatro lo soporto algo mejor. Al fin, se puede penetrar en la sicología del personaje, considerar la profundidad del tema, el interés de las ideas... hacer una interpretación propia. Pero tampoco, porque siempre ves allí la caja. El teatro está muy limitado pero, claro, es la idea de un autor que quiere decir algo a un público y lo quiere decir así. Respetable.
A mi me cuesta prescindir del paisaje y de la decoración literaria y de tantas figuras y entidades que no son representables en un teatro. Me gustan las largas descripciones, ver un contorno amplio del que entresacar un contexto social, las bellas imágenes, la acción. Y sobre todo, que cuando esté embebida en una lectura mi visión mental no tenga límites, no esté encasilllada por un "cajetín".
Y últimamente, cuando leo un buen libro, me ocupo frenéticamente por entrar en la personalidad del autor; descifrar su personalidad y su vida me fascina. Averiguo todo lo que puedo, es como leer otro libro aunque con menos datos y más verdadero.
Gracias, Beatriz Garza, gracias Carlos Andia. Saludos a todos.

Aitor dijo...

Es difícil imaginar lo importante que en su momento fue el teatro. Cuando no había cine ni TV, era la única manera posible de contar (mostrar) historias con personajes vivos y actuantes. Por otro lado, la limitación escénica permitía a lo sumo tres interrupciones para cambiar el decorado (de ahí los tres actos), y obligaba a los autores a adaptar cualquier compleja trama a esa restrictiva exigencia. Muchos pasajes de lo narrado no podían mostrarse directamente a los espectadores (a diferencia de lo que ocurre con el cine), por lo que habían de darse a conocer por medio de algún personaje que los contaba o refería en sus diálogos. Era una técnica bastante exigente, pero llegó a alcanzar un desarrollo muy notable. Hoy nos cuesta valorar todo eso.

Carlos Andia dijo...

Está claro que cada uno tiene sus preferencias. Como ya he indicado en la entrada, para mi el atractivo del teatro leído reside en que el lector tiene acceso directo a la 'fuente', sin intermediarios ya sean actores, director, escenario, luces.. Un poco lo que decía Beatriz Rodríguez, una 'interpretación propia' del texto tal cual. Claro que la obra representada tiene otro tipo de interés (bueno, a veces), en la presentación que otros profesionales hacen del texto, como decía Lupita. Digamos que son dos formas de llegar a lo que el autor proponía, y nosotros hemos decidido romper una lanza por la menos popular, es decir, el teatro leído.

Hay otros muchos puntos de vista para valorar el asunto, como las limitaciones que apuntaba Sandra sobre las obras más antiguas, o las técnicas que apunta Aitor. Lo que hemos pretendido es activar un poco ese debate, y de paso poner en valor esa visión 'cruda' que transmite el teatro leído.

Muchas gracias a todos por vuestras opiniones.

Beatriz Garza dijo...

Lo de leer teatro va a gustos y luego, además, hay tantísimas obras, autores y estilos que basta con que uno se arranque con la obra equivocada y ya le tome manía al asunto. Pero casi mejor que pretender que todo el mundo lea teatro, lo mejor (como dice Carlos) es ver que los seguidores del blog tienen una opinión formada al respecto.
¿Que somos majos? ¡Vosotros, más!

Un abrazo

Diego dijo...

Felicitaciones por la entrada.
Con todo estoy de acuerdo.
Leer teatro no me molesta ni me atrae especialmente, no lo veo decisivo el género, así como veo decisivas la calidad del autor o mi situación en el momento de la lectura. Leer crónica, novela, cuento, teatro... nada de eso es tan importante como el autor/a y yo, a mi entender.

Entiendo perfectamente esa lanza que rompeis por el teatro leido: que nadie nos sirva la mesa ni nos cambie la ilusión. Pero tampoco descarto la fortuna de contar con el teatro representado. Soy de los que opinan que la visión de un director, la entonación de un buen actor, etc., suman. Podrán verse cosas horribles, como en todas partes, pero creo que estos aportes (generalmente) enriquecen más de lo que fastidian.
Crear un mundo X es maravilloso. Pero disfrutar de Fulanito contándonos su X también puede serlo. Soy de pensar que él a estado y profundizado con X más que yo.

En fin. Muy interesante la entrada.

M.A: dijo...

Hace poco leí El retablo de las maravillas. Lo siento, me perdí en bastantes puntos, por más que intentaba comprender el sentido. Busqué en el archivo de TVE y lo encontré representado en un programa antiguo, pero con actores muy buenos, y me lo puse. No tuve ningún problema en comprenderlo, aunque el lenguaje (lo comprobé) era el mismo que había leído. Los gestos, la expresividad y los indicadores del contexto me parecieron imprescindibles. Estoy segura de que en castellano actual esto no hubiera ocurrido.

Carlos Andia dijo...

Es algo que puede pasar, y entiendo perfectamente que el texto pueda resultar oscuro y una buena puesta en escena le dé todo el sentido. Si además es un texto en castellano antiguo, todavía lo entiendo mejor... porque acaba de ocurrirme algo así. De todas formas, por meter un poco más el dedo en la llaga, esa obra escenificada puede resultar esclarecedora, sí, pero siempre bajo la interpretación de su directos, actores, etc.

Muchas gracias por tu comentario, que aporta otro punto de vista.