Idioma original: Francés
Título original: Les
Éthiopiques
Año de publicación:
Entre 1972 y 1973
Traducción: Miguel
Sánchez y Manuel Domínguez
Valoración: Está
muy bien
Al verano de los
que habitamos en Hemisferio de arriba le queda un suspiro. Ha sido una buena temporada,
entre otras cosas, porque ha dado para escapar un par de ocasiones a la playa
en compañía de un tipo entrañable, al que uno aprecia una enormidad. Un auténtico
y, por supuesto, irresistible seductor, del tipo parco pero certero, de la
familia de los tímidos aunque desenvueltos y de condición mediterránea a la vez
que universal. Seguro que ya tienen identificado a mi compañero de escapadas playeras. Se trata, en efecto, de Corto Maltés. Y así, las tardes de sombrilla,
sillita de aluminio, nevera repleta de hielo y cerveza, chapuzones y lectura han
sido también un viaje por el desierto de Yemen y las sabanas del África
Oriental, a través de los cuatro episodios que completan este álbum bajo el título
de Las Etiópicas.
Uno de los rasgos
más peculiares del escritor y dibujante Hugo Pratt (Rímini, Italia, 1927 /
Suiza, 1995) era el gusto por documentarse en profundidad con literatura, geografia o historia, sobre los lugares y momentos en los que decidía alojar sus ficciones. En
este caso, además, Hugo Pratt contaba con los recuerdos de su infancia y
adolescencia, transcurrida en gran parte junto a su padre -fascista y funcionario
colonial- en los territorios ocupados por la Italia de Mussolini en el cuerno
de África, allí donde empezó a mostrar su talento artístico garabateando
camellos. El proyecto imperial italiano, claro está, no tuvo demasiado éxito y
el padre de Pratt murió, derrotado y preso por las fuerzas de Hailé Selassie y
el ejército británico y él acabó deportado a su país antes de que finalizase la
2ª Guerra Mundial. Pero en su cabeza ya estaban incrustadas las imágenes, gestos y
rasgos que acabaron como tinta en estas viñetas.
Los cuatro episodios
del álbum se publicaron entre agosto de 1972 y abril de 1973 en la revista
francesa Pif Gadget y ya reunidos como libro en 1978. Fueron los últimos
episodios que Hugo Pratt entregó a esta publicación, que en la época tiraba
una media de 400.000 ejemplares por semana y pertenecía a la editorial Vaillant,
vinculada al Partido Comunista Francés, que consideraba a Corto Maltés demasiado
libertario, muy suelto ideológicamente. Y así era, por supuesto. Uno de los
grandes atractivos de Corto Maltés es precisamente encarnar ese espíritu atribuido
a los marineros; imprevisibles, desprendidos, independientes, tolerantes y
cosmopolitas, extensible a la idealización del propio mar (o, como en este caso, transmutado en desierto) como refugio de
gentes libres e indomables, no sometidas más que a su propio código hecho de
aventura, generosidad, compañerismo y desafío.
Poco antes, en
1969, Hugo Pratt había regresado a Etiopía, donde localizó la tumba de su padre,
llegando hasta la desembocadura del río Rufiji, frente a la isla de Mafia, en Tanzania,
lugar en el que los británicos habían hundido en 1916 el Konigsberg, un navío de guerra alemán.
De esta circunstancia, Hugo Pratt extrae el molde para Les
Hommes-léopards du Rufiji –aquí traducido como Leopardos- la historieta
que cierra Las Etiópicas y que gira alrededor de los hombres leopardos, una
especie de multinacional justiciera panafricana. Y ahí está otra de las
constantes de Hugo Pratt, que ya afloró en El sargento Kirk, realizada en
Argentina en los años 50 con guiones de Héctor Germán Oesterheld; la
presencia de indígenas, de rasgos fieros y altivos, tan listos, sagaces y sexys
–o ruines y deplorables- como los blancos. Tratados como iguales, sin condescendencia
ni superioridad. En el nombre de Alá compasivo y misericordioso, que abre Las
Etiópicas, aparece Cush, un joven guerrero afar de al tribu Beni Amer,
intransigente y bravo que acaba forjando una fraternal amistad con Corto Maltés.
El mismo Cush que es uno de los protagonistas de otra de las grandes y
posteriores series de Hugo Pratt, Los escorpiones del desierto, en la que deja
caer que su amigo maltés pereció en las Brigadas Internacionales que participaron
en 1936 en la Guerra Civil española.
Es este carácter fragmentario del álbum una de las razones que hacen que
no sea uno de mis favoritos, pues las tramas no alcanzan la profundidad y
complejidad de libros como La balada del mar salado, La casa dorada de
Samarkanda o Corto Maltés en Siberia. Pero Las Etiópicas, ambientadas en 1918, son
los únicos episodios de Corto Maltés que discurren en África, están muy bien por
que encontramos algunos de las obsesiones y virtudes más propias de Hugo Pratt.
Está el dibujo en blanco y negro, depurado y expresivo, que editores
poco escrupulosos se han encargado de desvirtuar con untadas de colorines comerciales.
Y también una técnica narrativa que le debe mucho al montaje cinematográfico,
que en aquellos años se sacudía décadas de formalidad y clasicismo. Hugo Pratt
bordaba las escenas de acción y sacaba petróleo de las viñetas sin texto, que
transmiten tanta riqueza y matices psicológicos y narrativos. O los momentos
para la introspección onírica, como cuando se ve envuelto en una lluvia de
piedras. Y también algunos de los defectos que se le achacan, como las viñetas
en las que el texto acaba por ahogarlas
Más reseñas de Hugo Pratt en ULAD: La balada del mar salado
2 comentarios:
realmente muy buena la reseña, me ha encantado y me animare a buscar el libro para tenerlos, me he leído hace algunas horas un libro que me parecio muy refrescante en amazon seis cartas y cinco memorias surrealistas, ojala pudieras hacer una reseña de ello.
Pues que bien, anímate a embarcarte con Corto Maltés y a compartir después con nosotros la experiencia.
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