viernes, 7 de marzo de 2014

Biografías lectoras: Todo leído, todo por leer

Una de las escenas del crimen
Marrón. Papeleta. Papelón. Reto. Desafío.

Vergüenza.

Pues no es desnudarse ni nada el autobiografiarse a base de lecturas. No serviría una listita tipo libros que llevarse a una lista desierta. No. Hay que echar mano de recuerdos íntimos, algunos de los cuales puede que no sean para hacer grandes alardes.
Guillermo el travieso, los libros del Los cinco del pino solitario (que dejaron en mí una enorme curiosidad por esos pícnic con cerveza de jengibre, mejunje que, con el paso del tiempo, descubrí que era el ginger ale). Son primeras lecturas conscientes y espontáneas, porque andan por casa. Igual que los cómics (entonces se llamaban tebeos) de Mortadelo y una curiosa cosa llamada algo así como clásicos o narraciones ilustradas donde Jules Verne (entonces le llamaban Julio) arrasaba.
Sería imperdonable no mencionar Marsuf, el vagabundo del espacio de Tomás Salvador: ese fue mi primer disfrute no sólo del fondo sino de la forma. Un libro al que le faltaban media docena de páginas, que cayó en mis manos de la manera más casual.
Las lecturas obligatorias de los estudios secundarios: cómo, si no, hubiera accedido a la oscuridad gótica de Josafat de Prudenci Bertrana o a la narrativa chispeante y socarrona de Quim Monzó. Por no hablar de la angustia y la sobriedad de Pérez Galdós.
A pesar de lo cual diría que mi primer shock surgió de leer a Hunter.S.Thompson. Tanto, que pasadas unas décadas, releerlo me supuso una relativa decepción. El primer corte, dicen, es el más profundo.
Supongo que muchos habremos tenido nuestra fase de fascinación por el género fantástico y la mía se desplazó de Asimov y Philip K. Dick a Lovecraft. Tanto me obsesionaron que acumulé colecciones hasta que la cosa remitió.
Y de ahí salté al páramo. Con excepciones contadas, y no todas demasiado honrosas (Katzenbach, Wolfe, Gordon, madre mía, negaré haber dicho que leí un libro de Noah Gordon o uno de esos best-sellers de John Grisham), transité unos lustros en medio de lecturas técnicas relacionadas con mi actividad profesional. Sin resquicio para ficción o ensayo, nada creo que interese a nadie aquí de Criterios de valoración de empresas o El control de gestión: una perspectiva de dirección.
Entonces (porque me lo iba mereciendo) Roberto Bolaño me salvó: pegándome una patada en la cara. Pero me salvó. Curioso, por una crítica encendida que leí en la revista RockDeLux, una crítica post-mórtem de esa moderna biblia que es 2666. Y es que, gran sacrilegio, he de reconocer que todavía tengo más discos que libros, y que mucha de mi curiosidad literaria procede del mundo musical: Hornby, Welsh, Amat. Peor aún, tengo una teoría que une la cuestión literaria y la musical, y sé, sé, repito, que no te puede gustar un escritor como David Foster Wallace a la vez que un tipejo como David Bisbal. Acabáramos.
Sí, ahí está el germen de mi reenganche, y por eso siempre agradeceré hasta los peores patinazos del escritor chileno. Por eso mi primera reseña aquí fue la de Estrella distante y por eso me enfrasqué en una búsqueda de influídos por e influyentes de. Por esa telaraña llegué a Houellebecq (puede que Houellebecq ya me interesara antes, por eso), a Franzen, a Kapuscinski y a muchos otros con los que sé que me pongo muy pesado demasiado a menudo. De ahí ese lustro largo de lectura impulsiva y compulsiva y cierta querencia por lo contemporáneo y por cierta literatura muy visual y cercana al pop. Quizás, a viernes como sale este texto, ya estemos un poquitín saturados de listas y relaciones, pero en fin. No querría olvidar a Capote, a Vila-Matas, a los buenos libros de Paul Auster, a Cormac McCarthy, a Javier Cercas, Eduardo Mendoza, Richard Ford, Santiago Gamboa. Pero soy injusto, seguro.
Por cierto, igualmente he de agradecer a los malos escritores que me hayan ofrecido la posibilidad de, por contraste, apreciar a los buenos. Es muy cruel haber de mencionarlos justo en este momento tan idílico. Pero por qué no. Ray Loriga, Amélie Nothomb, gracias por vuestra insignificancia. Y los mayores placeres recientes ya he procurado que salgan en mis reseñas, así que igual sería demasiado repetitivo y demasiado autobombástico referirlos de nuevo. Por ahí me encontraréis cada cuatro o cinco días. Un placer.

jueves, 6 de marzo de 2014

Biografías lectoras: La lista de la compra

  • Chuches, chocolatinas y pipas Facundo:
Todo Mortadelo (y todo Bruguera), el gran Guillermo el Travieso, auténtico rey de Inglaterra; Los tres investigadores, Verne, Stevenson, Conan DoyleLas minas del rey Salomón... la felicidad, según Borges.


  • Salsa de tomate y ketchup:
Agatha Christie (sobre todo Miss Marple, la abuelita que nadie quisiera tener), El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux, Los crímenes de la Rue Morgue de Poe, Chacal de Frederick Forsyth...


  • Carne y pescado:
Vázquez Figueroa (el favorito en las bibliotecas de las cárceles, también), Stanislaw Lem,  La ciudad de los prodigios  (un prodigio, en sí misma), Cien años de soledad, claro... y Un día  en la vida de Iván Denisovich  (no pregunten por qué)...


  • Fruta y verdura:
El diablo sobre las colinas de Pavese, que me pilló en el  momento tonto. Qué hago yo aquí de Chatwin, que me abrió los ojos al mundo; Ficciones, de Borges, que me abrió los ojos a los libros; Los tíos de Sicilia  de Leonardo Sciascia, que me enseñó que la literatura podía tratar no sólo de lo literario; El barón rampante de Italo Calvino, que me enseñó que una novela podía ser perfecta, en fondo, en forma e intención. Y divertida y maravillosa…


  • Vino y licores:
            A partir de aquí y hasta la fecha, barra libre. Y que dure.


miércoles, 5 de marzo de 2014

Biografías lectoras: El tesoro bajo llave

En la casa donde viví de niña no había estanterías sino aparadores, los libros, como he contado aquí alguna vez, se guardaban en un armario con las puertas de madera y una llave de tres vueltas: no quedaba ni el consuelo de contemplarlos a través del cristal. En contrapartida, cuando ese mundo mágico se abría, teníamos acceso a todos los libros que había en casa. Mis lecturas de entonces, salvo Alicia en el país de las maravillas, se reducían a cientos de tebeos y narraciones dirigidas exclusivamente a niñas, es decir, no eran nada literarias; los autores de calidad no solían acordarse del público infantil, al menos yo no tuve acceso a ellos, aunque recuerdo un librito curioso,  –bastante grueso pero de un tamaño minúsculo– que titularon Las tres manzanas no sé por qué, en realidad se trataba de Las mil y una noches nada menos, como he comprendido más tarde. Si alguien conoce el motivo de ese extraño título le quedaré eternamente agradecida.

A mí nadie me obligó a leer nada. Ya en el instituto, en lugar de recomendar grandes obras literarias, las condensaban en antologías que variaban con el curso. Encontrar productos de primera fila en cómodas píldoras de dos o tres páginas no agobiaba a nadie, todo lo contrario, a mí me sabía a menos que poco. Ser adulta significaba tener acceso a todas aquellas maravillas y yo lo estaba deseando.

Solía comer con un libro en las rodillas y bajaba la vista en cuanto se despistaban los adultos. ¡Por supuesto que era una fanática! pero mis chifladuras eran inofensivas. A los quince años me operaron de apendicitis y, para compensar, recibí las obras completas de Becquer. Lo devoré entero y quedé impresionada, en particular las Leyendas fueron todo un descubrimiento. Creo recordar que lo pedí yo, aunque no podía imaginar una preciosidad así, en papel biblia y encuadernado en piel, tan apetitoso que alguien que pasó por casa debió tomarlo prestado y nunca se acordó de devolverlo.

A los dieciséis, cayeron en mis manos, por fin, mis primeras lecturas serias, una detrás de otra, Ana Karenina y La tía Tula, ya no recuerdo en qué orden. A partir de entonces empecé a visitar las bibliotecas. Creí que con Tagore y Pearl S. Buck había llegado a la cumbre, pero al año ocurrió el gran cataclismo, un amigo me descubrió Cien años de soledad y todo cambió para mí.

Más tarde me sorprendió enviándome por correo certificado Viaje al fin de la noche, un lenguaje y una forma de ver la vida mucho más libres de lo que podía imaginar. Antes de los veinte me había tragado a Tolstoy y Dostoiewsky enteritos, pero entonces apareció Zola y hasta ellos me parecieron insípidos. Para consolarme de la nostalgia del verano empecé En busca del tiempo perdido, por el tercer volumen si no recuerdo mal. Un día, revolviendo en la sección de bolsillo de un autoservicio, me topé con un título curioso y lo compré: Un mundo feliz me obligó a mirar un poco más allá de mis narices, gracias a él dejé de leer solo para entretenerme. Había llegado a autores muy complejos demasiado joven y creo que no había sido capaz de extraer toda su sustancia.

Descubrí El castillo y La metamorfosis, me reí con Pantaleón y las visitadoras, La náusea consiguió deprimirme lo justo y necesario, Madame Bovary me encandiló, pero fue en la carrera –y obligada, ahora sí– donde me informaron de lo que era imprescindible. Es muy probable que, sin mis profesores, nunca hubiese leído El Quijote ni disfrutado del boom latinoamericano hasta ese punto, de Rayuela, El Aleph, El astillero, La vorágine, El siglo de las luces, El túnel, Pedro Páramo y Señor Presidente entre otros. Pero también de otras obras universales como El extranjero y La Regenta.

Y luego me embarqué en La saga fuga de J.B. por mi cuenta y continué con otra menos conocida de Torrente Ballester, don Juan, y me intrigó saber qué era eso de 1984, y admiré La montaña mágica, y me entusiasmé con Patricia Highsmith, y me enamoré de Jorge Amado, y me inquieté con José Donoso, y –con los Trópicos y los Nexus, Plexus y Sexus– me hice cómplice de Henry Miller.

A partir de entonces me pareció saber qué terreno pisaba. Y lo que ocurre en mi biblioteca desde 2009 ya lo conocen de sobra.

martes, 4 de marzo de 2014

Biografías lectoras: Le rose et le noir

ULAD cumple un lustro y qué mejor manera de celebrarlo que los que formamos parte de esta cyber-taifa nos mojemos un poco más, pero sólo un poco, ¿eh?: ofreciendo a los lectores del blog algo cercano a la confesión pero siempre desde el punto de vista literario, es decir, contando a quien quiera leerlo cuáles han sido los libros que más nos han marcado. Y no me costaría demasiado mencionar estas obras, porque cada vez que alguien me pregunta por mis libros de cabecera, algo que ocurre a menudo, recito mi dichosa lista como si de un mantra se tratara. Sin embargo, si tengo que retroceder un poco más atrás, hasta mi infancia y primera adolescencia, la cosa se vuelve un poco más vergonzosa.

 Pero qué se le va a hacer, no se le puede pedir a una niña de primaria que lea lo mismo que una mujer que ya ha pasado por la universidad, que (en teoría) ha madurado, y que ha visto y experimentado bastantes cosas, ¿no? Y es precisamente esta primera etapa de mi vida lectora, sobre la que quiero escribir aquí. Así que echemos la vista un poco atrás, algo más de dos décadas atrás, y situémonos en el Bilbao de belleza post-apocalíptica que precedió a la Era Guggenheim.

Nunca olvidaré que el verano de antes de empezar el curso en el que me tocaba aprender a leer estaba muerta de miedo: temía que aprender a leer fuera algo increíblemente difícil, una disciplina pensada para mentes brillantísimas. Algunos críos de clase leían ya (cosa de sus ansiosos padres), y eso era algo que me inquietaba. Pero mi hermano, nada más ni nada menos que dos años mayor que yo, me tranquilizó. “Aprender a leer no es para tanto, ya lo verás”, afirmó. Y afirmó con tanta calma y seguridad, que yo le creí.

 Y qué razón tenía mi hermano… Aprender a leer, no era, en efecto, tan difícil, y cuando vi que el asunto se me daba bien, me relajé y comencé a disfrutar de sus beneficios: conocer fantasías imaginadas por otras personas (y eso que con las mías ya tenía bastante entretenimiento). Mis primeras lecturas fueron, no es nada extraño, los cuentos de hadas, y me gustó tanto el tema que se puede decir que caí enferma de “princesitis”: adoraba a las princesas y las historias que protagonizaban. Y no sólo porque fueran tan bellas, llevaran vestidos maravillosos, vivieran en lugares increíbles y sus envidiosas enemigas siempre acabaran fatal: los constantes elementos macabros presentes en aquellas historias me despertaban un inquietante placer por lo perverso que se incrementaría con el paso de los años. Había nacido mi pasión por el rosa y el negro.

 Recuerdo una interminable colección de libritos ilustrados diminutos con todos los cuentos clásicos para niños del mundo, que intenté inútilmente completar. ¡Siempre descubría uno nuevo! Mis pobres abuelos y padres me compraban uno o dos cada verano, en una preciosa librería/kiosko antigua del pueblo burgalés donde veraneaba. Con sólo recordar el olor de ese lugar de madera oscura y casi en penumbra aunque afuera el sol castellano abrasara, me emociono. Y comencé a tener mis ídolos literarios... La que más me gustaba era la pálida Blancanieves (una princesa de belleza gótica arropada por una bruja transformable,un espejo que habla,una manzana roja envenenada y un ataúd de cristal: fascinante), y La Bella y la Bestia era mi relato preferido: en él, la Bella, cautiva de lujo de una misteriosa Bestia aristocrática, utiliza toda su sensibilidad e ingenio para evitar que su captor, que la visita puntualmente cada noche, a las nueve, la devore. Una Sherezade europea que se sacrifica por su padre y que puede morir a dentelladas mientras cena elegantemente vestida en un comedor de lujo. Horror barroco plus amor más que morboso: de nuevo, una siniestra atracción... Años después, al ver El coleccionista, de William Wyler, todos los elementos de esta historia volverían a conquistarme.

 Pasaron unos añitos, y llegaron mis primeras lecturas “de mayores”, protagonizadas, oh, sorpresa, por los libros de “El Barco de Vapor” (la historia del tragaldabas rey Tunix era mi preferida), los de “Elige tu propia aventura” (adoré, sobre todo, La maldición de Batterslea may; El expreso de los vampiros, el cual se lo dejé a una niña repelente y nunca me lo devolvió; El reino subterráneo, y mi preferido, El misterio de Chimney Rock, una deliciosa muestra del terror más puro y elegante con pasajes que aún a día de hoy me parecen espeluznantes: la tentación de reseñarlo por aquí está pudiendo conmmigo), o los de “Alfred Hitchcock y los tres investigadores” (me encantaba Júpiter Jones).

Luego pasé a asuntos más serios, es decir, a la mismísima Ágatha Christie (la amplia colección que tenía mi abuela en su casa me ayudó a empezar a disfrutarla), al mismísimo Sherlock Holmes (su nombre estaba por todas partes, le busqué en la biblioteca del colegio, y caí rendida a esta versión adulta de Júpiter Jones), o, todo hay que decirlo, la saga de vampiros de Anne Rice, que me alucinó durante demasiado tiempo. H.G. Wells, Stevenson y Julio Verne también estuvieron por allí, y alterné las creaciones de estas celebrities con un sinfín de libros para niños, entre ellos, La máquina maravillosa de Elvira Menéndez, que me consta que a Ian Grecco también le encantó.

 Michael Ende merece una mención especial: en su historia interminable, además de disfrutar mucho con las fantásticas aventuras del guerrero Atreyu por Fantasía, vi por primera vez a un protagonista poco lucido, un crío del mundo real huérfano de madre y con un padre deprimido, gordito,débil, acosado, triste, solitario y que se refugia en los libros, afición gracias a la cual su vida cambiará por completo. En fin, el arquetipo del héroe romántico e incomprendido, totalmente opuesto a sus viles y vulgares enemigos, y al que finalmente le salen bien las cosas. Aquello me gustaba…

 Pero esta etapa en la que princesas, vampiros, detectives interesantes y fantasías varias constituían mis lecturas de evasión, se puede decir que llegó a su fin cuando cierto ruso insigne apareció en mi vida a través de dos apasionados desconocidos condenados a amarse y a olvidarse en cinco citas nocturnas: hablo de las Noches blancas de Dostoievski, un librito que andaba por casa desde hacía años pero que yo no me atrevía a leer por considerarlo "de adultos". Pero quizás por verlo corto y en una edición tan bonita, me animé a leerlo, y qué bien hice, porque nunca un libro me ha revuelto tanto como dicha nouvelle: me provocó un torbellino de sensaciones hasta entonces desconocidas, agradables y dolorosas a partes iguales. La carta que cierra la historia me dejó sin habla por la mezcla de belleza, tristeza y alegría que contenía. Y en fin: me di cuenta de que podía llegar a adorar un libro sin necesidad de elementos macabriles ni amores enfermizos. Porque aquello era "adulto", aquello era de calidad, aquello era especial. A partir de ahí, nada sería igual... Aquí, la reseña que Ian, otro fan de la novela, escribió: Noches blancas

Seguí buscando libros de Dostoievski, y también, gracias sobre todo a los consejos de mi madre, lectora voraz que vio que yo ya estaba preparada para pisar otros terrenos, de Truman Capote, Navokov, Kundera, Faulkner, Kafka, Camus,Stendhal y un largo etcétera… Así fue como pasé a otro nivel. Creo que es obvio a qué me refiero, con lo que este post debería llegar ya a su fin.

 Sin embargo, no puedo hacerlo sin citar a alguien: a Arthur Rimbaud. Descubrí al niño terrible de la poesía francesa decimonónica en segundo de Bachillerato, gracias a una joven profesora de Lengua y Literatura cuyas clases eclipsaban por su pasión e interés a las lecciones de sus desganados colegas. Ella fue la que por primera vez me habló de los simbolistas, que capitaneados por Rimbaud, ofrecían al lector unos versos alucinantes, a años luz de las austeras odas a la muerte, la exaltación de la belleza o los melodiosos pesares que hasta entonces había estudiado en esa materia. Ian Grecco, que pretendió durante un tiempo ser un Rimbaud maltés, reseñó también por aquí (siempre se me adelanta) un libro muy bueno sobre el poeta, para los que todavía no sepan mucho de su vida: Gonzalo Armero: Vida y hechos de Arthur Rimbaud 

Y tras ese especial último año de instituto, llegó la Universidad con mi querido e inolvidable Taller Literario, que daría para otro post, así que tampoco entraré en materia. A estas alturas, decir que gracias a mis colegas del grupo, conocí a decenas de autores colosales más e hice mis propios hallazgos. Eso sí, sin perder mi tendencia al rosa y al negro, a la belleza por la belleza y la cursilería mezcladas con el lado oscuro de las personas, los crímenes estudiados y la perversidad sutil. Pero por favor, que nadie piense que sueño con cometer alguna tropelía y llevarme a alguien por delante... Siempre lo digo: el hecho de adorar lo macabro no es nada más que verle el lado interesante a ciertas figuras e historias marcadas por la Muerte, la gran tragedia inevitable a la que todos estamos condenados.

Ya que no puedo darle esquinazo,  prefiero burlarme un poco de ella y tratarla con naturalidad en vez de vivir temiéndola.

Sed felices y hasta el próximo post-confesión.

lunes, 3 de marzo de 2014

Biografías lectoras: La vida en libros

Mi infancia son recuerdos de libros de los Hollister (qué cursis parecen releídos más tarde), de Los Tres Investigadores, de la colección Barco de Vapor, de Elige tu propia aventura, de la colección juvenil de la editorial SM. También, algo más tarde, y por temporadas, literatura fantástica (la saga de la Dragonlance, por ejemplo) y de ciencia ficción, a la que mis padres eran bastante aficionados.

Mi paso a la juventud literaria estuvo marcada por dos libros que me regalaron: uno de Monterroso y otro de Chejov. Mi reacción inicial, propia de un adolescente, fue de rechazo: los cuentos son para niños, pensé, los adultos leen novelas. Afortunadamente, vencí aquel rechazo y los leí. Aquello no eran cuentos para niños, aquello era otra cosa. Así se me abrió todo un mundo.

Tuve luego fases monotemáticas: durante una época solo leía a Buero Vallejo, a Cela, a Delibes; durante otra, a Borges, Cortázar, García Márquez (que me impactaron más que Buero Vallejo, Cela o Delibes, todo hay que decirlo). Cuando llegué a los dieciocho años, pensé que sabía algo de literatura; luego un día me vi en medio de una comida con escritores que hablaban de otros escritores, y descubrí que no sabía nada de nada.

Si Monterroso y Chejov me abrieron un mundo, Faulkner me mostró que ese mundo puede contarse de otra forma. Leer ¡Absalón, Absalón! (el primer libro suyo que encontré por casualidad en casa) fue un shock. Nunca había leído nada como aquello. Pocas veces he leído un libro que me haya impresionado tanto.

Aprendí mucho durante los años de la carrera, no siempre de los profesores. El aprendizaje con mis compañeros de clase y del Taller Literario de la universidad era más próximo, más vivo, más significativo (como ahora se suele decir). Así, en aquellos años descubrí a los simbolistas franceses, a Galeano, a Brecht, a Kundera. Benedetti y Neruda eran nuestro pan de cada día: organizábamos recitales de poesía amorosa o social con música de Silvio Rodríguez y cada vez menos público.

Fueron también años de leer a los clásicos, desde Homero hasta los novelones realistas del XIX: años de intentar ser enciclopédico, de intentar leer lo que hay que leer. También mi trabajo me obligaba a leer (o releer) ciertos textos: así me enamoré del Lazarillo, el Quijote o el primer acto de la Celestina (de los actos siguientes ya no tanto)

El lector que soy ahora es (en parte gracias a, por culpa de, Un libro al día) algo diferente: intenta leer más literatura contemporánea (amor eterno a Philip Roth, Auster, Coetzee), más literatura española actual (Cercas y Vila-Matas bien; Marías mal), más literatura vasca (Saizarbitoria, más que Atxaga). Tengo mis filias (la novela policiaca, en especial Camilleri) y mis fobias (¡Murakami!), pero no digo que no, a priori, a casi ningún libro.

Eso sí, confieso que al lector que ahora soy a veces le gustaría poder volver a leer como cuando tenía diez años, trece años, dieciocho años, con esa inocencia y esa pasión absoluta. Y no siempre lo consigue.

domingo, 2 de marzo de 2014

Concurso de 'biografías lectoras'

La espera ha terminado: aquí llega el prometido concurso para celebrar los cinco años (¡¡¡cinco años!!!) ininterrumpidos (¡¡¡ininterrumpidos!!!) de Un libro al día (¡¡¡Un libro al día!!!): el concurso de biografías lectoras.

Perdonad, dejadme que lo repita una vez más, centrado, en negrita y tamaño grande:

Concurso de biografías lectoras

¿Qué es una "biografía lectora", preguntas mientras clavas en mi pupila un cuchillo de cocina afilado? Pues una biografía lectora es tu vida contada a través de los libros que has leído: aquellos que te marcaron, aquellos que te enseñaron algo sobre ti mismo o sobre el mundo, aquellos que te acompañaron en tus buenos momentos o en los malos, aquellos que te parecieron tan malos que te quitaron las ganas de vivir...

Pero no os preocupéis: no os vamos a dejar solos en este camino: durante la próxima semana los miembros de ULAD vamos a publicar nuestras propias biografías lectoras, para que os puedan servir de inspiración o de modelo. Habrá biografías muy diferentes, así que como veréis tenéis una gran libertad para escribir lo que queráis, como queráis. No hay extensión máxima ni mínima, siempre dentro del sentido común: algo que esté entre un haiku y Guerra y paz está bien.

Podéis enviarnos vuestras biografías lectoras a nuestro email, unlibroaldia@gmail.com, hasta el 31 de marzo de 2014.

¿Y qué podéis ganar? Pues las tres biografías que más nos gusten recibirán como regalo, cómo no, libros: libros ofrecidos por dos editoriales independientes a las que reseñamos con frecuencia (porque nos gusta lo que publican, ni más ni menos) y que generosamente han aceptado enviarnos algunos ejemplares de sus publicaciones: la Editorial Impedimenta y Libros del Asteroide.

Además las biografías lectoras ganadoras serán publicadas en el blog durante el mes de abril.

¿Y todo esto, por qué? Dejadme que lo diga una vez más, en negrita, cursiva y tamaño grande: ¡¡¡Porque hemos cumplido cinco años!!!

sábado, 1 de marzo de 2014

Así que pasen cinco años

Pues sí, amiguitos que nos leéis desde el otro lado de la pantalla: ¡¡¡Hoy cumplimos cinco años!!!

¡¡¡Feliz cumpleaños, ULAD!!!

Sí, la tarta tiene seis velas y nosotros solo cinco años, pero oye, es lo que se ha conseguido encontrar.
 

Quién lo iba a decir (yo no, desde luego) que Un libro al día llegaría a cumplir cinco años, y que en esos cinco años no fallaríamos ni un solo día: 1827 entradas publicadas con esta, sin perdonar fines de semana, festivos, puentes, cumpleaños, aniversarios de boda, días de San Valentín, días de la matanza del cerdo, fiestas de Bilbao...

En estos cinco años hemos publicado muchas reseñas, pero también metaentradas, zooms, contrarreseñas, series temáticas... Hemos dado muchos "Imprescindibles", unos cuantos "Muy recomendables", algún que otro "Decepcionante" (somos bastante buenecitos, en realidad). Hemos reseñado best-sellers, novedades, clásicos; novela, teatro, poesía, ensayo; literatura española, hispanoamericana, universal...

Después de cinco años, nos sentimos más arropados que nunca: no solo porque el número de visitas no para de crecer (más de 80.000 en el último mes, y acercándonos a los dos millones en total), sino porque también participáis en los comentarios (¡más de cinco mil!) o a través de facebook y twitter, donde tenemos 3400 y 13000 seguidores respectivamente. ¡Y de todos ellos, solo uno es un troll!

El equipo del blog también ha crecido: empezamos tres, ya somos catorce, que nos turnamos amistosamente para decir lo que pensamos de los libros y la literatura (y cuando no lo conseguimos nos peleamos a cuchilladas en callejones oscuros). Y los colaboradores: agradecimiento eterno e ilimitado a esas personas que nos escriben para colaborar con nosotros sin pedir nada a cambio.

Muchísimas gracias también a las editoriales, y sobre todo a los autores que se ponen en contacto con nosotros para ofrecernos libros: no siempre podemos responder, y casi nunca llegamos a reseñar los libros que nos ofrecen, pero agradecemos la intención y la confianza, que esperamos retribuir con reseñas honestas, aunque eso suponga daros un "se deja leer" o un "repugnante".

Y a los lectores: es a vosotros a los que más tenemos que agradecer. Estáis ahí cada día (aunque estáis algo menos los fines de semana, bandidos...) leyendo, comentando, compartiendo. Vosotros sois la riqueza de este blog, su verdadera esencia. Y por eso, para agradeceros como merecéis vuestra fidelidad, hemos organizado un

¡¡¡Concurso!!!

Pero para enteraros de en qué consiste este concurso, tendréis que esperar hasta mañana...