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sábado, 18 de enero de 2025

Colaboración: La noche quedó atrás, de Jan Valtin

Idioma original: Inglés

Título original: Out of the night

Año de publicación: 1940-1941

Traducción: No consta

Valoración: Imprescindible


Anoten: Richard Julius Hermann Krebs, alias Jan Valtin: La noche quedó atrás. ¿Cómo es posible que una obra como ésta sea prácticamente desconocida, y lleve tiempo descatalogada en nuestro país? Nada desde que Seix Barral la publicara hace bastantes años, en una edición y traducción que no podemos calificar sino de manifiestamente mejorables. 

La vida de Krebs – Valtin no es la de un narrador, ni la de un novelista, ni la de un académico: es una vida de película, riesgo, suspense, espionaje y contraespionaje; es la entrega a una causa que prácticamente abduce todo lo demás (familia, hijos, hogar). Valtin fue un consagrado al partido comunista alemán y a la internacional comunista en la Europa de entreguerras. Si les gusta la Historia de la primera mitad del siglo XX, si les atrae la política de la época y saber los entresijos concretos tras cada acción visible –ésas que luego los historiadores a menudo explican en visión aérea- no esperen. Porque Krebs fue autor de varias obras, pero en realidad sólo lo fue de una, que es la historia de su vida. 

Nacido en Maguncia, hijo de un inspector marino espartaquista allá cuando Rosa Luxemburgo (“quien no se mueve, no siente las cadenas”) Krebs tuvo una infancia errante debido a la profesión de su padre. Pero si puede citarse una ciudad asociada a su adolescencia y juventud, ésa es Hamburgo, donde vive entre muelles, obreros y revueltas, en un país moramente derrotado tras Versalles, a cuya célebre Constitución azotan el paro, la pobreza y las fuerzas extremas del momento –partido comunista y partido nacionalsocialista- que sorprendentemente no dudan en aunar fuerzas para acabar con las opciones moderadas, a la espera de un futuro duelo a dos que nunca llegó a producirse…al menos entre germanos y sin trincheras. Krebs insiste: el error comunista en la identificación de los socialistas como el enemigo a batir, y la consiguiente subestimación del potencial del partido nazi allanan el camino de Hitler al poder. 

En el difícil contexto de los años 20, Valtin se adhiere al comunismo, una nueva religión que anuncia su pronto advenimiento, trasciende fronteras y pretende acabar para siempre con la injusticia en el mundo. Pero el parto, necesariamente, ha de ser doloroso. Y así se transforma en un soldado dentro de la jerarquía de la Komintern, un activista que medra en la sección marina. Como apóstol de una nueva fe, predica la cercanía de una realidad que auspicia y protege Moscú. Recluta adeptos, reparte por medio mundo octavillas multilingües producidas en imprentas clandestinas, conspira en clubes internacionales que son realmente centros de operaciones del partido, organiza sabotajes y huelgas en los buques y en los puertos, perfecciona su formación en Leningrado y viaja y propaga sin descanso la buena nueva en cada país, obedeciendo como un soldado y ejecutando cada consigna con la fe y el ardor de un convertido. No obstante, de vez en vez aparecen las dudas. Y es que el propio autor llega a afirmar que “sólo la compañía de Jesús tiene más poder sobre sus juramentados que la Komintern.” 

El libro muestra en detalle el funcionamiento del partido y la organización de sus actividades, en especial en Alemania y los países nórdicos; respeta nombres de personajes reales y, en otros casos, parece que oculta personas bajo nombres ficticios, y tal vez introduce algunos de su propia imaginación. El más notable y seguramente el mejor descrito, Ernst Wollweber, sería futuro Ministro para la seguridad del Estado de la RDA y cabeza de la Stasi. Por las páginas de esta autobiografía novelada desfilan personajes de segundo orden, precisamente los que ejecutan las decisiones concretas (y aquí radica uno de los alicientes del libro, como he anticipado): Grigori Dimitrov, Heinz Neumann, Richard Jensen, Peter Kraus, Hertha Jens. Heinrich Himmler y Herman Göring aparecen igualmente, si bien de forma fugaz. 

Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Inglaterra y Estados Unidos son los escenarios de la acción de Krebs bajo múltiples identidades falsas, hasta su detención por la Gestapo en su país natal, momento en que empieza una segunda parte de la novela, claramente diferenciada de la primera y –no vamos a negarlo- descarnada y sin concesiones (pueden imaginar la vida de un espía de la Komintern, poseedor de información valiosa, en manos de la policía de Hitler). Los campos, las cárceles, las leyes dictadas por el partido nazi y la ampliación paulatina del espectro de colectivos objeto de persecución nacionalsocialista son retratados sin una sola tirita: la –entonces- cara oculta de aquella “nueva Alemania”, descrita tal cual fue. 

Pero Krebs recupera la libertad, de un modo y a un precio que no vamos a desvelar. Ex preso de los nazis, su desencanto y sus dudas aumentan con el creciente poder de Stalin en un partido en el que –por razones que tampoco desvelaremos- su posición pasa a ser incómoda. De modo que finalmente huye a los Estados Unidos y publica, entre 1940 y 1941, la obra que reseñamos, que automáticamente se convierte en un best seller en el que, con probabilidad, maquilla al menos algunas acciones no demasiado honorables de su biografía. “Encuentro grotesco seguir aún con vida” llegó a declarar el autor. A la vista de la obra, no nos extraña.

¿Qué es La noche quedó atrás? Parece que Roosevelt la describió como “el mejor libro que he leído sobre el siglo XX.” Son diversas las reacciones o juicios que la obra puede provocar en el lector; algunos positivos, como la fe en unos valores, la lucha por algo en lo que se cree, la esperanza de un mundo mejor; o negativos, como la interdicción de cuestionar directrices o la deriva radical dentro de una organización de estructura férrea, con la consiguiente pérdida de la amistad, confianza y camaradería. Pero creo que, esencialmente, la novela es un duro alegato y una prevención, justo durante el curso de una guerra mundial, contra los dos extremos que asolaron Europa –el nacionalsocialismo de Hitler y el comunismo de Stalin- en casi 800 páginas sin fisuras, que te atrapan y no te sueltan. Un libro que, una vez empezado, no puedes parar de leer.       

Firmado: Francisco Marín

jueves, 9 de enero de 2025

José Carlos Rodrigo Breto: Nuevo Kafkarama

Idioma original: Español

Año de publicación: 2024

Valoración: Bastante recomendable

Tarde, como siempre. 2024 fue el año del centenario del fallecimiento de aquel famoso escritor que murió de tuberculosis (o de aquel famoso tuberculoso que escribía) y nosotros no le dedicamos, creo, ni una mísera reseña. Eso sí, llegamos a 2025 y a los 10 días...¡reseña al canto de un libro que tiene a Kafka como centro! No nos lo tengáis en cuenta, por favor.

Bien, el caso es que hoy traemos a ULAD este Nuevo Kafkarama, publicado a finales de 2024 por Ediciones del Subsuelo, y lo primero que debemos plantearnos es qué es Nuevo Kafkarama.

Opciones:

  1. Biografía novelada de Kafka, ya sea como (re)construcción o (de)construcción del autor.
  2. Novela histórica
  3. Crónica del siglo XX, al menos desde 1910 a 1968, aproximadamente
  4. Juego borgiano
  5. Juego borgiano y metaliterario
  6. Todas las anteriores
  7. Ninguna de las anteriores
Algo de todo eso hay. Obviamente, la novela es un homenaje a la figura de Franz Kafka, "núcleo irradiador" (chúpate esa, Errejón (bueno, es un decir, es un decir, no te lo tomes al pie de la letra)) desde el cual parten y al cual llegan una serie de ramificaciones que abarcan un espacio de más de 50 años, desde la Primera Guerra Mundial hasta la represión soviética en Checoslovaquia. Para ello, Rodrigo Breto se sirve de unas 65 fotografías por las que desfilan personajes históricos y ficticios, grandes nombres y seres más o menos anónimos, entre los que se establecen diferentes asociaciones. Por ejemplo, Max Brod, Oskar Pollak, Dora Diamant, Gavrilo Princip, Musil, Hitler, Stalin, Mussolini (y una pipa que pasó de boca en boca), una presentadora de la BBC, un casi anónimo discípulo de Meyrink, etc.

Nos encontramos, así, con una narración plagada de angustia, violencia y absurdo, como ese siglo XX que retrata, pero también con una narración estrambótica y cargada de humor que destaca por tres razones, fundamentalmente:
  1. Su ambición. Me gustan esas novelas que juegan a meter todo en la novela, siempre cuando haya una argamasa que haga el conjunto no se caiga a pedazos. En este caso, las diversas tramas están bien hiladas entre sí y amplían los horizontes del texto más allá de una "simple" biografía u homenaje.
  2. Su ritmo, en el que juegan un papel clave la estructura y el estilo. Por un lado, las fotografías funcionan como pequeños relatos que trasladan la acción a diversos espacios y tiempos sin dejar que la narración se enquiste; por otro, el estilo, sin puntos ni comas ni Cristo que lo fundó, da a la narración muchísima agilidad. Sí, no es un recurso novedoso, pero funciona.
  3. La temática. Si los dos puntos anteriores tienen un evidente elemento subjetivo, este ya es el "no va más" porque la Primera Guerra Mundial o el período de la dominación soviética sobre los países de su órbita son dos épocas históricas que me alucinan.
Alguno podrá decir que quien mucho abarca poco aprieta, que quizá todas las historias no despierten el mismo interés en todos los lectores, que este es un libro "demasiado intelectual". Puede ser, no lo niego, pero creo que si consigues entrar en el juego, si sacas el ticket para visitar el Kafkarama y te sientas a ver todas las fotografías, vas a pasarlo en grande. Yo, al menos, lo he hecho.

viernes, 5 de abril de 2024

Jorge Volpi: Leer la mente

Idioma original: español

Año de publicación: 2007

Valoración: recomendable (muy recomendable para interesados)

Es hora de preparar la cena y quieres sorprender a tu pareja. Dudas si cocinar pollo o pescado. Te decides por el pescado. A tu pareja le parece delicioso y recibes tu recompensa esa noche. Al siguiente día, estás con ganas de acción, así que, tomando en cuenta el éxito de la noche anterior, preparas pescado nuevamente. Tu amorcito tiene náuseas con el puro olor del guisado. Te sacas de onda mientras tienes que recurrir a Internet esa noche. ¿Cuál fue tu error? Tomaste solo en cuenta los resultados inmediatamente anteriores para guiar tus decisiones. A partir de ese día decides preguntarle a tu pareja sus actividades del día, checar el clima, la situación política del país, etc., y tomando en cuenta esa información, determinas el contenido de la cena que le caerá mejor a tu pareja, y que la ponga de humor para el lecho matrimonial (si es que la gente se sigue casando). Un gran acierto. Decidiste crear un modelo de tu relación gastronómica con tu pareja.

Nuestra vida sería muchísimo más fácil si pudiésemos crear modelos para todas las situaciones posibles en nuestra vida, pero debido a nuestra condición de simples mortales, tenemos el tiempo y las oportunidades limitadas para hacerlo. ¿Qué nos queda entonces? Hacer como que las vivimos. Creer que las vivimos. Crear un escenario hipotético para situaciones probables. ¿Qué pasaría si leyese muchos libros de caballería? ¿Qué pasaría si matase a una viejita usurera para solventar mis gastos? ¿Qué pasaría si viajara al pasado y me encontrara con mi propia madre dentro de un automóvil? Lo que nos queda es crear ficciones.

Lo anterior es una respuesta plausible de un neurocientífico a la pregunta ¿Para qué sirve leer (o escribir) novelas? En “Leer la mente”, Jorge Volpi representa ese papel.

Volpi es conocido por explorar diversos temas: artísticos, históricos, científicos, etc., tomándose el tiempo necesario para documentarse exhaustivamente. Si considerásemos lo variado de las temáticas de sus libros, podríamos decir que es una especie de erudito, esa rara especie de eras remotas. Aunque en este caso, la característica de Volpi que hace de este libro un éxito es su prudencia. Volpi evita meterse en temas que están más allá de su conocimiento o que son irrelevantes para entender la trama, porque sí, aunque no lo parezca, esto sigue siendo en gran parte una narración.

“Leer la mente” es el resultado de las reflexiones de Volpi acerca de cómo nuestro cerebro es capaz de crear ese rasgo que abre una brecha enorme entre el ser humano y todas las demás creaciones del señor: la ficción. Esa capacidad que tenemos los Homo sapiens para predecir el futuro (bueno, un futuro hipotético, jeje). Volpi nos platica todos los malabares que hace el cerebro para sacarnos de ese paraíso que solo habitan los animales, el eterno presente, para traernos a este mundo donde tenemos que preocuparnos por cosas como ¿Qué pasaría si Hitler hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial?

Este libro es una muy buena entrada al campo de las neurociencias, mejor aún si te interesa la literatura y eres un poco nihilista: aquello que llamamos realidad, no es más que una representación del mundo producida por la actividad de nuestro cerebro, esa masa gelatinosa que sabe riquísima en unos taquitos.

Otras obras de Jorge Volpi en ULAD: Una novela criminalLa tejedora de sombras

domingo, 3 de marzo de 2024

Volker Ullrich: Ocho días de mayo

Idioma original: alemán

Título original: Acht Tage Im Mai

Traducción: Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón

Año de publicación: 2023

Valoración: Muy recomendable


Aunque hayan pasado casi ochenta años, parece que no dejamos de descubrir nuevos horrores acerca del nazismo. Y aunque el libro que nos ocupa se limita en principio a los ocho días que siguieron a la muerte del dictador, es más que suficiente para estremecerse con episodios que darían, cada uno por sí solo, para un libro o una película de esos que le dejan a uno con mal cuerpo. Así que tras una cubierta casi tópica de la literatura de guerra (contundentes caracteres en rojo sobre fondo claro, con foto de soldados en blanco y negro) vamos a conocer esa muy breve pero apasionante etapa de la Historia reciente.

Hitler se quitó de en medio junto con Eva Braun en el bunker de Berlín el 30 de abril de 1945, cuando el Ejército Rojo se encontraba ya a las puertas de la ciudad y una buena parte del territorio del Reich estaba bajo el control de los aliados. Su voluntad de eludir responsabilidades cuando la guerra estaba ya más que perdida contribuyó a aumentar el inmenso baño de sangre. Como testamento político, por llamarlo de alguna manera, dejó nombrado un Gobierno de gestión encabezado por el almirante Dönitz, que duraría exactamente los ocho días que describe el libro.

La desaparición del Führer, que fue conocida en los días siguientes, dejó, según dice Ullrich, varios tipos de sensaciones: la fundamental, de alivio al vislumbrarse el final de la pesadilla, pero también de indiferencia entre la población alemana y, a efectos prácticos, de desorientación y desbandada entre las unidades militares todavía en activo y entre los fieles que de repente se encontraron sin alguien a quien obedecer. La consecuencia fue naturalmente un caos todavía mayor, del que fueron presa los propios mandos de la Wehrmacht, los responsables territoriales del régimen, o los grupos que custodiaban los campos de concentración o los batallones de extranjeros esclavizados. 

‘Era como si aquellos sátrapas, que habrían estado dispuestos a seguir las últimas órdenes sin rechistar, se hubieran convertido de nuevo en individuos capaces de actuar y de pensar por su cuenta’

La reflexión procede de una antigua funcionaria del Reich. Y por supuesto deportados, represaliados y en última instancia, la población civil serían una vez más las principales víctimas de la confusión.

La narración de Ullrich se basa en una multitud de documentos y testimonios, muchos de ellos de civiles, memorias o diarios de personajes relevantes o de ciudadanos anónimos, buena parte de los cuales eran inéditos hasta la fecha, según he leído. De manera que el relato, sin desconocer por supuesto los hitos militares o políticos decisivos, desciende a episodios menos conocidos, como la rendición unilateral de algunos dirigentes nazis deseosos de salvar el pellejo, el descubrimiento de la mina de sal en la que Hitler quiso esconder su colección particular de arte, o los coletazos furiosos de los últimos incondicionales ante la evidencia de la derrota.

Todo ello, claro está, envuelto en escenas espeluznantes, como el suicidio de los Goebbels, al que arrastraron a sus propios hijos, las múltiples violaciones en la zona de ocupación soviética, los suicidios en masa de Demmin, la tragedia del Cap Arcona, o las marchas de la muerte, en las que miles de personas en condiciones ya extremas fueron sacadas de los campos de exterminio y obligadas a deambular de un lugar a otro sin un destino concreto. Las atrocidades no parecen tener límite. El autor toma pie además en acontecimientos de aquellos días de mayo para seguir la pista de hechos anteriores que alimentan aún más el espanto, como la masacre de Lidice en represalia por el atentado contra Heydrich, el carnicero de Praga, o la barbarie represiva de Seyss-Inquart en la región neerlandesa donde gobernaba. 

Pero no hay que equivocarse, no es en absoluto un libro sensacionalista ni se regodea en la sangre, para nada. Con el mismo sistema, es decir, partiendo de algún hecho acaecido en esos días caóticos, se detiene también en examinar la trayectoria y vicisitudes de personajes que entonces o después formaron parte de la Historia, como Anne Frank y su familia, los futuros cancilleres Adenauer o Helmut Schmidt, el científico Von Braun o el líder comunista Walter Ulbricht. Todos ellos tuvieron su papel en esas jornadas en que se consumó el derrumbe de un Estado y un ejército que parecían en camino de dominar el mundo, y que vivieron su fin de forma tan patética y humillante. 

Nos quedan sin embargo otros aspectos quizá todavía más interesantes. La aparente abducción que la ideología y el liderazgo nazis consiguieron ejercer sobre tanta gente merecen un profundo estudio que no sé si se ha llegado a hacer. Pero lo más importante: ¿cuál fue la actitud de la mayoría del pueblo alemán durante esos más de diez años de locura, y cuando todo estaba a punto de terminar?

‘El Führer, otrora idolatrado, fue declarado persona inexistente, un demonio con figura de hombre, de cuyas diabólicas artes de seducción nadie había podido defenderse. De ese modo, la gente se eximía de tener que rendir cuentas por su propia complicidad con el nacionalsocialismo. Si alguien tenía la culpa de los crímenes era Hitler, y luego Himmler y su pandilla. La gente no había tenido nada que ver con aquello’.

O no se habían enterado porque no vieron nada. O miraron para otro lado. Una valoración muy parecida a la que hacía Kracauer y buen número de otros autores. No es fácil, desde luego, ni quizá sea demasiado justo repartir culpas desde la comodidad del teclado de un ordenador. Pero ahí queda la cuestión, planteada al final de un libro imprescindible para quien quiera conocer más de cerca el horror de un periodo cuya herencia parece asomar de nuevo por todas partes.


sábado, 28 de octubre de 2023

Siegfried Kracauer: De Caligari a Hitler

Idioma original: inglés

Título original: From Caligari to Hitler: A Psychological History of the German Film

Traducción: Héctor Grossi

Año de publicación: 1947

Valoración: Interesante


Confieso humildemente que no tenía ni idea de quién era este Herr Kracauer hasta que vi la referencia a su libro, este que traemos hoy, en algún sitio que tampoco recuerdo, puede que otro libro o algún artículo. Y resulta que más que el oscuro cinéfilo que parecía, se trata de un personaje de cierto peso en el pensamiento alemán de las primeras décadas del siglo XX, fuertemente relacionado, por amistad, por trabajo o inquietudes intelectuales con tipos como  Walter Benjamin, Ernst Broch o Theodor Adorno, vamos, un conjunto nada despreciable. 

Así que Kracauer, crítico de cine pero también intelectual interesado en cuestiones de mayor calado, escribe esta su primera obra ya exiliado en Estados Unidos huyendo del nazismo, y su historia del cine alemán, que abarca desde sus inicios hasta el periodo hitleriano, intenta profundizar en sus implicaciones con la psicología del pueblo alemán. 

Las primeras obras significativas del cine alemán aparecen coincidiendo aproximadamente con el final de la I Guerra mundial, y desde el punto de vista estético están muy influenciadas por el expresionismo dominante en la época, en especial en la propia Alemania. El libro analiza con detenimiento bastantes de estas películas, algunas de las cuales han dejado una profunda huella no solo en el cine, sino en el imaginario cultural europeo: El gabinete del Dr. Caligari, Nosferatu, El testamento del Dr. Mabuse o Metrópolis (la única que recuerdo haber visto, lo confieso), entre otras. Igualmente examina la trayectoria de ilustres directores, como Lubitsch, Murnau, o Lang, la mayoría de los cuales alcanzaron el éxito en el mismo exilio norteamericano donde fue a parar el propio Kracauer.

Para los más cinéfilos me parece muy atractivo el análisis de estas películas, los encuadres, el movimiento de la cámara, los rasgos externos y psicológicos de los personajes, o las diferentes tendencias hacia la recreación histórica, el escapismo o la toma del pulso de la calle. Pero en mi opinión lo más interesante del libro es cómo el autor relaciona todo esto con la evolución ideológica del pueblo alemán, que recién derrotado en la Gran Guerra se debate entre el miedo al caos y un íntimo deseo de solución autoritaria que deriva no solo de la situación puntual sino de ciertas carencias históricas.

Instalados en el régimen dubitativo de la República de Weimar, la izquierda no se decide a apostar por la revolución inspirada por figuras como Rosa Luxemburgo o Karl Liebknecht, y la postración económica y psicológica deja un país desnortado y propenso por tanto a admitir mensajes populistas que anuncien un renacimiento nacional. Alemania no ha tenido una revolución burguesa y liberal, le falta ese elemento para progresar decididamente hacia la democracia, y eso será un lastre en un momento histórico tan delicado.

Dice Kracauer que Alemania es un país que desea fervientemente ser dirigido, lo cual, junto con la ceguera de los socialdemócratas que ignoran la debilidad ideológica de las clases medias y la tendencia de la juventud a aceptar ofertas totalitarias, da lugar a la rápida penetración social del nazismo. No se corta el autor a la hora de dibujar el ascenso de Hitler en toda su crudeza:

‘Se tiende a sugerir que fue un puñado de fanáticos y gangsters el que logró sojuzgar a la mayoría del pueblo alemán. Esta conclusión no se ajusta a los hechos (…) La mayoría de los alemanes se plegó al gobierno totalitario con tal presteza que no podía ser el resultado de la propaganda’.

Ideas tan radicales, quizá por ser formuladas muy en caliente (recordemos, 1947), se ilustran además con el éxito de films que glorificaban el pasado prusiano, exaltaban el espíritu nacional en aventuras de montaña o sugerían comportamientos de sumisión a la autoridad que, aunque entre líneas, parecen siempre presentes. Naturalmente, tampoco falta un estudio detenido sobre los potentes mecanismos propagandísticos del nazismo, y en concreto de su cine documental, con panorámicas de Ejércitos multitudinarios y organizados al milímetro, la infantería barriendo al enemigo, o la ridiculización de franceses e ingleses a través de imágenes de negros o el acompañamiento de música burlona. Algunos aspectos recuerdan los muy interesantes análisis de Susan Sontag sobre los trabajos cinematográficos de Leni Riefenstahl.

Tampoco voy a ocultar que el libro es denso, bien desarrollado y con una prosa clara (si acaso con algunos tropiezos que quizá tienen que ver con la traducción), pero tan pormenorizado que puede llegar a cansar al lector que no esté muy interesado en el tema y la época. Aun así, a poco que nos atraiga escudriñar algo más en lo que podríamos llamar el alma alemana y el peculiar fenómeno del nacimiento del nazismo, me parece un material muy valioso, y original e interesante el punto de vista elegido para analizarlo.

Y cuidado, que unas cuantas de las reflexiones sobre cómo pudo ocurrir algo así resultan inquietantemente actuales.


jueves, 28 de septiembre de 2023

Alain Finkielkraut : La identidad desdichada

Idioma original: francés

Título original: L'identité malhereuse

Año de publicación: 2013

Traducción: Elena M. Cano - Íñigo Sanchez-Paños

Valoración:  interesante (pero fallido) 


Guste o no, en la sociedad hiperconectada e hiperacelerada en que vivimos, una década es una porción de tiempo casi descomunal. Y no diré que esa aceleración en los avances, una de cuyas locomotoras será Internet y la posibilidad - mencionada hace unos días, empiezo a repetirme - de llevar al mundo entero en el teléfono móvil, no diré que esa aceleración sea objetivamente dañina. Quizás sea solo un paso más - no antropológico sino estrictamente intelectual - en la evolución, y éste no tiene porqué ser malo, por mucho que defiendan los negacionistas (aquellos que incluso niegan serlo). 

¿A qué viene esta reflexión? Puede que La identidad desdichada en 2013 constituyera un hito, una marca en el camino de la elucubración filosófica sobre una sociedad - la francesa - emblemática en la conciencia occidental. Y no sé si Francia es nuestro Ohio. Sé, por mis esporádicas estancias en el país vecino, de ciertas circunstancias que le son propias. La enfermiza centralización, el envejecimiento de su población, la draconiana defensa de una lengua cuyo ámbito es fagocitado por otras, desde fuera y desde dentro. Pero, con esas circunstancias, Francia es un  ejemplo perfecto de la enorme contradicción de ciertos postulados morales occidentales. Europa como punto de acogida, como crisol que integrará sin problemas a cualquier necesitado que proceda de otros puntos menos afortunados del globo. Sin distingo entre el jovenzuelo africano que despunta en algún deporte o el disidente oriental que ha de salvar el pellejo. Y qué decir de las enormes masas de desdichados que han huído de una guerra, de un genocidio. Un panorama idílico hasta que ese equilibrio, ese balance "acogedores tolerantes y condescendientes/acogidos sumisos y agradecidos" se resquebraja. Entonces surgen las fricciones, se impone la necesidad de una regulación, se preconiza lo razonable de establecer unos límites, aparecen las posturas antagónicas, nos echamos las manos a la cabeza con ese dicho catalán de fora vingueren que de casa ens tregueren ( de fuera vendría quien de tu casa te echaría) y nos damos cuenta, en el penúltimo minuto, de que ya es demasiado tarde, dicho de otra manera, el cambio es irreversible.

En el planteamiento de sus postulados, ya desde el título, Finkielkraut no tiene miedo alguno a poner el dedo en la llaga. No en vano quien me acerca a este libro es su mención en una entrevista con Houellebecq. Pero el desarrollo, disculpando esa deformación profesional de entreverar el discurso propio con conceptos sobrevenidos, adaptación de los clásicos, citas profusas que abarcan amplísimo espectro (Hitler, Gracián, Wharton), el desarrollo, repito, digamos que es demasiado endogámico. Y en muchos momentos parece que Finkielkraut escriba para una élite encogida y reticente que aplaudirá su osadía y venerará sus postulados. Esa identidad perdida habla de los disturbios de la banlieu del 2005, del conflicto de la educación y el veto - en aras del laicismo y de la preservación de la igualdad como columna de la República. Todo ese argumento funciona y fluye y su discurso es coherente y no lleva al lector hacia ninguna especie de trampa ética. 

Pero igual, que ya casi estamos en 2024, de eso se trataría. A Finkielkraut se le ha acusado de coincidir con el discurso de la derecha conservadora, de toda esa mayoría votante que hace que hoy el debate en Francia sea o Macron o Le Pen. A mí esto me cuesta percibirlo aquí, pero es que este libro no va a ser leído por un público convencional. Lo leerán los adeptos, para corroborarse en sus planteamientos, o los antagonistas, para rebatirlo y atrincherarse en los suyos. Es casi descabellado pensar en nadie ajeno a las élites intelectuales que vaya a acudir a estas páginas. Pocos de los franceses cuyos padres emigraron desde Senegal, desde Argelia, desde Marruecos, sea cual sea su formación y su condición económica. No lo verás en las manos de nadie leyéndolo mientras espera que empiece la segunda parte del partido del PSG. Ese es un enorme problema, más cuando pienso que una muy razonable salida de la crisis de la literatura como expresión cultural mayoritaria es la crónica o el ensayo. Y ningún rincón del espectro ideológico se salva. Basta ver qué editoriales publican qué libros. Nada de defender los grises, los matices, que a veces solo son los rincones donde se esconde la abulia y la tibieza. No creo que Finkielkraut sea de derechas porque refleje una sociedad que en las urnas se comporta siendo de derechas. No creo que sea islamófobo porque defienda que los signos externos de pertenencia a religiones suponen problemas en integración, acarrean prejuicios. Finkielkraut, culto, francés, senior, establece su crítica aquí de forma inapelable y rigurosa. Pero no integra ni apela a esa sociedad que observa. Quizás a la élite ideológica, quizás a la minoría que decide. Y eso, por brillante y certero que pueda ser lo que escribe, cercena un alto porcentaje de su utilidad potencial. Es el jubilado apoyado en la valla de la obra comentando con los otros lo bien hecho que estaría de otra forma.


También de Alain Finkielkraut en ULAD: Campo de minas

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Jorge M. Reverte: La batalla del Ebro

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2003 (varias reediciones)

Valoración: Imprescindible para interesados, al menos recomendable para cualquiera

 

Interesados como un servidor, que contaba con buenas razones para conocer con más detalle los pormenores de aquella batalla, la más importante de la Guerra civil y probablemente la más cruenta de las que nunca se libraron en España. Rebuscando un poco por ahí, acabé por encontrar este poderoso volumen (que con sus más de 600 páginas pudo ser candidato a Tochoweek) firmado por Jorge Martínez Reverte, periodista fallecido no hace mucho, a quien tuve el placer de escuchar en una charla años ha, autor de novela negra y, sobre todo, especialista en diversos episodios de aquella guerra.

Como decía, la del Ebro fue quizá la más significativa batalla de la Guerra civil. El general Vicente Rojo la diseñó con el máximo detalle para asestar a Franco un golpe que cambiase el curso de la guerra, poco después de que los sublevados hubieran conseguido partir en dos el territorio de la República alcanzando el Mediterráneo. Era por tanto el último gran esfuerzo, dirigido ya en ese momento por un mando menos amateur que al principio, para ganar o al menos ‘empatar’ un conflicto que empezaba a tener un color nacional bastante nítido.

Con cada una de las orillas del Ebro ocupada por uno de los bandos (republicanos al norte, franquistas al sur), la operación, con algo de temeraria, consistía en cruzar el río y atacar en un frente no muy extenso utilizando el factor sorpresa para al menos alcanzar Gandesa (Tarragona), principal población y núcleo estratégico para conectar con el Ejército de Levante, que a duras penas resistía en torno a Valencia. El terreno escarpado, sembrado de multitud de pequeñas ondulaciones, parecía propicio para ocupar rápidamente posiciones ventajosas y afianzar el avance. Al mando de las dos grandes unidades operativas, los generales Juan Modesto y Enrique Líster, lo mejor del Ejército republicano.

Martínez Reverte dispone la abundantísima información en tres perspectivas que se van solapando y haciendo mucho más interesante el relato:

  • Las operaciones. La narración es pormenorizada, día por día en los cuatro meses en los que se prolonga la batalla, desde el espectacular y complicadísimo cruce del río, los avances furiosos de los republicanos y las sucesivas contraofensivas. Encontramos las tácticas empleadas, la desesperada necesidad de refuerzos, el extraordinario trabajo de los ingenieros para facilitar los transportes, los espeluznantes combates y los terribles barridos de la aviación alemana e italiana. Pero quizá lo más intenso es la encarnizada defensa, cota por cota, con la que los republicanos consiguen después resistir, con medios cada vez más reducidos, el poder destructor de los franquistas durante un tiempo que parecía inimaginable
  • Los protagonistas. No solo importa el desarrollo de los acontecimientos, sino que hay que descender para conocer a sus protagonistas, los soldados rasos que cruzaron el río, que treparon por las colinas, defendieron cada palmo conquistado, padecieron hambre, parásitos, miedo, calor (si alguien conoce la zona, imagínese en pleno verano). En uno y otro lado de los contendientes, Reverte rescata testimonios de muy distintos protagonistas, de forma destacada los voluntarios de las Brigadas Internacionales, gentes de muy diversas procedencias que lo abandonaron todo por defender unas ideas, muchos de los cuales dejaron su vida en aquellas tierras que defendieron con uñas y dientes. Pero también el soldado que casi podía ver su pueblo desde la trinchera sin saber sin embargo si volvería a pisarlo, o el recluta que simplemente estaba allí porque le tocó el llamamiento, y ahora debe luchar por conservar la vida y la de sus compañeros.
  • El entorno. La crónica de la batalla es también la de esos cuatro meses (recordemos, julio a noviembre del 38) en el tablero geopolítico de la República y de la Europa de un Hitler cada vez más airado y desafiante. Es sumamente interesante observar cómo lo que parecen simples rencillas partidarias y política de salones y conferencias influye decisivamente en lo que ocurre en los combates: Azaña y otros posibilistas intentan detener de alguna forma la guerra para enlazar con un conflicto europeo que nadie duda que llegará, mientras Negrín (más los comunistas) se oponen a cualquier iniciativa que no sea resistir y vencer; la política de apaciguamiento de Chamberlain, además de otras razones, impide el apoyo de las potencias occidentales a la República; la batalla se prolonga porque Franco se empecina en aniquilar al oponente allá donde ha atacado, además de tener buen cuidado en no acercar tropas al Pirineo para no provocar a Francia. Y así sucesivamente.

Solo he pretendido exponer una muy pequeña muestra del enorme caudal de información que ofrece el libro en esas tres grandes líneas.

Puede que el autor se embarulle un poco citando brigadas, batallones y divisiones, pero el libro, bien narrado en un presente histórico ágil y eficaz, está escrito además con buena dosis de objetividad y sin desdeñar tanto una panorámica muy amplia de la época como un descenso a detalles que muestran la tremenda crudeza de un episodio terrible. Luego podemos reflexionar sobre por qué la República perdió la guerra o qué posibilidades reales llegó a haber de un desenlace diferente. Para formar esas posibles opiniones hay centenares de libros que llenan las bibliotecas, pero me atrevería a decir que este puede ser uno de los mejores.


viernes, 18 de agosto de 2023

Los jóvenes no leen (en cambio, Hitler leía un montón) e Internet es un invento de Satanás

"Los jóvenes no leen porque el móvil es una forma de ocio mucho más asequible". Este es el titular de un reciente artículo de El País en el que un Doctor en Literatura Comparada (y profesor de Literatura) asegura estar convencido de que en un mundo tan agresivo y con tantos elementos de dispersión resulta casi una proeza que los adolescentes ―fieles lectores de pequeños― no abandonen la lectura. No seremos nosotros quienes enmendemos la plana a todo un Doctor, pero nos da la sensación de que el tema de los jóvenes y la lectura es un debate que viene de lejos y que da la impresión de estar más ligado a demonizaciones absurdas y nostalgias mal entendidas que a datos comprobados. Porque en estas últimas décadas seguro que el cine, la TV, los tebeos, los recreativos, la Gameboy (la XBox viejuna), Netflix, el fútbol o el mismísimo Perro Sanxe iban a terminar con la lectura. Y ahí siguen lectores y libros!


Con esto no queremos decir que la aparición de nuevas tecnologías hayan modificado los hábitos de lectura de jóvenes y adultos. Sí que da la impresión de que ahora nos cuesta más leer libros "tochos" o que el mercado parece demandar ahora libros de 150-200 páginas (aunque ahí tenemos a Cartarescu, Vollmann, Foster Wallace o los mainstream Aramburu, Falcones y compañía), pero de ahí a decir que se lee menos...

Pero vayamos a los datos, al menos a datos en España. Según el barómetro de lectura publicado en febrero de 2023:
  • El porcentaje de lectores de libros, que experimentó un importante incremento en 2020 y se consolidó en 2021, siguió creciendo en 2022, más significativamente entre los jóvenes
  • Los menores con edades comprendidas entre 10 y 14 años y entre 15 y 18 registran los mayores porcentajes de lectores frecuentes del total de la población.
  • Aumenta el uso de bibliotecas 
  • Los lectores frecuentes han aumentado en 5 puntos en los últimos 10 años
También hay puntos no tan favorables, relacionados en especial con las descargas, pero los datos parecen desmentir el mantra de que "los jóvenes no leen" o que "los jóvenes cada vez leen menos".

Además de los datos, conversaciones con editores que aseguran el tirón de las editoriales de infantil y juvenil o la reciente explosión del manga parecen incidir en lo que apuntan los datos.

Otro tema (y mucho más importante) es analizar los motivos y buscar soluciones para tratar de paliar el importante descenso que se observa en los índices de lectura una vez terminada la adolescencia. Porque los datos sí que indican una caída importante pasados los 18 años. Y aquí seguro que hay factores "externos" (vida laboral, pareja, obligaciones, etc) pero no me cabe duda de que algo falla en la etapa anterior para que se produzca ese vacío. Y aquí surgen las preguntas:
  • ¿Puede que la obligatoriedad de lecturas tan "antiguas" (aunque sea en versiones adaptadas) sea contraproducente?
  • ¿Qué es más importante en esa etapa formativa: un conocimiento general sobre los clásicos o la inculcación de hábitos lectores? Y, en caso de elegir la segunda opción, ¿qué lecturas son las más apropiadas?
  • ¿Son realmente las nuevas tecnologías un obstáculo o una oportunidad?
Como ya hemos comentado antes, al libro le han salido competidores por todos lados desde el primer momento. Pero pocos del calado y la asequibilidad de Internet y los Smartphones. Porque eso tan socorrido del infinito en tu bolsillo ya está aquí hace años. Se han acabado (o han empezado) los ratos muertos. Si llevas uno de esos cacharritos en el bolsillo sólo vas a aburrirte si esa es tu intención. Y si ya eres de una generación que ha dispuesto de ello como primera opción, el problema es mayor: los libros apenas cuentan. Los tortazos para disponer de tu tiempo libre (y colarte anuncios y promoción y ofertas de productos según tu perfil) hace tiempo que empezaron. Y adivinad quién va perdiendo.

Mmm, ULAD reseña "Mein Kampf", a ver qué dicen
¿O alguno de esos youtubers que tanto fascinan tiene estanterías repletas de libros como fondo en sus contenidos? No, eso ha quedado relegado para los señores que quieren dárselas de intelectuales. Va, diles a los de la generación X que su plan para esta tarde es "sofá, mantita y libro". Sí. Se lee, pero no libros. Apenas hay opción de citar a los clásicos, porque pertenecen a épocas que les son ajenas. Es el negocio, amigos. Las editoriales no van a ejercer la autocrítica, pues eso es un disparo al pie. Muchas de ellas pertenecen a enormes grupos de comunicación que ya cubren sus objetivos con prensa, emisoras de radio o de televisión. El lector radical no les interesa. Saben que es una especie en extinción y un mercado al que no hace falta mimar, porque sale a la cacería de lo que necesita. Más bien asisten a la progresiva desaparición del soporte o a su confinamiento en una especie de minoría elitista cuya incierta renovación generacional se la trae al pairo.
 
Y no olvidemos a los autores,  ¿alguien recuerda con nitidez algún personaje literario reciente, de ficción, que pueda alinearse con la rabiosa actualización tecnológica de los tiempos que corren? No, los autores empiezan a tomar, como colectivo, una actitud de regodeo en su pureza y desdeñan una actualización sincera. Eso sería venderse. Quizás hay un futuro mejor en la no ficción.

Tampoco nos distanciemos quienes contemplamos esto desde la visión crítica, por cierto. Aunque si todas las intentonas de adaptar la literatura a las nuevas vías comunicativas van a ser como Tao Lin, virgencita, virgencita que me quede como estoy.

En fin. Algún que otro estereotipo, datos que parecen contradecirlos y muchas preguntas sobre el tema. Abiertos están los comentarios para que nos deis vuestra opinión! Y, ya que estamos, agradeceremos que cualquier comentario incluya la edad de su autor, su último libro leído y la fecha de finalización de dicha lectura. Os lo agradeceremos (y la base de datos de Google, aún más).

P.S.: Otro día ya hablaremos del diferencial entre mujeres y hombres, que deja a los machitos en muy mal lugar. 

viernes, 3 de febrero de 2023

Giovanni Papini: El libro negro

Idioma original: italiano

Título original: Il libro nero

Año de publicación: 1951

Valoración: Está bien, o así


Por lo poco que sé sobre él, Giovanni Papini parece un personaje interesante: con una etapa anticlerical, termina, creo, haciéndose creyente (tomen nota, hablaremos de eso), participa en la creación de varias revistas literarias, forma parte del grupo futurista encabezado por el inevitable Marinetti y en cierta época coquetea, o algo más, con el fascismo de Mussolini. Su obra más celebrada parece que es Gog, la única que conozco y que, como ya apunté en un comentario a la reseña, no me dejó buenas sensaciones. Mucho tiempo después me encuentro con El libro negro (bonito título), decido darle otra oportunidad, y resulta que… es una segunda parte de Gog, escrita veinte años después. Pero voy con ello.

El nombre del tal Gog tiene un origen bíblico, una especie de encarnación de la lucha contra Dios, lo que en el libro tendrá algún simbolismo, pero en realidad parece que le viene algo grande al personaje, porque se trata de un multimillonario (piensen ustedes en algunos nombres actuales) que se dedica a recorrer el mundo, comprar manuscritos inéditos y sobre todo, entrevistarse con personajes célebres de su época (primeras décadas del siglo XX). De modo que es difícil considerar este libro como novela, porque consiste en fragmentos de textos que Gog va escribiendo en torno a sus encuentros y experiencias.

Papini utiliza esta técnica para disertar acerca de lo divino y de lo humano, es decir, sobre lo que le apetece, y así tenemos sesenta y tantas píldoras de dos o tres páginas cada una en las que hace hablar a personajes célebres (el inventor de la bomba atómica, Marconi) y artistas (Lorca, Walt Whitman, Dalí, Picasso), o intenta recrear, con no mucho acierto, hay que decirlo, el estilo de algunos autores (Kafka, Tolstói, Leopardi); se dedica a opinar sobre temas diversos (la arquitectura, el papel de China en el mundo) y a contarnos acerca de inventos o colecciones imposibles (la máquina de juzgar, la colección de Venus feas, el Museo de los despojos o la Universidad del homicidio). Son estos últimos algunos de los pasajes más atractivos, con un aire que recuerda vagamente a Borges aunque de carácter mucho más superficial y ni remotamente tan brillante.

En definitiva, lo que parece querer mostrar Papini es ni más ni menos que su concepción del mundo, del ser humano y su sociedad, algo que intenta resumir en una atropellada historia de la Humanidad que cierto personaje quiere reproducir en mármol, o en un canon literario universal un poco simple que otro pretende preservar en libros escritos sobre acero. Pero algo, esa visión del mundo, que necesariamente también se desprende de las opiniones que van quedando registradas en los textos que Gog transmite sobre Historia, psicología humana, política, arte, la naturaleza, la justicia o el futuro. 

El problema, aparte de repetir una fórmula ya usada en su anterior entrega, es que todo este material está modelado sin demasiada gracia. El formato (pequeña presentación, parrafada del personaje y despedida abrupta) es idéntico en la gran mayoría de los capítulos, lo que produce cierta sensación de pobreza, además de que ese elevado número de apartados de extensión similar hace pensar más bien en una colección de cromos. Pero lo que en mi opinión lastra más el libro es su ingenuidad. Hablaba antes de Borges: bien manejada, una idea o una historia plenamente disparatada pueden resultar una genialidad. Si el tratamiento no es el correcto, pueden quedar reducidas a la simple ocurrencia de un colegial. Y por ese camino (candidez, superficialidad) van buena parte de los momentos de este libro.

El aire general de mediocridad tiene no obstante sus excepciones. Como apuntaba al principio, parece que Papini tuvo una relación tormentosa y movediza con el cristianismo. Esto queda reflejado, dentro de ese mundo particular que nos quiere mostrar, en varios relatos, en los que se habla del pecado de la soberbia, o de la clásica contradicción entre misericordia divina y castigo eterno. Pero por encima de todo, tiene también raíz religiosa el que para mí es el relato más brillante, La conversión del Papa, una narración intensa, compacta y equilibrada en la que no falta misterio, emoción, reflexión y un desenlace muy logrado.

Citaría también los párrafos iniciales de su entrevista con Hitler (¡), donde deja interesantes reflexiones sobre la aceptación popular de las dictaduras, y otros dos de los mejores cortes, Los vendedores de imposibles y El pianista célebre, que también se apartan del repetitivo esquema dominante, con lo que me parece obvio que Papini tenía más talento que el que demuestra en la mayor parte del libro. No sé por qué entonces insiste en aquel modelo fallido, quizá porque se obstina en contar demasiadas cosas, y no sabe o no cree necesario sacarles mejor partido. El caso es que es un autor con mucha obra publicada y se podría explorar si esas cualidades que aquí apenas se dejan entrever han brillado en algún otro trabajo. Pero por mi parte, al menos por ahora, no voy a darle más opción para demostrarlas.

También de Giovanni Papini en ULADGog

miércoles, 10 de agosto de 2022

Stig Dagerman: Otoño alemán

Idioma original: sueco
Título original: Tysk höst
Traducción: Josep Maria Caba Boixadera
Año de publicación: 1947 
Valoración: Casi imprescindible

Que el cine norteamericano fue una punta de lanza para la penetración cultural del Tío Sam en Europa, y al mismo tiempo pago en especie por los desembolsos del Plan Marshall, son cosas de sobra conocidas. Y, como también es notorio, una parte nada desdeñable de ese arsenal cinematográfico estuvo formada durante décadas por las narraciones épicas de la victoria de los aliados sobre el nazismo, básicamente por norteamericanos y, en menor medida, británicos. Son tantas las películas de sesgo similar que hemos ido deglutiendo, que en nuestro imaginario es fácil que se haya construido la secuencia Desembarco de Normandía (también con variante italiana) > muerte del führer en el bunker > final de la guerra > liberación de campos de concentración > Alemania recupera la democracia > etc. etc. Hasta hoy.

Pero ahí hay huecos enormes. La guerra recién terminada deja países devastados, millones de muertos, de prisioneros de guerra, de migrantes deambulando en todas direcciones, pobreza, hambre, cartillas de racionamiento, guerras civiles internas, presiones políticas. Muchas de estas cosas las contaba muy bien aquel interesante Continente salvaje de Keith Lowe, con la perspectiva de un historiador con visión integradora y capacidad de ir más allá de los escenarios más trillados. Como también Michael Chabon se interesó por esos periodos de sombra (los ciudadanos alemanes, ante los primeros aliados que pisaban su suelo), contando silencios y recelos, en la historia del abuelo de Moonglow. Pero además, en el otoño de 1946, unos meses después de terminada la guerra, el diario sueco Expressen envía a Alemania a un joven de veintitrés años, Stig Dagerman, gran promesa de la literatura, para observar y narrar lo que había sobre el terreno. Otoño alemán es lo que Dagerman encontró.

En Hamburgo un tren avanza durante quince minutos durante los cuales no se observa nada más que ruinas y escombros. Familias y vecinos conviven en sótanos inundados y sin luz. Transportar unas pocas patatas conseguidas a precio de oro puede suponer jugarte la vida en la calle. Miles y miles de refugiados llegan del Este sin saber a dónde ir, recibidos con hostilidad en todas partes. Huidos de las ciudades más castigadas del norte y del Ruhr son expulsados por las autoridades de Baviera. La miseria de quienes lo han perdido todo, incapaces de ver ningún futuro más allá de si tendrán algo que meter en el caldero esta noche, los millones de civiles y soldados muertos, deportados o asesinados en las ciudades o en los campos de exterminio, la desconfianza hacia todo y hacia todos en un país derrotado y arrasado. 

Y la gran pregunta: ¿dónde están los nazis? ¿Había muchos, o pocos pero poderosos? ¿Pudo más el miedo, el patriotismo, el mirar para otro lado y contemporizar? Están los tribunales de desnazificación, algo que muchos ven como una pantomima, quizá porque no sirven para nada, porque en efecto muchos colaboraron de una u otra forma, de manera inconsciente, por instinto de supervivencia, ingenuidad, a veces por convicción. Algunos confiesan abiertamente que vivían mejor con Hitler (¿nos suena?), otros se disculpan o callan. Pero el hambre y la desesperación borran casi toda otra consideración, importa lo inmediato, llegar a mañana. La ejemplaridad y la limpieza de todo resquicio ideológico, suponiendo que sean posibles, pasan a un segundo plano.

Se podrá decir, y con toda razón, que el paisaje no difiere casi nada del que encontramos tras cualquier otra guerra, antigua o moderna. El fanatismo y la locura siempre dejan detrás destrucción, dolor y muerte. Pero en este caso creo que la crónica de Dagerman rellena un vacío injusto, porque de alguna manera hemos podido interiorizar la idea de una Alemania culpable, así, en su conjunto, un país que de alguna manera no hizo más que pagar (y pagó poco) por el horror que extendió por medio mundo. Y no deja de ser cierto, pero las circunstancias nos han podido hurtar la perspectiva de cómo quedaron realmente sus ciudades, sus habitantes, individuos, familias, la mayoría inocentes, otros quizá no tanto, o no tan culpables. 

Todo eso lo va descubriendo Dagerman asomándose a los zulos donde malviven familias enteras, internándose en las montañas de ruinas, hablando con la gente, observando y sintiéndose observado con recelo, como quien ve a un extraterrestre. Es también un testigo más bien frío, poco dado al discurso inflamado o melodramático, describe sin aspavientos, con cierta distancia pero sin ahorrar crudeza, transmitiendo las sensaciones que proporciona asistir a la miseria extrema, la postración ante la catástrofe, las gentes que se cuelgan de los estribos de los vagones o que viajan en los techos, las chicas que se aferran al brazo del soldado americano. El país donde se gestó la mayor locura homicida de la Historia, vencido, arruinado y estupefacto, sin saber a dónde mirar o qué esperar.

P.S. Al igual que en el fútbol, en el mundo editorial la vida tampoco se acaba en Madrid o Barcelona. La editorial riojana Pipas de calabaza, que tiene el humor de poner en la contracubierta ‘Una editorial con menos proyección que un cinexin’, tiene un catálogo más que interesante del que ya hemos probado algunas muestras, como esta que traemos hoy. Y habrá más, sin duda.

También de Stig Dagerman en ULADNiño quemado

lunes, 14 de febrero de 2022

Marina Amaral & Dan Jones: El mundo en llamas

Idioma original: inglés

Título original: The World Aflame. The Long War, 1914-1945

Año de publicación: 2020

Traducción: Javier Romero Muñoz

Valoración: de lo más recomendable (sobre todo para interesados)

No solemos reseñar en este blog libros de fotografía y quizás deberíamos hacerlo más. En el caso que nos ocupa hoy he de aclarar (sobre todo para los desconfiados que puedan pensar que ésta es una forma facilona de cubrir una reseña) que no se trata "tan sólo" de una compilación de fotografías, pues cada una de las doscientas que aparecen viene acompañada de un prolijo texto explicativo. Y, además, tampoco se trata de unas fotografías "normales", sino de fotos en blanco y negro adecuadamente coloreadas -casi "resucitadas", diría yo- por la artista especializada en la coloración digital Marina Amaral, de quien quizás nuestros lectores ya conozcan su obra; junto con el historiador y periodista británico Dan Jones, con quien también elaboró un libro anterior, El color del tiempo, la brasileña Amaral firma aquí un libro extraordinario; que recoge imágenes de la primera mitad del siglo XX, desde los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial a los juicios de Núremberg que saldaron cuentas -pocas- tras la Segunda. Por supuesto, también las de los decisivos años del periodo de entreguerras... El criterio para concebir el libro ha sido, como recoge el subtítulo, considerar ambas guerras mundiales como dos actos de una sola, como pensaban Churchill y De Gaulle, aunque sea un criterio que no hayan seguido la mayoría de los historiadores. En todo caso, creo que se trata de una elección "artística" o literaria más que historiográfica, a pesar de que  tiene su sentido. Tranquilos, en todo caso, los fans de la Historia militar, porque en este volumen se recogen las batallas y acciones más destacadas de estos conflictos.

En estas fotos, restauradas, por decirlo así, con gran rigor histórico, las hay de todo tipo, desde retratos de personalidades de la época: Churchill, Scott Fitzgerald, Trotsky, Atatürk, Alan Turing, Lawence de Arabia... o, cómo no, los inevitables Hitler y Mussolini, a personas corrientes, víctimas de las trágicas circunstancias que les tocó vivir... Vemos  también momentos que reflejan, de forma más o menos representativa, sucesos de aquellos añor. revueltas y revoluciones, crisis económicas, etc. pero, como es lógico, predominan las fotografías  de tema bélico, y no sólo sobre las dos conflagraciones mundiales, sino también de otras más locales: la guerra del Rif, la chino-japonesa o, por supuesto, la Guerra Civil española. Debo decir que, lógicamente, encontramos aquí fotos de muertos o heridos por la guerra, pero en general no son demasiado truculentas, salvo alguna excepción... tampoco se han seleccionado para este libro las fotos más célebres o emblemáticas de cada suceso, sino otras menos conocidas, aunque igualmente representativas; así, por ejemplo, no aparece la icónica fotografía de los marines alzando la bandera estadounidense en Iwo Jima, sino una posterior, en la que esa primera bandera es sustituida por otra más grande. tampoco la conocida foto de la bandera soviética sobre las ruinas de Berlín, sino otra similar, etc. Por otro lado, se recogen varias fotografías que atestiguan la labor de las mujeres en aquellos turbulentos tiempos y sus progresos en el campo político y laboral. 

Hay además un reconocimiento constante, en cualquier caso, a los y las fotógrafas que tomaron estas imágenes, contándonos en ocasiones sus peripecias y las circunstancias en que se tomó cada fotografía: desde el escritor y activista por los derechos humanos alemán Armin T. Wegner, que atestiguó el genocidio de los armenios del Imperio Otomano a los norteamericanos Ralph Morse, que se chupó toda la II G. M. para la revista Life, John Florea o Robert F. Sargent, de la Guardia Costera, que desembarcó y tomó fotos en Omaha Beach el Día D... Un lugar destacado tiene un retrato del mítico Robert Capa, junto a Hemingway y el chófer que les llevó a París durante la liberación de la ciudad.

Entre todas esas fotografías, ¿cuáles pueden ser nuestras favoritas? En mi caso, creo que dos que retratan a unas niñas: la de Ángeles González, refugiada madrileña de 7 años que protege son gesto airado sus pobres alimentos de la cámara de la norteamericana Margaret Boarke White, durante nuestra Guerra Civil (y que sale en la cubierta de la edición original, por cierto) y las creo que bastante conocidas fotografías de ingreso en Auschwitz de la joven polaca Czesława Kwoska, asesinada en ese campo en 1943.; ambas fotos no pueden sino despertar la ternura y conmiseración de cualquiera que las contemple. Por otro lado, no sé cuáles serán las favoritas de los autores del libro, pero sospecho que la de Marina Amaral podría ser ésta que retrata a Anna Coleman Ladd, una pintora de máscaras protésicas para los soldados que habían sufrido desfiguraciones faciales durante la Gran Guerra, de cobre esmaltado y pintado con colores naturales e incluso vello facial. Lo digo porque es una actividad que guarda alguna concomitancia con la que hace ella...


No puedo resistirme a finalizar esta ya larga reseña reproduciendo unas palabras del prólogo del libro, que quizás no plazcan a todos quienes las lean, pero que me parecen de lo más pertinentes:

"Este libro también es una advertencia. Mientras escribimos estas líneas, vuelven a marchar en todo el mundo el fascismo, el nacionalismo, el populismo, el antisemitismo, el odio, los prejuicios y las políticas de exclusión, división y aislamiento. Que lo que ven aquí sea recordatorio de adónde conduce todo eso. El mundo es frágil. hace falta menos de los que pensamos para sumirlo en llamas."

lunes, 27 de diciembre de 2021

Ibram X. Kendi: Marcados al nacer. La historia definitiva de las ideas racistas en Estados Unidos

Idioma original: inglés
Traducción: Jesús Negro García y Francesc Pedrosa Martín
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable
Título original: Stamped from the Beginning: The Definitive History of Racist Ideas in America

Son muchos los libros que han tratado el tema del racismo y del antirracismo (en ULAD hay reseñados muchos de ellos), pero pocos lo han hecho con la profundidad del libro que nos ocupa y narrando su evolución a lo largo de la historia. El propósito de este libro del Doctor Ibram X. Kendi, una de las principales voces antirracistas en EE.UU. y ganador del National Book Award, es hacer un recorrido histórico del racismo en Estados Unidos; en palabras del propio autor, «Marcados al nacer narra la historia integral de las ideas racistas, desde sus orígenes en la Europa del siglo XV, pasando por la época colonial (…) hasta llegar al siglo XXI y a los debates actuales sobre los acontecimientos que están teniendo lugar en nuestras calles».

Para aclarar conceptos que se irán viendo a lo largo del ensayo, Kendi nos detalla las diferencias entre las posiciones segregacionistas (culpar a las propias personas de las disparidades raciales), antirracistas (quienes señalan con el dedo la discriminación racial) y asimilacionistas (que afirman que tanto las personas negras como la discriminación racial son responsables de las disparidades raciales, que «los comportamientos inferiores de los negros podrían superarse si se les diera el entorno propicio»). Kendi nos habla también de la «interseccionalidad», el «prejuicio derivado de la intersección de las ideas racistas y otras formas de intolerancia, como el sexismo, el clasismo, el etnocentrismo o la homofobia» como elementos a combatir.

Kendi estructura el libro en cinco grandes partes y utiliza como “guías” a Cotton Mather, Thomas Jefferson, William Lloyd Garrison, W.E.B. Du Bois y Angela Davis, los cinco «teóricos raciales más destacados o provocativos durante sus respectivas vidas, puesto que escribieron, divulgaron y enseñaron ideas de índole racial (y no racial) tan fascinantes como originales, influyentes e incluso contradictorias». Así, el libro parte de la colonización y nos narra el inicio de la esclavitud y del comercio de esclavos africanos, en el siglo XV; ahí comienza «la historia registrada de las ideas racistas contra los negros», pues «la mayoría de los cautivos vendidos en Europa occidental eran europeos orientales, hechos prisioneros por los saqueadores turcos en todo el territorio alrededor del Mar Negro. Muchos de los cautivos eran eslavos, de manera que el término con el que se designaba a dicha etnia pasó a ser raíz de la palabra “esclavo” en la mayor parte de los idiomas del occidente de Europa». Con la llegada de Colón a América y la masacre que supuso para los indígenas, el esclavismo se extendió pues «prácticamente desde el momento de la llegada de Colón, una oleada de colonos españoles comenzó a degradar y esclavizar a los indígenas del continente, transfiriendo los constructos sobre los pueblos africanos a los americanos nativos».

De esta manera, el libro de Kendi hace un repaso del racismo en orden cronológico y abarca diferentes aspectos de la sociedad, tratando de manera transversal los siguientes aspectos de la sociedad en los que el racismo ha sido presente a lo largo de los siglos y que aquí agrupo, no de manera cronológica, sino en su ámbito de incidencia:

Racismo ideológico:
Kendi nos habla de cómo Mather y Cotton, prevenientes de Inglaterra, crearon escuelas y universidades coloniales en EE.UU., donde se enseñaba literatura griega y latina y estudiaron Aristóteles quien «consideraba que los antiguos griegos eran superiores a todos los que no eran griegos» provocando de esta manera que los puritanos estadounidenses aprendieran «una serie de fundamentos para las jerarquías humanas, de manera que comenzaron a creer que algunos eran superiores a otros» y, de manera similar a Aristóteles con los griegos, los puritanos «creían ser superiores a los americanos nativos, a los pueblos africanos e incluso a los anglicanos, es decir, a todos aquellos que no fuesen puritanos». 

Ya en la época de Thomas Jefferson, «las ideas de la Ilustración dieron legitimidad a este histórico “sesgo” racial, el vínculo entre la luz, la piel blanca y la razón, por un lado, y entre la oscuridad, la piel negra y la ignorancia, por otro» así como Carl Linneo (padre de la Ilustración en Suecia) que junto con «sus compañeros “ilustrados” también creaban jerarquías humanas; dentro del reino europeo, situaban a los irlandeses, a los judíos, al pueblo romaní y a los europeos del sur y del este en el nivel más bajo». Kendi cita también a Voltaire y sus ideas racistas al afirmar, sobre la raza negra, que «aunque su razonamiento no sea de una naturaleza distinta al nuestro, es al menos claramente inferior» y que «los pueblos africanos son como animales —agregaba— que viven únicamente para satisfacer las necesidades corporales» así como también David Hume que, aunque se oponía a la esclavitud, era terriblemente racista al afirmar que «soy proclive a sospechar que los negros (…) son inferiores a los blancos» o también Kant, quien afirmaba que «la humanidad alcanza su máxima perfección en la raza de los blancos». Así, el debate estaba entre los defensores de la monogénesis y los de la poligénesis, un debate que se alargaría a lo largo de décadas.

«A medida que se incrementaba el número de negros libres en la década de 1790 y el número de esclavos negros empezaba a disminuir en el Norte, el debate racial cambió; de los problemas de la esclavitud de paso a hablar de la condición y las capacidades de los negros libres». Así, se pasó a la estrategia de «persuasión por elevación» basada en «la idea de que era posible persuadir a los blancos para que abandonasen sus prejuicios racistas si veían que las personas negras mejoraban su conducta (…) La carga de las relaciones entre razas recaía directamente sobre los estadounidenses negros». 

Activismo:
En 1833 se forma la Sociedad Antiesclavista estadounidense, quienes en 1835 «se valieron de las nuevas tecnologías para difundir la palabra del abolicionismo a los potenciales conversos» y «llegaron a abrumar a la nación entre veinte mil y cincuenta mil ejemplares semanales de su panfleto abolicionista. Ya, en 1966, se forma la Marcha contra el miedo de Mississippi y surgió el grito «Black Power» como concepto que resumía las demandas del control negro para las comunidades negras. Ese mismo año «Huey Newton y Bobby Seale redactaron el programa de diez puntos para su recién fundado Partido de los Panteras Negras para la Autodefensa» y un año más tarde, Angela Davis, una vez volvió de sus estudios de filosofía en Alemania y «ayudó a crear el Sindicato de Estudiantes Negros en la Universidad de California en San Diego». Poco tiempo después, «la muerte de King convirtió a innumerables activistas con doble conciencia en antirracistas de conciencia única, y el Poder Negro creció hasta convertirse en la mayor organización antirracista desde el periodo posterior a la Guerra de Secesión». Así se narra la evolución del activismo en defensa de la comunidad negra y termina hablando de los asesinatos de Trayvon Martin y otros muchos, y la creación de la plataforma #BlackLivesMatter a manos de Alicia Garza y Patrisse Cullors

Racismo cultural:
Kendi también afirma que, junto con los colonos, las ideas racistas llegaron por parte de un grupo distinto, el de los dramaturgos, y hace mención a autores de textos racistas a través de las obras de teatro del siglo XVII; desde el racismo de Shakespeare en Otelo y «la inferioridad negra a superioridad blanca» a «un malvado y sobresexuado Arón» de Tito Andrónico o «La tempestad» con el personaje de «Calibán, el hipersexual hijo bastardo de un demonio y una bruja africana, descendiente de una ‘raza vil’». 

La cultura popular no ayudó a erradicar el racismo, como se demuestra con Edgar Rice Burroughs y su creación literaria, en 1912, de «Tarzán de los monos» en la que un huérfano de padres blancos se cría en África central y «se convierte en el cazador y guerrero más habilidoso de la comunidad, más que ninguno de los simios africanos con los que convive, (…) protege a una mujer blanca llamada Jane de los violentos negros y simios de la zona (…) enseña a escribir a los africanos, tal que si se tratase de niños, a combatir y cultiva sus propios alimentos». También habla del estreno, en 1915, de la película «El nacimiento de una nación» y sus ideas racistas o la publicación, en 1916, de “The passing of The Great Race”’ de Madison Grant en el que idea una escala étnico-racial que sirvió de referencia a Hitler para su “Mi lucha” y que él mismo define como “mi biblia”». Ya en 1933 se estrena King Kong que «no deja de ser un remake de ‘El nacimiento de una nación’ enmarcado en un escenario isleño a lo Tarzán» o en 1936 con el estreno de «Lo que el viento se llevó», donde «se ofrece un retrato de los señores blancos como nobles y atentos, y de los esclavos como leales aunque gandules, poco preparados para la libertad».

Racismo legislativo:
El libro hace también un repaso de como las leyes fueron modificándose a lo largo de los siglos y parte de 1705, con la revisión del código fiscal en Massachussets (…) en la que los legisladores de Virginia hicieron obligatoria la participación de las patrullas de vigilancia de los esclavos (…) por parte de grupos de blancos. «En la misma legislación se negaba a los negros la posibilidad de ocupar cargos públicos», en 1808 «un Tribunal de Carolina del Sur dictaminó que las mujeres esclavas carecían de derechos sobre sus hijos»; afortunadamente, la historia empezó a cambiar cuando, en 1848, se produce la primera convención por los derechos de las mujeres que reclamaban el «voto para todos los ciudadanos, con independencia de su género o raza» y, en el 17 de julio de 1862, se aprobó la Ley de Segunda Confiscación que «disponía que todos los africanos con duelo que huyesen a las líneas del ejército de la Unión o que residieran en territorios ocupados por la Unión “quedaban liberados para siempre de su esclavitud”» o el 31 de enero de 1865 donde se aprueba la decimotercera enmienda que abolía la esclavitud. El 27 de febrero de 1869 se aprueba la decimoquinta enmienda en el que «se prohibía que Estados Unidos o los estados denegasen o limitasen el derecho de voto ‘en virtud de la raza, el color o la condición anterior a la esclavitud’». También la ley de derechos civiles de 1964 que «declaraba ilegal la discriminación por motivos de raza, color, religión, sexo u origen nacional en los organismos y las instalaciones gubernamentales, así como en la vivienda, la enseñanza y el empleo públicos».

Racismo académico:
Con los test de admisión a la universidad, la discriminación seguía produciéndose, creando «nuevas barreras que coartaban a los negros pobres. ‘La clase de ha convertido en algo más importante que la raza a la hora de determinar el acceso a los negros a los privilegios y al poder’». Aportando datos, Kendi asevera que en 2004, «la probabilidad de que un estudiante blanco se inscribiera en las universidades más selectivas» era cinco veces superior a que lo hiciera un negro.

Racismo policial:
A pesar de que nadie conocía las tasas delictivas, como los «índices de arrestos y encarcelamientos de negros» eran superiores, «daban pábulo a las ideas racistas de que los negros quebrantaban más la ley» y «tales suposiciones hacían girar la rueda de la discriminación racial en el sistema judicial penal, que alentaba una mayor suspicacia hacia las personas negras, la presencia de más policía en los barrios negros, un mayor número de arrestos y un encarcelamiento más prolongado, lo que a su vez aumentaba más la suspicacia, etc.» y nos habla del Verano Rojo en 1919, de los linchamientos por parte del Klan en 1980 así como «el terror perpetrado por grupos de policía a lo largo y ancho del país, desde registros a mujeres en los que eran obligadas a desnudarse y abusos sexuales contra ellas hasta golpes propinados con la culata de la pistola en la cabeza de los hombres negros».

Racismo antropológico:
«En 1853, (…) en Francia, el aristócrata realista Arthur de Gobineau publicaba en cuatro volúmenes su “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” en el que (…) incluía un análisis sobre la “verdad colosal” de la jerarquía racial de la poligénesis. (…) Entre las especies blancas, la aria era la suprema, creadora indiscutible de todas las grandes civilizaciones de la historia del mundo». Las teorías de Gobineau tuvieron mucho éxito entre los alemanes, con el resultado ya conocido por todos.

Por todo ello, el libro que ha escrito Kendi es un repaso detallado y exhaustivo del racismo existente en Estados Unidos. Un ensayo donde predominan los hechos históricos más que la opinión del autor quien traza un recorrido que nos lleva desde el primer tráfico de esclavos hasta nuestros días, evidenciando que el racismo ha existido durante siglos y siempre ha sido mantenido y alimentado por motivos racistas, obviamente, pero también por intereses eminentemente económicos y políticos. Así, como es habitual, racismo y clasismo se asocian para lograr el interés común de las clases «nobles» blancas y sus egoístas y privados intereses porque tras este extenso ensayo, Kendi constata que «el poder nunca va a sacrificarse a sí mismo y renunciar a sus intereses» y que «solo puede garantizarse un Estados Unidos antirracista si quienes están en el poder son antirracistas por principios, de manera que las políticas antirracistas se conviertan en la norma habitual». 

También de Ibram X. Kendi en ULAD: Cómo ser antirracista

jueves, 31 de diciembre de 2020

Robert Seethaler: El vendedor de tabaco

Idioma original: alemán

Título original: Der Trafikant

Traducción: Ana Guelbenzu

Año de publicación: 2012

Valoración: Recomendable


Robert Seethaler es, en terminología de las editoriales, un autor bastante aclamado, especialmente en el mundo de la literatura en alemán, a raíz de la publicación de Toda una vida, que algo me dice que no tardaremos mucho en ver reseñada en este blog. Este señor es también, por lo visto, un prolífico guionista de series de televisión, y aseguraría que ese hábito de trabajar para un medio audiovisual deja su sello en su obra escrita. Diría más, creo que en algunos escritores se ha filtrado cierta dosis de lenguaje cinematográfico que da lugar a un estilo muy visual, que fácilmente traslada al lector al mundo de la imagen, de la misma forma como la tradición oral dejó huella en la obra escrita durante siglos. Pero bueno, es solo una reflexión que dejo servida a la concurrencia.

La historia que cuenta El vendedor de tabaco (que aunque no lo parezca es una traducción casi literal del título original) tiene un aroma clásico indiscutible: el jovencito Franz Huchel es enviado por su madre desde su hogar en las montañas a Viena, al cuidado de un estanquero con quien trabajará como aprendiz. Esto ocurre en los meses anteriores al Anschluss, la anexión de Austria por Hitler, y por tanto en plena efervescencia del nazismo. El escenario ofrece por tanto dos líneas narrativas claras: la del inocente chaval de pueblo que desembarca en un medio desconocido, y la histórico-política que inevitablemente terminará afectando a su experiencia.

La primera de ellas tiene las trazas de una pequeña novela de formación, eso que, con el puntito pedante, llamamos a veces bildungsroman. Franz queda admirado por lo que ve en el estanco, las labores de tabaco que el viejo Otto le enseña a distinguir, los periódicos que le obliga a leer, los clientes que va conociendo día tras día. La relación entre ambos es bastante impersonal, diríamos netamente profesional, pero aun así resulta inevitable que el estanquero deslice consejos hacia el joven pinche con un vago eco paternal, y que este a su vez acabe correspondiendo con un grado creciente de estima que se dejará ver más adelante. En ese proceso de maduración Franz tiene también una efímera y algo misteriosa aventura con una chica, descubre el sexo y los desvelos del amor, y ahí el autor introduce el personaje de Sigmund Freud, que le servirá al chico de asesor, puede que más con su sola presencia que con sus limitados consejos. La aparición de Freud es lo que podríamos llamar un cameo, bastante bien traído, que opera como nudo entre las dos líneas del relato, la personal del muchacho desorientado, y la política, con la incipiente persecución de los judíos.

En esta segunda perspectiva, la novela tiene un crescendo bastante convincente. Ante la visión en principio ingenua de Franz empezamos a asistir a los primeros episodios de la irrupción del nazismo, que se inician con anécdotas que parecen no tener un significado claro, para ir tomando forma y dibujando la tragedia que se avecina. No es que encontremos cosas muy novedosas (primero unas pintadas, clientes que dejan de comprar, luego presencia de individuos en actitud amenazante, rumores en la calle, patrullas de extremistas), pero el relato está muy bien construido, combinando los momentos de acción con las pausas para la introspección a través de los sueños de Franz y su comunicación con Freud y ocasionalmente con la madre, en definitiva, conectando el presente con aquel mundo rural y despolitizado del que procede.

En realidad, casi nada en el libro es demasiado original, como los personajes tampoco resultan especialmente ricos (todos son más o menos estereotipos, con excepción de la chica), y sin embargo el conjunto queda equilibrado, con escenarios alternativos bien dosificados para que el lector no pierda el hilo ni la narración llegue a estancarse. Todo lo cual, contado con mucho tacto, de forma sencilla y con una prosa clara y no exenta de figuras de cierta belleza, da a entender que Seethaler no es solo un autor de indudable eficacia cinematográfica, sino que tiene además un apreciable talento para escribir. Otra cosa es que le falte quizá un punto de atrevimiento, que la historia no se salga de un cierto canon narrativo (joven de pueblo aterriza en la ciudad en tiempos turbulentos), pero el trabajo funciona francamente bien y la novela se lee desde luego con agrado.

P.S.: Acabo de ver por ahí que, como parecía inevitable, hay versión en cine, de 2018 y con el gran Bruno Ganz en el papel de Freud. Al parecer las críticas no son nada buenas así que, sin haberla visto, les sigo recomendando el libro.


martes, 7 de abril de 2020

Agustín Ferrer Casas: Mies

Idioma: español
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable, sobre todo para interesados

"Biocomic" éste que perfectamente podía haber entrado en nuestra Semana de la arquitectura y el urbanismo que devorásteis con tanta fruición el año pasado, puesto que el Mies del título hace referencia, claro está, al célebre arquitecto Ludwig Mies van der Rohe -se añadió un segundo apellido porque el primero, en alemán significa "miserable", "piojoso", y claro, no era plan-, uno de los más conspicuos y, sobre todo, elegantes representantes del Movimimento Moderno en esta disciplina. Novela bio-gráfica que fue publicada coincidiendo con el 50º aniversario de su muerte, por cierto.

Mies, hijo de un cantero de Aquisgrán, fue formándose como delineante y luego arquitecto, hasta convertirse en uno de los más vanguardistas y reputados de Alemania, además de director de la última etapa de la Bauhaus, hasta que fue cerrada por los nazis, que le fueron poniendo las cosas cada vez más difíciles -parece que el propio Hitler pisoteó los planos de uno de sus proyectos-, lo que provocó que Mies finalmente emigrara a EEUU, para comenzar de nuevo con más de 50 años... aunque, eso sí, como director del Armour Institute de Chicago. Por supuesto, además de su vida, el libro hace un repaso a los más señeros esdificios diseñados por él: la casa Riehl, la Tuhaldt, el exquisito pabellón alemán en la Exposición Universal de Barcelona o, ya en América, los apartamentos Lake Shore Drive, el rascacielos Seagram de Nueva York, o la transparente y prodigiosa cassa Farnsworth. Para acabar con la obra que cierra el círculo de su vida profesional: el Museo de Arte Moderno de Berlín.


Ahora bien, este cómic o novela gráfica dista mucho de ser una simple hagiografía del famoso arquitecto; articulada a través de una conversación con su nieto Dirk, en una avión rumbo a Berlín, no para mientes en abordar la ambivalente posición de Mies ante el régimen nazi - intentó capear el temporal como pudo, aunque no tenía nada que hacer con ellos desde que en 1926 erigiera el monumento a los comunistas CarlLielhnecht y Rosa Luxemburgo-, así como la desaforada ambición que le caracterizaba, sus problemas con el alcohol y, sobre todo, sus infidelidades y traiciones a todas las mujeres que pasaron por su vida (incluso a una edad más que madura y con un físico no demasiado agraciado, el tipo era bastante picaflor). También las relaciones, no siempre cordiales, con otros arquitectos de su época: Peter Behrens, Gropius, Philip Johnson... con Frank Lloyd Wright, que también era bastante pichabrava, parece que se llevaba bien... probablemente porque ninguno de los dos hablaba el idioma del otro.



En cualquier caso, es ésta una biografía nada complaciente, ya digo, pero quizás por ello más interesante, de un arquitecto fundamental de la modernidad, además de una figura de lo más representativa de lo que fue el siglo XX; una novela gráfica que, por si fuera poco, hace gala de un dibujo de un trazo exquisito y un gusto por el detalle excepcional, sobre todo, y cómo no, en la recreación de edificios y ciudades; algo que no es de extrañar siendo su autor, Agustín ferrer Casas, también arquitecto, además de dibujante. Ojalá se prodigue más con obras de este tipo y nivel , tanto narrativo como gráfico.