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domingo, 17 de octubre de 2021

Patrisse Khan-Cullors & asha bandele: Cuando te llaman terrorista

Idioma original: inglés
Título original: When They Call You a Terrorist: A Black Lives Matter Memoir
Traducción: Clara Ministral
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable

Los que me venís leyendo desde hace un tiempo, sabéis de mi interés por los libros que tratan sobre el racismo, para entenderlo, para conocerlo y, especialmente, para combatirlo. Y leer la historia de una de las tres fundadoras del movimiento Black Lives Matter (junto con Opal Tometi y Alicia Garza) parecía una excelente oportunidad para descubrir los orígenes de un movimiento potente, necesario, amplio e imprescindible. Este ensayo cumple con su cometido, aunque parcialmente, pues analiza menos el movimiento de lo que me gustaría y se centra especialmente en las vidas de quienes este defiende. Que tampoco es poco; vamos a ello.

Indica la autora en la introducción que tras la respuesta al asesinato de un chaval de diecisiete años a manos de la policía y que originó el movimiento Black Lives Matter «se redactó y difundió una petición que llegó hasta La Casa Blanca. Decía que éramos terroristas». Una dura acusación hacia quien lucha por las igualdades y combate el racismo (también el policial) de manera pacífica y organizada porque tras años (décadas, siglos) de una situación insostenible de desigualdad había que cambiar la realidad, porque «como la de muchas de las personas que encarnan nuestro movimiento, mi vida ha transcurrido entre dos miedos que siempre van unidos, la pobreza y la policía».

A partir de esta introducción, Patrisse Khan-Cullors basa gran parte de su ensayo en narrar la vida de ella y de su familia formada por su madre, dos hermanos mayores y una hermana pequeña, viviendo de alquiler en un piso de protección oficial en un barrio multirracial aunque predominantemente mexicano del que afirma que «nuestro barrio está pensado para ser un lugar de paso». Su padre, mecánico en una cadena de montaje de General Motors, se va de casa al perder el trabajo cuando ella tiene seis años pero su ausencia es sólo física, «su cariño no desaparecerá en absoluto. Ese cariño de Alton Cullors permanece dentro de mí, a mi lado, hasta hoy mismo». Con ello nos hace el retrato de un entorno familiar donde salir adelante era su principal propósito, con una madre que «trabajaba dieciséis horas diarias» para combatir las grandes dificultades económicas por las que pasaban y poder alimentar a la familia. La autora reconoce el gran esfuerzo de su madre así cómo afirma que «todavía hoy en mis oraciones doy gracias a los Panteras Negras por haber convertido el programa de desayunos gratuitos para niños en un servicio que debían ofrecer los colegios». Y, en ausencia de sus padres, el clan familiar con unos hermanos que se cuidan y donde el mayor coge las riendas del padre ausente y también cuando no está la madre porque se halla en unos de sus interminables turnos para poder mantener a la familia, porque «desde el primer día nos educan para que cuidemos los unos de los otros».

La autora nos narra esos años preadolescentes y su incomodidad en el instituto Millikan, pues no encaja ni con los blancos ni con los negros, pues ella pertenece a una clase pobre en la que «simplemente me siento como lo que soy: una chica de Van Nuys a la que le encanta la poesía, leer y, por encima de todo, bailar». Pero, a pesar de desconveniencia, su etapa escolar le sirve para constatar la diferencia entre tasas de expulsión de chicas blancas y negras en EE. UU., porque «habiendo estudiado en centros con alumnas blancas y negras, una cosa que aprendí enseguida es que, aunque nuestro comportamiento puede ser igual o parecido, los castigos que recibimos casi nunca lo son».

De esta manera, la autora afirma con pesar que «con doce años estoy sola, el lugar que me corresponde en el mundo ya no es el de una niña, el de un pequeño ser humano que necesita apoyo. Lo había visto con mis hermanos y ahora me estaba ocurriendo a mí, la llegada de ese momento en que nos convertimos en eso que ya no es adorable ni apreciado. El año en que nos convertimos en algo de lo que deshacerse». Con estas duras palabras expone lo que supone ser un ciudadano negro de clase baja, en “algo de lo que deshacerse” y confiesa que a los doce años «aprendí que el hecho de ser negra y pobre me definía más que mi inteligencia, mi optimismo o mi entusiasmo».

Situado el entorno en el que vivió la autora, en este libro de memorias nos cuenta sus raíces, su familia y la manera de relacionarse a nivel emocional, los problemas de su clase y su comunidad, y el espíritu crítico de la autora ya desde pequeña. Y en cómo conocer a su padre biológico la cambió, alguien que «les anima a perdonar, a hacer que prevalezca el amor» en clara contraposición con su familia y sus hermanos donde no se habla de los problemas ni menos aún los sentimientos, únicamente de salir adelante. Porque con el conocimiento de la existencia de Gabriel y su personalidad, su acogida, porque «yo, una niña de una familia poco dada a expresar las cosas verbalmente y menos aun físicamente, empiezo a conocer una libertad que no le había dado cuenta de que necesitaba. Empiezo a experimentar algo parecido a un hogar en mi propia piel y en mis propios músculos, en los huesos, en las venas».

La autora carga fuerte contra la administración y la política y la dejadez en solucionar los problemas que tenían, pues «sin un plan educativo y sin ninguna opción de convertirnos en dueños de nuestro propio destino o en personas con poder de decisión que contribuyeran a una economía diseñada para recompensar solo a unos pocos, lo único que nos quedaba era la cárcel o la muerte». «Para nosotros, para la población negra, el encarcelamiento masivo de nuestros padres y más tarde de nuestras madres hizo que nuestra vida fuera de todo menos segura. Casi no había adultos presentes en nuestras vidas para amarnos, criarnos, defendernos, protegernos. Casi no había nadie que nos dijera que nuestros sueños, nuestras vidas y nuestras esperanzas importaban. Así que lo hicimos nosotros mismos, como mejor supimos» porque «la educación a la que tuvo acceso la generación de mis padres no los animó a desarrollar la creatividad, a regar las semillas de la esperanza. Solo a servir».

De esta manera, el ensayo que ha escrito la autora parte de la narración de su infancia, de la infancia propia de tantas personas de la comunidad negra en EE.UU., una infancia profundamente marcada por padres ausentes, por programas sociales ausentes, por una diversidad en estudios y formación ausentes… el entorno que describe la autora es un entorno aferrado completamente al presente, al día a día, a hacer lo posible por mantener económicamente la familia, pero que también la empobrece afectuosamente entre grandes jornadas laborales y carencia de cuidados que la debilita ante la sospecha, siempre presente, de parte de la sociedad sobre la comunidad negra de clase baja y la presencia policial siempre dispuesta (y predispuesta) a detener y encarcelar a los miembros de su comunidad. Y la salvación que aparece de la mano de la familia, de la comunidad, de las asociaciones, de los movimientos como los Black Panters pero también Strategy Center, Brotherhood Sisterhood, y gracias también a la formación, siempre necesaria, de mano de autores como Emma Goldman, bell hooks, Audre Lorde, Marx…

La autora, a través de la narración de la vida de su hermano Monte y sus detenciones y condenas y la relación familiar con él y su trastorno mental, pone en evidencia todas las injusticias, todo el olvido gubernamental y el maltrato del sistema policial y penitenciario, las limitaciones, los sesgos raciales existentes en todas las esferas. Y la dejadez, el olvido, al abandono de sus derechos como persona, que expresa cuestionándose «¿Cómo se mide la pérdida de aquello que un ser humano no recibe?» Porque «una alternativa más barata que dar tratamiento a Monte es tenerlo en una habitación solo y atado (…) se reducen los costes no solo de la propia medicación, sino de vigilantes y seguramente de alimentos». La autora relata el miedo sufrido ante el abuso de la policía al entrar en su casa con el solo pretexto de una sospecha, sin pruebas, sin testigos, sin justificación. Una docena de policías apuntando con sus armas, y con su ideología. Porque cuando en una redada te esposan y detienen cuando su único argumento es que «coincides con la descripción», uno de puede olvidar las palabras de Claudia Rankine cuando afirma «no eres ese tipo y aun así encajas con la descripción porque solo hay un tipo que siempre es el tipo que encaja con la descripción». Pero la autora, ante la búsqueda de un abogado para su hermano, afirma que «me niego a dejarme intimidar. Llevo siendo activista desde los dieciséis años». (…) «En Cleveland nos enseñaron, me enseñaron, que convertirnos en líderes era nuestra responsabilidad».

Así como gran parte del libro versa sobre el sentimiento de la autora como persona negra de clase baja y oprimida a través de la experiencia sufrida por su el hermano y que, en mi opinión y a pesar de su evidente interés, no es lo que esperaba de este libro, ya en el último tramo expone los orígenes del movimiento y una lista de casos en los que ha habido abusos policiales: Ferguson, Garner… y la creación del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de Trayvon Martin y la absolución de su asesino. Un movimiento forjado gracias a aglutinar diferentes asociaciones que se estaban organizando a lo largo del país. Un movimiento que no se focaliza únicamente en proteger las personas negras sino también crear «un espacio en el que se potencie a las mujeres negras y donde no tengan cabida el machismo, la misoginia y el androcentrismo» así como «potenciar a las personas trans y queer». 

Este libro, más allá de las denuncias y críticas, y de la exposición clara y precisa sobre cómo se siente una persona de clase baja negra en EE. UU., es también un canto profundo a la hermandad, a la sororidad, a la red tejida entre muchísimas mujeres, personas trans y también algunos hombres en pro de una vida rodeada de solidaridad y cuidados. Y es, también y como no puede ser de otra manera, una protesta, un grito al inconformismo y no únicamente una voluntad sino también una necesidad de cambiar las cosas, porque debe cambiar, porque no hay otra, porque tal y como afirma la autora en uno de los párrafos finales del libro que sintetiza perfectamente el malestar y su reivindicación, «terrorismo es que te acosen y te vigilen simplemente por estar vivo. Y terrorismo es que te metan en una celda de aislamiento, que te tengan sin comer y que te den palizas. Y terrorismo es no poder dar de comer a tus hijos aun teniendo tres trabajos. Y terrorismo es no tener un colegio decente en el que estudiar ni un sitio adonde ir a jugar. Les diré que la verdadera libertad, la verdadera democracia, es reivindicar y alcanzar la justicia, la dignidad y la paz».


miércoles, 14 de abril de 2021

Rebecca Solnit: Recuerdos de mi inexistencia

Idioma original: inglés
Título original: Recollections of My Non-existence
Traducción: Antonia Martín Martín (trad. en castellano) / Josep Alemany (trad. en catalán)
Año de publicación: 2020
Valoración: recomendable

Hay títulos sugerentes que nos despiertan curiosidad lectora y cuando esos títulos corresponden a libros escritos por una de las que considero mejores activistas en el mundo literario (entendiendo como “mejores” aquellas que saben trasladar mejor sus ideas del campo conceptual al literario) la necesidad y premura en leerlos es inevitable.

Rebecca Solnit ha dejado una huella indiscutible de su talento en diferentes ámbitos: el de la introspección con «Una guía sobre el arte de perderse», el de la lucha por los derechos civiles en «Esperanza en la oscuridad», el de la maternidad en «La madre de todas las preguntas» y, de manera transversal y destacada, en el feminismo con el ensayo «Los hombres me explican cosas» en el que inventó y acuñó el conocido término mansplaining. Así pues, su carta de presentación es notoria y, ¿cómo encaja en ello un libro titulado «Recuerdos de mi inexistencia» que apuntaría a una cierta invisibilidad en el mundo? Pues ya de manera clara la autora da la respuesta, pues en medio de la constante lucha por los derechos de las mujeres, reconoce que, tiempo atrás, «me convertí en una experta en el arte de desaparecer (…) de escabullirme de las situaciones angustiosas, evitar abrazos, besos y apretones de manos no deseados (…) Una experta en el arte de la inexistencia, pues la existencia era muy peligrosa». Porque así es como tantas mujeres han tenido que navegar en un mundo en el que se sentían deseadas a la vez que excluidas, en el que sus voluntades o ambiciones eran consideradas algo secundario.

En este libro de memorias (que no autobiografía), la autora inicia un trayecto que parte desde los inicios de su madurez con la edad de diecinueve años y todo un futuro por delante, en «la fase inicial del proceso de saber qué quería ser y como llegar a conseguirlo»; una mujer de la que afirma, en la actualidad y con tono nostálgico, que «veo aquella mujer joven delgaducha e inquieta como alguien a la que conocí íntimamente y que me hubiera gustado ayudar más, alguien por quién siento la misma simpatía que por las mujeres de su edad que ahora conozco», en una reflexión que recuerda mucho, por su tono, a Siri Hustvedt en «Recuerdos del futuro». Porque es en el tránsito hacia la edad adulta y en la edad en la que abandonas la adolescencia cuando nos percatamos que «una vez independizados, somos inmigrantes acabados de llegar al país de los adultos».

A lo largo de la narración, hay pasajes que nos recuerdan claramente a la literatura de Vivian Gornick (cambiando la ciudad de Nueva York por la San Francisco), con barrios llenos de comunidades de distintos orígenes étnicos; nos habla de sus vecinos procedentes de Oklahoma y Georgia, de su casero, del jazz. Ella es una chica blanca en un barrio negro, pero en el que se reconoce entre ellos. A diferencia de Gornick, Solnit es más descriptiva que emocional, transmite y narra el ambiente del barrio, pero desde cierta distancia para observarlo y retratarlo, sin la pasión y los sentimientos que volcaba Gornick hacia su Nueva York. Y, en ese retrato, la autora narra la transformación de la ciudad, como en un lavado de cara donde se elimina su personalidad y se deja todo nuevo, reluciente, pero terriblemente más insípido por la aparición de pizzerías de lujo, barras de sushi y cadenas de tiendas. Un cambio rápido, atropellado, excesivo, que la lleva a afirmar que «descubrí que para ver los cambios hay que ser más lento que ellos». Así, la lectura de Solnit nos recuerda claramente a Gornick en algunos pasajes, afirmando que «en los años ochenta, la ciudad fue mi mejor maestra» y da la sensación de que Solnit necesita espacio, tomar distancia y un entorno salvaje y abierto (que retrata afirmando que «en los entornos salvajes alrededor de San Francisco (…) encontraba revelaciones y la sensación de libertad»), mientras que Gornick necesita la proximidad con sus semejantes para narrar a partir de ellos. Solnit narra a partir de ella misma como observadora, Gornick narra desde dentro.

En gran parte de estas memorias, la autora nos ubica en su apartamento en el que vivió durante veinticinco años, escribiendo desde el mismo escritorio con el que empezó (y que sigue utilizando) y que recuerda con gran ternura, pues fue el regalo de una amiga a la que un año antes su exnovio había apuñalado quince veces hasta casi matarla (y, cómo en ocasiones ocurre, se la culpó a ella de lo sucedido y él no tuvo que afrontar consecuencias jurídicas). Por ello, afirma Solnit que «alguien intentó silenciarla. Y ella me regaló un trampolín para hacer oír mi voz. Ahora me pregunto si con mis escritos he querido hacer de contrapeso a aquel intento de reducir una mujer joven a la nada» porque «a pesar de que no te mataran, mataban algo dentro de tu interior: el sentimiento de libertad, igualdad y confianza en ti misma». Así, Solnit vincula ideología con su propia vida, con su experiencia y la de otras mujeres, pues «todos mis textos tienen su origen, en el sentido literal de la palabra, en este escritorio».

De esta manera, nos narra sus primeros pasos como escritora una vez licenciada a los veinte años, mientras trabajaba como recepcionista en un pequeño hotel en el distrito de Castro (San Francisco), un trabajo que le dejaba tiempo para leer, pero con el que constató que, a pesar de que había leído mucho, no sabía escribir libros; el curso de postgrado en periodismo en la UC de Berkeley le despertó el deseo de ser escritora cultural, ensayista, pues el hecho de conocer la obra de otros artistas de diferentes vertientes del arte le dio el empuje, a través de su obra, determinación y personalidad, para adquirir la confianza necesaria en dejar de considerarse crítica y periodista y convertirse, finalmente, en escritora. «Al ver que me consideraban escritora, tuve la idea liberadora de que todo era posible» a pesar de la dificultad que tuvo para publicar libros en sus inicios como escritora por el simple hecho de ser mujer y joven, algo que la llevó al ninguneo del que fue víctima por parte incluso de sus propios editores y que la autora recuerda, con pesar, que «leía mis libros en público, pero no conseguía que mi editor me escuchase».

Como no puede ser de otra manera, su activismo feminista también está presente a lo largo del libro, denunciando el deseo del hombre en someter a las mujeres como ejercicio y demostración de poder, en una sociedad que consideraba como casos aislados los crímenes violentos a los que eran sometidas, en una época en que ese deseo del hombre asociado a la violencia contra las mujeres era una constante en los filmes de Hitchcock, Brian de Palma, David Lynch o Tarantino. Unos crímenes y un peligro constante que la llevan a ser consciente de la gran inseguridad con la que vivía por el hecho de ser mujer; la omnipresencia de la violencia, el hecho de «recordarme que no seré nunca libre del todo». Solnit también extiende su denuncia a la violencia homófoba pues, en el fondo, denota también misoginia; citando a James Finn afirma que «cuando los homófobos se burlan de los gais, casi siempre lo hacen comparándolos de una manera desfavorable con las mujeres», pues «para ellos, ser penetrado es sinónimo de ser conquistado, invadido, humillado». «Eso significa que algunos hombres heterosexuales (…) imaginan que las relaciones sexuales con las mujeres son punitivas, agresivas, hostiles, un acto que realza la categoría del hombre y rebaja la de la mujer».

Solnit narra la soledad de la que son víctimas las mujeres, pues es difícil encontrar quien pueda creerse sus versiones, su verdad: «mis palabras habían fracasado una vez más. Fracasaban continuamente» y, de manera apesadumbrada y triste se cuestiona que «cuando no posees ni el cuerpo ni la verdad, ¿qué te queda?». Y, en esa mirada en claro desequilibrio según quien la aplica, Solnit cita a Du Bois y la «doble conciencia, la sensación de mirarse siempre a uno mismo a través de los ojos de los demás» porque «las mujeres dependemos de los hombres y de lo que piensan de nosotros, ellos nos enseñan a mirarnos constantemente al espejo para saber qué aspecto les ofrecemos» y eso es algo que se traslada también a los libros, pues «cuando abría un libro me encontraba un hombre que miraba a las mujeres» (tal y como apunta Hustvedt en su libro «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres»). Unos libros que aparecen también en el relato continuamente, constatando su amor por ellos afirmando que «los libros leídos nos entran en la memoria y forman parte de los materiales de la imaginación» y aseverando con rotundidad (y algo en lo que me puedo identificar claramente) que «todavía entro en una librería o una biblioteca convencida de que estoy en el umbral de lo que más necesito y deseo».

Por todo ello, el libro que ha escrito Solnit es una interesante lectura para ver la trayectoria profesional pero especialmente vital que ha llevado a la autora a ser considerada una de las grandes ensayistas actuales. Este es el principal atractivo de un ensayo que tiene como aspecto menos logrado un excesivo detalle en algunos episodios puntuales y una visión excesivamente desapasionada y casi distante. Noto en la narración una falta de voluntad en buscar complicidades con el lector, en narrar sin un sentido marcado de proximidad, como sí podemos ver en Gornick, Hardwick, Hustvedt o incluso Ernaux. Bien es posible que se deba a que Solnit es puramente ensayista y trata principalmente hechos y reflexiones más que historias, pero, en cualquier caso, el libro es recomendable, pues sus reflexiones destacan por su lucidez y certero análisis sobre el mundo que la rodeó que es también el nuestro (y especialmente, el de las mujeres).

Dice Solnit que «me gustaría que las mujeres que han venido después de mi puedan evitar algunos viejos obstáculos. Con una parte de mis escritos he querido contribuir a conseguirlo; al menos, menciono los obstáculos». No cabe duda de que con sus ensayos lo ha conseguido y que este libro es de los que deja muchísimas reflexiones para, no únicamente concienciarnos de la realidad, sino también para contribuir con nuestros actos a eliminarlos de nuestro mundo.

domingo, 15 de noviembre de 2020

W.E.B. Du Bois: Las almas del pueblo negro

Idioma original: inglés
Título original: The Souls of Black Folk
Traducción: Héctor Arnau
Año de publicación: 1903
Valoración: entre recomendable y muy recomendable

Los que venís siguiendo este blog desde hace cierto tiempo, ya sabréis que en él se han reseñado con anterioridad diferentes libros que exploran el tema del racismo, la lucha por las libertades, la igualdad de oportunidades y la opresión, así como otros temas derivados de las desigualdades existentes en nuestra sociedad. Pero también es cierto, que en muchos casos se trata de literatura más o menos reciente. Y, por ello, creo necesario traer al blog uno de los libros considerados clave en la literatura de protesta de la comunidad negra, uno de las obras de referencia de la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos de América. 

Publicado en 1903, «Las almas del pueblo negro» ofrece un claro análisis de la situación social, económica y política con la que se encontró la comunidad negra en EUA justo después de la abolición de la esclavitud. El impacto fue de tal magnitud que supuso un punto de inflexión radical en la sociedad, no únicamente en cuanto a libertades, sino también un reto abismal en el ámbito económico, administrativo y social. Un reto de un alcance inmenso.

El autor estadounidense W.E.B. Du Bois empieza el relato haciendo un retrato de la mentalidad de la sociedad negra, hablándonos sobre «esa doble conciencia, esa sensación de mirarse siempre a uno mismo a través de los ojos de los otros» afirmando que «la historia del negro americano es la historia (…) de fundir este doble ser en uno solo y mejor (…) Simplemente desea hacer posible que un hombre sea a la vez negro y americano, sin que le insulten ni le escupan sus semejantes, sin que le cierren en la cara bruscamente las puertas de la oportunidad». Ese será un aspecto clave de su obra y que, a día de hoy, parece ser aún vigente en mayor o menor medida: la sensación de que un negro americano son dos seres en uno, de que cuando se habla de un americano sin adjetivaciones añadidas se trata de un blanco.

El autor estructura el libro en diferentes capítulos que pueden tratarse de manera separada, como una recopilación de ensayos en los que el análisis social, la abolición de la esclavitud, la segregación y la necesidad de la formación de la comunidad negra son piezas claves y comunes a todos ellos. Du Bois estructura este libro en estas áreas clave, siendo crítico con el poder, pero también con su pueblo, con la comunidad negra a la que hace corresponsable de la lentitud de su progreso. Y cabe decir que, como todo libro donde se recopilan ensayos el conjunto es algo irregular y reiterativo en alguna ocasión, pero la potencia global del libro es evidente, por el contenido, pero especialmente por el enfoque y mensaje del autor y no es de extrañar que sea considerado un libro clave en el activismo y en la protesta negra.

La obra de Du Bois es un análisis y estudio sobre el período histórico que abarca desde 1861 hasta finales del siglo XIX en Estados Unidos de América, narrando el problema económico, social y laboral que supuso la abolición de la esclavitud en 1863, con cuatro millones de esclavos sin trabajo ni sustento en una situación complicada ya por sí misma teniendo en cuenta que justo había terminado una guerra. Con la creación de la Oficina de los Libertos en un claro intento de resolver los graves problemas raciales, empezaron las contrataciones para ofrecer trabajo, pero el problema era de tal magnitud que requería una gran solución económica y laboral. Esos años posteriores a la abolición fue una época de leyes aprobadas y abolidas al poco tiempo, en una clara muestra de la incertidumbre sobre cómo afrontar la situación. Finalmente, con la aprobación, en 1865 de una ley que establecía «una oficina para refugiados, libertos y tierras abandonadas», «el gobierno de EUA asumía la carga del negro emancipado como custodia de la nación» para, en 1866, dar la forma final a la a Oficina de los Libertos autorizando, entre otras cosas, a vender tierras confiscadas a los libertos, así como la propiedad pública para crear escuelas para negros. Du Bois es crítico con la manera en que la liberación de la población negra de llevó a cabo, afirmando que «el trabajador agrícola negro cuenta ya con una desventaja de entrada: empieza siempre endeudado». Du Bois achaca este problema a «la negligencia del estado al dejar que el esclavo partiera de cero» aupada por la opinión generalizada de los comerciantes de que «sólo con la esclavitud de la deuda se puede mantener al negro trabajando». Así pues, la esclavitud pasó por ser gobernada de manos de los terratenientes a los bancos. Por este motivo Du Bois afirma que «el mayor éxito de la Oficina de Libertos radicó en la implantación de la escuela gratuita para los negros y la idea de la educación primaria gratuita para todas las clases sociales en el Sur».

De todos modos, Du Bois no carga completamente las tintas sobre las cosas que no se hicieron bien, el autor acepta los esfuerzos realizados para gestionar un cambio de tal magnitud. Por ello, su análisis es más detallado que político, pero sin dejar de lado una crítica lógica y acertada hacia qué sector quedó afectado y eliminando la sensación de que la liberación de los esclavos solo aportó cosas positivas, o que todo fue fácil y correctamente planificado y organizado. Así, Du Bois critica con contundencia la dejadez tras la liberación de los esclavos en lo que refiere a su formación, pero sin señalar claros culpables (podría ser el amo blanco, tras aprovecharse de todos los años de esclavitud, el filántropo norteño que acarreó la crisis por su obstinación o el Gobierno por no haberlo previsto): «Era deber de alguien ocuparse de que esos trabajadores no quedarán desamparados y sin guía, sin capital, sin tierra ni conocimientos, sin organización económica y sin siquiera la escueta protección de la ley, el orden y la decencia».

El libro también describe la polémica figura de Booker T. Washington, personaje clave mediador entre el sur, el norte y el negro, aunque no comparte sus ideales, pues aboga por la sumisión de los negros para lograr la estabilidad y centrarse primero en la formación. Du Bois es crítico afirmando que «el señor Washington pide claramente que el pueblo negro renuncie, al menos por el momento: primero, al poder político; segundo, a la insistencia de los derechos civiles; tercero, a la educación superior para la juventud negra, con el fin de concentrar todas sus energías en la educación técnica, la acumulación de riquezas y la reconciliación del Sur». De manera general, y es algo constante en todo el libro, el autor comparte que la educación es más necesaria que nunca y reivindica la necesidad de las igualdades entre negros y blancos, en todos los ámbitos, como punto de partida de cara a un futuro mejor, pues «el poder del sufragio lo necesitamos como mera defensa propia; sino, ¿qué nos habrá de salvar de una segunda esclavitud? También la libertad, tanto tiempo anhelada, todavía la buscamos: la libertad en cuerpo y alma, la libertad para trabajar y pensar, la libertad para amar y albergar ambiciones.» Así, Du Bois centra gran parte de su discurso en la necesidad de la formación, de la educación, una incesante defensa de las universidades cuando declara «¿Por qué no fundar aquí, y donde haga falta, centros de saber y de vida profundos y duraderos, universidades que año tras año entreguen a la vida sureña unos pocos hombres blancos y unos pocos hombres negros capacitados, educados, de amplia cultura y tolerancia católica, que unan sus manos a otras manos y brinden una paz decente y dignificada a esta contienda de razas?». Du Bois defiende la educación y la formación de la población negra, afirmando que «todo brota del conocimiento y la cultura (…) Por lo tanto, hombres y naciones se han de construir de ese modo» y por ello denuncia la dificultad de la integración a entre negros y blancos en el sur. La dificultad en crear escuelas, sin profesores negros formados, sin materiales ni recursos económicos; una época en la que era difícil centrarse en la formación, pues la situación económica de los libertos requería el trabajo para lograr suficiente sustento para vivir; además, solo se tenía a sí mismo pues en la opción del blanco sureño «si el negro quería aprender, tenía que enseñarse a sí mismo». 

El autor nos habla también, en algunos capítulos, del «Cinturón negro de Georgia», de sus pueblos sureños y habitados por negros, de grandes plantaciones de algodón medio abandonadas tras la gran caída de precios de los años 1880 afirmando con desolación que «hay poca belleza en esta región, solo una especie de burdo abandono que sugiere poderío: una magnificencia desnuda, por así decirlo». Una tierra en la que, en los años 1860, «en el oeste de Chickasawhatchee se alzó quizá el mayor reino esclavista que haya conocido jamás el mundo moderno. Ciento cincuenta magnates dirigían el trabajo de casi seis mil negros, ejerciendo su dominio sobre granjas con noventa mil acres de tierra cultivada». «La región es rica, aunque el pueblo es pobre». Era la época de nuevos ricos, multimillonarios hechos en poco tiempo, con carruajes y grandes casas llenas de flores y rodeadas de viñas abundantes, que Du Bois retrata afirmando que «había algo sórdido en todo esto, algo forzado: una cierta inquietud, un temor febril. ¿Acaso no estaba construido el todo este espectáculo, todo este oropel, sobre muchos sufrimientos y muchos gemidos? » (…) «Con tales cimientos, un reino solo puede, con el tiempo, tambalearse y caer». 

Con un enfoque más analítico que propositivo, más reflexivo que reivindicativo, el libro que ha escrito Du Bois es un libro clave para entender los Estados Unidos de América que surgieron después de la aprobación de la decimoquinta enmienda, del fin de la esclavitud y de la aprobación del derecho a votar. Son los EUA del resurgimiento de la población negra a partir de su liberación, pero también de la incertidumbre y la reestructuración de una sociedad que debía buscar un sitio y un encaje a esa población evidenciando las dificultades en las que se encontró el gobierno post guerra de secesión para organizar la liberación de los esclavos negros. Y el retroceso económico de la población blanca, dominante y ambiciosa, dejando tierras abandonadas y un desierto por habitar, nuevamente, de un modo más justo y ecuánime; y una recesión económica que obstaculiza a los negros, que les impide el avance hacia un progreso económico que a duras penas pueden anhelar, lastrados y encadenados, no a sus amos esta vez, sino a unas deudas contraídas que el bajo precio del algodón no permite subsanar. 

Afirma Du Bois, que «no tenemos derecho a permanecer sentados en silencio mientras se siembran las semillas que darán como cosecha un desastre inevitable para nuestros hijos, blancos y negros». Y ese mensaje es tan válido a finales del siglo XIX como lo es hoy día. No debemos callar ante las injusticias, no debemos observar cómo el mundo empeora ante nuestra dócil mirada. No podemos permanecer sentado y callados, pues, como afirma el propio autor, «mientras los mejores individuos de una comunidad no se sientan obligados moralmente a preocuparse por los miembros más desprotegidos de su grupo, protegiéndolos y preparándolos, estos quedarán a merced de timadores y trúhanes».