Mostrando entradas con la etiqueta Libros en edición bilingüe (español e inglés). Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Libros en edición bilingüe (español e inglés). Mostrar todas las entradas

lunes, 17 de agosto de 2020

William Shakespeare: Macbeth

Idioma original: inglés
Título original: Macbeth
Año de publicación: 1606, se cree que redacción de la obra; 1611, primera representación; 1623, publicación
Traducción: Agustín García Calvo
Valoración: Fuera de concurso

Antes de nada, y si no le importa a nadie: a partir de ahora y aunque se trate nada más que de una reseña vamos a llamar a esta obra de William Shakespeare, "la obra escocesa", como es tradición en el teatro británico, pues al aparecer traer mal fario pronunciar su verdadero título. Y como va a ser inevitable nombrar a su protagonista, permitidme que, por si acaso, lo escriba como McBeth, que además convendremos en que así parece mucho más escocés, ¿no? Casi tanto como McFlurry o McPollo, otros célebres clanes de tan brumosa y legendaria tierra...

El argumento de la obra (basada, por cierto y al parecer, en las Crónicas de Raphael Holinshed sobre la supuesta Historia medieval de las Islas Británicas) supongo que es lo bastante conocido para no estropearle la lectura, o mejor aún la representación teatral a nadie: en un páramo perdido, tras una batalla, tres brujas le auguran a McBeth, hasta ese momento un noble y fiel servidor del rey Duncan, que él ha de convertirse en rey de Escocia. McBeth, cegado por la posibilidad de ser califa en lugar del califa (bueno, ya me entendéis) y espoleado por su no menos ambiciosa esposa, aprovecha la estancia del rey Duncan en su castillo para asesinarle de la manera más infame posible. Pero la cosa no queda ahí: una vez en el trono, McBeth en la mejor tradición autócrata, establece un reinado basado en el recelo e incluso el miedo, deshaciéndose de los testigos de su iniquidad o de posibles rivales, como si hubiesen sido sus cómplices en el asalto a la Lufthansa en el aeropuerto de Nueva York... Vaya, que la obra tiene todo lo que debe tener una buena ficción, más aún si es para representarse para deleite del populacho (y del rey Jacobo, en este caso, que también era escocés y sabía de asesinatos palaciegos): ambición desmedida, traición, complots criminales, asesinatos a cascoporro, malvados usurpadores, damas arteras, brujas... en fin, todo lo que ha molado siempre (aunque a un coste considerable, en verdad) del rollo éste de la monarquía (venga, Froilán, anímate y danos un poco de espectáculo...). Es una obra, ya digo, sobre la ambición, pero también sobre la culpa y el miedo, porque en la Escocia de McBeth todos tienen miedo, empezando por él mismo, que ha desencadenado la tragedia por miedo a contradecir al que parece ser su destino y luego vive con miedo de que ese destino revire y le apuñale. McBeth, además es el antihéroe shakesperiano por excelencia (quizás junto a Calibán); como se señala en el excelente prólogo de esta edición -escrito por la profesora Carol Chillington Rutter-, es el único de sus personajes que utiliza la violencia y comete horrendos crímenes, pero sin buscar excusas para ello: la ejerce porque espera obtener un beneficio personal de ella, sin necesidad de ampararse en altos ideales u ofensas recibidas, como es costumbre...

Junto a este arquetipo ya inmortal (con variantes, lo encontramos en todas las luchas por el poder político o económico, en todas las historias de mafiosos, en todas las soap-operas, televisivas, de Dallas en adelante), en esta obra se hallan otras imágenes igualmente poderosas que añadir al imaginario colectivo: esa Lady McBeth, despiada esposa del protagonista que luego enloquece tratando de borrar la culpa de sus ensangrentadas manos, que no deja de frotarse como si tuviera que bajar cinco veces seguidas al Mercadona porque siempre se le olvida algún ingrediente para la paella... (gesto que trata de reafirmar la propia inocencia desde los tiempos de Pilatos y que sólo sirve de algo cuando eres un gobernador romano con el respaldo de unas cuantas legiones); las tres hermanas brujas, que abren la obra y desencadenan la tragedia, amén de los ripios más logrados y divertidos de la misma. Tres hermanas que, alejadas de las hadas del folklore céltico, nos remiten a las tres Moiras o Parcas de la Antigüedad clásica, tejedoras del destino de los hombres (y, dicho sea de paso, que daban un miedito que no veas). Por otro lado, en una obra repleta de excelentes versos del divino bardo de Stratford-Upon-Avon (si no lo pongo, reviento), destacan éstos del quinto acto, escena V, que quizá resumen mejor que ningún otro, no sólo el espíritu de este drama teatral, sino el de toda la obra de Shakespeare y aun de todo el devenir humano:

"(...) No es la vida más que una
andante sombra, 
un pobre actor que se
pavonea 
y se retuerce 
sobre la escena en hora y
luego
ya nada más de 
él se oye. Es un cuento 
contado por un 
idiota, todo es estruendo y
furia, y sin 
ningún sentido "

En fin, no puedo añadir mucho más a la necesariamente escueta reseña de una obra de evidente complejidad, y que lo más aconsejable es leer y, a ser posible, ver representada... Sólo me queda señalar que, aunque sea más aburrida que las monarquías, porque no se hace eso de matar reyes y demás (entre ellos, me refiero), estas cosas en una república no pasan.


Otras obras del divino bardo y bla, bla, bla, reseñadas en Un Libro Al Día: La tempestadOteloRomeo y JulietaHamlet

sábado, 17 de mayo de 2014

Charles Simic: Mi séquito silencioso

Idioma original: inglés
Título original: My Noiseless Entourage: Poems
Año de publicación: 2005
Valoración: entre recomendable y está bien
Traducción: Antonio Albors

Charles Simic (Belgrado, 1938) emigra a Estados Unidos en 1954, donde reside desde entonces. Galardonado con numerosos premios, entre ellos el Pulitzer en 1990, ha publicado con Vaso Roto, además de Mi séquito silencioso, Una mosca en la sopa (trad. Jaime Blasco, 2010) y El mundo no se acaba (trad. Jordi Doce, 2014).

Desde "Descripción de algo perdido", primer poema de la serie, el autor nos traslada a un escenario eminentemente urbano (hay algunas referencias a lo rural,  a los porches con una mecedora en la entrada, a las gasolineras de carreteras secundarias, etcétera) donde las películas de miedo, las cafeterías de media noche, los bares oscuros, los salones de billar y las calles satinadas por la lluvia sirven de marco para un cuadro repleto de personajes, de una multitud, de un séquito silencioso, que vagan, se alejan y descienden en un andén vacío/ sin ningún pueblo a la vista

Algo violento y misterioso se intuye en los poemas de este poeta estadounidense, algo se roza, pero nunca acaba por nombrarse. Estamos ante un lenguaje del silencio que envuelve al objeto y al ser humano y lo acalla. No hay memoria o, por lo menos, en el caso de muchos de los protagonistas de los poemas es preferible no tenerla (hablo por ejemplo de personas que vivieron el horror de la guerra y que se han quedado ancladas en un pasado violento y doloroso o, simplemente, de individuos que desconocen su destino o qué hacen en un lugar determinado): Nunca tuvo un nombre/ ni recuerdo cómo lo encontré./ Lo llevé en mi bolsillo/ como un botón perdido/ salvo que no era un botón.

Simic vuelve pues a lo urbano, a los andenes desiertos, a las conversaciones de vecinos que hablan sobre gatos ciegos que salen por las noches, a trozos de carreteras lúgubres, que, mediante lugares y objetos que reconocemos como parte del universo del ser humano (maletas, colchones enrollados, sartenes), penetran una vez más en el enigma, en lo fantasmagórico y ahondan en ese gesto que le es propio a la poesía: el acercarse a lo innombrable, pero, como la utopía, lo innombrable, apenas perfilado, apenas intuido en el poema, escapa a la palabra.

A primera vista, debido a sus escenarios fantasmagóricos, a la aparición de lo onírico y al vacío que muchos de sus protagonistas desprenden (pensemos en la pareja de autostopistas, en el hombre que arrastra una cuerda, parece que, para ahorcarse pero que, acto seguido se olvida de su cometido) y el hecho de que algunos poemas resulten un poco flojillos ("El pajarito", "Festín de medianoche", "En la mañana medio-dormido" o "Nuestro viejo vecino"), el lector de Mi séquito silencioso puede pensar que la poesía de Simic no es para tanto. O, por lo menos, la de este poemario (parece que El mundo no se acaba tuvo una mayor acogida). Sin embargo, hay pequeños detalles que nos hacen ver que se trata de un buen poeta.  

Algo a destacar de su universo poético es que muchas de las piezas podrían funcionar de arranque para un buen relato protagonizado por gasolineros, barmans, amantes o fantasmas que habitan una casa hechizada. Sus textos proponen un mundo cerrado y compacto, definido, con algunas imágenes surrealistas muy bien escogidas que no representan sino el reflejo de un mundo decadente que esconde una grieta. Como esos guiños de los relatos de Samanta Schweblin, cinematográficos y terribles por todo aquello que insinúan. 

Hay una gran verdad, atroz, que pesa a lo largo de las páginas, que va cobrando cuerpo, pero que nunca llega a estallar. Hay algo que acecha y traga, pero en un callejón lúgubre, a espaldas del lector, que busca, a sabiendas de que algo se esconde ahí, pero nunca se muestra. A pesar de todo, hay poemas como "El papel del insomnio en la historia" que ofrecen una pista:

Los tiranos nunca duermen:
un apenado, severo
e imperturbable ojo
observa la noche. 

La mente es un palacio
de paredes con espejos.
La mente es  una iglesia en el campo
invadida de ratones. 

Cuando llega el amanecer,
los santos se arrodillan,
los tiranos alimentan sus perros
con pedazos de carne cruda.


El resto del camino debe descubrirlo, en soledad, como si de un personaje de Simic se tratara,  el propio lector.