sábado, 17 de mayo de 2014

Charles Simic: Mi séquito silencioso

Idioma original: inglés
Título original: My Noiseless Entourage: Poems
Año de publicación: 2005
Valoración: entre recomendable y está bien
Traducción: Antonio Albors

Charles Simic (Belgrado, 1938) emigra a Estados Unidos en 1954, donde reside desde entonces. Galardonado con numerosos premios, entre ellos el Pulitzer en 1990, ha publicado con Vaso Roto, además de Mi séquito silencioso, Una mosca en la sopa (trad. Jaime Blasco, 2010) y El mundo no se acaba (trad. Jordi Doce, 2014).

Desde "Descripción de algo perdido", primer poema de la serie, el autor nos traslada a un escenario eminentemente urbano (hay algunas referencias a lo rural,  a los porches con una mecedora en la entrada, a las gasolineras de carreteras secundarias, etcétera) donde las películas de miedo, las cafeterías de media noche, los bares oscuros, los salones de billar y las calles satinadas por la lluvia sirven de marco para un cuadro repleto de personajes, de una multitud, de un séquito silencioso, que vagan, se alejan y descienden en un andén vacío/ sin ningún pueblo a la vista

Algo violento y misterioso se intuye en los poemas de este poeta estadounidense, algo se roza, pero nunca acaba por nombrarse. Estamos ante un lenguaje del silencio que envuelve al objeto y al ser humano y lo acalla. No hay memoria o, por lo menos, en el caso de muchos de los protagonistas de los poemas es preferible no tenerla (hablo por ejemplo de personas que vivieron el horror de la guerra y que se han quedado ancladas en un pasado violento y doloroso o, simplemente, de individuos que desconocen su destino o qué hacen en un lugar determinado): Nunca tuvo un nombre/ ni recuerdo cómo lo encontré./ Lo llevé en mi bolsillo/ como un botón perdido/ salvo que no era un botón.

Simic vuelve pues a lo urbano, a los andenes desiertos, a las conversaciones de vecinos que hablan sobre gatos ciegos que salen por las noches, a trozos de carreteras lúgubres, que, mediante lugares y objetos que reconocemos como parte del universo del ser humano (maletas, colchones enrollados, sartenes), penetran una vez más en el enigma, en lo fantasmagórico y ahondan en ese gesto que le es propio a la poesía: el acercarse a lo innombrable, pero, como la utopía, lo innombrable, apenas perfilado, apenas intuido en el poema, escapa a la palabra.

A primera vista, debido a sus escenarios fantasmagóricos, a la aparición de lo onírico y al vacío que muchos de sus protagonistas desprenden (pensemos en la pareja de autostopistas, en el hombre que arrastra una cuerda, parece que, para ahorcarse pero que, acto seguido se olvida de su cometido) y el hecho de que algunos poemas resulten un poco flojillos ("El pajarito", "Festín de medianoche", "En la mañana medio-dormido" o "Nuestro viejo vecino"), el lector de Mi séquito silencioso puede pensar que la poesía de Simic no es para tanto. O, por lo menos, la de este poemario (parece que El mundo no se acaba tuvo una mayor acogida). Sin embargo, hay pequeños detalles que nos hacen ver que se trata de un buen poeta.  

Algo a destacar de su universo poético es que muchas de las piezas podrían funcionar de arranque para un buen relato protagonizado por gasolineros, barmans, amantes o fantasmas que habitan una casa hechizada. Sus textos proponen un mundo cerrado y compacto, definido, con algunas imágenes surrealistas muy bien escogidas que no representan sino el reflejo de un mundo decadente que esconde una grieta. Como esos guiños de los relatos de Samanta Schweblin, cinematográficos y terribles por todo aquello que insinúan. 

Hay una gran verdad, atroz, que pesa a lo largo de las páginas, que va cobrando cuerpo, pero que nunca llega a estallar. Hay algo que acecha y traga, pero en un callejón lúgubre, a espaldas del lector, que busca, a sabiendas de que algo se esconde ahí, pero nunca se muestra. A pesar de todo, hay poemas como "El papel del insomnio en la historia" que ofrecen una pista:

Los tiranos nunca duermen:
un apenado, severo
e imperturbable ojo
observa la noche. 

La mente es un palacio
de paredes con espejos.
La mente es  una iglesia en el campo
invadida de ratones. 

Cuando llega el amanecer,
los santos se arrodillan,
los tiranos alimentan sus perros
con pedazos de carne cruda.


El resto del camino debe descubrirlo, en soledad, como si de un personaje de Simic se tratara,  el propio lector.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sublime Simic, siempre. Hay otra cuidada edición de su poesía en Arrebato Libros, traducción de Martín
López-Vega.