Idioma original: inglés
Título original: Dancing Bears: True Stories of People Nostalgic for Life Under Tyranny
Traducción: Katarzyna Molonievich, Abel Murcia
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable
Perdonad que me ponga un poco reivindicativo antes de
reseñar Los osos que bailan. Ya que
es obvio que, igual que cuando se mencionan las palabras novelista chileno es imposible no evocar a Bolaño, la simple
mención de periodista (o cronista) polaco debería, por unas cuantas décadas,
recordarnos a Kapuscinski. De hecho, un premio con su nombre le fue otorgado al
autor de este libro, por parte de una Asociación de Prensa y, seguiré poniéndome
pesado (y un poco nostálgico) hay que recordar a menudo al genio, no solo por
su incuestionable valor literario, también por su enorme influencia en una
profesión (el periodista, el cronista, el corresponsal) que no solo es la
injusta víctima en los conflictos que proliferan, sino también la indirecta
procuradora de mucho placer literario y mucha inducción a la reflexión.
Kapuscinski definía a los desfavorecidos como primeros dañados por los
conflictos. Su influencia en libros como el que nos ocupa es incuestionable.
Witold Szablowski presenta este libro en dos partes, cada
una ocupando la mitad. Primera parte, un estudio compuesto por testimonios
sobre una consecuencia a fuego lento de la caída del muro. Cómo esto afectó a
una serie de ciudadanos búlgaros, la mayoría de etnia gitana, que empezaron
perdiendo sus trabajos cuando las fábricas para las que trabajaban pasaron a
ser evaluadas en dinámicas del capitalismo (rentabilidad, productividad) en vez
de justificar su existencia por fines sociales y comunitarios. Pero el segundo
golpe fue peor: muchos de ellos buscaron un grotesco reciclaje profesional como
amaestradores de osos, prácticamente una salida desesperada pero que les
procuraba un medio precario de subsistencia. Ese segundo golpe: a principios
del siglo XXI, la presión de las
organizaciones de defensa de los animales ilegaliza la tenencia de los animales
y su uso, previas fases de entreno que solo pueden calificarse como tortura, en
circos y ferias como atracción. Los propietarios de los osos fueron contactados
por Cuatro Patas, organización promotora de un parque donde los animales
recuperados podían ser reinsertados. Szablowski
contacta con los antiguos propietarios, hablan sobre su presente, profundiza en
los curiosos procesos de negociación (se les ofrecía una cantidad a modo de
indemnización para que entregaran al animal que, en otro contexto, podría
serles confiscado), en sus reacciones, en su difícil segunda adaptación que suele achacarse a cuestiones culturales (la clásica dialéctica de que ciertas culturas no están preparadas para la democracia), en su día a día tras separarse de los osos que suponían su precario sustento.
En la segunda, usando fragmentos de la primera como citas iniciales, Szablowski emprende un ejercicio menos localizado, los escenarios son más variados y nos damos un paseo por el mundo tras la caída del Muro. Representa una especie de proyección global de ese panorama local de cambio, de adaptación que ha sido imposible ejecutar sin cobrarse víctimas.Szablowski consigue situarse en la difícil posición del narrador omniesciente y los testimonios desfilan, desde Cuba, Albania, desde algunas de las antiguas republicas soviéticas o territorios de la antigua Yugoslavia, testimonios más heterogéneos sobre el mundo tras la caída del Muro. Una narración que toma un tono extraño, mezcla de nostalgia, dignidad resignación y esperanza.
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