lunes, 19 de julio de 2021

Marcial Lafuente Estefanía: Río de la muerte

Idioma original: castellano

Año de publicación: ni se sabe

Valoración: Inclasificable


Esto es muy bizarro, ya verán, pero la historia de la literatura tiene estas cosas (y muchas otras). Vean, Wikipedia dixit: 

'Marcial Antonio Lafuente Estefanía (,,,)  fue un popular escritor español de unas dos mil seiscientas novelas del oeste, considerado el máximo representante de dicho género en español. Además de publicar como M. L. Estefanía, utilizó seudónimos como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce y para firmar novelas rosas María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce. Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas, o bien por él, o bien por sus hijos, Francisco o Federico, o por su nieto Federico, por lo que es posible encontrar novelas "inéditas" de Marcial Lafuente Estefanía'.

El subrayado de las dos mil seiscientas es mío, y no resulta menos relevante por el hecho de que se trate de relatos cortos de alrededor de cien páginas. Pero no acaba ahí la cosa. Por lo visto, este caballero fue miembro de la CNT, concejal y hasta general de artillería del Ejército republicano. Todo lo cual (más un cierto tiempo de cárcel) no impidió que su labor literaria, desarrollada íntegramente durante el franquismo, obtuviese un cierto reconocimiento a nivel popular. 

No nos paramos. Hace mucho tiempo me contaron que hubo una época (no, sé, hacia los años 50 o 60 del siglo pasado) en que se podían comprar ciertos libros en un kiosko y, una vez leídos, cambiarlos por otros, no sé si gratis o por un precio simbólico. Vamos, una especie de avance de lo que hoy sería el bookcrossing o nuestro uladiano #MULiLi, si ustedes prefieren. Algo sorprendente, sí, pero ¿saben quién era el number one, el que lo petaba en ese peculiar mercado del trueque? Pues claro, nuestro amigo Marcial, con sus dos mil seiscientas novelas del Oeste, seguramente adquiridas por el padre o la madre en el mismo lugar y al mismo tiempo que el TBO o el Mortadelo para el niño. Así que vamos allá con una de ellas.

En cada una de las orillas del río Pecos (no me dirán que esto no empieza como un western pata negra) hay un rancho, con las respectivas familias enfrentadas, en ambos casos padres viudos con varios hijos varones, que pugnan por destruir al contrario. Mejor dicho, pugna por ello una de las dos familias, porque unos son los buenos, y los otros, los malísimos. El colmo de la bondad es el joven Jeff, que además de bueno es alto, guapo y pelea como los ángeles, si es que los ángeles pelean, que eso no se sabe. Porque, cómo no, hay peleas en el salón, tenemos sheriff y juez bien integrados en la pequeña comunidad, alguna chica con papel muy muy secundario que aporta una pizca de ingrediente galante, torneos de puntería y carreras de caballos (el rodeo, eso sí, no sale). Vamos, que no falta casi nada en ese archiconocido universo que nos ha dejado tantísimas películas durante varias décadas. Y ojo, que nuestro amigo Marcial no es como aquel escritor de Juegos de la edad tardía que ambientaba obras en Nueva York sin haber estado nunca allí. Lafuente Estefanía vivió realmente en los Estados Unidos, y recorrió el país durante varios años, así que sabía de lo que hablaba.

El problema, como bien sabemos los que hemos visto montones de aquellas películas, es que hay algunas pocas muy buenas, bastantes regulares o pasables, y otra buena cantidad de basura, de eso que se llama (o llamaba, no sé) serie B. Es decir, parecidos ingredientes, personajes aparentemente similares, pero operando sobre guiones infames, con directores de pacotilla y actores ridículos. Imitación barata, estética cutre y consumo rápido, algo que podríamos definir como western-pulp, por ejemplo. Y qué quieren que les diga, como ya se habrá imaginado el lector, el librito de don Marcial (y supongo que los otros dos mil quinientos noventa y nueve) se mueve por esa misma zona. Viene a ser como una especie de minimalismo narrativo o literatura Primark, lo más básico de lo básico, algo que, dejando a un lado la abundancia de violencia y sangre, podría leer sin ningún problema un niño de ocho o diez años.

Admito que me apena un poco decirlo, porque por alguna razón me ha caído simpático el buen Marcial, pero no me sorprende que el mundo literario haya despreciado (o simplemente ignorado) este tipo de libros, no obstante su éxito comercial tanto en España como en Sudamérica, incluso en los propios Estados Unidos. Es todo tan simple, tan obvio, que no da ocasión a pensar  ni a detenerse en una imagen o un matiz, sencillamente porque no los tiene. Es un estricto producto de entretenimiento, algo en lo que emplear el puñado de minutos que uno puede precisar para despachar setenta páginas en vez de hacer cualquier otra cosa, fumarse un par de cigarros, hacer un crucigrama o, mucho peor, mirar las fotos que algún pelma ha colgado en Instagram.

Estos libros son desde luego la foto de una época y seguramente la de una clase social, la foto de quienes en aquella España gris, con el recuerdo fresco de la guerra y aplastados por un régimen mojigato y sobre todo aburrido, buscaban una distracción en estas sencillas historias de vaqueros que se vendían a precios populares. Una escapatoria, asequible y sin complicaciones, para llenar algunos ratos engañando a la frustración y las dificultades para llegar a fin de mes. Desde ese punto de vista, los libros de Lafuente Estefanía no serían desde luego literatura de gran valor, pero quizá sí una ayuda para quienes tuviesen la modestísima ambición de ir un pasito más allá de la radionovela o el carrusel deportivo.

A nosotros, desde unas cuantas décadas más adelante, todo esto no sirve al menos para entretenernos aunque sea de forma indirecta, porque no solo dedicamos una entrada a algo parecido a la arqueología literaria (y de alguna manera a reivindicar un nombre que tuvo su momento y su público), sino que bien podríamos montar una jugosa subserie de nuestras Malditas cubiertas, y hasta detenernos un poquito a pensar por qué, según lo que señala la Wiki que cito arriba, los seudónimos que utilizaba don Marcial para sus novelas rosas llevaban siempre apellidos vascos colgando de nombres de señoras.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Se hacía mucho.Se devolvía la novela que acababas de leer por otra del mismo género con una pequeña “donación” de 1 pta. o media peseta.De pequeños y jóvenes , yo por lo menos, nos leímos casi toda la producción de novelas del oeste.

Carlos Andia dijo...

Pues gracias por la información, porque estas cosas antiguas que oyes contar en casa a veces dudo si son reales o las he soñado.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Tengo como 40 sino mas

Carlos Andia dijo...

Si te refieres a tu edad, estupendo, dicen que estás en una etapa de madurez que... Pero no, quizá se trata de libros de don Marcial. En ese caso te faltan unos dos mil quinientos sesenta para completar la colección. La verdad es que tienes una reliquia que no será fácil de encontrar, así que, si como decía el otro comentarista, se pagó una peseta por cada uno, igual podrías sacar un dinerillo limpio vendiéndolos a algún coleccionista.

En serio, gracias por el comentario, y además me alegra comprobar que hay gente que tiene rarezas de estas en casa.