Idioma original: catalán
Título original: Els llegats
Traducción: sin traducción al castellano en el momento de publicar la reseña
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable
Título original: Els llegats
Traducción: sin traducción al castellano en el momento de publicar la reseña
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable
No es la primera vez que hablo en este blog sobre cómo gran parte de la sociedad actual se ve empujada a vivir el día a día de manera ajetreada y casi atropellada. Y no cabe duda de que las “nuevas” (deberíamos empezar a dejar de utilizar este término) tecnologías, no solo colaboran, sino que empujan a ello. E hice hincapié de la incidencia de las mismas en la vorágine actual de estar siempre sometidos a la dictadura de la actualidad. Pero faltaba contemplar la incidencia que tenía en su parte más humana, más conductual, más antropológica. Y este libro presenta una manera muy precisa de abordar esta vertiente.
Presentado bajo el título de «Los legados», este ensayo del poeta, crítico literario y ensayista Lluís Calvo, esta obra parte de las tradiciones y los legados. Pero no lo hace analizándolas como tales, sino como ejemplo de la pérdida de un pasado, de manera pretendida, por gran parte de la sociedad. De esta manera, y que el título no os confunda, el libro analiza de manera radical, actual y directa, la sensación de vacío que se crea entre nuestro presente más actual y nuestro pasado más inmediato porque, tal y como afirma el autor, a partir del siglo XX «estamos perdiendo el pasado (…) El tiempo se ha roto en manos de la inmediatez».
Calvo destaca y reivindica la importancia de las tradiciones en su sentido de reconocimiento histórico que debe estar, de manera continua, presente en nuestros días pues sólo manteniendo el cordón umbilical que nos liga al pasado podremos conectar nuestra ideología con los episodios trascendentales de la humanidad y lo hace cuestionándose «¿cómo se puede avanzar hacia la igualdad si se pierden de vista los momentos de confrontación? » citando también a Walter Benjamin al afirmar que «la pobreza de la experiencia nos conduce a una nueva barbarie (…) porque el bárbaro, de hecho, es aquel que quiere empezar de cero».
El autor se lamenta de la pérdida de la peso de la cultura actual, y cita a Steiner al afirmar que «una cultura ‘viva’ se alimentaba continuamente de las obras del pasado, de las verdades y las bellezas logradas gracias a la tradición» y en su análisis se remonta a épocas pasadas y las compara con nuestros días afirmando que la élite cultural ya no existe, pues «solo puede ofrecer prestigio social en términos simbólicos y de reconocimiento, pero no en cuanto a escalafón social, porque las personas que se dedican a ello solo aspiran a sobrevivir (…) Se puede, entonces, pertenecer a la élite cultural, pero ser un paria desde el punto de vista de la clase y la posición social». Y, citando a T.S. Eliot, afirma que «la misión de la cultura, por tanto, no es sino la preservación de un alto grado de civilización, por lo cuál es imprescindible la cesión de los legados a las generaciones futuras».
Es interesante como Calvo enlazada con las ideas de Arendt distinguiendo la industria del entretenimiento con la cultura, pues aquella trata los objetos culturales «tan solo como bienes de consumo, mercancías efímeras que se sitúan en el mismo plano que otros bienes de consumo inmediato. No existe, entonces, una cultura de masas propiamente dicha, sino tan solo un entretenimiento de masas, pues no se puede considerar que la cultura esté extendida de manera general en la sociedad».
Calvo es valiente al cuestionar el papel de las instituciones culturales y, recuerda las palabras de Carles Hac Mor quien afirmaba que «el arte, la literatura, la creación, siempre van contra la cultura, son contraculturales, anticulturales. Y la cultura va contra la creación» y atribuye asimismo «la conversión de obras y creaciones en productos de entretenimiento» en gran parte a «la falta de interés en facilitar una visión comprensiva de los legados culturales y la dispersión que provoca el hecho de estar sometidos a una avalancha de información que ningún ser humano es capaz de digerir completamente» (algo que ya mencionamos en «Clics contra la humanidad», de James Williams); el autor nos habla también de la obsolescencia programada de la cultura como «consecuencia del carácter pasajero que la sociedad otorga a sus creaciones y bienes» ya que «es interesante (…) constatar que para algunos ciudadanos el mérito cultural y artístico se mide a partir de las grandes cifras, ya sea a través de reproducciones, ventas o impactos».
A partir de esta aproximación desde las tradiciones y la herencia cultural, Calvo centra gran parte de su análisis en la sociedad actual, que convive en «una verdadera cresta entre dos vertientes muy contrastados» pues «una ignora el presente y la otra no se siente interpelada por la tradición de los siglos» y vivir en esa grieta, en esa fisura, comporta «una caída al agujero del desconocimiento y la pérdida de referentes, siempre hacia abajo, siempre hacia la oscuridad», «dándonos cuenta, a pesar de todo, de que vivimos entre los muros agrietados por un rayo que se denomina tiempo». Así, el autor se lamenta del acelerado ritmo vital al que nos vemos sometidos, espoleados y azuzados porque, parafraseando a Lyotard, afirma que «en un universo donde el éxito consiste en ganar tiempo, pensar no tiene nada más que un solo defecto: hace perderlo», algo imperdonable en una sociedad en la que «el presente no sabe mirar atrás porque está demasiado pendiente en ser fagocitado por el futuro».
En la segunda mitad del libro, el autor reorienta el ensayo hacia el narcisismo social, y lo enlaza de manera muy acertada con las tradiciones afirmando que «si la tradición es un diorama (…) el presente tal y como lo entendemos hoy en día se convierte en un espejo que solo sabe reflejar el propio rostro». De esta manera, Calvo también relaciona la pérdida del legado con el narcisismo imperante en gran parte de la sociedad, pues «los individuos de nuestros días son narcisistas y viven en la inmediatez. Y nada es menos inmediato que el pasado». Así, el «adelante, siempre adelante. Disfruta del momento» impulsado por la autoayuda adquiere un cariz narcisista, pues «mirar hacia adelante significa vivir el presente con intensidad (…) no es necesario arrepentirse de nada, ni remover tampoco los aspectos negativos de la historia (…) El pasado no existe, contemplarlo es negativo y es necesario cortar las ataduras que nos unen a él. Solo vale el aquí y el ahora» y el autor, de manera muy hábil, establece una interesante relación entre narcisismo e individualismo porque «tienen en común la despreocupación absoluta hacia generaciones futuras y también, sobra decirlo, hacia el pasado» porque para el narcisista «el presente es lo único que existe, el momento que cabe aprovechar, la ocasión que no podemos dejar pasar. Y el futuro, de hecho, es incierto. Estos serían los dogmas del narcisismo neoliberal» porque «Narciso se refleja en el estanque de un presente continuo. Cada reflejo que el agua devuelve es una instantánea del presente al cual se encadena el héroe» y «lo que quiere evitar Narciso, precisamente, es que el reflejo huya del presente. La única manera que tiene de conseguir este terrible objetivo es, entonces, anclarse al momento. Ningún legado ni tradición pueden ser satisfactorias».
En esta crítica hacia el narcisismo de gran parte de la sociedad y que las tecnologías animan y aúpan, el autor asevera que «nos hemos convertido en vendedores ambulantes de nosotros mismos» (algo que ya apuntaba Ingrid Guardiola en su interesante ensayo «El ojo y la navaja») y lo evidencia recordándonos al artista Dan Cretu y su obra en la que cambia el lago de narciso por una tableta con el logo de Instagram, porque «el mundo, visto desde los ojos narcisistas, solo existe para ser integrado dentro del propio ego». Una sociedad que, perdida en el presente, se muestra de manera constante, ininterrumpida y convirtiéndose en poco más de un producto sin preguntarse «qué quedará, de hecho, de la tarea personal en un mundo que engulle a cada instante billones de datos e información» y, parafraseando Lowen sentencia que «cuando la riqueza material está por encima de la humana, la consecuencia inmediata es que la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo».
Calvo concluye su ensayo afirmando que «cuando el pasado no llega con fluidez, no únicamente se produce un corte con los días pretéritos sino que la proyección del presente hacia el futuro resulta incierta y fantasmagórica» porque «nada favorece tanto el neoliberalismo como la amnesia, la obsolescencia, el reemplazo continuo y la fugacidad. El problema de la tradición y los legados no es únicamente de tiempo, de comprensión de lo que ha resultado, sino también de conocimiento de la dimensión histórica y del impacto cultural, social y político que ha tenido cada hecho y cada aportación cultural. Sin este conocimiento no seria posible ejercer la acción crítica». Por ello, de manera crítica pero propositiva, el autor finaliza afirmando que «todo es niebla en los tiempos contemporáneos. Niebla ideológica. Niebla vírica. Niebla sepulcral. Niebla de los antiguos ideales que a duras penas se entrecruzan. Pero la misión del pensamiento es hacer luz en medio de la grisalla. Atrevámonos entonces». Y no seré yo quien le contradiga.
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