Título original: Gratitude
Año de publicación: 2015
Valoración: Está bien
A veces me pregunto si no hemos pasado del
conformismo extremo a una permanente insatisfacción. No saber disfrutar de lo
que tenemos es cómo no tenerlo y no agradecer lo que se nos brinda –que no es
poco si sabemos reconocerlo– no perjudica al dador sino al que recibe, que no
lo puede disfrutar porque ni se ha enterado de que lo tiene o de que lo ha
recibido gracias a la suerte y no por sus propios méritos. Cuando empezábamos a
transitar por esta extraña fase socio-sanitaria, alguien comentó “éramos felices y no nos dábamos cuenta”
y es la pura verdad: sería bueno no esperar a perder nuestras ventajas para
valorarlas y disfrutarlas como merecen. Esta es, expresado a mi modo, la gran
lección que recibimos del autor de este librito. Muy corto, sí. He tardado
menos en leerlo que en acabar algunos artículos de prensa. Excesivamente
didáctico quizá: el género estuvo tan de moda en un pasado remoto que se agotó
hace ya varios siglos. Pero cuando alguien ha vivido larga e intensamente y se
encuentra, en plenas facultades, a punto de marcharse de este mundo, cuando las
recomendaciones realmente esenciales que desea hacer a quienes nos quedamos se
pueden resumir en siete decenas de páginas, abultadas todo lo posible con ilustraciones
y espacios, no está mal escuchar lo que nos tiene que decir.
Imagino a Oliver Sacks (1933-2015) como un
hombre vitalista, para quien el trabajo es disfrute y cuya historia alterna con
toda naturalidad la fortuna y la tragedia. Sus padres eran médicos (y en su
familia encontramos varios miembros destacados), pero cuando tenía seis años
estalló la Segunda Guerra, que le obligó a separarse de ellos y durante la cual
sufrió mil penalidades. Fue un neurólogo vocacional, ejerció la medicina con
pasión y describió sus experiencias en varias de sus obras –Despertares inspiró la conocida película
protagonizada por Robert de Niro–, padeció alguna limitación física y problemas
de salud que amortiguó a fuerza de ejercicio, fue adicto a las anfetaminas
durante algún tiempo, confesaba una timidez patológica, su homosexualidad le
supuso el rechazo de su ortodoxa familia judía y el consiguiente alejamiento de
dichas creencias, se creía incapaz de mantener una relación, pero esta llegó al
fin –muy tarde y cuando menos lo esperaba– y le acompañó hasta el último
momento.
Gratitud está compuesta de
cuatro breves ensayos, independientes pero complementarios entre sí, cuyo objeto
es agradecer todo lo que ha recibido desde siempre. Hasta el tumor le parece un
regalo pues, a pesar de la premura del pronóstico, solo seis meses de vida por
delante, el primer aviso se había producido con diez años de antelación, lo que
considera una larga prórroga. Cercano ya a los ochenta, sigue amando la vida. Recién
recibida la mala noticia, aún lleno de vitalidad y deseos de aprovechar el
tiempo, confiesa: “No voy a fingir que no
estoy asustado. Pero mi sentimiento predominante es de gratitud. He amado y he
sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído y viajado, he pensado
y escrito”. En la sección Mi tabla
periódica, contempla sus edades vitales desde una curiosa perspectiva, como
una broma, a medio camino entre lo literario y lo esotérico, mezclando su interés
por la física con las características de los elementos de dicha tabla. A los
once años era sodio, a los setenta y nueve, oro, y será mercurio a los ochenta.
Valora la libertad de esa etapa y la amplia perspectiva que supone haber
presenciado tantos sucesos históricos. Recordando algunas anécdotas, siente que
le ha quedado mucho por hacer pero está preparado para irse, solo desea dejar algún
recuerdo a través de sus libros. Le gustaría llegar a los ochenta y tres –la posición
del bismuto– aunque comprende que no será posible (“Siento debilidad por el bismuto, un modesto metal de color gris, a
menudo desdeñado e ignorado incluso por los amantes de los metales”). Por
el momento, se dispone a viajar, escribir, estrechar algunos lazos y despedirse
de los amigos que le quedan.
Lecciones sencillas y llenas de sensatez
que casi nunca tenemos en cuenta: aceptar lo inevitable y agradecer lo recibido
sin olvidarse de ser rebelde cada vez que sea posible. Pero lo habitual es
hacerlo al revés.
“Me
descubro pensando en el sabbat, el día de descanso, el séptimo día de la semana
y quizá también el séptimo día de la propia vida, cuando tienes la sensación de
que tu obra está terminada y de que, con la conciencia tranquila, puedes
descansar”.
Traducción: Damià Alou
También de Oliver Sacks: Un antropólogo en Marte, Musicofilia, En movimiento. Una vida,
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