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domingo, 1 de mayo de 2011

Marx y Engels: El manifiesto comunista

Idioma original: alemán
Título original: Manifest der kommunistischen Partei
Fecha de publicación: 1848
Valoración: imprescindible

Marx y Engels redactaron este manifiesto a finales de 1847 y principios del año siguiente, a petición de la que se convertiría en la primera organización internacional en dar cauce político a las aspiraciones de los trabajadores: la Liga comunista. Su antepasado inmediato era la llamada Liga de los justos, en realidad un órgano de los socialistas radicales alemanes exiliados en París. En 1847, y tras mucho debate, la Liga aceptó las posiciones de Marx y Engels, cambió su nombre y su estructura, y les encargó la redacción de un texto que pusiera en claro los puntos centrales de su doctrina política. Curiosamente, los primeros esbozos del texto tenían forma de catecismo, como era usual entre los grupúsculos socialistas de la época. Es decir, estaba estructurada en forma de una serie de preguntas y respuestas destinada a aclarar a los iniciados el contenido de la fe del grupo. (Parece que los vínculos de los primeros utopistasa franceses con la masonería tienen mucho que ver con esta conservación de formas de expresión religiosas.)

Sin embargo, los autores pronto se dieron cuenta de que la estructura en preguntas y respuestas no permitía dar una cumplida justificación de sus posiciones, y empezaron a pensar en un manifiesto. El resultado, así, es un texto algo más largo (unas 30 páginas en formato de bolsillo), que hace todo un repaso histórico del modo de producción capitalista, diagnostica su inevitable crisis y señala el camino de su superación a través de la revolución del proletariado. Para tratarse de un manifiesto, destinado a una divulgación masiva entre los trabajadores, el texto es conceptualmente exigente. Esto queda quizá compensado por la prosa apasionada de Marx, que ha legado algunos pasajes memorables. El amenazador comienzo es justamente célebre: "Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo."

El Manifiesto hace un recorrido magistral por las transformaciones sociales traídas por la burguesía, detecta con gran agudeza las condiciones que las hicieron posible y arriesga también un pronóstico de su evolución futura. Sorprende percatarse de que muchas de los juicios que hacen Marx y Engels eran una completa exageración en el XIX y son hoy, sin embargo, una descripción neutra de la realidad social, sobre todo en lo referente a la globalización de la economía capitalista y la mercantilización de todos los ámbitos de la existencia.

Los puntos que han quedado más obsoletos son aquellos en los que el análisis depende excesivamente del modelo industrial del primer capitalismo. Así, por ejemplo, se atribuyen las crisis periódicas únicamente a la sobreproducción. Marx y Engels no hubieran podido ni siquiera imaginar algo como la debacle actual, debida a la burbuja inmobiliaria y a todos los juegos especulativos montados sobre ella. El giro consumista de la economía tampoco está previsto en el texto, que, al revés, pronostica una miseria creciente para las masas trabajadoras. Se trata, en cualquier caso, de un escrito esencial, no sólo por su importancia histórica y filosófica, sino por la mirada descarnada que arroja sobre unas condiciones de vida que en gran parte son todavía las nuestras.

También de Marx y Engels en ULAD: Escritos

lunes, 6 de marzo de 2023

Gabrielle Zevin: Mañana, y mañana, y mañana

Idioma original: inglés
Título original: Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow
Traducción: Ernest Riera (en catalán, para Edicions del Periscopi) y Núria Molines (en castellano, para Alianza de Novelas)
Año de publicación: 2022
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Hay ocasiones en las que uno no se acercaría a un libro por nada del mundo, pues el argumento no entraría dentro de las preferencias lectoras ni de los intereses habituales. Pero existe la crítica literaria y las recomendaciones. Y, a veces, hay que hacerles caso a pesar de las reticencias iniciales porque de lo contrario nunca me habría engrescado en adentrarme en una lectura de más de quinientas páginas de un libro que tenga el mundo de la creación de los videojuegos como escenario principal. Pero lo hice, y me alegro de haberlo hecho. Veamos el porqué.

La narración nos sitúa inicialmente en una tarde de diciembre a finales del siglo XX. Conocemos a Sam Masur, un joven judío de veintiún años de orígenes coreanos, algo misántropo, que vive con su compañero de piso Marx y que, justo cuando va por la calle, se encuentra de golpe entre una multitud; en medio de ella, ve a su antigua compañera Sadie Green a la que no veía desde hacía un tiempo. Ambos provenían de Los Angeles de clases sociales muy distintas y a pesar de que había transcurrido unos años sin verse de manera frecuente, habían coincidido en algunas ocasiones en certámenes académico-científicos (robótica, programación, etc.). Pero, tras un tiempo sin verse debido a un malentendido entre ambos, en esta ocasión coinciden de nuevo, esta vez en Harvard Square, Boston, pues ella ha acudido a la presentación al público de «El ojo mágico» («una manera nueva de ver el mundo», según reza la publicidad). Y es en ese preciso momento cuando retoman el contacto. A partir de ahí, a través de un flashback, sabemos que Sadie tiene una hermana Alice dos años mayor que ella y el relato nos sitúa en el hospital donde está siendo tratada de cáncer; Alice, la «más inteligente, la más atrevida, la más preciosa, la más atlética, la más divertida». Una hermana con quién guarda una relación muy íntima porque Sadie «no podía imaginar un mundo donde no estuviera Alice». Y, en el hospital donde tratan a su hermana, Sadie, con once años, conoce a Sam jugando con una máquina de videojuegos Nintendo; Sam, que a sus doce años era un dibujante excelente y que emulaba a Escher y sus laberintos; Sam, un chico introvertido que no hablaba con nadie tras la compleja operación en un pie a raíz de un accidente en el que se fracturó el pie por veintiséis huesos; Sam, que por aquel entonces vivía con sus abuelos que regentaban una pizzería en Koreatown y, pese a que no tiene muchas amistades, conecta con Sadie a raíz de los videojuegos, una pasión que ambos comparten. Por eso, Sadie va al hospital «mañana, y el otro y el otro», para jugar con Sam, su nuevo amigo.

La autora es hábil en la narración de la relación entre Sam y Sadie. El estilo es dinámico y sabe añadir los puntos de interés necesarios para aguantar el ritmo de la historia, a pesar de su poca profundidad aparente. Y es que el ritmo narrativo es tan trepidante que a la que te das cuentas estás metido de lleno en ella por la potencia de sus personajes; Sam y Sadie, dos caracteres similares pero dispares, con intenciones y ambiciones diferentes al pensar en la creación de los juegos pues «para Sam, grandiosidad significaba popularidad, para Sadie, arte». Porque Sam quería hacer algo «que hiciera feliz a la gente», era su deseo desde pequeño cuando empezó a jugar a los videojuegos: hacer «algo con lo que los niños como ellos habrían querido jugar para olvidar sus problemas durante un rato». 

Con pocas páginas uno ve el estilo de la autora: rápido, ágil, familiar, accesible. La autora narra con cotidianidad y cercanía, con un lenguaje coloquial, sin adornos. Aquí estamos delante de una literatura claramente page-turner, altamente accesible (podríamos decir que incluso muy comercial). Porque en este libro la potencia está en la historia y en el ritmo, no en la elocuencia o construcción de cada frase. Y funciona a la perfección. Porque el talento de Zevin hace que consiga meternos en la historia a través de un gran dominio en la definición y creación de los personajes; unos personajes que conocemos de pequeños y con los que empatizamos de manera instantánea gracias a una cercanía emocional que proviene de un estilo directo, completamente accesible, de frases cortas y directas orientadas a conseguir justo lo que pretende. La autora, a través de un estilo totalmente ameno y de lectura fácil, busca la potencia en el argumento y deja completamente de lado cualquier pirueta o pretensión artística. No hay frases a destacar ni tan siquiera memorables, no hay impacto estilístico, sino que busca la potencia en el contenido. No hace falta detenerse en cada frase para disfrutar el libro, aquí son la historia y sus personajes los que empujan al lector a seguir página tras página.

Y, como tercer vértice del triángulo, aparece Marx, el compañero de piso de Sam. Un joven acaudalado de orígenes asiáticos, apasionado, vital y carismático, porque «si Marx, a los veintidós años, tenía un problema, era que se sentía atraído por demasiadas cosas y demasiada gente (…) Para Marx, era una tontería no amar tantas cosas como pudieras». Marx, un joven aficionado al teatro, aunque víctima de actitudes racistas pues no le daban papeles importantes porque «incluso en el Teatro universitario solo hay una cantidad determinada de papeles que pueda interpretar un actor asiático». Y justo en una de las actuaciones de Marx asisten Sam y Sadie, y allí nace la idea embrionaria del videojuego que se plantean crear durante ese verano, un verano en el que Marx les prestará el apartamento para que tengan el espacio creativo para desarrollar su proyecto y que Marx producirá, un videojuego que empieza con una criatura de género indefinido que se encuentra a orillas del mar y deberá encontrar a su familia. Era 1996. El videojuego se llamará Ichigo y su autoría sería propiedad de los tres: Sadie, programadora de primera, Sam, gran dibujante y Marx, quien se encargaba de organizar el trabajo y financiar el proyecto además de ser un jugador experimentado con lo que les daba sugerencias e ideas y «tenía sentido de la narrativa».

Con esta puesta en escena y arranque inicial, la novela de Zevin trata sobre diferentes temas que, en apariencia, quedan en un segundo plano parcialmente ocultos tras pantallas de videojuegos. Así, nos habla sobre apropiación cultural y la defiende pues «la alternativa a la apropiación cultural es un mundo donde los artistas solo pueden hacer referencia a sus propias culturas (…) un mundo donde todo el mundo es ciego y sordo a cualquier cultura o experiencia que no sea la propia» y concluye que «me horroriza este mundo, no quiero vivir en este mundo, y como persona de raza mestiza, literalmente no existo». De igual manera, el libro también trata el tema de abusos de poder y sexuales, de relaciones desiguales, de maltratos físicos y psicológicos, de relaciones pasivo-agresivas, de separaciones y acercamientos, de rupturas y reencuentros, así como también el patriarcado y la apropiación de las creaciones por parte de los hombres por encima de las mujeres, reflejando una sociedad donde lo “normal” es que el trabajo destacado, el talento y la creatividad  sea cosa de hombres porque «a la industria de los videojuegos, como a muchas industrias, le encantan los niños prodigio». Así mismo, la novela también habla sobre los sacrificios que se hacen por amistad o por amor y del dolor físico y emocional, sobre enfermedades pero también sobre la incapacidad de abrirse al mundo cuando uno se va encerrando dentro del suyo propio y trata también sobre la dificultad de la comunicación, de la admisión de las debilidades propias, de la aceptación de uno mismo y de la eterna lucha en vencer la imagen que tenemos de nosotros mismos, de nuestra ambición desmedida, de nuestras limitaciones pero también nuestras fortalezas porque también habla sobre la adicción y pasión por una afición que se convierte en trabajo (o viceversa) y de cómo este pasión de convierte en un salvavidas para dejar de lado las tristezas y los fracasos. Un salvavidas que en ocasiones se transforma en un obstáculo para superarlos.

De esta manera, en este extenso libro hay muchas metareferencias o paralelismos en la historia y sus protagonistas que la autora plasma en los videojuegos que crean. Así, vemos personajes que se asemejan a ellos mismos, o a la hora de crear mundos paralelos («nunca hablaba con él de nada que no fuera trabajo, y en el trabajo estaban, literalmente, en dos mundos diferentes»). La autora es hábil al integrar estos conceptos en la narración sin que se denote un gesto forzado; sabe encajar las piezas de manera que tenga una cohesión e imbricación orgánica aunque bien es cierto que, en una novela de más de quinientas páginas, rara vez ocurra que no encuentres pasajes que están de más. En este caso, para mi gusto, sobran los que hacen referencia al pasado de los padres de los protagonistas pues si bien sirven para ampliar el escenario anímico y emocional en el cual se encuentran, aportan poco a la historia en sí. La novela hubiera mejorado recortando esas partes, aunque sirven para conocer el pasado familiar de los protagonistas y lo que los ha llevado a ser quienes son. También es cierto que la autora destaca especialmente en los dos primeros tercios de la novela (que podría enmarcarse en el coming-of-age), pues cuando pretender tratar temas más adultos la profundidad de su exposición queda corta y no consigue alcanzar el tono que sí logra cuando narra la adolescencia y post adolescencia y los problemas habituales de esa época vital.

Por todo ello, podríamos concluir afirmando que se trata de un libro de lectura accesible para un gran público (especialmente para jóvenes y adultos que recuerdan con ilusión y vivazmente su época post adolescente, bastante menos recomendable para el público de edad avanzada); un libro tan adictivo como los mundos que Sam, Sadie y Marx evocan a través de los videojuegos que diseñan. Dicho esto, ¿hay que tener cierta experiencia en haber jugado a algún videojuego para disfrutar el libro? Es posible. ¿Hay que haber sido joven, idealista y ambicioso para enfrascarse en esta lectura? Es posible. ¿Hay que haber vivido amistades que rozan los noviazgos para entender a los personajes protagonistas? Es posible. ¿Pero puede disfrutar uno con la lectura de este libro sin haber tenido nada de todo esto? Sin duda. Porque no es necesario ser un amante de los videojuegos para disfrutar del libro, aunque sí es necesario tener la mente para entrar de lleno en los mundos de posibilidades que plantea. A fin de cuentas, no es solo un pasatiempo sino una ventana abierta a vidas y mundos totalmente diferentes a los nuestros. Si sientes la emoción y crees en ella, serás bienvenido a la trama que plantea, pero también diré, como ocurre con los videojuegos, que su tremenda adicción y su rápido progreso en la experiencia te dejan, sin lugar a dudas, aturdido y embelesado pero que una vez terminas dudo que repitas la experiencia. Es intenso sí, pero deja poco poso. A fin de cuentas, «¿qué es un juego? (…) Es mañana, y mañana, y mañana. Es la posibilidad de renacer infinitamente, de redimirse completamente. La idea que, si continúas jugando, puedes ganar. Ninguna pérdida es permanente, porque nada es permanente, nunca».

En definitiva, estamos delante de una novela totalmente absorbente que narra una relación de amistad durante casi tres décadas con sus diferentes vaivenes, en la que uno entra en ella como cuando delante de un videojuego vivimos una experiencia inmersiva en los mundos planteados y olvidamos quienes somos mientras estamos jugando. La autora hace lo propio con nosotros, integrándonos en esta aventura literaria y lo consigue tocando con maestría los resortes que nos enganchan a las historias: la trama, la profundidad (y humanidad) de los personajes, los cambios de registro y lo hace con una tensión constante, sin apenas altibajos. El libro vuela en las manos como si quisiéramos pasar pantalla tras pantalla en un videojuego; aquí queremos hacer lo mismo pero con las páginas; el lenguaje y el tono elegido por la autora lo consiguen completamente y entiendo que es una elección tomada a consciencia: aquí no hay frases grandilocuentes, no hay pasajes que uno grabaría en su memoria o de los que dejaría eterno testimonio en sus cuentas de redes sociales. No hay tiempo para ello, no hay intención en observar el decorado o la belleza de su contenido; aquí prima el primer plano, la trama, el argumento y los personajes. Y únicamente cuando hemos terminado la lectura, cuando llegamos a la escena final, entonces sí, nos damos cuenta de los muchos mundos que hemos cruzado hasta llegar aquí y cómo hemos disfrutado haciéndolo, y las emociones experimentadas por un camino en el que nos hemos sentido siempre acompañados y casi partícipes.


miércoles, 13 de enero de 2016

Semana de la autobiografía #3, Groucho Marx: Groucho y yo

Idioma original: inglés
Título original: Groucho and me
Año de publicación: 1959
Traducción: Xavier Ortega
Valoración: recomendable

A ver... este libro me tiene muy despistado; por más que lo intento no encuentro la parte donde se habla del materialismo hformación o y el dialéctico... voy a tener que mirar en El Capital...
¿Cómo? ¿Qué hacer gracietas sobre la coincidencia de apellidos entre los distintos Marx suena más viejuno que las hazañas amatorias de Sánchez-Dragó? Bueno, ya lo sé, pero a ver quién se resiste... dejando aparte que proporciona uno de los mejores momentos de este libro: cuando su agente de bolsa llamó al autor (que había invertido todo su dinero en acciones), durante el crack del 29 y le espetó: "Marx, la broma ha terminado".

Bueno, dejémonos de bromas -o mejor no, en este caso-: Groucho y yo es, como el propio título indica, la autobiografía de Julius Henry Marx, nacido en 1890 en Yorkville, en el Upper East Side de Nueva York y hermano de Harpo, Chico, Zeppo y Gummo (casi nada). Quizás sí que fueran, después de todo, parientes delninsigne Karl, porque los padres de los cinco angelitos eran judíos alemanes -alsaciano el padre; el peor satre del vecindario, según Groucho, pero gran cocinero-; la vena actoral les venía por parte de los abuelos maternos. Groucho se crió pues en un ambiente con pocos medios económicos pero frecuentado por personajes a cual más pintoresco -no sólo parientes, sino vecinos y amigos-, recordado aquí con una benevolencia quizá más fundada en la nostálgia que en la realidad... Lo que no significa, en ningún caso, que estas memorias guarden un tono cursi  o gazmoño; nada más lejos de lo que es este libro: como bien se puede suponer, una corriente de humor irónico y tronchante (aunque menos desaforado que en el otro libro de ¿memorias? escrito por Groucho, Memorias de un amante sarnoso). De hecho, no hay más que echarle un vistazo a los títulos de algunos capítulos, para adivinar por dónde va la cosa: ¿Por qué escribir cuando uno puede telegrafiar sus pullas?; Mi juventud: puedes quedarte con ella; Un sencillo caso de auto-erotismo -no es lo que parece-; Ricos es mejor; ¿Por qué lo  llaman amor cuando quieren decir sexo? -¿alguien se preguntaba de dónde viene la frase?-... y el último, que hace referencia al programa de televisión en el que acabó su carrera Groucho: Apueste mi vida.

No piense nadie, sin embargo, que esta autobiografía es una simple acumulación de anécdotas graciosas, ocurrencias y frases ingeniosas. Las hay por todas partes, por supuesto... ¡estamos hablando de Groucho Marx!, pero ya digo que el libro suponen unas memorias en toda regla: Julius/Groucho repasa su humilde infancia y adolescencia, sus primeros pasos en el teatro -componente de un trío de adolescentes travestidos o limpiador de pelucas-, las giras por teatros de pequeñas ciudades, alojándose en pensiones de mala muerte -las únicas que admitían actores-... el éxito final en Broadway, labfortuna...y la pérdida de ésta, ya digo, en el crack de 1929. La fama internacional gracias a las películas, los chismorreos de Hollywood, la renovada celebridad en los 50, gracias a la radion y la televisión (el mítico programa Apueste su vida). El relato de toda una vida, bien regado de un sinfín de sabrosas anécdotas (sin olvidar alguna que otra diatriba contra los críticos), pero que en ningún momento pierde el hilo y demuestra unas dotes más que notables como escritor de Groucho, pese a los reiterados recordatorios de éste acerca de su deficitaria -voluntariamente, en gran medida- formación.

Lo que más llama la atención de estas memorias, sin embargo, no es su carácter testimonial sobre una época y ambiente determinados, o sobre unos personajes peculiares. Ni la evidente brillantez humorística, sino la humilde naturalidad, la modestia sobre sí mismo -y que no parece falsa, desde luego- que muestra su autor. Groucho habla maravillas -aunque sin obviar cierta amable ironía- de muchas personas con las que se cruza (como el productor Irving Thalberg, a quien los Marx hacían todo tipo de barrabadadas), de su familia, de sus hermanos (sobre todo de Chico, al que tilda de genio de las matemáticas... quizá por ser un empedernido jugador, y de Harpo, que presenta como un dechado de virtudes, amabilidad y sensatez)... mientras que él mismo parece ser más un tipo con suerte y desfachatez que el inteligente y genial humorista que sin duda fue. Un libro éste, pues, absolutamente recomendable para conocer a un personaje irrepetible y entrañable, que rebosaba humanidad, más allá de sus icónicas gafas y puro y su bigote pintado con betún.

jueves, 23 de agosto de 2018

Karl Marx: El Capital - el manga

Idioma original: japonés
Título original: Manga de dokuha, Das Kapital / Sequel to Das Kapital
Año de publicación: 2008
Traducción: Jesús Espí
Valoración: entre recomendable y está bien


¿Qué tal, jóvenes lectores de Un Libro al Día? ¿Arde en vuestro pecho el fuego revolucionario pero vuestro bagaje ideológico no pasa de un par de temas de Los Chikos del Maiz y lo que pone en vuestra camiseta con la efigie del Che Guevara? ¿Estáis hartos de sentiros marginados en vuestra pandilla de amigos mientras ellos se enzarzan en interminables diatribas sobre las disquisiciones gramscianas acerca del materialismo histórico? ¿Sois más de derechas que ir a un concierto de Taburete peinados como el padre del cantante, pero también os gusta una chica de clase que es un poco perroflauta, qué se le va a hacer? Tranquilos, que para convertiros en unos rojetes, aunque sea de pega, no tenéis por qué tragaros las obras completas de Karl Marx. De hecho, ni siquiera el propio Marx se las leyó, sino que le dejó ese trabajo al bueno de Engels, que era su pagafanta... digo, su colaborador. Y ahora, ni siquiera eso: gracias a la incansable industria japonesa del manga y a la colección la otra h de la editorial Herder, vosotros también podréis presumir de conocer al dedillo El Capital, obra fundamental del pensamiento económico y político y tal vez la más importante del marxismo (acordaos que es con -x , chavales,  no con -s... que no tiene nada que ver con Bruno).

Como suelen hacer los mangas de esta colección, al menos los que adaptan libros teóricos y no novelas, se echa mano de una historia para ejemplificar lo que se pretender transmitir al lector. En este caso, nos encontramos en una ciudad de algún lugar de Europa, a principios del siglo XX. Robin es un joven que fabrica quesos con su padre en una granja, que luego vende, con gran aceptación por parte de sus clientes, en el mercado de la ciudad. Pero la aspiración de Robin es hacerse rico y por eso acepta los consejos y la inversión de Daniel (amigo de la chica que le gusta a Robin). Junto a éste, monta una pequeña fábrica de quesos y va siguiendo sus instrucciones para hacerla cada vez más rentable... Básicamente, la idea de exprimir todo lo posible a sus trabajadores, empleando métodos coercitivos, si es necesario, para incrementar la productividad y de esta forma aumentar la plusvalía que se consigue de aquéllos. Aún así, y a pesar de su ambición, Robin no deja de tener dudas y remordimientos de conciencia sobre su actuación, lo que concita toda una serie de explicaciones por parte de Daniel acerca del funcionamiento del sistema capitalista (Daniel es bastante capullo, pero sincero).

Gracias a ellos podemos aprender el significado de muchos conceptos económicos -y no sólo marxistas-, como valor de uso, valor de cambio, fuerza de trabajo, capital constante, capital variable, plusvalía extraordinaria, reproducción en escala ampliada, tasa de beneficio... y otros conceptos igual de amenos para el común de los mortales. También nos ilustra, claro está, sobre las injusticias y desigualdades que puede generar el sistema capitalista. Y más aún: en la segunda parte del libro -la que correspondería a los volúmenes editados y publicados por Engels tras la muerte de Marx, es el propio Federico el que nos hace de guía y nos advierte también las contradicciones y peligros del capitalismo -burbujas económicas, recesiones, crisis... vamos, ciencia ficción, como quien dice-, además de una didáctica explicación sobre el sistema monetario y financiero. Hay incluso una aparición estelar al final del manga y una última viñeta realmente epatante. Para quedarse ojiplático, vaya...

Dicho esto, y entrando en el asunto de la valoración del libro: en mi opinión, cumple a la perfección el objetivo que se le supone, de acercar y difundir a los jóvenes (y no tan jóvenes) de forma atractiva esta obra clásica de la política y la economía... que, para qué vamos a engañarnos, a priori no resulta la obra más amena que se nos puede ocurrir. Así pues, el primer párrafo de esta reseña, aunque en tono de broma, no va tan desencaminado. Cierto es que alguno de los conceptos que se explican aquí puede ser discutible o ahaber quedado desfasado (por ejemplo, no sé si, en plena proceso de robotización, como estamos, puede aún afirmarse que el beneficio que supone el valor añadido de las mercancías surge sólo a partir de la fuerza de trabajo y no  de la mecanización del proceso de producción), pero recordemos que El capital original fue escrito hace 150 años, nada menos. Y a quien tenga alguna objección de tipo ideológico, recordarle que en esta misma colección puede encontrar también la versión manga de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, que para gustos se hicieron los colores.  Otra cosa es que este reseñista tenga ganas de repetir la experiencia; aunque, bueno, ya veremos...              



Otros títulos de Marx y Engels reseñados en Un Libro Al Día: escritos diversos

jueves, 22 de septiembre de 2011

Colaboración: escritos de Friedrich Engels y Karl Marx

Idioma original: inglés, alemán
Título original: Value, price and profit (Londres, 1898); Lohnarbeit und Kapital (Neue Rheinische Zeitung nº 269, 11 abril 1849); Kritik des Gothaer Programms (publicado en la revista Neue Zeit, núm. 18, t. I, 1891); Die Entwicklung des Sozialismus von der Utopie zur Wissenschaft (publicado originalmente en la revista Vorwarts de Leipzeig, órgano del Partido Socialista, entre 1876 y 1878)
Fecha de publicación: siglo XIX
Valoración: imprescindibles

Admitámoslo: El Capital nos queda grande. En nuestro caso, hemos leído algunas páginas del primero de los varios mamotretos que lo componen, y no hemos entendido nada. Nada de nada. Lo hemos dejado cuando le retórica pregunta que nos martillaba, "¿qué carajo hago leyendo este libro que no hay forma de entenderlo?" dejó de ser retórica. Y fue una pena, en su momento, porque los varios mamotréticos tomos que teníamos en nuestra casa de Buenos Aires habían sido impresos en forma clandestina en México, habían viajado a nuestra ciudad vaya uno a saber cómo, habían resistido, incluso, una dictadura militar que no habría dudado un segundo en reventar a sus dueños en caso de que los hubieran encontrado donde estaban escondidos: bien envueltos en bolsas de plástico y enterrados en el patio de la casa, junto a otros ejemplos ilustres del pensamiento subversivo. Mis mamotretos resistieron una dictadura, pero no resistieron la emigración: nos vinimos a las Europas y vaya uno a saber dónde fueron a parar. Me consuela pensar que, quizás, su dueño actual sí ha podido leérselos enteros, todos los tomos, hasta el final. Y entenderlos. Vaya uno a saber...

Según puede averiguarse por los prólogos, mis cuatro libritos fueron publicados, al principio, en los periódicos del Partido, como La Gaceta del Rin y después fueron traduciéndose a las principales lenguas europeas, con conocimiento de sus autores o sin él. Algunos son adecuaciones de intervenciones en reuniones. Es decir, libros escritos al fragor de la lucha, pero revisados y ampliados posteriormente por los mismos autores, tanto en las ediciones siguientes como en las traducciones, algunas de las cuales las realizan ellos mismos.

Pero a lo que íbamos. Si usted es como yo, amable lector, y ya está persuadido de que nunca en su vida leerá El Capital o, si lo lee, no entenderá nada, siempre tiene la opción de leerse estos pequeños libritos que fueron editando en vida y en distintos idiomas los buenos de Friedrich Engels (Federico Engels en mis ediciones madrileñas) y Karl Marx (Carlos Marx en mis ediciones madrileñas). Son algo así como leerse Marxismo para tontos (Marxism for dummies sería el título en el original, si existiera) con la ventaja de que están escritos por los padres de la criatura, que no nos tratan de tontos desde la misma portada (si no hay que juzgar a los libros por su cubierta, que ellos, los libros, se apliquen el cuento con nosotros coño/carajo) y que, en fin, han sido escritos.Enlace

Es muy interesante leerse estos libritos a la luz de los acontecimientos económicos actuales. Obviamente, usted y yo, amable lector, nos congratulamos de no vivir en Korea del Norte, pero ese es otro tema. Leer los acontecimientos actuales teniendo frescas las nociones de "crisis periódica del capitalismo", "proceso de concentración de capitales", "fetichismo de la mercancía" y esas cosas le hacen comprender a uno que existe otro mundo fuera del pensamiento único, de la derecha sin complejos, de los invitados técnicos de los programas periodísticos que siempre, pero siempre, analizan la realidad a partir de la premisa de que ésta no puede cambiar.

Firma: Ferbr1

También de Marx y Engels en ULAD: El manifiesto comunista.

miércoles, 20 de abril de 2016

TochoWeek #3. Thomas Piketty: El capital en el siglo XXI

Idioma original: francés
Título original: Le capital au XXIe siècle
Traducción: Francisco J. Ramos y Ana Escartín
Año de publicación: 2.013
Nº páginas: 859 (libro+apéndice)
Valoración: Muy recomendable  (Imprescindible para interesados)

Karl Marx escribió El capital en 1.873, y 140 años después el economista francés Thomas Piketty publica este trabajo, que suscitó gran interés y cierto grado de polémica, no en vano el autor es conocido por sus investigaciones sobre la desigualdad y las grandes fortunas. En realidad, aunque obviamente los dos son libros de economía, el que intentaré comentar hoy no constituye ni una revisión ni una réplica del clásico, con el que apenas coincide en aspectos muy concretos, aunque tampoco excluyo que se haya dejado funcionar el efecto tractor de título tan famoso. 

Tras una muy amplia y clarificadora introducción, en las dos primeras partes se pone al lector en antecedentes sobre algunos de los grandes parámetros que definen las magnitudes económicas a nivel internacional: el crecimiento, tanto económico como demográfico, el binomio capital/renta y las relaciones entre rentas del capital y del trabajo –punto en el que se aproxima algo más a algunos de los conceptos trabajados por Marx. Todas estas cuestiones se analizan, interrelacionan y justifican mediante un universo de datos y gráficos, que nos indica a las claras que estamos ante un estudio serio y riguroso, que busca explicaciones globales en que fundamentar la tesis que expone después. 

Tiene además la virtud de entroncar con un enfoque histórico-político de muy largo plazo, que no sólo hace la lectura menos árida para el profano, sino que permite una visión integrada de los fenómenos económicos. Incluso se permite recurrir con frecuencia a textos literarios –es especial, Balzac y Austen- para ilustrar algunas situaciones sobre la estratificación social, lo que resulta llamativo y francamente se agradece. Y, por otra parte, se ofrece la posibilidad de ampliar aún más la información, remitiéndose al descomunal material contenido en la página http://www.piketty.pse.ens.fr/fr/capital21c (anexo técnico), buena muestra de cómo compatibilizar un texto en papel con los recursos de la tecnología.

Una vez fijados los conceptos básicos, Piketty entra de lleno en el alma del libro, que no es otra que las desigualdades generadas por el sistema. La idea central consiste en que en la esencia misma del capitalismo se encuentra el mecanismo por el que, en unas condiciones dadas, las desigualdades aumentan de forma cada vez más acelerada. Sin entrar en profundidades, se puede decir que estamos ante el supuesto en que el rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento, una realidad empírica que se cumple históricamente sin excepción. Dicho de otra forma, estamos ante esas estadísticas que periódicamente conocemos por los medios de comunicación, en las que vemos cómo un porcentaje ínfimo de la sociedad posee más de un tercio de la riqueza de un país, a veces incluso mucho más. Y no hablamos ya de dictadores subsaharianos o sátrapas postsoviéticos, sino de élites de Europa occidental y Estados Unidos, es decir, aquí y ahora.

Entrando en este tema, aunque sin abandonar su naturaleza técnica, el tono del libro empieza a cambiar ligeramente. Piketty no se limita a describir sino que se moja con las implicaciones sociales de estas desigualdades desbocadas, y hasta hace detonar algunas valoraciones que dejan claro que no está en la equidistancia:

‘La democracia real y la justicia social exigen instituciones específicas, que no son únicamente las del mercado, y que tampoco pueden limitarse a las instituciones parlamentarias y democráticas formales’

Y, planteado el problema, pasa a buscar soluciones. La única forma de corregir esta deriva –que en términos teóricos puede llevar al infinito, es decir, a la acumulación de todo el patrimonio mundial en manos de un puñado de individuos- reside en medidas fiscales y de control del capital. Las propuestas son a grandes rasgos 1) Un impuesto sobre la renta limpio de las exclusiones por las que se escapan las grandes fortunas, y recobrando la potente progresividad que ha perdido en las últimas décadas 2) Un modelo de tributación sobre el capital a nivel mundial, que el propio autor reconoce utópico a corto plazo, pero deseable como objetivo 3) El fin de los paraísos fiscales y de la opacidad sobre datos bancarios (vaya, una cosa que resulta, desde luego, de la máxima actualidad).

Es decir, que a lo largo de las casi 800 páginas (y miles de datos complementarios ofrecidos on line) se pone números, fechas y ubicación a esas intuiciones populares del tipo ‘los ricos son cada vez más ricos’, o a las informaciones, parciales y a veces poco rigurosas, que los medios transmiten de cuando en cuando y que aceptamos con desinterés y cierta resignación (estadísticas, datos de ONGs, listas Forbes). Pero se trata de realidades, muchas veces de magnitud más escalofriante aún de lo que pensamos, que tienen su origen en el propio sistema, y que son corregibles si hay voluntad para ello.

Es por tanto un imponente trabajo técnico, pero que no rehúye un importante grado de compromiso con el objetivo de combatir este desenfreno en las desigualdades, socialmente inaceptable. A nivel lector, tampoco nos olvidemos de que estamos ante un libro de economía, pero se advierte en él la voluntad de mantenerse más o menos cerca del gran público, adquiriendo así un cierto tono divulgativo que quizá los especialistas considerarán excesivo. Y si, aun sin perder el rigor, puede albergar la intención de provocar cierto debate, de ninguna manera es algo que se le pueda reprochar, porque aún queman los rescoldos de la crisis iniciada en 2.007, y no están tan lejanos los días en que los dirigentes políticos clamaban, presa del pánico, la necesidad de ‘refundar el capitalismo’.

Así que, si nos interesa indagar en este fenómeno económico que define nuestra sociedad en el principio del siglo XXI, el esfuerzo bien merece la pena.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Semana de la Revolución rusa #3 El marxismo y la insurrección, de V.I. Lenin

Idioma original: ruso
Año de publicación: Diversas ediciones (escrito en 1.917)
Valoración: Está bien (diríamos de interés puramente histórico)


Desde que Karl Marx escribió 'El manifiesto comunista'   en  1.848, la influencia de su pensamiento político fue enorme. Proliferaron por todo el mundo –en especial, en Europa- cientos de partidos que reclamaban su herencia, los derechos sociales se fueron abriendo paso en las Constituciones más progresistas, y algunos de sus seguidores alcanzaron el poder en las jornadas de hace un siglo, cuyo aniversario conmemoramos en esta semana uladiana. Esta especie de nuevo imperio –con sus peculiaridades, sus personalismos y su interpretación/prostitución de los postulados originales- se mantuvo durante más de 70 años. Pero a principios de los años 90 del siglo pasado, el gigantesco Estado soviético colapsó, cayó el muro de Berlín, y en tiempo récord el mundo pasó página. Toda esa pléyade de partidos izquierdistas protagonizó una desbandada para ver quién se borraba antes los estigmas, y hoy día hasta los más airados han cambiado a Marx por Laclau, hay que ver.

Si queremos tener una aproximación histórico-política a la Revolución rusa, creo que no habrá nada más apropiado que ‘El marxismo y la insurrección’ que, no obstante el tono teórico del título, no fue concebido como un libro, sino que se trata de una compilación de textos del camarada Lenin, escritos apenas unos días o semanas antes del estallido definitivo. Son en unos casos artículos publicados en prensa, y en otros, documentos enviados a la dirección del Partido bolchevique (POSR), pero todos tienen en común la inmediatez y hasta la urgencia del momento histórico. Lenin ve claro que la revolución es inminente, que es ahora o nunca, y se dedica por entero a dar instrucciones, agitar las conciencias, corregir errores, exhortar a la acción.

Tratándose de textos con esa intencionalidad, es obvio que tocan muchos aspectos definitorios del momento político, que en principio pueden parecernos particularismos de escaso interés, pero que en realidad forman la combinación perfecta para el éxito de la Revolución: Rusia las está pasando canutas en la I Guerra mundial, se ha constituido un Gobierno de centro-izquierda encabezado por Kerenski sobre un entramado institucional semidemocrático, y acaba de fracasar un golpe blando de corte derechista. Personalmente, la situación me recuerda mucho a algunos momentos de la II República española. Lenin da estopa sin medida a esa izquierda moderada a la que podríamos definir como ‘contemporizadora’ y reclama dar el paso sin complejos a la Revolución, entregando todo el poder a los soviets –órgano representativo de obreros y soldados en el que los bolcheviques aún no tienen la mayoría. En este sentido, desarrolla en el plano práctico la mayor parte de los principios expresados en las famosas ‘Tesis de abril’. De forma que la cuestión ‘participación democrática-posibilismo-izquierda reformista’ vs. ‘intransigencia-ruptura-revolución’ cobra valor intemporal. La dicotomía se ha planteado dentro de la izquierda siempre que se han dado las condiciones de un cambio histórico.

Pero tampoco olvidemos que Lenin era el gran estratega, quien mejor definió las condiciones concretas para la materialización del marxismo teórico. O, al menos, quien estableció esos parámetros para su implantación real, aunque desde luego bajo una óptica que seguramente tampoco era la única posible. Así que en las cartas y documentos que integran en libro podemos encontrar un auténtico manual de cómo acometer una revolución socialista. Vladímir Ilich intuye que las condiciones son ya las idóneas en las primeras semanas de octubre de 1.917 y, ya de vuelta del ‘exilio’ finlandés, requiere con gran vehemencia el fin de cualquier colaboración con los demás partidos de izquierda y llama a tomar el poder de forma inmediata. No sólo eso: marca objetivos concretos (medios de prensa, telégrafos, cuarteles), dibuja la táctica de golpear simultáneamente en Petrogrado y Moscú y define las primeras medidas del nuevo Gobierno revolucionario.

El tono de los textos oscila ligeramente según los medios a los que va destinado. Los artículos periodísticos son los clásicos de este tipo de literatura hasta bien entrado el siglo XX: larguísimas exposiciones sobre detalles del momento político, actitudes y declaraciones de diversas figuras del panorama de la época. Por su parte, los destinados a los órganos del Partido son llamamientos imperativos a sus dirigentes para no aplazar la decisión y ponerse de inmediato a la tarea revolucionaria. Y entre ellos, quizá destacaría la extensa carta del 9 de noviembre en la que Lenin se empeña en despejar las dudas sobre la capacidad de los bolcheviques para asumir la tarea de gobierno. La insurrección está ya pasando de la teoría a la práctica, y se requiere convicción absoluta para sostenerla. En su afán motivador, la arenga adquiere algunos tonos épicos, de esos que tiñen las imágenes de la propaganda. 

No es obviamente una lectura para disfrutar, sino un documento histórico de primerísima mano para entender ese instante inmediatamente anterior a una Revolución que seguramente no cambió el mundo como sus protagonistas esperaban, pero sí marcó la Historia de ese mundo durante décadas.

domingo, 6 de agosto de 2017

Aldous Huxley: Un mundo feliz

Idioma original: inglés
Título original: Brave New World
Traducción: Ramón Hernández
Año de publicación: 1.932
Valoración: Muy recomendable


Tengo que admitir que acudía a la cita con este clásico de Aldous Huxley cargado con algunos prejuicios. De un lado, un poco condicionado por cierta versión cinematográfica muy vieja (no sé si habrá más de una) que transmitía una imagen bastante infantil sobre esta historia, o al menos esa sensación me queda. Por otra parte, también temía que lo que durante décadas fue el paradigma de la distopía, el anuncio de un mundo deshumanizado por la tecnología, leído ahora, bien entrado el siglo XXI, hubiese quedado obsoleto, como la reliquia de algo que en su momento fue rompedor y visionario pero hace mucho que quedó superado por la realidad. O sea, que hubiera envejecido mal. Pero no son necesarias muchas páginas para despejar estos temores.

En las primeras décadas del siglo XX el mundo alucinó con algunos importantes cambios en el mundo empresarial, en especial con la introducción de la famosa cadena de montaje ideada por Henry Ford. Ya se sabe: costes reducidos al máximo, tareas repetitivas para optimizar la producción, tecnología que sustituye a la mano de obra… todo en busca de acercar el producto a un público numeroso y favorecer por tanto el consumo. Más o menos por esa época (años 30), Aldous Huxley debió darle unas vueltas a la cuestión y, en un ejercicio de imaginación, se propuso indagar a dónde conduciría esa idea mecanicista llevada al extremo, la producción, el consumo y el beneficio como estructuras fundamentales de la sociedad, la cadena de montaje aplicada al propio ser humano. El resultado de la elucubración no fue otro que un mundo feliz, un mundo ideal en el que las personas son gestadas de forma artificial, organizadas en castas y programadas para un rol determinado desde el primer segundo, la gente carece de preocupaciones, la sociedad queda óptimamente segmentada y los individuos, a salvo de enfermedades y siempre jóvenes, desempeñan la función asignada y tienen a cambio sexo a discreción, una droga que garantiza la felicidad y diversiones sofisticadas. Todo bien definido y organizado sin fisuras. Seguridad y felicidad sólo a cambio de no pensar.

“Adultos intelectualmente y en el trabajo, y niños en lo que se refiere a los sentimientos y los deseos”, dice Bernard Marx, uno de los personajes. Ufff, no me dirán que esta música no les suena. Jóvenes tan intensamente preparados para elevados desempeños laborales, como caprichosos e inmaduros, superficiales y deslumbrados por la tecnología. Sí, hacemos muchas risas con ‘Big Bang Theory’, pero cabe plantearse si ese es el tipo de individuo que definirá la sociedad del futuro. Otra píldora: “Supongo que todos ustedes recuerdan –dijo el interventor con su voz fuerte y grave- aquella hermosa e inspirada frase de nuestro Ford: ‘La historia es una patraña’”. La cita parece ser verídica, atribuida a Henry Ford, que en la novela se convierte en la única deidad admitida. El citado interventor gesticula con la mano, y Huxley ve los movimientos de un plumero que retira el polvo: allá van Caldea y Babilonia, Buda y Jesús, Atenas, Roma o Jerusalén. La Historia no existe, no interesa, como tampoco el arte o cualquier forma elaborada de pensamiento, sólo el presente y el futuro, el bienestar, la producción y el consumo.

Quizá lo que más impresiona de la novela es la naturaleza atrozmente actual de los mecanismos para adormecer la voluntad del individuo y programar las voluntades. Tirando en este caso de una exposición más metafórica, no sólo se ‘fabrican’ distintos tipos de individuos a demanda del mercado, sino que una vez ‘decantados’ (o sea, cuando salen del frasco) se ven sometidos durante su infancia a un bombardeo de imágenes y mensajes que recibe el nombre de hipnopedia, una especie de credo subliminal gracias al cual interiorizan los principios básicos de ese nuevo mundo. También esto nos resulta familiar. Realmente es estremecedora la nitidez profética con que lo expone Huxley hace casi un siglo.

Otra cosa es la vertiente estrictamente literaria. Huxley propone un elenco de personajes entre en el que, como era de esperar, empieza a despuntar cierta divergencia con las ideas dominantes en el mundo feliz. El Bernard Marx antes citado parece tomar la bandera de la disidencia, es un personaje contradictorio e interesante, pero va perdiendo protagonismo a favor de un contraste mucho más radical, a partir del descubrimiento de una reserva de ‘salvajes’, es decir, gente sin 'civilizar', ajena a la nueva sociedad, que puede conocerse como en un zoo. El foco pasa entonces a un joven de origen 'salvaje' inicialmente fascinado por ese mundo que aún no conoce, que pronto asumirá la figura de la rebeldía contra el sistema. Huxley incorpora en esa última parte algunos largos diálogos en los que expone la dialéctica entre los dos modelos, y a partir de ahí el hilo se desliza, en mi opinión, hacia una solución tal vez demasiado aparatosa y lineal, teñida de misticismo, con la que el nivel narrativo decae de forma patente.

Como lectores, nos encontramos por tanto ante una disyuntiva muy visible. Desde mi punto de vista, como novela, el libro es más bien endeble. Parte de buenos materiales pero no fraguan en un argumento sólido ni profundiza en las posibilidades que ofrece la historia. Si por el contrario nos centramos en la visión de ese escenario futuro y deshumanizado, la capacidad del autor resulta abrumadora: el dibujo es brutal pero aplastantemente lógico, incorpora con minuciosidad elementos filosóficos, económicos, religiosos o éticos, y demuestra una capacidad prospectiva deslumbrante teniendo en cuenta la época en que se escribe el libro.

A mi modo de entender, este segundo aspecto se presenta de forma tan brillante, es tan coherente y poderoso, que deja como irrelevantes las carencias que pueda presentar el libro como construcción literaria.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Comité invisible: La insurrección que viene

Idioma original: francés
Título original: L'insurrection qui vient
Fecha de publicación: 2007
Valoración: muy recomendable

Nunca he sentido el menor deseo de verme como un "revolucionario", y dudo mucho de que lo sienta alguna vez. Un síntoma inequívoco son los escalofríos que me causa esa célebre frase de Marx, que luce impresa en letras doradas sobre las escaleras de la Humboldt Universität (en lo que fuera Berlín oriental), aquello de que "hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo; ahora se trata de cambiarlo". Cualquier podría decirme que esos escrúpulos no son sino miedo a la acción y justificación de mis privilegios de clase, y puede que no andara desencaminado.

Pues bien, si cuento todo esto aquí es para avisar de que mi predisposición a este libro era más bien negativa. Por si el título no es lo suficientemente explícito, la portada la ilustran dos gendarmes armados con porras que empujan a un detenido, y la contraportada nos aclara que varias personas han sido detenidas en Francia por el solo hecho de tener un ejemplar de este libro. Vamos, que al empezar su lectura yo esperaba poco menos que un manual de guerrilla urbana, y en parte lo es. Pero sólo en parte.

En La insurrección que viene he encontrado algunas de las páginas más lúcidas que he leído en mucho tiempo. Con lo que he dicho al principio, se puede suponer que no conozco los textos canónicos de los movimientos, digamos, "antisistema". Creo, de todas maneras, que este tiene un tono muy distinto de aquellos. O eso se deduce de la distancia que los propios autores ponen, por ejemplo, respecto de ATTAC (los de la Tasa Tobin). El libro destila hartazgo por los cuatro costados, un hartazgo insurgente. Da la impresión de que sus autores, que se esconden bajo el nombre del colectivo "Comité invisible", descreen de las muchas alternativas que la izquierda más o menos radical ha ido ofreciendo a la globalización del capitalismo. Su referencia recurrente es histórica: la Comuna de París; su intención, antes que nada, destructora. Sólo el párrafo final da una ligera idea de cómo se imaginan el mundo post-insurgencia, donde una socialidad en comunas y una economía de trueque desterrará las formas alienantes y represoras en que subsistimos.

Más que esa ensoñación utópica, me importa la increíble puntería de los diagnósticos que lanzan en los primeros capítulos del libro, antes de empezar a incitar al lector a bloquear vías férreas. Dicen cosas como que el modelo de la ciudadanía que viene es el minusválido, puesto que toda relación humana ("incluso trabajar, incluso amar") parece adquirir forma de terapia. Se ocupan del caduco concepto de nacionalidad y lanzan esta admirable paradoja, que, desde luego, no vale sólo para Francia: "Los inmigrantes ocupan en este país una curiosa posición de soberanía: si no estuviesen aquí, los franceses quizás ya no existirían." Anuncian la muerte de la pareja, ese último reducto de relación auténtica al que nos aferramos como locos, y encuentran en la movilización, constante y sin motivo, el máximo imperativo de nuestro tiempo.

Bajo su lupa, todo lo que damos por sentado parece volverse quebradizo y frágil, y desbaratarse como una sarta de mentiras. Algo tan evidente, a primera vista, como la oposición campo-ciudad se confunde en una unidad mayor, la metrópoli global, que engulle en su red creciente una heterogénea mezcla de reductos protegidos, polígonos industriales y ciudades-dormitorio, todos convenientemente vigilados (o dejados de lado) por quienes protegen los flujos de intercambio. El activismo ecologista aparece, desde este prisma, como la enésima transformación del espíritu del capitalismo, que puede ya aspirar con éxito a la gestión de la biosfera: "Todo le está permitido a un poder que se ampara en la naturaleza, la salud y el bienestar."

Yo estoy mucho menos seguro que ese "Comité invisible" de cómo deba reaccionarse a los procesos globales en que estamos inmersos. De lo que sí estoy seguro es de que resulta difícil encontrar un diagnóstico más acertado que éste, donde uno se vea obligado a asentir con cada frase. Leedlo.

jueves, 1 de agosto de 2019

Karl Ove Knausgård: Fin

Idioma original: noruego
Título original: Min kamp. Sjette bok
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable para fans

Bien es sabido que Karl Ove Knausgård es un autor que despierta grandes pasiones o enormes aversiones. Hay quien no entiende en absoluto su obra o el interés que pueda tener, y hay quien, como yo, encuentra que el autor noruego ha cambiado el panorama narrativo, ha sacudido el mundo literario al profundizar en la cotidianidad hasta un punto en el creo que todos podemos ver ciertas similitudes con nuestras propias vidas y arrastrarnos con él a la reflexión sobre nuestras propias miserias diarias.

Con «Fin» acaba la mastodóntica obra que inició con «La muerte del padre» y, más que un final, este libro nos narra la consecuencia de la publicación de la misma, pues el autor da un paso más en la narración de su propia vida y, ya en el mismo libro, describe sus recelos por la publicación del libro que nos ocupa. Porque de eso trata principalmente este volumen, de las consecuencias de su obra, del impacto que supondrá en su vida y en las de quienes participan en ella. Ese era el riesgo al escribirlo y publicarlo, ese era el dilema, y el autor, finalmente, se da cuenta de ello, aunque puede que algo tarde. También habla de Hitler, el nazismo y otras disertaciones ensayísticas, pero de eso casi ni hablaremos porque, personalmente, encuentro algo forzado que el autor se haya ido por esas ramas. Así que vayamos por partes, que las más de mil páginas de este volumen dan para mucho.

Empieza el libro y ves que quizá sí, que quizá hay un exceso de detalle, que quizá nuestros uladianos Santi o Koldo tienen algo de razón en que hay una desmesura descriptiva en la narración, pero es un efecto bastante efímero, porque una vez se avanza en la lectura, los recuerdos que tenemos de la calidad del autor vuelven, todas las sensaciones de lo anteriores libros retornan como si no hubieran pasado dos años desde la publicación del quinto volumen. Porque es Knausgård, y cuando entras en su mundo, no puedes volver atrás; él se queda ahí, en tu interior, esperando a sacar su espíritu crítico y contundente para hacerte reflexionar sobre los aspectos más ocultos de la vida interior. Siempre presente, siempre al acecho, siempre recordándote que no todo es bonito, que no todo es alegre, y que a veces conviene sacarlo fuera antes de que permanezca dentro y, finalmente, estalle.

Estructuralmente, el libro se divide en tres capítulos muy diferenciados. En el primero se centra principalmente en la desazón del autor ante la inminente publicación de su obra, por las consecuencias que pueda suponer en la relación con quienes aparecen en ella. Y el autor empieza a intuir el efecto de su obra cuando envía algunos ejemplares a sus allegados. En su narración, Knausgård nos trasmite los nervios, por aquello que ha escrito, por los efectos en aquellos sobre quienes ha escrito, porque saldrá a la luz lo que dice de ellos, de Linda, Yngve, Gunnar, Vidar, Tonje, Hanne, lo que piensa de ellos, lo que siente por ellos. Y eso es mucho, y no siempre es bueno. Los nervios se convierten en miedo, el miedo en indecisión, la indecisión en la duda, y tras la duda, la desconfianza y el cuestionamiento sobre la idoneidad de la publicación y la consecuencia para los que en ella salen y también para él mismo, en forma de la vergüenza. Knausgård nos habla de la culpa y de la dualidad entre el deseo de querer publicar el libro y la carga de consciencia que le acarrea saber el daño que hará a quienes salen en él. Y esa pena le carcome, le afecta, le ataca y permanece dentro de él, extendiéndose a lo largo de su cuerpo y más allá, a sus amigos, a su pareja a su familia. Y en contraposición, la opinión de su amigo Geir, que cuanto mayor escándalo más ventas, más fama, más dinero. Aunque sea a costa de los demás, o a costa de sí mismo.

Knausgård también utiliza esta primera parte para tratar hasta qué punto el relato es fiable, sometiendo su memoria a un juicio sobre la veracidad de lo sucedido, sobre cuánto hay de real y cuanto de invención. De esta manera, el propio autor ya se adelanta a lo que algunos críticos apuntarían una vez publicado: ¿hasta qué punto la autoficción debe narrar aquello sucedido realmente? ¿Es posible y legítimo añadir capas de ficción a lo que serían unas memorias? Así, Knausgård utiliza este último libro para autocuestionarse y nos habla también sobre el porqué de su enfoque sobre el libro y de su motivación para ello; él quería hablar sobre la realidad de la vida, «pero no de un modo general, porque lo general está emparentados con lo ideal, en realidad no existe, sólo existe lo particular, y como lo particular en este caso soy yo, eso fue sobre lo que escribí.» En este aspecto, este último volumen se aparta en momentos de la narrativa autobiográfica para acercarse al ensayo, a la reflexión sobre realidad y percepción.

Y en esta narración a medio camino entre narrativa y ensayo literario y filosófico, el autor empieza una digresión sobre el lenguaje y la sociedad, dedicando decenas de páginas al poema «Stretta» de Celan para, a continuación, seguir con su análisis hablando sobre Marx, sobre el trabajo y su exceso, sobre la identidad y cómo la conseguimos. También habla de la cultura y su singularidad, la originalidad y cómo afecta de manera diferente a cada individuo y, a partir de ahí, nos habla de la literatura del yo. Y aquí es donde el libro empieza a ponerse cuesta arriba, por caminos tortuosos y poco satisfactorios. Porque entramos en la segunda parte del libro y, a pesar que en la primera parte ya se intuía una cierta inclinación al ensayo, aquí Knausgård se deja ir y nos ofrece una disquisición de unas cuatrocientas páginas sobre Hitler, su vida y su obra, justificando este excurso en que ambas obras comparten el título de su biografía: «Mi lucha».

Lamentablemente, encuentro esta segunda parte sobrante y, a mi parecer, está totalmente desvinculada de toda «Mi lucha» siendo puramente un ejercicio literario ensayístico sobre Hitler, ni más ni menos, por mucho que el autor intente encontrar puntos de conexión a partir del lenguaje utilizado y su enfoque hacia el yo, el nosotros, el ellos... ¡Ah!, y habla también de la Biblia, de Leonardo Da Vinci, Shakespeare, El Quijote… un sinfín de ideas mezcladas que poco aportan al resto de la narración, por muy bien documentado que el autor noruego parezca estar sobre estos temas. Pero no, mi admirado Karl Ove, no hemos venido aquí a hablar de Hitler. Eso hubiera podido ir en un libro aparte, no como parte de tu biografía. Así que, amigos lectores, si queréis saltaros esta parte, no os perdéis nada, incluso saldréis ganando pues el libro os parecerá bastante mejor.

De todos modos, y afortunadamente, entramos en el tercer capítulo, el mejor de todos y la parte en la que Karl Ove nos devuelve esa ilusión por leer la historia que empezó con su primer libro. En este último capítulo el autor retoma las riendas que perdió en el capítulo anterior y nos ofrece, otra vez, su mejor literatura. Porque en esta parte, Knausgård sale de su universo personal en el que estaba encerrado en la primera parte (una parte con aún más detalle sobre la cotidianidad de lo que nos tenía acostumbrados) y cierra el abanico de sus problemas ciñéndose al ámbito estrechamente familiar: el de la pareja e hijos. En este último capítulo del libro (o su último tercio) el autor vuelve al nivel al que nos tenía acostumbrados, abandona el exceso de egocentrismo de la primera parte, deja de lado su ensayo sobre la biblia, Hitler, Celan, etc. y vuelve a hablar de su vida, de la familia, de sueños olvidados entre realidades obstinadas, de ilusiones perdidas entre escenas cotidianas, de remordimientos y lamentos entre destellos de alegría. Ahí sí vemos al Knausgård que nos ha atrapado en esta inmensa y titánica aventura que durante seis grandes volúmenes nos ha ido guiando por su vida, esperando encontrar en su camino las trazas de nuestra propia existencia. En este último tramo nos muestra otra vez esa soledad, esa lucha (aquí sí, aquí sí está su lucha real), una lucha que guarda relación a la lucha entre la vida que quiere y la que tiene, entre el sueño de ser escritor y una realidad que le ata a un presente del que no puede huir, que le traba en su intento de lograr ser quien quiere ser, que le limita y le absorbe sin dejar mucho lugar a que su yo aparezca y destelle. Y el autor, consciente de ello, lo expone claramente diciendo que «eso era lo que tiraba de mí. Se trataba de estar abierto ante el mundo, de dejar que ocurriera lo que tuviera que ocurrir y no permitir que estuviera dirigido por esas estructuras determinadas formadas por la educación, el trabajo, los niños y la casa».

Knausgård planea su lucha en un escenario donde la cotidianidad le arrastra de manera inexorable a la realidad, donde sus anhelos y su elevado sentido de la profundidad en la que se mueve una vida quedan absolutamente devastados por una rutina que le ata a la tierra, que le impide ser quien realmente querría ser. Pero también le sirve como excusa, pues se percibe cierta dejadez en las funciones, trasmite que, en parte, ya le va bien que le impidan ser quien querría, pues el esfuerzo y dedicación serían de titánicas dimensiones. Esa es otra de sus luchas, la lucha entre quien quiere ser y quien realmente es, la lucha entre un mundo que vive en su cabeza con su entorno real. Así, una vez terminado el libro, queda claro que mi lucha no es respecto a su padre, o a su familia, o incluso tampoco hacia su vida exterior, sino respecto a él mismo, una lucha respecto a su yo personal y su yo literario.  Y gana su parte artística, dejando a un lado, como víctima de su lucha como un cadáver sin posibilidad de redención, o tan siquiera perdón, todo el resto.

Con este libro Knausgård sitúa su obra en un lugar destacado junto a otros autores que han marcado precedentes y distancias en la literatura, por romper esquemas o cambiar el enfoque sobre lo tratado. Knausgård justifica su narración y la rodea de un relato analítico sobre el mundo que nos rodea, sobre el porqué de su intencionalidad, y escribe un libro sobre su propia obra, reafirmándose en la literatura del yo, ya no únicamente como auto ficción narrativa sino también como un ejercicio meta literario donde se cuestiona a la vez que se reafirma sobre la necesidad de publicar una obra que va más allá de sí mismo, nos interpela a todos. Ese es probablemente su mayor ambición, partir de uno mismo para llegar a cada uno de nosotros y vernos reflejados, desde lo plural a lo individual, desde lo genérico a la especifico, desde la sociedad a un mismo. Puede ser él, o cada uno de nosotros, pues esta obra es el espejo en el cual podemos contemplarnos a nosotros mismos, y calibrar en su reflejo cuánto hay de esa cruda realidad en nuestras propias vidas.

Terminado el libro, terminados sus seis volúmenes y más de 3.500 páginas, puedo discrepar con rotundidad con aquellos que cuestionan del por qué hay necesidad de tanto detalle sobre la vida cotidiana de una persona. La respuesta es clara: porque su vida al escribir la obra era como la de cualquier otro y su lucha también, una lucha consigo mismo, con su yo que tiene una familia, amigos y obligaciones y un yo más elevado, más aspiracional, más deseoso de querer conseguir alcanzar sus sueños. Knausgård sabe que ahí está la lucha verdadera, la que cada uno de nosotros libramos con nosotros mismos día a día, decepción a decepción y en contra de la rutina. Una lucha que determinará si nos sometemos a una vida acomodaticia o aspiramos a hacer aquello que realmente nos mueve y luchar contra todo si hace falta; contra uno mismo, también. Él ha librado su lucha, arriesgando su vida personal. El precio pagado es alto, pero, ¿cuál hubiera sido el precio personal en su consciencia en caso de no haberlo hecho?

También de Karl Ove Knausgård en ULAD: La muerte del padre (y su contrareseña aquí), Un hombre enamorado, Tiene que lloverLa importancia de la novela

jueves, 31 de octubre de 2019

Biblio-Necrophiliac Quiz 2019: No somos nada...

¡Hola a todo el mundo y feliz Noche de Todos los Santos, chavalada! ¿Qué tal van los preparativos del Samaín? ¿Ya habéis colocado las calabazas en la puerta de casa, desempolvado la Ouija, descargado alguna peli de George A. Romero? Bueno, que no se diga que Un Libro Al Día no estamos por la labor conmemorativa, así que, para ir calentando motores, os proponemos esta segunda edición del Biblio-Necrophiliac Quiz, el test de conocimientos sobre escritores que ellos mismos no hubieran sido capaces de responder... El año pasado ya demostrasteis que no teníais ni idea sobre tumbas de escritores el turismo funerario no era lo vuestro. No pasa nada: este año, el Quiz de este año  NO VA DE TUMBAS (lo siento por los que pasásteis las vacaciones del Pére Lachaise a Montparnasse o de Highgate al oxfoniano cementerio de Wolvercote para documentaros. Amigos bonaerenses: siempre merece la pena pasear por La Recoleta). Esta vez vamos al paso previo a la inhumación (aunque no siempre, ahí tenemos algún cuento de Poe): cuando te viene el apechusque y la roscas. Para quien no entienda el manchego (el resto de la Humanidad): cuando la palmas, la espichas, la diñas, estiras la pata, pasas a mejor vida, te viene a ver la Parca, te vas al otro barrio, feneces, expiras, falleces, MUERES. Fin de fiesta. Game over. THE END. 
                                              


¿Cómo fue el final de vuestros autores o autoras favoritas? ¿Cual fue la causa de su muerte? ¿Cuáles fueron sus últimas palabras (tranquis, que no os voy a preguntar por Walt Whitman)? Veamos si sabéis tanto de literatura como pretendéis en esos simposios, mesas redondas, presentaciones de libros (con canapés), talleres literarios, cursos, cursillitos, clubes de lectura, tertulias, cafés hipsters,  barras de bar, vertederos de amor, os enseñé mi trocito peor... ¿Preparados? Are you ready to rock? Pues a la de tres... ¡Ya! 

1- Como siempre, empecemos por una sencillita para no desanimar al personal: ¿Qué celebérrimo escritor romántico murió de un disparo al perder un duelo con otro señor, por culpa de un quítame allá esas pajas asunto de honor en relación a una mujer casada?

A/ Víctor Hugo
B/ Mariano José de Larra
C/ Alexander Pushkin
D/ Walter Scott

2- ¿Qué eminente autora norteamericana falleció a consecuencia de la enfermedad favorita del televisivo doctor House, el lupus?

A/ Flannery O'Connor
B/ Lucia Berlin
C/ Mary McCarthy
D/ Susan Sontag



3- Y hablando de la serie House, ¿de qué forma un tanto bizarresca, pero, como vemos, plausible y que aparece en un capítulo de esta serie murió el también estadounidense Sherwood Anderson?

A/ Se perforó el intestino con un palillo de dientes que se había tragado.
B/ Levantó una estatuilla de Buda que escondía dentro un electroimán y éste movió los alfileres que sus padres le habían clavado en la cabeza, siendo un bebé, a través de la fontanela.
C/ Sufrió una meningitis provocada por la picadura de una garrapata.
D/ Buceando en el pecio de un barco esclavista, rescató una botella que contenía pústulas de enfermos de viruela que, al romperse, liberó el virus de esa enfermedad.

4- ¿Qué otro célebre escritor o escritora norteamericano/a, en este caso oriundo/a de uno de los antiguos estados confederados, feneció a causa de un accidente no menos desafortunado e improbable (en su descargo hay que decir que se encontraba en un momento un tanto alcohólico), al atragantarse con la tapa del bote de barbitúricos que estaba abriendo con la boca?

A/ William Faulkner
B/ Tenessee Williams
C/ Truman Capote
D/ Carson McCullers

5- Claro que las muertes rocambolescas no son una circunstancia exclusiva de los tiempos modernos. De hecho, en la Antigüedad ya se dio algún caso llamativo, como el del dramaturgo Esquilo, que murió a consecuencia de: 

A/ Se cayó de una higuera a la que se había subido huyendo de unos soldados persas. No se mató, pero quedó inconsciente y fue devorado vivo por una manada de perros salvajes.
B/ Un quebrantahuesos confundió su cabeza calva con una roca y soltó sobre ella una tortuga para romper así su caparazón, consiguiendo en cambio aplastar la cabeza del pobre Esquilo.
C/ Tras participar victorioso en las batallas de Maratón, Salamina y Platea, volvió a su casa como un héroe, pero, enseñando a su hijo pequeño cómo había combatido a los persas, se enredó con una correa suelta de su sandalia y cayó al suelo, clavándose su propio xiphos o espada corta lanceolada.
D/ Comprobando la acústica del teatro de Epidauro había subido hasta la grada más alta (de 52) cuando una lechuza tempranera alzó el vuelo hacia él y por culpa del sobresalto bajó rodando por las escaleras hasta la orchestra, donde se desnucó.

6- Otro literato que participó en una guerra fue el poeta Wilhem Albert Włodzimierz Apolinary Kostrowicki, conocido por Guillaume Apollinaire, que formó parte del ejército francés durante la Gran Guerra. Sin embargo, moriría al poco de acabada ésta, a causa de: 

A/ La gripe española.
B/ Las heridas en la cabeza recibidas en el frente por la explosión de un obús.
C/ Fue atropellado por un carro que transportaba carne de cerdo al mercado de Les Halles, en París.
D/ El mamporro que le arreó Pablo Picasso, a quien unos años antes Apollinaire había implicado falsamente en el robo de la Gioconda, y que removió un trozo de metralla que los cirujanos no le habían extraído, por desgracia demasiado cercano a la arteria subclavia derecha.

7- Por continuar con más poetas de ánimo belicoso, es sabido que Lord Byron falleció en Grecia, país al que había acudido para ayudar en su guerra de independencia del Imperio otomano. Aunque no murió en una batalla, sino a consecuencia de una sangría demasiado entusiasta que le practicaron unos médicos tras una crisis epiléptica. Bien, pero en cambio, ¿sabéis cómo pereció su gran amigo de francachelas, el también poeta británico Percy Shelley?

A/ Naufragó el velero en el que viajaba y que él había bautizado "Don Juan", en honor de su amigo Byron.
B/Se golpeó al caer de un pura sangre árabe de su propiedad y que él llamaba "Prometeo" en honor de su amigo Byron.
C/ A consecuencia del coma etílico que le sobrevino de la tremenda borrachera que se agarró al enterarse de la muerte de su amigo Byron.
D/ Por culpa de un recio y repujado ejemplar de la novela Frankenstein que su esposa Mary le arrojó a la cabeza porque no dejaba de hablar a todas horas de su amigo Byron.

8- Pasemos a temas más alegres: entre el gremio literario siempre ha cundido bastante la costumbre de quitarse la vida o al menos intentarlo; no digamos ya en países donde la idiosincrasia nacional fomentaba tal práctica. En Japón, por ejemplo, ha habido muchos escritores que se han suicidado, pero el más persistente fue uno que lo intentó no una ni dos veces, sino hasta cuatro veces antes de conseguirlo: 

A/ Yukio Mishima
B/ Yasunari Kawabata
C/ Ryunosuke Akutagawa
D/ Osamu Dazai

9- Por acabar con los escritores suicidas (ejem... qué mal suena eso), recordemos al poeta ruso Sergei Yesenin (o Esenin) que antes de ahorcarse dejó por escrito un emotivo poema ("Adiós, amigo mío, adiós/ tú estás en mi corazón/ Una separación predestinada /promete un encuentro futuro (...)" en cuya gestación intervino un elemento sorprendente: 

A/ La propia sangre del poeta, que fue la tinta con la que lo escribió.
B/ Utilizó, continuándolo, el telegrama que le había enviado el también poeta Mayakovski (al parecer, enamorado de él), sabedor de su intención de quitarse la vida.
C/ Un discurso funerario del mismísimo Iosef Stalin, para despedir al fundador de la Checa, Félix Dzerzhinski, y en el que se pronunciaban los dos primeros versos.
D/ Las palabras (las únicas que aprendió a decir en ruso) que le solía decir la que fuera su esposa, la célebre bailarina Isadora Duncan, cuando aún eran amantes y Sergei salía de su camerino tras alguna efusión amorosa rapidita... 

10- Por cierto que las últimas palabras pronunciadas por los literatos en el lecho de muerte siempre han dado mucho juego: desde las más poéticas o sugerentes ("Se disipa la niebla", dijo Emily Dickinson; en cambio, Goethe exclamó: "Más luz...") a las más desabridas de Karl Marx: "Las últimas palabras son para estúpidos que no han dicho lo suficiente mientras vivían". Quizá la palma de originalidad se la lleva el gran Oscar Wilde, que dijo "O se va él o me voy yo", refiriéndose a: 

A/ Un cura católico llamado para administrarle los santos sacramentos.
B/ Su antiguo amante (y causante de su infortunio) Lord Alfred Douglas, que había acudido a París al enterarse de la agonía de Wilde.
C/ Un ejemplar de El Paraíso perdido, de Milton, poema que aborrecía y que alguna visita se había dejado en la habitación del hotel Alsace, donde murió.
D/ El horrible papel pintado de la pared.

Pues ya está. ¿Qué tal ha ido la cosa? Son preguntas facilitas, ¿no? Culturilla general, como quien dice. Ahora bien, como seguro que más de uno o una de nuestros seguidores se ha quedado con ganas de más,  aquí va una BOLA EXTRA, para rematar los diez aciertos con un pleno al once:

11- No vamos a preguntar de quién fue el siguiente sepelio, pues algo parecido sólo se le podía haber ocurrido a Hunter S. Thompson, que dejó establecido que así fuera antes de, cómo no, suicidarse en 2005: en su rancho de Colorado, sus cenizas fueron dispersadas mediante un cañonazo mientras sonaba Mr. Tambourine Man, de Bob Dylan, disparadas por un cañón de 50 metros de altura terminado en un puño de dos pulgares que agarraba un botón de peyote (símbolo de su campaña a sheriff en 1970 y del periodismo Gonzo). Tan sencilla ceremonia costó unos 2'5 millones de dólares, que fueron sufragados por la estrella de cine y admirador de Thompson: 

A/ Nick Nolte
B/ Johnny Depp
C/ Nicholas Cage
D/ Woody Harrelson

Y ahora sí que ya está. Después de la foto del equipo reseñador de Un Libro Al Día, tenéis las soluciones correctas:




1- C; 2- C; 3- A; 4- B; 5- B; 6- A; 7- A; 8- D; 9- A; 10- D; 11- B


Valoración de los resultados:

-De 0 a 4 aciertos: Enhorabuena. Sois personas que viven la vida, se enamoran, comen, trabajan, hacen el amor, van al fútbol, se emborrachan, pasean al perro, se manifiestan, suben montañas, navegan en veleros, practican artes marciales, se tiran por un barranco en una bici de montaña, bucean entre tiburones... LO QUE SEA, menos aprenderse las muertes de escritores famosos (o no tan famosos).

-De 5 a 8 aciertos: Madre mía... ¿no tenéis nada mejor que hacer? Quiero pensar que la mayoría de aciertos han sido de chiripa. Por favor, dejad estas piraduras para los bibliófilos, necrófilos y sociópatas como nosotros, será lo mejor (bueno, como yo, que mis compañeros son gente más o menos equilibrada... ¡oh, perdón, que me olvidaba de... vale, NO).

-9-10 aciertos: Mirad lo que vamos a hacer: ya que sois casos incurables de morbosidad y pedantería libresca, a ver si por los menos le damos una utilidad a vuestro trastorno ¿Qué tal si vais dejando sugerencias para el Biblionecrophiliac Quiz del año que viene? Porque ya la cosa se está poniendo peluda... Gracias de antemano.

-Pleno al 11: Buff... hasta luego, Mari Carmen...