Título original: Два гусара (Dva gusara)
Traducción: Irene y Laura Andresco
Año de publicación: 1856
Valoración: Bastante recomendable
Veo por ahí que Los dos húsares pasa por ser una de las obras más valoradas de Tolstói. Hombre, refiriéndonos al autor de Anna Karenina, Guerra y paz o La muerte de Iván Ilich me parece mucho decir. Esta que traemos hoy aquí es una obrita de juventud, con todo el aspecto de tal: el maestro, que todavía no había cumplido los treinta, apunta cosas muy interesantes pero en mi opinión todavía está lejos de lo que ofrecería algunos años más tarde.
Estaríamos en esa especie de subgénero, tan abundante en la época, al que podríamos llamar literatura de tropa. Tolstói, que por ese tiempo tuvo cierto contacto con el estamento militar, debía conocer de primera mano el tipo de jovenzuelos que, por prestar servicio de armas para el zar, se movían por ahí pavoneándose de sus uniformes, en especial si pertenecían a determinadas unidades de porte singular. La juventud, el donaire castrense y un oficio prestigioso les permitían presentarse en sociedad algunos peldaños por encima del resto, exhibiéndose entre mujeres, campesinos y mesas de juego.
En todo esto destaca por encima de la media el conde Turbin, apasionado por todo aquello que suponga emociones intensas, un tipo altivo que disfruta retando a duelos y conquistando bellezas femeninas. Entre ellas Ana Fiodorovna, hermana de un compañero de armas, en quien el conde dejaría una huella más profunda de lo que la realidad de esa relación daría como consecuencia lógica. Pasados los años, el hijo del conquistador, también del cuerpo de húsares, entra por casualidad en contacto con la propia Ana Fiodorovna y su hija, y la historia parece repetirse.
Así contado, queda sin duda la impresión de una pequeña historia galante, un relato más de ese tipo de amores que quedan durante años o décadas en un repositorio escondido, impresiones de juventud que el tiempo no ha conseguido borrar o que traspasan generaciones. Y en mi opinión eso es exactamente el libro. Claro está que siempre se le pueden buscar capas más profundas y menos visibles, no sé, caracterización de cierto tipo jóvenes soldados, contrastes con los estratos más tradicionales de la sociedad rusa, contexto histórico. Pero no deja de ser una narración sencilla sobre algo tan usual como la relación entre el uniformado que se come el mundo a bocados y la joven ingenua que cae rendida a sus encantos.
En todo caso, tampoco olvidemos que esto lo escribe Tolstói, que aunque quizá todavía algo inmaduro, ya llevaba dentro el genio. Y entonces todo esto un poco banal y mil veces visto se convierte en otra cosa que no se puede describir más que como un pequeño gran placer. Y es que cualquier historia en manos de un escritor con este talento es un regalo para el lector. Cada palabra, cada frase, está exactamente donde debe, no hacen falta trucos ni herramientas extravagantes, se siente fluir el relato con una naturalidad que hace innecesario recurrir a nada más. Desfilan ante nosotros personajes definidos de forma cristalina en un par de líneas, podemos leer sus pensamientos sin que nos los cuenten, uno es partícipe del aire que respiran, les vemos moverse, evolucionar, y todo encaja como si no pudiese ser de otra forma.
En esta pequeña e incluso modesta píldora encontramos mucho de lo que el autor es capaz de ofrecer, todavía embrionario pero suficiente para hacernos disfrutar. Esa maestría que con el paso de los años, y tampoco muchos, haría posible obras brutales como las que apuntamos aquí abajo.
2 comentarios:
Hola, Carlos: Entro fundamentalmente a saludarte. Leo la reseña cada día y me siento orgullosa: qué bien escribís y con qué criterio tan acertado para no confundiros en interpretaciones equivocadas. Ya puedo conocer quién es el autor de cada reseña antes de ver quién la firma. Creo que te dije una vez que tengo 83 años, pero no, no tengo nietos de vuestra edad, ni de ninguna.
No he leído esa novela pero sí a Tolstoi. Toda esta pandilla de rusos escribe como ángeles, mejor imposible, pero me aburren de muerte. Son tan sentimentales, tan llorones y agarran tantas borracheras...que todas parecen la misma historia. Chejov acaso menos, no sé.
Pero lo que quiero decirte es que el libro que reseñaste Las diez claves de la realidad, de Frank Wilzek, me cambió la vida; he dejado las novelas y leo ciencia. Hay mejor historia de amor que la de dos átomos de oxígeno o la determinación de los electrones y los protones?Estoy leyendo Seis piezas fáciles, de Richard P.Feynman, premio Nobel de Física y me entusiasma. Escribe muy claro y es muy simpático. Algunas partes no las entiendo, no sé hacer ecuaciones, por ejemplo, pero comprendo todo lo fundamental. Es tan bonito, estoy deslumbrada!
Un abrazo
Ante todo agradecerte los elogios inmerecidos y sobre todo que nos sigas acompañando, que nos encanta. Claro, discrepo totalmente con tu valoración de nuestros genios rusos, a mí me parecen geniales casi siempre, escriban sobre lo que escriban, aunque te concedo que a veces puedan pecar de exceso de emotividad ¡pero como también eso lo hacen bien...!
Y nada, que me entristece un poco que abandones la novela, aunque con el bagaje que tienes seguro que podremos seguir charlando sobre muchas cosas.
Publicar un comentario