Título original: Soinujolearen semea
Traducción: Asun Garikano y Bernardo Atxaga
Año de publicación: 2003
Valoración: Recomendable
'La gran novela vasca', es uno de los ditirambos que, como es habitual, lucen en la solapa del libro. Eso de la gran novela quiere tener un aura definitiva, la gran obra que representa a un país, una lengua, que debe ser un texto de extensión generosa, con guiños a la identidad de la cultura en cuestión, y que recorre una parte significativa de su historia a través de unos personajes o de una saga. A todos estos parámetros se ajusta en líneas generales la que creo que es la novela más extensa de Bernardo Atxaga, de manera que, al menos conceptualmente, podría entrar en esa supuesta categoría.
La acción se sitúa en la localización imaginaria clásica del autor, Obaba, una pequeña población, paradigma de la Euskadi rural, que Atxaga fundó en su obra más conocida. Allá por los años sesenta del siglo pasado, el protagonismo lo adquiere un grupo de jóvenes del pueblo, algunos más abiertos a lo urbano, otros incrustados en las tradiciones más rústicas de las pequeñas aldeas montaraces. Esta podría ser, con sus divergencias y conexiones, la primera de varias segmentaciones de aquella primera generación nacida después de la Guerra civil. Porque precisamente otra de las grietas, en principio poco visibles, serán sus antecedentes familiares, en unos casos muertos o represaliados, en otros adictos al bando franquista en distintos grados, simpatizantes, colaboradores o directamente asesinos. Algunos saben y callan, porque la guerra terminó hace mucho, por miedo, espíritu de supervivencia o por simple amistad. Lo que en principio parece ajeno a la vida despreocupada de los jóvenes, va asomando poco a poco, fruto de la casualidad o de la curiosidad, hasta empezar a marcar su propia vida.
Las heridas de la guerra, mal cicatrizadas y ocultas quizá por la voluntad de olvidar para poder seguir adelante, se reproducen sin embargo en estos jóvenes que no la vivieron, y que conviven sin embargo con algunos de sus responsables, ahora bien colocados por el régimen. Los chicos asimilan el pasado, lo entienden a su manera, muchas veces diferente a la de sus mayores, y en poco tiempo se embarcan en una lucha voluntarista, a veces bajo una ideología muy marcada, otras impulsada por la simple necesidad de ‘hacer algo’. Encontrándonos en Euskadi, en un pequeño pueblo donde se conservan bien las esencias, en esa decisiva década de los sesenta, no es difícil adivinar que estamos ante el germen de ETA, una pequeña parte de cuyo desarrollo veremos también.
Atxaga tiene un estilo bien reconocible, sosegado, se podría decir que amable y, si convenimos que la vida no es tan trepidante como a veces nos la quieren presentar, se puede decir que su cadencia se ajusta muy bien a la realidad. Es decir, que acompasa el relato a un ritmo más bien lento que, hay que reconocerlo, puede hacerse algo pesado cuando la narración, como es el caso, tiene un crescendo de fondo bastante evidente. Otra cosa es que voluntariamente haya querido retirar el foco de lo que parecía más importante, el inicio de la violencia política, para reducirlo a consecuencia, inevitable aunque indeseable, del descubrimiento de un pasado que opera también como elemento de maduración. De esta forma, aquellos jóvenes de Obaba, entre los problemas cotidianos de su mundo más o menos idílico, van descubriendo, y el lector con ellos, las sombras de lo que se suponía oculto bajo una trampilla o tras un silencio hosco, y llega así la ruptura con una vida anterior que parece lejana aunque solo hayan pasado unos meses.
Encontramos también algunos otros aspectos significativos de la prosa del autor de Asteasu, su capacidad para levantar personajes y diferenciarlos con sutileza, la afición por la diversidad de localizaciones, a veces quizá algo forzada (de California a Japón, nada menos) o la necesidad de subrayar el protagonismo de la lengua, la ‘vieja lengua’ que en el relato parece sucumbir más por la diáspora, una globalización avant la lettre, que por la represión o la colonización cultural (Y aquí tengo que reiterar, detalle menor desde luego, que siempre me resulta algo enojoso el empleo de una especie de traducción simultánea, no solo del euskera, que podría haberse resuelto mucho mejor mediante notas al pie, por ejemplo).
Tal vez sea mucho considerarla la gran novela vasca, aunque por argumento, localización y momento histórico, incluso por extensión, pudiera cumplir los supuestos requisitos. Pero es desde luego un libro muy estimable, que puede leerse igualmente como obra narrativa en sí, o como retrato de una época y unas circunstancias, si es que nos interesa esta otra vertiente.
Otras obras de Bernardo Atxaga reseñadas en ULAD: Desde el otro lado, Obabakoak, Esos cielos, Siete casas en Francia, El hombre solo
7 comentarios:
Hola, compay! Es "El hijo del acordeonista" la novela que destrozó Ignacio Echevarría en El País y que supuso su despido fulminante o es cosa día?
Personalmente, hace mil años que la leí y la recuerdo como algo irregular pero resultona. Y me viene a la cabeza otra pregunta: ¿podría ser esta novela una especie de "anticipo" d Patria?
Perdón por la chapa!!!
Buenas, colega. Pues creo que sí, que es el libro con el que se montó la polémica. A mí me parece que está bastante bien, tal vez algo lento, pero Atxaga es un poco así. Patria no la he leído, no sé si para bien o para mal, pero por lo que he oído y poniendo una junto a la otra, la de Atxaga si que podría ocupar una primera fase de todo ese proceso de generación de la violencia política que se Expo e en la de Aramburu.
Saludos!
A mí no me gustó. Demasiada sinfonía pastoral. Y esas distinciones entre los del bosque, que mantendrían las esencias de la raza, y los del llano etc me parecen un poco arbitrarias. Me quedo con otros de sus libros, sobre todo "Esos cielos" y los cuentos de Obaba. Es cierto que a veces Atxaga resulta aburrido, por romo y algo dilatado. Otra cosa que me llama la atención en este autor es que cuando aparecen personajes no vascos el tópico se dispara hasta lo indignante.
En el fondo, entre otras cosas, subyace precisamente el choque entre lo tradicional y lo diríamos moderno, una confrontación en la que los nuevos tiempos (los estudios en la ciudad, las lenguas dominantes) tienen todas las de ganar. Frente a ello Atxaga no defiende la vuelta a las esencias, sino la preservación de ciertos signos de identidad. Quizá por eso escenifica esa 'vieja lengua' en franco retroceso pero que se conserva como último reducto del alma vasca, que el protagonista y otros pocos más no quieren perder. Es uno de los elementos que recorre el libro, entre otros varios, y en mi opinión ni siquiera el más importante.
Me gusta eso de "romo y dilatado". Es la impresión que tuve de un cuento suyo que leí hace unos días.
Muy pertinente este último comentario de Carlos. Me ha recordado una novela que leí hace poco y me encantó, "La colonia" de la autora irlandesa Audrey Magee. Me ha venido a la cabeza por lo de los (supuestos) esencialismos identitarios y las lenguas en retroceso.
Gracias por la reseña y saludos.
Como decía, esa manifestación de la lengua minorizada que puede acabar engullida por corrientes más poderosas, tiene su importancia en el libro, pero en el contexto de algo más amplio, que incluye la fricción entre distintos modos de vida y su huella en los diversos personajes, las circunstancias históricas que terminan por dar un giro a sus vidas, o cómo cada uno de ellos asimila el paso del tiempo de una forma diferente. Así que es también, claramente una novela de formación, que es otra de las lecturas posibles.
Otra cosa es que el estilo pueda no convencer del todo, o que el tiempo narrativo de Atxaga igual brilla mejor en un relato más corto, que puede ser.
Gracias por los comentarios.
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