sábado, 15 de abril de 2023

Cory Doctorow: Walkaway

Idioma original: inglés
Título original: Walkaway
Traducción: Enrique Maldonado Roldán, para Capitán Swing
Año de publicación: 2018
Valoración: entre se deja leer y está bien


Uno ve el argumento de este libro en el que nos ubica en un futuro donde todo puede construirse mediante impresiones en 3D y en el que un grupo reducido de habitante decide abandonar la sociedad ultra capitalista y se imagina una versión robotizada o futurista de «La parábola del sembrador» de Octavia E. Butler pasado por el filtro distópico del autor de «Radicalizado». Y aquí entramos de nuevo en el tema de las expectativas, en este caso basadas en la lectura del recopilatorio de cuentos del mismo autor. Pero las expectativas en este caso no ayudan, pues el resultado no es el que este humilde reseñista (y, por ello, de opinión subjetiva) esperaba. Vayamos a explicar los porqués.

Empieza el libro situando a “Hubert, etc.”, uno de los protagonistas (de nombre abreviado por él mismo), en una fiesta comunista clandestina; alguien que «a sus veintisiete años, superaba en siete al siguiente parrandero de más edad». Ya, en estos dos apuntes iniciales (el del extensísimo nombre del protagonista, así como por el tono altamente coloquial mostrado), uno ve desde donde se aproxima el autor a esta distopía: el humor. Y en esta aproximación es donde encuentro el primer escollo, pues particularmente no encajo en las lecturas con este recurso; un tono humorístico que provoca que a uno le cueste meterse en la historia y ubicarse en ese escenario futurista en el que no se sabe muy bien quienes son los personajes ni qué pretenden. Además, argumentalmente la escena inicial ya sucede en un punto álgido de clímax y descoloca al lector que avanza en la lectura para saber muy bien de qué va todo esto. Porque vemos drones, vemos una fiesta comunista organizada en un local ocupado, vemos drogas y máscaras de camuflaje. Vemos el interior de la historia, pero desconocemos por completo el exterior del que únicamente sabemos que estamos en un escenario futuro, con drogas sintéticas, drones, coches que conducen solos, cafeterías con robots en lugar de camareros y que la acción se ubica en Toronto, pero poco más. De todos modos, esta confusión inicial tiene su punto atractivo, pues incita a querer avanzar en la trama y profundizar en ella.

De esta manera, ya en esos primeros compases vemos que el tono y el estilo de Doctorow en esta novela se asemeja mucho más al del cuento «Minoría modélica» de su libro «Radicalizado» que al del resto de cuentos incluidos en ese volumen y se acerca mucho al propio de las novelas policiacas de ex polis que están de vuelta de todo al utilizar un lenguaje extremadamente coloquial con tacos y abuso de la jerga y del lenguaje directo como se evidencia al leer que «Seth lanzó una sonrisa cargada de significado a Hubert, etc., una mención sin palabras a sus sentimientos por Natalie. Hubert, etc., no estaba de humor. Había tenido a un hombre muerto en sus brazos. Estaba ensangrentado, cansado y mareado» o cuando describe que «Natalie llevaba un pijama amplio a rayas blancas y negras, y ni se había puesto sujetador, pero Hubert, etc., no se quedó mirando, ni siquiera un poco»). Con todo ello, o uno está mentalizado para leer una novela algo “gamberra” o cuesta conectar y empatizar con los personajes que pueden parecer demasiados simples y superficiales a simple vista, poco definidos. 

A nivel argumental, superada la escena inicial, la historia realmente empieza cuando los protagonistas se encuentran en un suceso en el que las cosas no salen como estaba previsto y deciden abandonar el sistema social, político y económico establecido y basado en una continua vigilancia policial y capitalismo extremo para convertirse en “andantes” y vivir en los márgenes, en las “afueras” de la sociedad y unirse a otras personas con esa misma mentalidad, formando una comunidad jerárquicamente plana en la que «preguntarle a alguien si puede ponerte a trabajar es decirle que esta al cargo y someterte a su autoridad. Las dos cosas están prohibidas. Si quieres trabajar, haz algo. Si lo es de ayuda, tal vez lo deshaga yo más tarde (…) es un comportamiento pasivo-agresivo, pero así son los andantes». De esta manera, los andantes constituyen una sociedad sin ningún control policial, sin vigilancia, pues «las personas que utilizan este sitio decidieron que preferían que los robaran a que los vigilaran. Las cosas no son más que cosas, pero que te graben todo el rato te pone los pelos de punta».

Con esta premisa, uno avanza sin haber conectado de lleno con la historia. En libros futuristas donde la realidad es distinta a nuestra época, la conexión con la historia es a través de sus personajes, ellos son el nexo entre un mundo imaginado y el nuestro, pero si no hay esa conexión empática, la conexión se rompe y la distancia entre libro y lector se agranda abismalmente. En medio de situaciones más o menos cómicas, el autor intercala mensajes ideológicos que sí tienen su interés, pues giran de manera cíclica y continua en torno al sistema capitalista y al comunismo, a los métodos de trabajo basados en objetivos y su consecuencia de competitividad versus el trabajo por placer o la búsqueda de la realización personal por la satisfacción personal de hacer las cosas bien por uno mismo. Esa parte con carga ideológica sí consigue captar la atención. Porque es evidente que el capitalismo se basa en aprovechar cada instante de la vida y hacerlo a través de gastar dinero para explotar la vida al máximo. Pero, y ahí el autor lanza la cuestión clave: ¿qué ocurriría si se descubriera una forma de vivir eternamente? ¿Seguiríamos viviendo al límite? ¿Seguirían siempre mandando los mismos (pocos) durante toda la eternidad? Porque «encontrar una cura para la muerte» significa «el final de la historia (…) el final de la moralidad, de todo. Si puedes vivir para siempre…, volver de la muerte…, todo vale. Atentados suicidas. Asesinatos en masa. Por eso los zotas están tan espantados como la idea de que todo el mundo lo tenga». Y con ello llega el dilema, pues «los zotas no eran amigos de nadie, pero tenían un interés en la continuación de una civilización cuya cumbre ocupaban. Estos científicos, frikis y vagos no estaban capacitados para gestionar un planeta». Y ahí radica el enfrentamiento, entre clases, entre sistemas, pues el objetivo de conseguir la inmortalidad es noble a ojos de los andantes, pues contribuirá a una mejor sociedad más cooperativa y solidaria porque «¿cómo pueden cegarte tus objetivos a corto plazo si estás planificando una vida eterna?» Teniendo los medios tecnológicos la fórmula es simple: «te escaneas, sacas un cuerpo nuevo del almacén y viertes los datos en él». Porque la inmortalidad «no solo es la posibilidad de regresar de entre los muertos, sino la capacidad de repensar qué significa estar vivos». 

Así mismo, de igual manera que el autor critica el capitalismo extremo afirmando que «si la excusa para poner a un puñado de cabrones ricos al mando del mundo era que sin ellos nos moriríamos de hambre, ¿cómo iban a permitir que la gente viviera sin su firme pero amoroso liderazgo?» a su vez, remarca la importancia de imponer cierta estructura jerárquica pues, contraponiendo el modelo con la versión opuesta te puedes dar cuenta que «te crees que has encontrado una forma en la que todo el mundo puede salir adelante sin jefes. Siempre hay jefes. Y sin no sabes quién es, no puedes cuestionar su liderazgo. Un sistema de jefes secretos es un sistema sin rendición de cuentas ni consentimiento. Es una manipulocracia».

Lamentablemente, hay que llegar al tercio del libro para empezar a interesarse verdaderamente por la historia que narra. Le sobran muchísimas páginas y situaciones que no aportan demasiado al relato, no es necesario tanto contenido para situar la historia y centrar el propósito. También considero que los toques de humor utilizado, aunque sirven para quitar peso a otras partes más densas, rompen en ritmo y le dan cierto aire de ligereza que no encaja con lo que el libro pretende denunciar y, a media lectura del libro, no está muy claro si va hacia un libro de supervivencia postapocalíptica, un tratado sobre los problemas y deficiencias del capitalismo o sobre la inmortalidad y sus posibles consecuencias. O de todo ello a la vez en una mezcla en la que no llega a profundizar en ninguno de los temas. Incluso a veces parece que ni el autor se toma en serio cuando va introduciendo chascarrillos que rompen cualquier pretensión de hacer un texto de más calado o cuando nutre el libro de relaciones personales y pasionales que no aportan nada a la historia. Un estilo que se parece en parte a lo que hacía Marc-Uwe Kling en «QualityLand», pero en ese caso el contenido ideológico del libro era menos ambicioso y conseguía mejor su propósito.

Bien es cierto que el autor se muestra perfectamente lúcido y hábil en la exposición de ciertos dilemas y problemas sociales, pues una vida eterna implica un cambio de mentalidad, porque el mensaje que subyace en el trasfondo de la historia es que «si no encontramos la forma de cambiar la gratificación de hoy por la supervivencia de mañana…». Sin eso, la sociedad no se abonará al cambio y este debe empezar por la ilusión, por la esperanza, porque tal y como afirma uno de los personajes, «lo que estamos haciendo, Gretyl, es ejercer la esperanza. Es lo único que puedes hacer cuando la situación demanda pesimismo. La mayoría de la gente que tiene esperanza ve sus experiencias frustradas (…) la esperanza es el precio de acceso. Sigue siendo una lotería con unas posibilidades de mierda, pero al menos es nuestra lotería». Y, aunque las posibilidades de éxito sean pocas, aunque las cartas estén marcadas y los premios a los que podemos acceder únicamente sean, en la mayoría de los casos, los premios de consolación, debemos intentar conseguirlos y luchar para que, al menos en algún caso, consigamos alcanzar aquello a lo que aspiramos.

También de Cory Doctorow en ULAD: Radicalizado

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