lunes, 24 de abril de 2023

Ailton Krenak: La vida no es útil

Idioma original: portugués
Título original: A vida não é útil
Traducción: Cecilia Palmeiro, para Eterna Cadencia
Año de publicación: 2020
Valoración: muy recomendable


Ahora que ya ha pasado cierto tiempo desde que la pandemia zarandeara nuestras vidas y el sistema sanitario y económico mundial, y después de haber constatado que ese suceso no nos ha hecho mejores como sociedad (diría que incluso ha ocurrido lo contrario) es bueno ver la visión de Ailton Krenak, uno de los grandes filósofos y chamanes indígenas de Latinoamérica, pues su lectura permite acercarnos a una realidad muy distinta de la nuestra. Y no, no se trata de un libro sobre la pandemia ni mucho menos, se trata de un ensayo sobre ecologismo y anticapitalismo por parte de una mente muy lúcida y crítica con la humanidad a partir de «conversaciones, conferencias y debates que luego fueron transcritos y editados».

Con esta premisa, y tal y como indica Natalia Brizuela en el prólogo, «Ailton nos recuerda a los humanos que debemos despertar del sinsentido comatoso en el que estamos sumergidos desde el inicio del proyecto colonial moderno, donde el orden, el progreso, el desarrollo, el consumismo y el capitalismo se han apoderado de nuestra existencia, dejándonos solo parcialmente vivos, y de hecho casi muertos» porque el autor brasileño es una figura destacada especialmente en su lucha por los derechos de la comunidad indígena ante la presión colonizadora y la devastación de la Tierra por parte de los blancos hasta el punto de afirmar que «mi vida solo cobrará sentido si soy capaz de redimir una identidad. ¿Qué es eso? Es afirmar la existencia y el derecho a la existencia de todos los indios de Brasil». Así, la implicación del autor con la defensa de las raíces de su pueblo es absoluta y esas raíces están plenamente arraigadas a un entorno, a una tierra. 

Así, el autor trata, en varios de los ensayos contenidos en este breve libro, sobre la relación de la humanidad con la tierra, especialmente desde la mirada cuidadora de la comunidad indígena que las habita, que convive con ella porque «todos nosotros ya fuimos algo más antes de ser personas». El autor entiende la vida como un único ser orgánicamente integrado, porque en nuestra relación con el mundo, «la conversación es entre humanos, todos los humanos, pero también (…) con los animales, las plantas, los ríos, las montañas y todos los antepasados». Todo forma parte de un solo ente, con quien debemos cohabitar y al que debemos cuidar. Por ello, el libro de Krenak rebosa ecologismo y se lamenta de lo poco que hace el ser humano para frenar la destrucción de los bosques y del planeta y critica lo que justamente hace en sentido contrario porque a pesar de que «mi decisión de no usar automóvil ni combustible fósil, de no consumir nada que aumente el calentamiento global, no cambia el hecho de que nos estamos derritiendo». 

De esta manera, el autor critica fieramente el capitalismo y la necesidad imperiosa por parte de la humanidad de poseer cuanto más posible, y lo más rápido que podamos, porque «somos adictos a la modernidad. La mayoría de los inventos son un intento de nosotros, humanos, para proyectarnos en la materia más allá de nuestros cuerpos. Eso nos da sensación de poder, de permanencia, la ilusión de que seguiremos existiendo» pero esto tiene grandes consecuencias porque ha llegado un momento en el que «parece que la idea de concentración de la riqueza llegó a su clímax. El poder y el capital entraron en un grado de acumulación tal que ya no hay separación entre la gestión financiera y política del mundo». El dinero gobierna y gestiona el mundo, y no al revés como debería ser. Y, la vida en este mundo, que se mide únicamente por lo conseguido, porque «esta sociedad de mercado en la que vivimos solo considera útil al ser humano cuando está produciendo (…) cuando el individuo deja de producir, se convierte en un gasto».

El autor es muy crítico con el mundo actual, pues confiesa en una suerte de lamento que «no consigo imaginarnos separados de la naturaleza» y asevera que «el planeta nos está diciendo: ‘Ustedes se volvieron locos, se olvidaron de quiénes son y ahora están perdidos pensando que han conquistado algo con sus juguetes’». Unos “juguetes” industriales, tecnológicos que acabaran justamente con nosotros, los que los hemos ideado soñando un mundo en grande, un mundo ambicioso lleno de imposibles que lo único que nos ha demostrado es que «nosotros somos mucho peor que este virus que está siendo demonizado como la plaga que vino a comerse el mundo. Somos nosotros la plaga que vino a devorar el mundo» y constata, con pesar, que «la ecología nació de la preocupación por el hecho de lo que buscamos en la naturaleza es finito, pero nuestro deseo es infinito, y si nuestro deseo no tiene límite, entonces vamos a comernos todo este planeta» porque el capitalismo es voraz, su hambre crece cada día, porque en su opinión formada desde su vida envuelta de la comunidad indígena, los blancos «esclavizaron tanto a los otros que ahora tienen que esclavizarse a sí mismos» en conseguir siempre más en una carrera sin fin.

Cierto es que el autor es drástico en algunos planteamientos como cuando ataca a la escuela («una fábrica de locura») porque forma ingenieros, químicos que solo contribuirán a aumentar la destrucción del planeta aunque a veces intenten maquillarlo con avances envueltos en capas de supuesta sostenibilidad. Desde su visión ecologista y anticapitalista este pensamiento es perfectamente comprensible, aunque es discutible si lo tenemos en cuenta desde una visión dicotómica y global, pues no todo el progreso es nocivo ni perjudicial. Es aventurado expresarlo de manera tan taxativa, aunque a la vez comprensible.

Antes de que la falta de agua acabe por secar nuestras expectativas de vivir en comunión con un mundo al que estamos maltratando, debemos recapacitar hacia donde dirigimos el mundo (o mejor dicho, empujamos) y pensar en él, no únicamente como lugar donde habitamos sino también cohabitar con él y dejar de darle valor a todo, de medir nuestra vida por el progreso. Dice el autor que «La vida no tiene ninguna utilidad. La vida es tan maravillosa que nuestra mente trata de darle alguna utilidad, pero eso es una estupidez. La vida es fruición, es una danza». Dancemos pues, mientras esperamos que todo acabe.

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