lunes, 29 de marzo de 2021

Jordi Gracia: Contra la izquierda

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2018

Valoración: Recomendable (para interesados en estos asuntos)

 

En mi opinión, la izquierda española dio los pasos decisivos hacia su modernización aceptando cierta simbología y, sobre todo, los principios básicos no escritos de la Transición. Con la llegada al poder en 1982, las distintas fases de la reconversión industrial y la entrada en la UE se completaba su homologación con la socialdemocracia europea, ya saben esos partidos herederos de la izquierda tradicional que, en muchos casos aupados al poder desde años atrás, se acomodaban como un guante a la opulencia del capitalismo occidental y la emergencia de poderosas clases medias. Con el cada vez más evidente triunfo del sistema, más o menos dulcificado, la izquierda empieza a perder el pulso y queda definitivamente descolocada con la crisis financiera de 2008. Este es un poco mi resumen, y aproximadamente coincide con la valoración que Jordi Gracia hace en este ensayo.

Dibuja el autor a una izquierda desnortada, desubicada en un mapa político en el que intenta mantener cierta conexión con sus orígenes ideológicos al tiempo que necesita encontrar un espacio propio en este panorama en el que el capitalismo parece incontestable. Ahí se presentan los dos actores fundamentales del momento: ‘la socialdemocracia sonámbula y la nueva izquierda hiperventilada’.  Incapaces de dar una respuesta coherente ante una segmentación social que ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, la opción socialdemócrata se comporta como una derecha con cierta sensibilidad ante las injusticias más flagrantes, mientras su alternativa más reciente muestra tics adolescentes y reactiva viejos eslóganes desde una supuesta superioridad moral, intentando capturar a un electorado joven y más o menos radicalizado.

Ante la desorientación (si alguien duda de ella que eche un ojo a los perfiles de algunos ministerios en este o en anteriores Gobiernos progresistas), Gracia defiende la necesidad de escapar de los tótems referenciales de la izquierda tradicional, deshacerse de complejos para asumir su naturaleza burguesa, o abandonar lo que denomina optimismo voluntarista, es decir, esa mirada (al menos teórica) puesta en una sociedad igualitaria y feliz que no casa bien con una clase media maltratada y medio destruida que sin embargo de ninguna manera va a renunciar a lo que entiende como sus pequeñas conquistas relacionadas con el consumismo y un estatus de prosperidad, por aparente que pueda ser.

Sin embargo –y esta es una de las posibles carencias del libro- todas son recetas bastante vagas sobre lo que no debe ser la izquierda del siglo XXI, sobre los lastres que debe arrojar más que con proposiciones en positivo. Admitamos que el ensayo se basta en la reflexión y un punto de divagación abstracta, y que no necesariamente se le debe exigir más. Y, vaya, que la cuestión tampoco pinta nada fácil, que también es verdad. Supongo que me disculpará el autor, y espero que también los lectores del blog, si lo que hago es más bien una reinterpretación del contenido del libro, pero entiendo que lo que propone aunque no lo diga del forma del todo clara son cosas tan obvias como más profundidad en el análisis, un estudio más riguroso de la realidad, mayor capacidad de autocrítica y, desde luego, huir del cortoplacismo electoral y tirar menos de argumentario de partido, cosas que pueden suponer un esfuerzo ciclópeo, seguramente algún desgarro y puede que muchas derrotas, pero pueden servir para poner a la izquierda de nuevo en el carril de la Historia (o también pueden echarla a perder definitivamente, es verdad).

Como apuntaba antes, el trabajo de Gracia es más bien una serie de digresiones que parecen hechas un poco de forma intuitiva y a vuela pluma, sin un orden expositivo demasiado claro y muy centradas en la España de los tiempos más recientes. Todo lo cual da lugar a cierta impresión de ligereza que puede ser algo engañosa, porque creo que tiene más peso del que aparenta. Me parece un libro para leer con pausa y mucha atención y, mejor todavía, para releer poco a poco y quizá más de una vez. Es quizá la mejor manera de extraer algunas claves de un tema complicado, al que parece que nadie ha conseguido encontrar solución y que en mi opinión es importante para que esta sociedad occidental pueda avanzar por caminos que no sean siempre los que dibujan unos pocos.

14 comentarios:

Onetti no está. dijo...

Estupenda reseña, como siempre.

Me vino a la mente un librito publicado en 2019: "Contra la izquierda conservadora", de Boltanski y Fraser. Quizá te interese ese diálogo, obviamente, nada centrado en España.

Un saludo y gracias por la reseña y la reflexión.

Carlos Andia dijo...

Tomo nota de la recomendación.

Un saludo y gracias por participar.

Oriol dijo...

Buenísima reseña, compañero. El libro me atrae, pese a las carencias que comentas.

La izquierda española es un objeto de estudio que me fascina. Y concuerdo, al parecer, con varios de los análisis de Garcia: le falta una parcela política estable y tiende a una irritante (y muchas veces hipócrita) superioridad moral.

Pero me da la impresión de que al autor lo lastran varios prejuicios injustificados. Por ejemplo, la creencia de que esta ideología apela generalmente a la juventud más o menos radicalizada. Vamos a ver, estoy seguro de que cualquier individuo (incluso se lo he visto decir a liberales, que tienen fama de sociópatas egoístas) aspira a unos mínimos en lo que justicia social se refiere. Que en España las nociones de justicia social que tiene nuestra clase política sean un despropósito ya no entro.

Por cierto, Carlos, pienso que estás en lo cierto en todo lo que expones en el cuarto párrafo.

1984 dijo...

Excelente comentario. De alguna manera, la socialdemocracia ha muerto de éxito porque su programa de un capitalismo inevitable rectificado por una cierta redistribución fiscal y servicios sociales universales se ha cumplido en la mayoría de los países desarrollados. En los últimos cien años, el Estado no ha hecho más que crecer, pese a la prédicas de los neoliberales.

Ahora bien, la izquierda revolucionaria perdió su gran referente anticapitalista con la defunción de la URSS y el hundimiento de su sociedad colectivista. Ante esto, la izquierda radical se ha tenido que "hiperventilar", según Gracia, y esto implica crear nuevos mitos revolucionarios que sustituyan al venerable "proletarios de todos los países, uníos." Se conserva el anticapitalismo, sí, pero como mera retórica; saben de sobra que de momento no existe una alternativa seria al libre mercado. Al margen de que resulta cómico condenar a voces el capitalismo cuando nadie, ni tan siquiera los anticapitalistas, quiere realmente renunciar al consumismo. Se echa mano del populismo, que implica un discurso revolucionario, regeneracionista, pero también de orden, porque el pueblo es la nación, y el nacionalismo es siempre una fuerza anclada en las tradiciones históricas nacionales (=conservadurismo). Este es el caso de nuestros secesionismos periféricos, que pese a cierto atrezzo de extrema izquierda, no pasan de ser puro radicalismo étnico hipernacionalista y de fondo facha. Y es que, por ejemplo, la izquierda abertzale es mucho más abertzale que de izquierdas. Y el tonillo general de esta izquierda radical (de boquilla) es el moralismo barato, el buenrollismo universal, un cierto etnicismo risible defensor de "todos los pueblos oprimidos" (que lo mismo pueden ser vascos o catalanes que palestinos, saharauis o tribus del Orinoco), el feminismo en todas sus variantes (desde las sensatas hasta las grotescas) y las tergiversaciones de la pretendida memoria histórica. Esta izquierda "antisistema" suele ser muy vulnerable a la dura prueba de la realidad y los hechos. Lenin les hubiera tachado de infantiles.

Saludos

Anónimo dijo...

Hola a todos.

Me ha llamado la atención que al parecer buena parte del libro, así como de la propia reseña, se dedica a hacerse la siguiente pregunta ¿cómo hacemos para que la izquierda funcione? El autor al parecer no acierta a dar una mínima respuesta satisfactoria y a Carlos Andía (que es un tipo muy inteligente) se le adivina también cierto pesimismo al respecto. Quizás la respuesta más sencilla, siguiendo a Ockham y sin que nadie se me enfade, es que probablemente las políticas de izquierdas no funcionen.

Y Carlos, no termino de entender la última frase en la que dices que la izquierda es necesaria para seguir diferentes caminos, ya que éstos actualmente solo los marcan unos pocos. Como dice 1984, toda la sociedad occidental es socialdemócrata y el peso del estado cada vez se acrecienta más. Si hay que dar una respuesta diferente sería desde el liberalismo, no desde la izquierda.

1984: Muy buen comentario como siempre, pero los que claman para que el Estado no siga creciendo y parasitando a la sociedad civil son los liberales, el "neo" no hacía falta.

Oriol: Ya sé que lo has escrito un poco de broma pero los liberales no son sociópatas egoístas, que la base del liberalismo sea el respeto a los planes de vida de cada individuo no significa que sea una ideología egoísta, al contrario, el individuo ha de cooperar e interactuar con los demás para intercambiar bienes con el resto de la sociedad. Juan Ramón Rallo por ejemplo, a pesar de ser economista, da mucha importancia en su canal de Youtube y en sus libros este tipo de cuestiones éticas relacionadas con dicha ideología.

Saludos

Siaskel dijo...

Los seres humanos somos una especie en perpetua búsqueda de un sentido inasible. Construimos enormes aparatos ortopédicos con palabras para intentar dar forma a un mundo que siempre nos desborda. Vivimos en paraísos, o infiernos, artificiales y actuamos en concordancia con las débiles líneas argumentales que hemos sido capaces de construir. Hablar de izquierdas y derechas remite a un montaje argumental construido en el siglo XVIII en un contexto histórico específico, la revolución francesa. Durante varios siglos esta distinción pareció tener sentido, hoy no estoy tan seguro. Cuando las palabras son manoseadas y usadas como comodín para defender oscuros intereses, se gastan. Algo parecido pasa con el término liberalismo, tengo la impresión de que es otro artilugio conceptual, que el día de hoy se usa para justificar la acumulación de la riqueza en manos de algunos pocos y mantener el status quo.
Los seres humanos no podemos escapar de nuestra condición de búsqueda sempiterna de sentido. En este momento, el desafío parece ser buscar nuevas palabras que iluminen el porvenir y nos permitan hacer inteligible el mundo en que nos toco vivir

1984 dijo...

Al término liberal le pasa lo mismo que a la palabra fascista: se utiliza tanto y tan mal que al final no significa nada; no clarifica el debate: lo emborrona. El liberalismo es esencialmente aquella doctrina política que considera como peligrosa la acumulación excesiva de poder. Como el Estado como poder público institucionalizado puede llegar a ser excesivo y hasta peligroso para los ciudadanos, los liberales lo prefieren sometido a normas de derecho, predecible y controlable; la idea del Estado de derecho originariamente es liberal, aunque también la defendían los conservadores alemanes. No es tanto un problema de tamaño del Estado (un Estado puede ser pequeño y brutal) cuanto de control del Estado por mecanismos legales que garanticen la seguridad y libertad del ciudadano sujeto de derechos.

El Estado permite que cada sujeto, respetando las leyes, opte por hacer su propia vida, responsabilizándose moralmente de sus actos. El Estado de derecho liberal y democrático es para personas adultas y no para alfeñiques que deben consultar un catecismo, el que sea, a cada momento, para saber que están actuando "bien." En una palabra: al ciudadano se le deja libre y solo ante su conciencia. Este liberalismo no tiene nada que ver con el capitalismo salvaje, la acumulación de riquezas, el egoísmo o algo parecido. El liberalismo es más bien una doctrina ética de tipo personalista, humanista, que cree en la libertad, sobre todo la ajena. Por supuesto, como el capitalismo es un modelo económico que implica una gran acumulación de riqueza, y por tanto de poder efectivo en pocas manos, cabe perfectamente, es más, es lógico hasta cierto punto, ser crítico con el capitalismo desde una perspectiva liberal. Para un liberal, tan peligroso es un Estado omnipotente como un gran poder privado, una mafia etc, porque la tentación totalitaria es la misma. El liberal, si lo es de verdad, entiende que la concentración del poder lleva al abuso e impide la libertad de la mayoría (que es Pedro, Juan o Manuela; iguales pero diferentes). Particularmente, yo me considero liberal y de izquierdas; no veo ninguna incompatibilidad en ello; al contrario: creo que una cosa lleva a la otra.

Se llama neoliberalismo a la versión del liberalismo más conservadora y acrítica con la economía de libre mercado. Menos Estado, más mercado: es la fórmula de la felicidad. Creo que los liberales estilo Rallo deberían ser un poco más autocríticos con su propia ideología y entender que, tal y como la presentan, es poco más que una justificación de que los ricos sean más ricos y los demás que se jodan, por ineficientes, vagos, subvencionados etc etc; y, claro, se hacen antipáticos a cualquiera.

En una palabra, mi liberalismo se llama Estado social y democrático de derecho.

Perdón por esta pequeña digresión, que sin embargo creo que puede ayudar a aclarar un poco el debate.

Saludos cordiales a todos.

Carlos Andia dijo...

Bueno, bueno, esto se anima. Como hay muchos comentarios y con mucho contenido daré unas opiniones un poco en general. Como ya he dicho en alguna ocasión yo no creo que los conceptos de izquierda y derecha estén obsoletos, naturalmente son una simplificación para entendernos, pero tienen todo el sentido de apuntar a dos visiones de la sociedad, en el fondo muy diferentes aunque frente a la realidad de cada momento adopten multitud de matices que a veces pueden hacer que se diluyan los límites.

Respondiendo a la alusión directa sobre una afirmación mía, yo sí considero que es necesaria una izquierda fuerte, que haga visible esa perspectiva de la sociedad que no se resigna a admitir que el mercado por sí mismo vaya a procurar el bienestar de los ciudadanos, o que simplemente no importe que muchos queden descolgados mientras una minoría cada vez más reducida atesore una riqueza que se multiplica de forma exponencial. El problema es que desde hace varias décadas, y por motivos varios en los que no voy a entrar (porque esto sería interminable) el capitalismo parece haberse impuesto como única alternativa. Casi todo el mundo ha asumido ese triunfo, pero es necesario que haya quienes se opongan a la barbarie de un sistema que se sepa todopoderoso y que cuando consigue zafarse de todo control ya sabemos qué consecuencias tiene y a quiénes arrastra siempre hacia el pozo.

Esa izquierda, repito que en mi opinión muy necesaria, es la que vemos desubicada, a veces acomplejada y otras sobreactuada, intentando agarrarse a lo que puede de forma caótica y sin un bagaje intelectual sólido. El libro apunta cosas que se deberían corregir, ideas para empezar una reconstrucción ideológica, pero efectivamente no da respuestas, como parece no darlas nadie en realidad.

Y así nos luce el pelo, asistiendo cada día a cutreces, ocurrencias, eslóganes, postureo y cobardía, y mi me parece algo bastante deprimente. Pero claro está que habrá quien todo esto lo vea estupendo para sus objetivos.

Y ya se me ha ido la mano, ya lo siento, preferiría seguir leyendo vuestros comentarios, que de todos se pueden sacar cosas interesantes. Gracias a todos por la participación.

Oriol dijo...

Por alusiones: Anónimo, conozco a Rallo. Me gusta su talante dialogante y que admita que el Estado es necesario (aunque aboga por reducirlo a su mínima expresión, si no me equivoco). Sin emabargo, creo que sus razonamientos, como los de tantos liberales, son demasiado ideológicos y confían ciegamente en la supuesta bondad del ser humano. En cualquier caso, pese a mis discrepancias con los liberales, reconozco a aquéllos cuya labor intelectual me parece meritoria, y admito que muchas conquistas históricas, democráticas y garantistas, se las debemos a ellos.

Carlos, estoy muy de acuerdo con varios de tus comentarios. También pienso que la izquierda no sólo es necesaria en tanto que balance o contrapunto de otras concepciones políticas con sus propios hallazgos y recetas eficientes, sino que en su mejor expresión es la única representante de ciertos valores que no nos podemos permitir dejar de lado.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Carlos, siento no haber leído ayer tu reseña, tan buena como siempre, y tampoco tener el libro.
Me han gustado los comentarios también.Hay gente formada y con buen criterio.
Estoy a punto de cumplir ochenta años y claro, ya tengo muchas limitaciones para participar en la política(.Y en cualquier actividad.) Porque nunca me interesó pero ahora me apasiona. Odio el capitalismo pero creo que ha ganado la batalla absolutamente y no tiene oposición posible porque todos los individuos coinciden en querer tener; cualquier sin sueldo celebra la comunión de su
hija en un restaurante o se casa “por todo lo alto” a su modo de ver, pero todos imitando la vida de los que sí tienen dinero, o se endeuda en una hipoteca para toda la vida. Tan sólo los mendigos parecen libres de esas ataduras pero sospecho que la mayoría tienen otras dependencias. El dinero y el consumo se han convertido en el ideal y han sustituido a todos los valores. Ni siquiera las poblaciones más pobres se sustraen a ese poder y hasta parados casi permanentes votan a partidos políticos que favorecen a los ricos.
Yo pienso en una sociedad que valore el bienestar, el ocio, la confortabilidad de las ciudades y de los pueblos, el cultivo de aficiones artísticas, la cultura, el sentido estético, la honradez, el respeto a las cosas que son de todos,el amor a los animales y a los árboles...
Claro, para conseguir eso, hace falta un gobierno que imponga la estructura: salarios, sanidad, educación, fuerte control de impuestos a
Bancos y grandes empresas. Políticos que funcionen para el pueblo, que les pregunten por sus necesidades, que establezcan trasportes rápidos y frecuentes. Sí, claro, una gran intervención del estado, pero consultando a los ciudadanos.
Me tomareis por simplista e infantil pero mi utopía se parece bastante a Suiza. Suiza es capitalista pero , aunque haya ricos muy ricos, utiliza muy bien el capital para beneficio común. A mi me conmovió cuando hace tres o cuatro años perforaron los Alpes para desviar el tráfico pesado por un tunel y dejar los valles y las montañas limpios de contaminación, de ruidos y de humos y que se pudiera oir el canto de los pájaros. Ya no sirve lo los proletarios al poder. Hace falta cambiar el modelo.
Carlos, un saludo cordial.

Anónimo dijo...

Suiza es un estado inmoral. Un pais de los más ricos del mundo, gracias a servir de refugio al capital ilícito de la selección mundial de golfos.
Perdón por salirme del tema, pero me ha llegado al alma.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Sí, Anónimo.Suiza, si quisiera cambiar habría de hacer muchas modificaciones al capital. Los ricos pagan muchos impuestos y además hacen sus propuestas en esos referendums que firman mensualmente. Esos impuestos sirven para asegurar el mejor modelo de carreteras, de trenes y de muchos servicios que disfrutan todos los ciudadanos.Acaso tendría que regular la admisión de cuentas opacas si quisiera, para despojarse de esos negocios que tan mala fama le dan.
No quiero encolerizarte. Quiero que alguien me ayude a pensar para comprender mejor a un país. Yo he pasado dos meses en Suiza, usado sus trenes y autobuses y cada día tenía algo más por lo que admirarme.
Voltaire dijo que la democracia más perfecta, mucho más que la ateniense, se dió en Ginebra en la época de Calvino, que despues de esa época Suiza se dedicó sólo a ser rica. No sé porqué dijo eso Voltaire ; me encantaría saberlo pero no he encontrado información.
Un saludo

Carlos Andia dijo...

Gracias a ti, Beatriz. Tus reflexiones son muy interesantes, y nos hacen pensar a pie de calle, que siempre es algo importante y que muchas veces queda en un segundo plano.

Carlos Andia dijo...

Y disculpas al último comentarista, no había visto tu post. Desconozco el modelo suizo, pero es cierto que es un sistema con muchos puntos oscuros, quizá un capitalismo duro, pero con correcciones y peculiaridades.

Gracias por tu opinión.