miércoles, 3 de marzo de 2021

Alastair Bonnett: Lugares sin mapa

Idioma original: inglés

Título original: Beyond the map

Traducción: Pablo Álvarez Ellacuria

Año de publicación: 2017

Valoración: Recomendable (sobre todo para fans del género)


Los que somos aficionados a todo lo relativo a la geografía (viajes, cartografía, lugares misteriosos y civilizaciones perdidas, geopolítica, curiosidades de cualquier tipo) somos bastante afortunados, porque hay un mercado relativamente abundante de cosas de este estilo. Es lo que buscaba cuando regalé este libro, que por la apariencia incluso podía haber sido un catálogo de turismo dark, que es algo que tiene su puntito (parecía que los destinos turísticos diferentes estaban ya agotados y había que buscar cosas bien raras que movilizasen a los más inquietos, aunque en los últimos tiempos todo ha cambiado tanto que puede que el tema haya quedado en el olvido, y bla bla bla… volvamos a lo nuestro). Pues no es eso, ni por aproximación, lo que encontramos en este libro.

¿Y qué es lo que encontramos? Pues una especie de miscelánea en torno a lugares o no-lugares, algo que tiene más que ver con conceptos e ideas que propiamente con geografía. Hablamos de una buena colección de pequeños artículos (cinco o seis páginas) cuya mejor definición es quizá el Beyond the map del título original, más allá de, cosas que trascienden el estatismo del mapa porque estaban en él y desaparecieron, o aparecieron de pronto, o nunca estuvieron, o se ocultan, o son falsos, o son inmateriales, o…  Realmente, no resulta fácil de definir el vínculo, pero lo vemos mejor con ejemplos de lo que cuenta este caballero. 

Bonnet se expresa con un aire muy personal, amable y con un punto irónico, pero también reflexivo, propio de alguien capaz de ver más allá de lo material, de captar el alma de los lugares o el aroma de su historia. En tanto que geógrafo, empieza centrando su atención en pequeñas islas, a veces islotes minúsculos en disputa, que emergen o desaparecen según las mareas, o que se hunden lentamente debido a movimientos tectónicos o al cambio climático. Esos puntos insignificantes que muchas veces ni aparecen en los mapas convencionales guardan en ocasiones secretos relacionados con su posición estratégica o con siglos de historia controvertida, aunque sea en franca desproporción a su volumen real.

En otras ocasiones se centra Bonnett en lo que llama ‘Lugares inciertos’, encrucijadas culturales o raciales en las que las fronteras pierden su razón de ser (si es que en algún momento la tuvieron), porque un idioma o sus múltiples dialectos permea libremente el territorio (los valles ladinos del norte de Italia), son tierra de nadie desde tiempo inmemorial (encuentro entre varios Estados de Asia Central), o el entorno transforma en absurdo cualquier intento de marcar una divisoria (Sáhara occidental). En este campo, más próximo a lo político, quizá el autor se mueve con algo más de dificultad, estando a veces cerca de meterse en líos, como cuando se refiere al muro con el que Marruecos pretendía bloquear la resistencia del Polisario, o en sus referencias a la Nueva Rusia, ese territorio oriental de Ucrania aún hoy en día en situación de guerra larvada. Parece que todo se emponzoña en cuanto salimos de la abstracción o de los recovecos de la Historia y nos aproximamos al mundo actual y a pasiones y fobias nacionalistas, será algo inevitable.

Mucho mejor se maneja en una esfera que podríamos llamar de filosofía urbanística o urbanismo histórico (atenta, Beatriz, que esto te gustará). Quizá uno de los mejores pasajes del libro es el que trata sobre la conocida ciudad india de Chandigarh, ya saben, diseñada desde cero por el arquitecto Le Corbusier con aplicación estricta de sus principios racionalistas. El libro opone la artificialidad de ese planteamiento frente a la magia del llamado Jardín de Rocas, erigido muy cerca, de forma clandestina y con materiales desechados de la construcción de la ciudad, un rincón en apariencia disfuncional, de una rara belleza orgánica que emparenta, al contrario de la nueva urbe, con las tradiciones indias, aunque exteriormente puede recordar también, por ejemplo, al Parque Güell de Gaudí. Otros lugares aún más inesperados a los que el libro consigue encontrar ese alma que ningún mapa es capaz de mostrar, son por ejemplo los túneles de la estación de metro más grande de Tokio (el viajero perdido entre galerías cada vez más solitarias y profundas) o los marcadores de tsunamis, hitos de piedra que recuerdan hasta dónde llegaron las aguas en la última catástrofe, como un mensaje desesperado que el pasado envía a las generaciones venideras.

Tenemos muchas más cosas: lugares utópicos que tienen que ver con distintas concepciones sobre la vida (mundos virtuales en internet, una sociedad basada en la alimentación silvestre), un Estado reconocido como tal por buen número de países pero que carece de territorio (la Orden de Malta), o inmensas zonas del planeta que se transforman a gran velocidad por el cambio climático (Polo Norte), con consecuencias que todavía somos incapaces de prever. ¿Sabemos que existe, aunque abandonada,  una estación submarina diseñada por Jacques Cousteau para experimentar la vida bajo el mar? ¿Que hay barrios de ciertas ciudades a los que Street-view no se ha atrevido a llegar? ¿Que el subsuelo de Jerusalén alberga sucesivas capas cuyos vestigios atribuyen distintas legitimidades a unas u otras reivindicaciones? ¿O que muchos mapas incorporan voluntariamente errores  -calles-trampa- para descubrir violaciones de derechos de autor?

Y claro está, aparte de otras muchas cosas que me he dejado por el camino, el libro no deja pasar la ocasión de hablar sobre Christiania, ese viejo espacio hippie incrustado en el corazón de Copenhague para envidia de muchos… entre los que no faltan numerosos daneses que pagan una burrada por metro cuadrado de vivienda, además de elevados impuestos, mientras los habitantes del ‘distrito verde’ ocupan un lugar privilegiado, libres de toda atadura burguesa. O así era al menos en sus orígenes. Y a propósito de esto y de los mapas: resulta que cuando servidor era un chaval, no sé en qué mapa aparecía el nombre de Christiania como capital de Dinamarca, no recuerdo si además o en vez de Copenhague, así que me pasé una buena temporada pensando que esa era la capital auténtica. ¿Pudo ser un cartógrafo entusiasta del cannabis, o la más burda de esas trampas de las que nos habla Bonnett?


5 comentarios:

Silvia L. dijo...

Hola, Carlos! Lo he ojeado en la librería un par de veces y la verdad es que tiene una pinta estupenda pero tengo tanto pendiente de leer. Pero lo tengo apuntado como libro-regalo para dos o tres personas a las que adoro. Tu opinión confirma mi primera impresión! Thanks!

Carlos Andia dijo...

Gracias a ti por visitarnos y comentar, Silvia. Espero que a los destinatarios del regalo les guste más que al mío, que fue un moderado fracaso.

Saludos!

Luis dijo...

Muy interesante el libro, no lo conocía. Me gustan los libros de viajes, los atlas, mejor si son viejos y todo eso. Una acotación: la Cristiania que yo también conocí en un viejo Atlas que había en mi casa es la actual Oslo, capital de Noruega.

Carlos Andia dijo...

Pues gracias por la aclaración, amigo. Los recuerdos son brumosos, pero al menos queda claro que no ha sido una alucinación mía.
Cómo disfrutamos con estas cosas los frikis de la geografía!
Saludos y gracias por comentar.

Beatriz Garza dijo...

Compa, primera noticia de la existencia de este tipo de libros que me parecen todo un descubrimiento!
En cuanto a Chandigarh... en la facultad acabé tan saturada de las supuestas bondades de Le Corbusier que quizá ahora soy demasiado dura juzgando su obra pero, en mi opinión, está sobrevalorado-mega-plus.
Gracias por la reseña y por el guiño!