domingo, 7 de enero de 2024

Ludwig Lewisohn: La llama vehemente. Historia de Stephen Scott

Idioma original:
Inglés
Título original: The Vehement Flame: The Story of Stephen Escott
Traducción: Martha Lucía Pulido 
Año de publicación: 1930
Valoración: Recomendable

Ludwig Lewisohn sacudió las consciencias en París el 1926 con la publicación de El caso del señor Crump, obra que de hecho fue censurada en EEUU. Cuatro años después, con La llama vehemente, el autor siguió agitando el avispero. 

Ambas novelas emplean un formato biográfico-retrospectivo, están muy bien escritas, presentan personajes verosímiles y barajan temas extremadamente complejos. Sin lugar a dudas, las recomiendo. Eso sí: creo que El caso del señor Crump es, con diferencia, la mejor de las dos. En cualquier caso, La llama vehemente tiene una calidad envidiable.

Debo advertir, no obstante, que es más reflexiva que su antecesora. Incluso podríamos considerarla una novela de tesis en toda regla, pues expone muchas ideas y, en ocasiones, ni siquiera se molesta en esconderlas argumentalmente. Principalmente indaga en torno al amor y el sexo, aunque de refilón aborda también el desencanto vital, la amistad, la hipocresía o la justicia. Asimismo, arremete contra el puritanismo (particularmente el estadounidense), la institución del matrimonio y la cama conyugal.

Precisamente, en la página 120 hay una estimulante crítica al puritanismo que rechaza la sexualidad: «por pura represión, la mayoría de la gente no está nunca en estado de comprender la verdadera naturaleza de sus reacciones afectivas. (...) Tal vez podamos decir que todavía no estamos completamente civilizados y que hay esperanza de que ese margen que separa lo bárbaros que somos de un estado de civilización absoluta sea cada vez más pequeño. Pero todavía no hemos emprendido ese camino. Sería más plausible creer que nuestra civilización reposa sobre falsos principios; que partimos de una interpretación errónea de nuestra verdadera naturaleza y que un análisis más profundo de nosotros mismos y del mundo desplazaría el centro del conflicto, y en lugar de hacernos marchitar como seres destinados al pecado, nos llevaría más bien a acusar las leyes bajo las cuales vivimos y a condenarlas por justas e inadaptadas.»

Asimismo, hay una diatriba sobre la cama conyugal en las páginas 121 y 122 que me gusta por su nivel de refinamiento formal y conceptual: «Me di cuenta entonces de lo que la costumbre de la cama conyugal puede tener de incómodo y de irritante. Lo sabía desde hace tiempo, pero nos hemos deformado tanto por la costumbre y por el sentimiento de lo que conviene y de lo que no conviene que rehusamos aceptarlo. Ese rechazo además tiene sus ventajas: no admitir una dificultad es como si uno no hubiera tenido consciencia de ella, lo que tiene como resultado minimizar el sufrimiento que esta hubiera podido causar. Pero no quiero generalizar, pues no me es imposible imaginar un amor conyugal tan armónico y lleno de delicias, tan lleno de admiración mutua que aun la habitual convención de la cama conyugal no sabría destuírlo. Pero nuestra vida amorosa, la de la pobre Dorothy y yo, al haber sido desde el comienzo un asunto incierto y estropeado, había dejado de dar color a nuestro corazón y a nuestros sentidos desde hacía tiempo. Éramos dos seres miserables obligados por lazos tan fuertes como implacables a una cercanía continua de nuestros cuerpos. Pero no era así como Dorothy veía la situación. Mi presencia representaba para ella una intensa impresión de seguridad, de posesión y de bienestar que una verdadera pasión sólo hubiera disipado o atormentado. En lo que a mí concernía, las cadenas de este acercamiento constante me parecían siempre cadenas... Es verdad que yo había, vaga y confusamente, pensado en reclamar camas gemelas o incluso en tener una habitación para mí, pero esa solicitud hubiera ultrajado su sentimiento de ternura entre esposos tanto como esa dulce impresión de propiedad que ella experimentaba frente a mí y que era su principal seguridad en la vida. Y como, a medida que los años pasaban, yo tenía menos y menos para darle, evitaba herirla hasta el máximo.»

Aunque los pasajes previamente citados os pueden dar una noción sobre el argumento de La llama vehemente, permitidme que os resuma sucintamente de qué trata esta novela. Gira alrededor de Stephen, quien se casa demasiado joven con Dorothy, una mujer poco compatible. Stephen no tardará en comprender que tanto sus propios prejuicios como los de su esposa los condenaron, a cada uno de distintinto modo, a una vida repleta de autoengaño y frustración. Junto a David, su amigo y eventualmente compañero de bufet, irá desentrañando los entresijos de las relaciones entre sexos y la impostura moral de su país.

Ya he dicho que La llama vehemente está muy bien escrita, presenta personajes verosímiles y baraja temas extremadamente complejos. A eso hay que añadir que sus reflexiones y apreciaciones de corte sociológico o psicológico se mantienen, por lo general, vigentes, aunque es innegable que unas pocas han quedado anticuadas o acusan cierto sesgo masculino. 

Otra virtud de La llama vehemente es que, pese a entender las grisallas y matices del amor, adopta una postura realista en torno al asunto, sin decantarse por lo almibarado ni tampoco plegarse al cinismo. De hecho, la novela es una apología incondicional al amor, pero una tan pasional como mesurada, tan temperamental como articulada. En este sentido, el narrador advierte a los «jóvenes», en la página 76, que aunque «han ganado esa lucha sana y libre que tenemos de considerar el amor» a «la imbecilidad puritana», ¿acaso «son más felices que nosotros? ¿No han despojado ustedes al amor de mucho, cuando nosotros lo sobrecargamos?» 

Por otra parte, criticaría algunos apartados de La llama vehemente. Por ejemplo, que su prosa caiga de vez en cuando en la reiteración intrusiva de ciertas palabras, que el protagonista y narrador enfatice en que trabará amistad con sus hijos pero nunca se haga hincapié en eso o que la cuarta parte del libro resulte algo pesada, pues queda sepultada por las conversaciones con Paul.

Sea como fuere, La llama vehemente es un novelón. Si bien no llega a la altura de El caso del señor Crump, gustará especialmente a los amantes de la literatura sugestiva que transmite ideas complejas y policausales, que introduce personajes bien perfilados y que se paladea a cada párrafo.


También de Ludwig Lewisohn en ULAD: El caso del señor Crump

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