Título original: L'oeuvre au noir
Traducción: Emma Calatayud
Año de publicación: 1974
Valoración: Muy recomendable alto
Uf, cómo empezar con esto. Pues directo al grano: como diría Delibes, la sombra del ciprés es alargada, y si tienes la capacidad de haber escrito Memorias de Adriano, lo siento mucho compañera, pero a partir de ahí toda tu obra se medirá por ese rasero; no haber puesto el listón tan alto. Y no es para nada una mala novela, todo lo contrario; para muestra, un precioso símil sacado directamente de la primera página: “la paz […] comenzaba ya a deshilacharse como un traje usado durante mucho tiempo”.
Quizá esta reseña hubiera sido distinta si no hubiera leído antes el opus magnum de Yourcenar, pero es que si no existiesen las Memorias quizá yo nunca hubiese leído este libro - la novela histórica no es precisamente mi género favorito -. Además, en mi caso, he leído hace poco Baudolino, de Umberto Eco, una novela con la que se podrían establecer fácilmente paralelismos: los dos son libros protagonizados por personajes medievales inventados ex profeso – cuya historia nos es narrada desde la cuna al cadalso - que recorren la Europa de su época, y, para rematarlo, ambas novelas pasan por ser parte “menor” de la obra de sus autores. Así que la cosa va de comparaciones.
Opus Nigrum trata sobre la vida de Zenón, un polímata – médico, filósofo, teólogo, escritor, alquimista, astrólogo, domina varias lenguas... - del siglo XVI que Yourcenar usa como pretexto para desplegar una enorme erudición y unos vastísimos conocimientos históricos. El protagonista, amalgama de Da Vinci, Servet, Paracelso, Erasmo, Brahe... nace como hijo bastardo en el seno de una familia acaudalada y dedica su vida a recorrer Europa practicando la medicina.
Zenón es el vehículo ideal para que Yourcenar nos muestre las distintas realidades de la Edad Media del siglo XVI: como médico de pasado adinerado, atiende a reyes y reinas y tiene acceso a sus cortes; como personaje huraño y desencantado, actúa de buen samaritano y se dedica a ser el médico de los pobres, gracias a lo cual conocemos las historias de la gente de a pie. Sus conocimientos científicos nos hablan del progreso y del estado de varias ciencias de la época; su habilidad mecánica nos muestra un breve episodio de protoludismo y lo que hoy en día llamaríamos movimiento sindical y conciencia de clase.
Por otro lado, en cuanto a su personalidad, es partidario de un humanismo nihilista (así lo llamaría yo actualmente) que pone de relieve las contradicciones y luchas internas del cristianismo de la época, así como las suyas propias. En un buen conocedor de la naturaleza humana, y su trato con distinto personal eclesiástico – también de distinta clase y rango: frailes, novicios, obispos -, el intercambio de ideas, es de lo mejor de la novela.
Sin embargo, y aquí viene el pero, la comparación inevitable, no se ve una evolución en el personaje: en el primer capítulo de la novela ya hace gala de su carácter y sus convicciones, y estas nunca cambian, ni vacilan ni muestran fisura alguna a lo largo de toda la novela, desde adolescente hasta anciano, a pesar de todas las experiencias vividas. Es un personaje bastante plano con el que, a pesar de ser objetivamente una buena persona en un mundo lleno de bestias, cuesta empatizar. Carece de la profundidad psicológica que Yourcenar se reservó para Adriano; esta novela es más de sucesos que de personajes - existe una ausencia casi total de secundarios, que solo existen a través de la interacción con Zenón (valga la rima) - donde el verdadero protagonismo no recae en el ser humano, sino en la historia de Europa. Esto es algo que me costó bastantes páginas comprender, quizá mis expectativas tiraban más hacia otro lado.
Bien es cierto que lo mejor de la novela son los largos intercambios que Zenón y sus respectivos contertulios, dispuestos expresamente para ese papel, mantienen: su primo, el prior, su antiguo maestro... es en estos diálogos donde sale a relucir lo mejor del libro, donde Zenón nos habla de su mundo interno, su visión cosmogónica y su filosofía vital, y donde su interpelado funciona como representante de otra teoría, dependiendo del tema a tratar, ya sea vital, humana o teológica. No maneja Zenón la charla banal, no me gustaría coincidir con él en el ascensor.
Lo que sí me hubiera gustado que estos personajes se desarrollasen más y tuviesen su propia historia, no fuesen solo la consecuencia de la concepción solipsista de la obra. Habría enriquecido el mosaico total.
Cabe decir que, al menos en mi edición, el libro cuenta con una parte final, desligada ya de la narración, en la que la autora nos habla sobre la concepción de la novela y su historia. Por mi parte, agradezco mucho estos anexos que nos hablan sobre la creación literaria y dan explicaciones sobre el contexto histórico, así que punto a favor. Me ayudan a disfrutar más la novela.
No les quiero destripar más de lo necesario sobre este apéndice, pero déjenme mencionar que, según la propia Yourcenar, Memorias de Adriano y Opus Nigrum partían en principio de un origen común, así que hacer una comparación entre las dos quizá no fuera tan mala idea.
En estas hojas finales Yourcenar también nos cuenta que “los temas bosquianos y breughelianos de desorden y horror en el mundo abundan en la obra”: como aficionado a ambos pintores, no puedo estar más de acuerdo.
Una novela, a pesar de todo, muy buena, de la que en unos años tocará relectura, para entonces ya sin ánimo de comparación.
Todos los libros de Marguerite Yourcenar reseñados en la ULAD: Memorias de Adriano
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